LA SERPIENTE EMPLUMADA Y LA TRANSMUTACION COSMICA
Otro rasgo específico común a todas las culturas precolombinas es su concepción de lo sagrado. Dicha concepción concibe lo absoluto a partir de un acento en lo cosmológico, sin que esto quiera decir que no haya un aspecto cosmogónico, es decir de creación del origen. La concepción cosmológica de lo sagrado se caracteriza por ser absolutamente dinámica, pues se centra en los fenómenos cíclicos que hacen posible la vida como la manifestación de un poder divino.
De ahí que la creación del universo sea vista como una manifestación dual del cosmos que se despliega en fuerzas polarizadas pero a su vez complementarias, y que se entraman en una integración final hacia la consecución de lo absoluto, fuerza y manifestación del espíritu único. Esta noción es de importancia capital para desmentir cualquier tipo de panteísmo religioso achacado sin cesar a las culturas arcaicas por los supuestos especialistas, en un afán por validar una visión de lo sagrado de tipo naturalista –herencia de la antropología decimonónica- visión ajena a toda cosmovisión sagrada pues en los mundos antiguos la naturaleza si bien era vista como manifestación de un orden sagrado, no obstante no dejaba de ser un orden inferior. En ese sentido, esta era considerada como un reflejo en lo manifiesto de un principio supremo del que emanaba la vida, y por ende, un orden que necesariamente debía ser trascendido.
No existe mejor símbolo que exprese la síntesis de estas dos potencias que se manifiestan en el cosmos, a saber lo etéreo y lo denso, como la Serpiente Emplumada, divinidad por excelencia del bestiario de las culturas mesoamericanas. Esta deidad representa la tensión del cosmos en su expansión hacia la multiplicidad, dominada por dos fuerzas contrarias, ascendentes y descendentes. En esta confrontación cosmológica entre lo terrenal y lo celestial se vislumbra ya la realización suprema de la vida, es decir la superación de las dos fuerzas contrarias que hacen posible el universo y el pléroma de la creación. El cosmos aspira pues hacia la integración final de lo múltiple que se oculta en el origen supremo. Dicha superación encierra el misterio que desde lo mítico nos remite al fin de los ciclos, es decir al aspecto escatológico del mito. Esto explica el simbolismo que representa la Serpiente Emplumada pues se trata de un poder terrible para los hombres, una divinidad que los engulle en sacrificios sangrientos y de este modo haciendo posible la continuidad de los ciclos de la vida. A través de la acción aterradora de esta divinidad los seres humanos retornan al ciclo eterno de lo manifiesto hasta la integración final del todo en un principo anterior al tiempo, más allá de los ciclos.
Quetzalcóatl, o Kukulkan, es la deidad suprema que siendo terroríficamente trascendente, es a su vez magníficamente inmanente, pues hace posible la continuidad del devenir, ocultando lo immutable. Posee pues el poder de ser creador, sustentador y destructor del mundo. De ahí su ascendencia central en toda la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos. En su iconografía vemos la manifestación de la naturaleza cíclica de este poder –noción capital entre los pueblos precolombinos- que marca el despliegue descendente -la serpiente- y ascendente –el águila- de cuya unión brota el espacio y el tiempo en un movimiento cuaternario que vislumbra la imagen de una cruz, plano sobre el cual se erigirán las ciudades sagradas del mundo precolombino[1].
PINTURAS DE ARENA DE LOS NAVAJO
Los navajos llevan a cabo un ritual que tendría raíces arcaicas y que encontramos presente aun hoy en algunos pueblos de Oceanía, África y Asia. Dicho ritual consiste en hacer mapas cósmicos en arena en cuya composición entran elementos estéticos –formas y colores- que cumplen una función absolutamente soteriológica, en otras palabras que ejercen como medios para poder operar una serie de cambios en la naturaleza, por lo general de sanación, curación o incluso exorcismos. Son mapas cósmicos bastante elaborados que ayudan al chamán a entablar contacto con los poderes del universo.
Toda la construcción de estas imágenes guarda una profunda semejanza con los mandalas de las culturas de Oriente. Se trata de microcosmos que se encuentran en resonancia con el macrocosmos que permuta la vida del cual el hombre. Como tal, son una realidad sagrada y perenne reflejada a la luz de los hombres, fenómeno del cual los navajos son absolutamente conscientes. El asombroso parecido con los mandalas utilizados en algunos rituales budistas tibetanos es evidente, particularmente con aquellos diseñados para los rituales Kalachakra, ceremonia en el que los monjes tibetanos buscan activar la realidad búdica presente tanto en los mundos superiores como inferiores.
Los modelos que se pueden apreciar en estos mapas cósmicos son de una variedad inagotable. Es más, al ser una tradición milenaria que ha sido heredada por los hombres-medicina durante siglos, este arte sagrado ha estado confinado a un hermetismo impenetrable, entendible por lo demás por su origen hierático, en coherencia con la mentalidad mítica de los pueblos antiguos. Ningún saber sagrado ha sido jamás expuesto de manera desconsiderada a la vista de lo profano, y nada mas profano para los navajos que el mundo del hombre-blanco. Así pues, solo los chamanes pueden saber la infinidad de mandalas transmitidos por el linaje de los sabios. Es más, incluso, dependiendo del clan o linaje, cada chamán será poseedor de cierto tipo de mandalas, unos más efectivos que otros, según la creencia y las prácticas rituales.
De los mapas cósmicos que impactan con más fuerza destaca sin dudas la cruz de los troncos voladores o troncos celestiales, figura así denominada por los dos ejes –o troncos- que se intersecan en un centro, en cuyos lados destacan cuatros ramas que parecen estar en movimiento, formando una esvástica alrededor del cual hay cuatro figuras que representan los poderes del cosmos en sus manifestaciones diversas. Estas cuatro figuras son en realidad los portadores del halito cósmico de la mitología de los navajo, la fuerza que da forma al tiempo, y que a su vez hace posible las cuatro estaciones del año. A su vez simbolizan las cuatro etapas de la vida de todo ser humano –doctrina que nos hace recordar a las enseñanzas del Ashram del hinduismo- así como los cuatro puntos cardinales circundados por una serpiente que hace de círculo sagrado, dejando una apertura en el oriente, lo que indica que la emanación de la creación tendría lugar en ese oriente supra-cósmico. No debe sorprendernos para nada la utilización de la esvástica en este arte sagrado pues como ya lo había hecho notar R. Guenon: “la esvástica está lejos de ser un símbolo exclusivamente oriental, como a veces se cree. En realidad es uno de los más difundidos, lo hallamos prácticamente en todo el mundo antiguo, desde el Extremo Oriente hasta el Extremo Occidente. Existe incluso en ciertos pueblos indígenas de América del Norte…..a lo sumo se ve en la esvástica un símbolo de movimiento, pero la interpretación es aún insuficiente, pues no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación en torno a un centro y un eje inmutable” [2]
El centro que representan muchos de estos mapas cósmicos navajo son en realidad las estrellas Pléyades, que en el hemisferio norte han servido de referencia cosmológica, sobre todo entre los pueblos de las planicies norteamericanas. Pero su función axial es idéntica al papel escatológico que cumple la Osa Mayor entre los pueblos de extremo Oriente así como la Cruz del Sur entre los pueblos de trópico de Capricornio, u otras costelaciones en los diversos pueblos de la antiguedad.
Durante el transcurso del ritual de las figuras que representan a los troncos celestiales, que se llevan a cabo durante 9 días, la tarea consiste en hacer un mandala durante todo el día y deshacerlo antes del amanecer siguiendo un ritual cíclico que prefigura la ley de la vida y de la muerte.
EL KULTRUN ENTRE LOS MAPUCHES
Los membranófonos poseen una resonancia teúrgica-chamánica por excelencia entre los pueblos de la América antigua, pues nos remite al sonido primordial, aquel que se emitió por vez primera cuando la primera cosmogonía. De ahí que su función ritual en el conjunto de la vida social y religiosa de estos pueblos ocupe un lugar de primer orden, pues entrama a toda la colectividad con su realidad mítica. De entre estos pueblos uno de los pueblos más legendarios de los andes del sur son los Mapu o Mapuche, entre los vastos territorios del actual Chile y Argentina. Entre sus descendientes han quedado algunos rasgos interesantes de una cosmovisión de origen arcaica y desconocida. Sus chamanes se hacen llamar Machi y son por lo general mujeres.
Los mapuches utilizan un membranófono denominado kultrún para realizar sus rituales, y es por ende el instrumento más importante de sus liturgias religiosas. Por otro lado es de resaltar además que las formas estéticas de los mapuches guardan una gran semejanza con la cosmovisión artística de otros pueblos precolombinos, lo cual no debería sorprendernos. Desde una perspectiva supra-histórica, el origen de estos pueblos poseería un núcleo común, que se perdería en los albores de la humanidad, eludiendo a la explicación de las ciencias como la historiografía o la arqueología, disciplinas que dependen de registros fácticos para poder elaborar sus hipótesis. Partiendo desde el fenómeno de lo sagrado como una forma de valorar el universo y de cómo esa valoración se manifiesta en las obras y ciencias de las diversas civilizaciones precolombinas, podemos concluir que estas se remiten necesariamente a una cosmovisión primigenia que posiblemente habitara la tierra hace milenios. En cierto sentido, los mapuches han logrado transmitir parte de esa cosmovisión primordial en sus propios mitos y creencias.
Los antropólogos e historiadores han traducido la palabra mapu como tierra, término que resulta bastante ambiguo en la medida que no revela el significado total de lo que los mapuche entendían como territorio o país. A esto podemos añadir que al haber preservado su rasgo endonímico, mapu, nosotros lo traduciríamos como Tierra del Centro, pues en las cosmovisiones antiguas los hombres se veían a sí mismos como herederos de una tradición –relacionado a un Centro y Origen divino- y en los que la fundación de la civilización y de un país conllevaba un acto de consagración de un territorio político como reflejo de un mandato celestial[3].
Dicha concepción real del espacio político está en conexión directa con la topografía ontológica que cultivaban los mapuche, es decir con los planos cósmicos que conformaban su universo mítico, en el cual se vislumbran tres horizontes o mundos de la realidad. Estos son el Auenu Mapu: los mundos celestiales, el Nag Mapu:el plano humano y el Minche Mapu: los submundos donde residen las potencias ctónicas. Pero además, el plano Auenu Mapu esta subdividido en otros cuatro semi-planos más, lo que completa siete en total, lo cual nos hace recordar a otras cosmovisiones de Asia y Oriente: “La concepción vertical del cosmos mapuche de siete plataformas estratificadas posee importantes paralelos en Asia, América y otros con tinentes. Al respecto, es posible afirmar que la visualización de siete pisos cósmicos superpuestos correspondientes a los siete cielos planeta rios es un tema que se integra en un complejo simbólico-ritual común a la India, al Asia Central y al Cercano Oriente Antiguo”[4].
Este mapa cosmológico es el que forma parte de la ornamentación del kultrún. La composición de la membrana curtida que cubre el timbal contiene estos tres planos de la realidad, entramados por una cruz en cuyo centro vemos un círculo que se erige como la potencia que integra todo lo manifiesto, una visión que incluye al cosmos como la manifestación de una fuerza sagrada que hace posible la vida. Los cuatros lados representan el devenir del tiempo en su movimiento y cambio de estaciones, y el circulo que bordea el kultrún significaría los límites del mundo de los mapu, con sus cuatros puntos cardinales. Lo más alto y lo más bajo, o lo que es lo mismo lo más etéreo y lo más denso se entraman a través de la fuerza del espíritu presente en el hombre -el hombre como arquetipo diríamos – cuyo plano reside en el Centro.
Este instrumento era el utilizado en los ceremoniales de los machi, los sabios chamanes mapuches –por lo general mujeres- y dependiendo del ritual, se invocaba de diversas maneras. Si el ritual no se llevaba a cabo de la manera adecuada entonces se cernían desgracias tanto en la vida de la comunidad como en los individuos. Estos personajes eran los que poseían los conocimientos para hacer posible la religación de los tres planos, el celestial y el telúrico unidos a través del plano humano, que ellos representaban en todo su virtualidad. Pensar que en sus rituales se llevaba a cabo un culto a fuerzas de la luz y de la oscuridad –lo que implicaría un dualismo- es pasar por alto el hecho de que ellos mismos, que se reconocen a sí mismo como nación mítica cuyos ancestros eran seres sagrados, son artífices de esa religación entre Cielo y Tierra, lo cual está confirmado por los simbolismo del Centro, presente en toda la iconografía mapuche, así como en el kultrún. Esta iconografía nos remite a un mundo donde el cosmos si bien se muestra dual en su despliegue, es esencialmente unificado por la fuerza del chamán, que a través del viaje extático realiza la naturaleza humana primordial.
LA CHAKANAENTRE LOS PUEBLOS QECHUAS E INCAS
La cosmología de los pueblos precolombinos es asombrosa en la medida que en sus formas simples revelan el esplendor del cosmos en su complejidad y vastitud. La Chakana, comúnmente conocida como la cruz del Tahuantinsuyo, es un mapa del cosmos andino que sintetiza los conocimientos astronómicos, geométricos y matemáticos de los antiguos pueblos quechuas sobre la naturaleza y sus procesos de cambios, conocimiento del cual los incas fueron los últimos herederos.
Este símbolo representa la Cruz de Sur, la constelación más importante para muchas de las culturas precolombinas de América del Sur. En la cosmovisión andina esta constelación tuvo una centralidad sin igual en su concepción del universo. Era el reflejo celeste del poder del Gran Creador, Wirakocha. Según los especialistas Chakana vendría del quechua Jach’aQhana, que quiere decir Gran Luminosidad. Es pues la representación celestial del origen sagrado del cosmos andino, de la cual la Cruz del Sur era una especie de epifanía, de ahí que su régimen astral sirviera como modelo para la edificación de todos los aspectos de la cultura en los pueblos quechua.
En su simbolismo se pueden percibir elementos profundamente cosmológicos. La figura se compone de una cruz en cuyo interior hay un cuadrado y al centro de este un círculo. Desde esta perspectiva el mapa cósmico que la Chakana representa nos revela dos aspectos cruciales del cosmos, los aspectos trascendente e inmanente que conforman la trama del universo. En su aspecto astrológico y homerológico, la Chakana es una representación calendárica de las cuatros estaciones y los doce meses lunares del ciclo anual inca. Pero también contiene símbolos del mito cosmogónico inca, cuyos tres planos ontológicos están representados en la cruz. El Hanan Pacha o mundo celestial, en la parte superior de la cruz,; el K’ay Pacha o plano humano como horizonte intermedio y el Uku Pacha, los submundos infernales donde residen las fuerzas oscuras. La unión de estos dos extremos, lo celestial y lo telúrico solo se llevaba a cabo a través de la fuerza humana, cuyo arquetipo era el Inca como emperador y pontífice -por así decirlo debido a su función real, religador de las fuerzas telúricas y celestiales. Estos tres planos están perfectamente representados por las tres gradas que conforman cada una de las cuatro partes de la cruz.
Si para algunos este símbolo representa la prueba de una cosmología dualista (culto a las fuerzas cielo-tierra) solo bastará con mencionar que el circulo al interior del cuadrado y de toda la cruz permite contemplar la “centralidad” de toda la cosmovisión andina, donde las fuerzas celestes (lo solar) y terrestres (lo lunar) son solo manifestaciones trascendente-inmanente de una misma fuerza suprema que los antiguos pueblos andinos, antecesores de los incas, denominaban Wirakocha, el Hacedor de Todo. No hay pues dualismo en la medida que lo dual es solo un reflejo de lo Uno que lo permuta todo, realidad que por lo demás se presenta en muchos de los símbolos precolombinos y muy particularmente en la Chakana.
Su importancia en la edificación de la cultura andina e inca está aún por reconocerse pero podemos inferir que su aplicación práctica está comprobada, pues en una escala tridimensional era un instrumento con el cual los antiguos andinos podían observar y computar una serie de fenómenos astrales y además aplicar las leyes de sus observaciones al planos de las artes, las ciencias y la arquitectura[5].
NOTAS:
[1] Recomendamos
al lector la obra de Federico González “Los símbolos
precolombinos: cosmogonía, teogonía, cultura”. Ediciones
Obelisco, Barcelona 1989.
[2]
En “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada” Rene
Guenon.Paidos, Barcelona 2011.
[3]
Recordemos como la palabra Chong Guo –de donde se origina China-
quiere decir reino del centro. Así mismo, los incas denominaban a su
capital Qoshqo –Cuzco- ombligo del mundo.
[4]
En “Cosmovisión Mapuche” María Ester Grebe, Sergio Pacheco y
José Segura citando a Mircea Eliade, en Cuadernos de la realidad
nacional, Nº 14, pp. 46-73, 1972, Santiago de Chile.
[5]
Ver la obra “Génesis de la cultura andina” de Carlos Milla
Villena, Lima 2006.