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jueves, 28 de junio de 2018
APROXIMACIÓN AL SUFISMO (El viaje del Uno al Uno), por Manuel Plana
A menudo las tradiciones espirituales se comparan a sí mismas a una rueda, que a su vez es uno de los símbolos más universales de la manifestación cósmica. En el caso del Islam, la Shariyah o Ley religiosa ocupa la llanta, la parte que gira de la rueda. Las diferentes Tûruq o vías iniciáticas del sufismo, o mejor dicho, del Tasawuf, son los radios que conducen del exterior al interior de la rueda. En su centro se encuentra la Verdad o Realidad esencial, la Hâqiqa, idéntica al secreto espiritual (Sirr), que es el motor inmóvil que permite y sostiene la existencia de todo el conjunto.
El trayecto que va de la periferia al centro de la realidad, de la multiplicidad exterior a la verdad interior y unitaria del ser, es el de la realización espiritual, la via iniciática, la senda que conduce a Allah. Es el “camino recto” (sirata’l-mustaqim) del que habla la sura de apertura del Corán, la Fatiha, que todo musulmán repite en todas sus oraciones del día, y que sustancialmente se distingue del camino circular que toman aquellos que erran indefinidamente por la periferia o epidermis de la realidad.
A diferencia de los viajes y trayectos que puedan cumplirse en el mundo exterior, éste otro viaje, en cambio, se cumple estrictamente en lo interior; uno emprende la marcha hacia dentro, hacia la unidad, del uno al Uno. Todas las referencias de un viaje exterior ordinario se transponen aquí, simbolicamente, a lo interior, dentro del cual existe toda una geografía por explorar. Bajo este aspecto el sufismo es la Tariqa, la vía, que conduce al ser del exterior al interior, de la superficie al núcleo de la realidad, permitiéndole recuperar, primero, el sentido de la orientación espiritual y después la esencia de lo que es verdadera y eternamente y de lo cual ha perdido casi por completo la memoria. Es éste el verdadero viaje iniciático, el viaje arquetipico del que hablan todas las tradiciones y mitos de la humanidad, ya que en él reposa todo el sentido de nuestra existencia, que no es otro que el que se refiere a la realización espiritual, al cumplimiento de nuestras posibilidades reales más elevadas.
lunes, 28 de mayo de 2018
sábado, 24 de marzo de 2018
¿RELIGIÓN O IDOLATRÍA? por Manuel Plana
Hadith del profeta Muhammad
En su sentido más corriente y superficial, la idolatría es adorar imágenes o representaciones figurativas y naturalistas de todo lo metafísico, pero, como indica el hadith del Profeta Muhammad (slaws), existe una forma de idolatría sutil más peligrosa incluso que esa por lo que tiene de encubierta y disfrazada.
La idolatría o panteísmo, como forma religiosa, raramente ha existido en los pueblos sin la noción simultánea, ya fuera vaga, de un dios supremo, “padre”, “abuelo” o ancestro de los dioses, de un “Altísimo”, de un “Uno” o de un “deus otiosus” que se retira tras crear el mundo dejando el gobierno a sus ministros. Sobretodo, ha sido la visión de los orientalistas occidentales y de la propia iglesia los que han visto idolatrías por doquier al interpretar estas tradiciones desde su propia óptica, tan diferentes a un pensamiento como el moderno exento por completo de referencias de este tipo. No obstante, el cristianismo católico mismo está poblado de muchas devociones particulares a santos que en algunos casos bien podrían calificarse de idólatras. Las sociedades declaradamente “idólatras” han supuesto siempre una decadencia de la tradición primitiva (como Grecia y Roma en sus últimos estadios o las tribus árabes pre-islámicas, p.e.). El ídolo hace aquí de intermediario entre la realidad divina y el hombre, es decir de símbolo, pero precisamente, confundir el símbolo con lo simbolizado es idolatría. Pero ésta confusión tiene aspectos y matices bastante sutiles, tanto que muchos idólatras de pensamiento y de obra son absolutamente inconscientes de serlo, antes bien, convencidos de estar en posesión exclusiva de la verdad.
miércoles, 21 de febrero de 2018
PALABRA, LENGUAJE Y TRADICIÓN ESCRITA EN EL TASAWWUF ISLÁMICO, por Manuel Plana
El Islam, como el judaísmo y el cristianismo primitivo (hasta su “romanización”), son tradiciones iconoclastas: no conciben hacerse imágenes o representaciones figurativas y/o antropomórficas de lo divino, ya que en su trascendencia lo divino esta libre de materialidad, de forma, figura, condición y limitación alguna, aunque a la vez se manifieste en su inmanencia con todas las formas de la creación mediante una variedad incalculable de seres, modalidades y estados.
Son pues religiones que ponen énfasis en la trascendencia divina más que en su inmanencia, ya que en el segundo caso observan el peligro de caer en un panteísmo o naturalismo, al confundir la acción de la naturaleza sensible con el obrar divino, y de ahí al ateísmo hay apenas un paso.
Apelando sobretodo a la trascendencia, el Islam prefiere representar todo el mundo espiritual de manera abstracta, no figurativa, siendo una cultura de origen nómada. En efecto, el ancestro bíblico de los pueblos árabes –en esa época aún no islámicos- es Ismael, el primogénito de Abraham, hijo suyo y de la esclava egipcia Agar. Los pueblos nómadas, como el hebreo y el árabe original, no se asientan en lugares fijos, no tienen necesidad de construir ciudades ni de practicar sus artes plásticas ya que su vida se desarrolla en ámbitos espaciales siempre abiertos y diferentes al estar en permanente movimiento. Practican sobretodo las artes del tiempo: el canto, la música, la danza, la poesía, el tejido y sobretodo la caligrafía y el arabesco. Pero la base de todas esas manifestaciones artísticas es eminentemente la lengua sagrada, el árabe en este caso.
sábado, 11 de noviembre de 2017
LA ESTRECHA CORRESPONDENCIA ENTRE LOS CONCEPTOS ISLÁMICO Y CRISTIANO DE LA SANTIDAD, por Abdelbâqî Meftah
Los conceptos de la santidad (wilâya)(1) en el cristianismo y el Islam están íntimamente ligados y pueden ser enfocados bajo dos aspectos: metafísico e histórico.
El punto de vista metafísico, que es universal, dirige todos los demás grados de conocimiento en el conjunto de las tradiciones. El shaykh Muhyîdîn Ibn Arabi (560-638H / 1165-1240) trata de ello en numerosos pasajes de la suma enciclopédica al-futuhât al-makkiyya (2), al igual que ‘Abd al-Karîm al-Jîlî (767-832 H / 1366-1429) en su obra al-insân al-kâmil (3).
Por otra parte, Frithjof Schuon (1907-1998) hizo una exposición general de esta idea en dos libros: De la unidad trascendente de las religiones y Comprender el Islam.
Desde el punto de vista histórico, la documentación es limitada y las fuentes escasas, pues muy a menudo el tema es ocultado y voluntariamente escondido, a pesar de su profundidad y sus importantes aplicaciones, ocultación dirigida a su misma naturaleza. Que nosotros sepamos, aparte de algunos breves escritos carentes de precisión y claridad, la cuestión no ha sido abordada más que por Ibn Arabî, y el célebre sufí René Guénon (shaykh ‘Abd al-Wahîd Yahya: 1886-1951) que abrió Occidente al Islam y al sufismo.
Este último, inicialmente cristiano, salido de una familia católica, más tarde musulmán egipcio instalado en Egipto hasta su muerte, pudo por ello experimentar plenamente el estrecho parentesco entre las formas cristiana e islámica de la santidad. Pese a ello, negaba haber abandonado la religión cristiana u otra para entrar en Islam, o haberse adherido a una nueva religión distinta de la que había seguido anteriormente.
Esta posición es perfectamente acorde con las afirmaciones de Ibn Arabî sobre la apostasía (al-ridda) y la entrada en Islam del judío o del cristiano. En efecto, dice: “El profeta Muhammad vino solamente a llamar la gente al islam. Los teólogos literalistas (‘ulamâ’ al-rusûm) afirman que esta conversión es imperativa, mientras que para nosotros esto no es así. Los cristianos, como al conjunto de las gentes del Libro, cuando entran en Islam, no cambian de religión (dîn), pues ésta comporta la fe en Muhammad y la adopción de su Ley cuando es enviado. Además, siendo su mensaje universal, nadie cambia de religión cuando entra en islam. Comprende pues esto". (4)
lunes, 28 de agosto de 2017
NOTA SOBRE MOISÉS Y EL KHADIR, por Manuel Plana
En algunas ramas del tasawwuf islámico se dice que: “Los exoteristas siguen los pasos de Moisés, profeta de la ley exterior, formal; los esoteristas siguen al Khadir, este personaje enigmático, alta figura del Ghayb (el misterio, lo no manifestado), que aparece y desaparece para iniciar a los profetas y santos. En el Qur’an (18. 65-82) Khadir pone a prueba a Moisés por tres veces, cumpliendo actos que contravienen en apariencia a la Ley ...” (1)
Aunque no lo sepa, nadie sinceramente interesado en la realización espiritual ignora a este personaje misterioso, pues, es él y ningún otro el verdadero agente de esa búsqueda y de ese interés todo a lo largo de la vida del individuo; su caracter informal (sin nombre y sin forma, sin genealogía como el Melquitsedek bíblico), ajeno al tiempo humano, señala su estatus verdadero y su única y fundamental función: el despertar espiritual del ser humano.
La omnipresencia invisible y silenciosa del Espíritu toma a veces aspectos enormes, hace que algunas de sus manifestaciones aparezcan como personificaciones de funciones y atributos extraordinarios, aunque en lo “ordinario” también esté presente. El ámbito del Espíritu abarca todas las formas sin quedar condicionado por ninguna, sus prerrogativas son precisamente el no estar condicionado por ningún límite formal, ni individual, ni temporal ni espacial, aunque sea por ellos que se manifiesta. Estar tocado por este Espíritu es estar tocado por una vocación consciente de vivencia espiritual, por un toque de atención profunda y persistente en la búsqueda de la Realidad que sucede a pesar del individuo, de sus limitaciones y defectos, que se impone de algún modo a la naturaleza de su ser, como algo sin lo cual todo absolutamente carecería de sentido y de valor para él.
jueves, 27 de julio de 2017
SUFISMO Y ALQUIMIA ESPIRITUAL (*), por Manuel Plana
Los sufíes nunca se llaman a sí mismos sufíes sino fuqaras (pobres) o mutasawwfin (los que recorren la Vía: Tasawwuf). El nombre sufí, como el de Adepto en Europa, no define “al que va o se dirige hacia” sino al que ha llegado, alcanzando el grado más alto de espiritualidad. Fuqara significa literalmente pobres y la vía del Sufismo, en efecto, es una vía de pobreza, lo cual requiere una explicación, puesto que también es, a la vez, vía de riquezas incorruptibles y tesoros inmensos. En efecto, cierta austeridad en las costumbres puede tener algo que ver quizá con la pobreza espiritual, pero nunca con la miseria material o la indigencia.
viernes, 17 de marzo de 2017
LAS ETAPAS DE LOS ITINERANTES HACIA DIOS, por Abdallah al Ansârî al Harawî (Referencias coránicas)
La tabla de las estaciones espirituales –Maqamat- del sheij Abd-Allah al-Ansârî al Harawî, incluida en su libro Las etapas de los itinerantes hacia Dios, es un diagrama simbólico del recorrido del alma en su retorno al Uno, un mapa de la realización espiritual en clave coránica. Las estaciones se disponen en diez módulos o moradas repartidos en cuatro niveles; cada módulo contiene a su vez diez estados (Hawâl) o grados de esa misma estación, sumando un total de cien.(1)
La vía sufí no es otra cosa que un continuo ascenso hasta el Fin, de estación en estación y de estado en estado. Como señala el maestro Kalabadhî (380 H) en su Tratado: “la negación de la estación queda sobrepasada en la afirmación de la estación ulterior”; el Istinbât se inscribe en la exégesis esotérica del Tasawwf, el Tawil kashfî, que es “la vía del desarrollo interior por una captación directa e intuitiva del significado de los términos o los pasajes coránicos considerados”. (*)
La disposición de las diez Moradas en cuatro niveles es una referencia explícita a los cuatro mundos o estados de la cosmología tradicional; en este caso sigue la progresión misma de la Tetraktis pitagórica, es decir, 1/2/3/4; arriba un módulo -10-, dos al nivel siguiente -20-, tres después -30- y cuatro en la base -40-, lo que indica que la potencialidad de la unidad, y de la totalidad señalada por el 10 (y por el 100), están contenidas en el número cuatro (4=1+2+3+4=10=1+0=1). Con el cuaternario comienza la manifestación universal, los tres primeros números, se dice, no son ni manifiestos ni inmanifiestos.
Esta disposición numérica no es exclusiva del pitagorismo ni del Islam, sino propia de la Tradición unánime; también se encuentra en la ciclología hindú más arcaica (Puranas), aquella que mide la duración del presente ciclo humano (Manvantara) en cuatro eras o Yugas decrecientes, como hiciera también la antigua mitología grecorromana y sus edades de oro, plata, bronce y hierro. En todo caso, existe una correlación simbólica entre el diseño de la Creación (Macro y Microcósmica), el de los estados del Ser y el de los grados iniciáticos (o grados espirituales), tanto como una proporción rítmica, un “número de oro”, que determina la progresión del movimiento creativo y la marcha de cualquier ciclo temporal.
miércoles, 1 de febrero de 2017
SOBRE EL HIJO DEL INSTANTE, por Manuel Plana
Hadith del Profeta (saws)
En el nº 8 de la revista Soufisme d’Orient et d’Occident, un artículo firmado por Bruno Hussein trata del simbolismo del “hijo del instante”, conocida expresión sufí que encierra un mensaje iniciático lo suficientemente importante como para merecer una atención especial, y que brinda también la ocasión de profundizar un poco en lo que supone la concepción sagrada y tradicional del tiempo.
Ante todo cabe señalar el doble sentido del instante, pues, como dice Boecio: “El instante que pasa hace el tiempo; el instante que permanece hace la eternidad”. En efecto, para comprender la naturaleza de este “instante” debe reconocerse primero la diferencia de perspectivas que sobre el tiempo tienen, respectivamente, la tradición sagrada y la ciencia moderna, considerando que, en todas sus formas, ésta última encarna directamente el pensamiento empírico y materialista moderno que la ha producido.
Como bien señala el autor, la concepción ordinaria sólo considera del tiempo su apariencia cronológica; lo concibe como una suma adicional de años, días, horas, momentos e instantes, es decir, como algo puramente sucesivo, cuantitativo, y sobre todo, lineal. Su naturaleza se interpreta como un fluir mecánicamente aritmético, homogéneo y uniforme, extraña, en suma, a toda realidad sensible. Para la tradición, en cambio, el tiempo está vivo, su forma sucesiva y su apariencia lineal suponen su percepción más burda, es decir, su perspectiva más ilusoria; confundir el tiempo con una suma mecánica de momentos y sucesos, es imaginar la vida y el universo temporal como una máquina, como un sistema dinámico pero monótono y cerrado sobre sí mismo, incapaz de auto-regenerarse, lo que desmiente el comportamiento de cualquier ciclo vital y sobre todo el fenómeno de la consciencia humana. Es esta concepción errónea la que ha permitido a la ciencia moderna desarrollar todas sus teorías evolucionistas y progresistas del tiempo, así como las reencarnacionistas que ha consignado todo el neo-espiritualismo de moda inspirado en ellas. Del mismo modo se confunde lo eterno o la eternidad con lo indefinido, es decir, con una suma enorme de tiempo, con una cantidad innumerable de años, siglos o milenios. La reducción sistemática de toda realidad a lo cuantitativo está en la base de todas estas concepciones, erróneas ya desde sus propios planteamientos.
martes, 17 de enero de 2017
DE LO IN-CONCEBIBLE E IN-IMAGINABLE, por 'Abdel Hakim
Existe un oscuro dominio que no se puede concebir, es decir, crear un concepto de él, una abstracción, y que además ni siquiera se puede imaginar, crear una imagen, una figura. Un vértigo inexplicable nos asalta cuando focalizamos la atención en estas tinieblas fronterizas, cuando sumergimos la conciencia en la realidad de la nube primordial, en el océano informe e ilimitado de la inmanifestación, en el abismo del Absoluto que todo lo penetra, allí donde se desvanecen las miradas, se pierden las referencias y se disuelve todo vestigio temporal.
Pero, ¿cómo hablar de lo que no se puede hablar, cómo señalar lo que ni siquiera se puede apuntar, como experimentar lo que escapa a cualquier aprehensión, cómo pensar lo impensable, cómo representar lo que ni siquiera se puede simbolizar?
Qué hay más allá de la facultades de la percepción ordinaria, ya sean físicas o psíquicas, ya sean sensibles o sutiles, ya sean visibles o invisibles; en la región donde los símbolos dejan de ser huellas y se volatilizan; en el lugar donde las semillas de la existencia son posibilidades ilimitadas; en el territorio de lo insondable y de lo inefable, de lo que no puede ser afirmado si no es por negación, de lo que sólo trascendiendo la manifestación aparece manifestado con nitidez.
miércoles, 16 de marzo de 2016
LA DISPOSICIÓN CORÁNICA DE LOS CAPÍTULOS DE LA QUINTA SECCIÓN DE LOS «CO-DESCENSOS» DE LAS FUTÛHÂT AL-MAKIYYA (y II), por 'Abdel Baqi Meftah
Podemos ilustrar lo precedente con los siguientes ejemplos:
1) El capítulo 385 corresponde a la primera munâzala. Lleva como título: “El que desprecia triunfa, el que es desdeñado es proscrito”. Su sura es Lo que ha de ocurrir. Está asociada al primer capítulo del Libro de las interpretaciones titulado “La interpretación de la dominación”, cuya idea central es la exaltación y su contrario la humillación. La sura finaliza con la glorificación de al-haqq. “Alaba el nombre de tu sublime Señor” (37). En la misma se expone el dominio de tiranos tales como los Thamûd, los ‘Ad, Pharaon, que no glorificaban al-haqq, como en los versículos 32-33: “Y luego, atadle a una cadena de 70 codos de largo; pues, ciertamente, no creyó en Allah, el Grandioso”. Es por ello que el sheikh denomina, en el capítulo 315 de la cuarta sección de las futûhât, a la estancia espiritual de esta sura: “estancia de la necesidad del castigo”. En el segundo dístico de la poesía introductoria del capítulo de la munâzala correspondiente, hace alusión al nombre de la sura Al-hâqqa (Lo que ha de ocurrir) diciendo: “¿No son los nombres (de Dios) la expresión de las esencias (haqâ’iq) de las criaturas?”; y en el capítulo 22 de las futûhât, denomina a la estancia espiritual de esta sura: “estancia de la Verdad principial (al-haqq)”, porque al principio contiene tres menciones del nombre al-hâqqa (38), y que el nombre haqq se encuentra en los últimos versículos (51-52): “pues, realmente, es sin duda la verdad más cierta (haqq al-yaqîn). Glorifica pues el grandioso nombre de tu Señor”. Lo que dice respecto de la localización del Principio supremo (haqq al-haqq) (39) remite al versículo 17 de la sura: “…ocho (ángeles) llevarán ese día el Trono de tu Señor”.
El sheikh introduce este capítulo mencionando, al final del anterior, la insuflación de los ángeles y la del diablo, aludiendo con ello a los versículos de Lo que ha de ocurrir relativos a aquel que recibe su registro en su mano derecha y el que lo recibe en la mano izquierda (40).
Asimismo, al final de este capítulo, retoma el título, a manera de introducción a la sura de la munâzala del capítulo siguiente, con una alusión al versículo 16 de la sura La pluma (41): “Le golpearemos en el morro”, expresión del desprecio, de la superioridad y del desdeño hacia todo “el que jura en vano, el difamador, calumniador intrigante, el represor del bien, presuntuoso y criminal” (42).
martes, 23 de febrero de 2016
LA DISPOSICIÓN CORÁNICA DE LOS CAPÍTULOS DE LA QUINTA SECCIÓN DE LOS «CO-DESCENSOS» DE LAS FUTÛHÂT AL-MAKIYYA (I), por 'Abdel Baqi Meftah
El Corán es el fundamento y la fuente del Islam, como principio del sufismo (taçawwuf), de su doctrina y de su vía de realización. La enseñanza de Ibn Arabi, y particularmente su obra mayor, Las Iluminaciones de la Meca (futûhât al-makiyya), está totalmente ordenada por el verbo coránico, como él mismo indica en el capítulo 366 de esta obra: “Todo lo que hemos dicho, en asambleas y en nuestros escritos, proviene exclusivamente de la presencia espiritual del Corán y de sus tesoros…”.
Lo que presenta el señor Meftah en el presente estudio es la arquitectura simbólica de la quinta sección de las Futûhât. Esta sección es la de las “co-descensos” o “encuentros a mitad del camino” (munâzalât). Comprende 78 capítulos, cada uno de los cuales corresponde a un versículo de una sura coránica.
El “Co-descenso (munâzala)” es un modo de conocimiento espiritual caracterizado por el doble movimiento de la elevación de las consciencia del iniciado hacia la presencia divina, y del descenso recíproco de ésta hacia aquel, efectuándose el “encuentro” en un grado intermedio (barzakh). Cada munâzala constituye el desvelamiento particular de un conocimiento (recibido bajo la forma verbal de un “discurso”) que es el del verbo divino expresado por el versículo que le es asociado.
Tal como explica el autor, “la munazâla comprende cuatro partes: la ascensión del servidor, el descenso desde la teofanía señorial, el encuentro a medio camino donde se recibe el discurso, seguido del retorno del servidor al lugar de donde partió, revestido del abrigo de las significaciones de este discurso”.
Partes que son otras tantas etapas en el proceso de conocimiento realizado por la munâzala. Igualmente es siguiendo este simbolismo cuaternario como está organizado el conjunto de la quinta sección, estando así relacionados sus 78 capítulo a cuatro grupos de suras consecutivas según la colocación en el texto coránico (1).
miércoles, 28 de enero de 2015
DIVERSIDAD Y CONFLUENCIAS DEL PENSAMIENTO ISLÁMICO, por Sergio Trallero Moreno
En el vasto y complejo mundo llamado Islam, tanto la filosofía, como el sufismo, como la jurisprudencia, como el chiísmo, comparten la búsqueda y acceso hacia la Verdad, en este caso simbolizada por la Revelación de Muhammad. Otra cosa será las vías, métodos, doctrinas y exclusivismos propios, que crearán tanto paralelismos reconciliables como divergencias imposibles de integrar. Partiendo de la base de la elaboración de un “corpus” y entramado genuinos que se forjaron durante los primeros siglos después de la hégira, y que dio lugar al desarrollo de una “cultura clásica” propia del Islam, no fueron ni mucho menos homogéneas las interpretaciones posteriores que se dieron, sobre todo con respecto al estatus, lugar o preservación de la Revelación.
Debido a la creciente asimilación de saberes extranjeros procedentes de la antigua Grecia, apareció la corriente de los falasifa. El Islam de los filósofos planteó serios problemas a la ortodoxia interpretativa que se derivaba de la ciencias tradicionales islámicas, aunque no por eso dejó de tener su culmen con figuras como Avicena o Averroes, que importaron conceptos platónicos y aristotélicos en sus hermenéuticas filosóficas y religiosas. Otra corriente es la que desarrolló una espiritualidad islámica muy elaborada, identificada con el sufismo (tasawwuf) pero que no por eso ha dejado de incorporar elementos filosóficos o gnósticos de otras tradiciones. Entrelazada con filosofías que desarrollaron metafísicas de la luz o del ser altamente simbólicas como las de Avicena o Suhrawardi, tuvo su máxima expresión en el andalusí Ibn Arabi. Pero hubo toda una línea que se opuso a las dos anteriores, además de distanciarse de la teología, y es la que Ibn Taimiyya restauró y que toma su origen en la jurisprudencia (fiqh) estricta que formuló Ibn Hanbal, más centradas en la literalidad e integridad del mensaje revelado, frente a otras supuestas desviaciones, y que en los tiempos modernos ha nutrido concepciones deformadas de la sharia. Tampoco se puede olvidar el chiísmo, que reivindicó la legitimidad propia de la transmisión espiritual y temporal de Muhammad a través de su yerno Alí y continuada por sus descendientes, los Imames. Pero la historia nos dice que en los primeros tiempos se daba una cierta confluencia entre el sufismo primitivo y los elementos chiís.
A continuación se van a analizar brevemente las relaciones entre estas cuatro formas paradigmáticas de pensamiento islámico, no tanto en sus evidentes divergencias sino en los posibles puntos de unión entre ellas.
martes, 29 de julio de 2014
PUBLICACIÓN DEL LIBRO “DIMENSIONES DE LO REAL. ENSAYOS DE FILOSOFÍA, ASTROLOGÍA Y ESOTERISMO”.
Esta obra puede considerarse un compendio de distintos trabajos y consta de tres partes en las que se exponen tres dimensiones distintas del ser y del conocer: el análisis de la razón, la síntesis del símbolo y la vivencia de lo sagrado. Para ello se estudia el proceso de ruptura tradicional que supuso la Modernidad en su alejamiento disarmónico con la esfera del Ánima Mundi, respetada en todo pueblo como ámbito sutil donde reside toda vida y sentido, y que posibilitó el desarrollo de saberes como la Astrología, ciencia de los ritmos naturales de acuerdo a principios metafísicos universales.
El libro profundiza en diversas nociones: el mito y el logos, la modernidad, oriente y occidente, la ciencia sagrada, los ciclos del cosmos, la analogía, el simbolismo, la espiritualidad, las tradiciones sagradas, lo metafísico, la muerte, la iniciación, etc.
La primera de estas dimensiones es la que aquí se considera como un tipo de exoterismo, es decir, un ámbito externo de considerar las cosas (en referencia a los dos siguientes): la Filosofía; con la razón como facultad analítica y reflexiva por excelencia, pretende buscar las razones de ciertas problemáticas mediante el pensamiento discursivo. El segundo ámbito, el intermedio, definido como el del simbolismo, de la analogía universal o del anima mundi, es tratado aquí en referencia a una ciencia tradicional y sagrada: la Astrología. Y el tercero y último es aquel dominio correspondiente a la Metafísica integral, en el sentido profundo que apunta hacia la Trascendencia misma, como núcleo de toda forma espiritual; se presentará aquí desde el esoterismo tradicional en la línea de los trabajos de René Guénon, pero principalmente desde la tradición más reciente (la islámica) y la considerada por muchos más primordial (la hindú).
jueves, 17 de julio de 2014
LA REVELACION CORANICA Y SU SIGNIFICADO ONTOLOGICO DESDE LA PERSPECTIVA SUPRA-HISTORICA, por Armando Montoya
Toda celebración religiosa conlleva, más allá de la confirmación de ciertas creencias, una serie de vivencias muy profundas, siendo pues la actualización en lo concreto de los principios fundamentales de una cosmovisión sagrada dada. En otras palabras, toda praxis cultual religiosa implica la realización efectiva de la conciencia en la vida concreta del ser humano, por lo menos hasta un cierto grado afectivo, lo que se traduce en una luminosidad que se hace presente en la vida cotidiana del creyente. Desde otro punto de vista, podríamos decir que son la realización práctica de las creencias que permiten al fiel creyente “vivenciar” los relatos sagrados que conforman el corpus de su tradición.
Las festividades de Ramadán tienen, en este sentido estricto, ese profundo alcance en la práctica espiritual de los musulmanes, particularmente de aquellos que ven la realidad divina como una presencia eterna y continua en su proceso creador (nos referimos al magisterio del Tasawwuf a través de sus organizaciones iniciáticas, a los maestros y santos que han mantenido la tradición sufí viva, sin descartar otras vías esotéricas presentes en otras tradiciones islámicas). En otras palabras, al interpretar el sentido de la revelación coránica más allá de su significado religioso –tan válido como otros- y contemplemos su valor espiritual podemos percibir en su manifestación la imagen del obrar divino en la renovación del ciclo humano, evento fundamental para entender la ley de la revelaciones proféticas en la tradición abrahámica.
Las festividades de Ramadán tienen, en este sentido estricto, ese profundo alcance en la práctica espiritual de los musulmanes, particularmente de aquellos que ven la realidad divina como una presencia eterna y continua en su proceso creador (nos referimos al magisterio del Tasawwuf a través de sus organizaciones iniciáticas, a los maestros y santos que han mantenido la tradición sufí viva, sin descartar otras vías esotéricas presentes en otras tradiciones islámicas). En otras palabras, al interpretar el sentido de la revelación coránica más allá de su significado religioso –tan válido como otros- y contemplemos su valor espiritual podemos percibir en su manifestación la imagen del obrar divino en la renovación del ciclo humano, evento fundamental para entender la ley de la revelaciones proféticas en la tradición abrahámica.
jueves, 1 de mayo de 2014
EL PROCESO INTEGRADOR DEL SUFISMO (*), por Eric Geoffroy
A diferencia del asceta, que rechaza el mundo porque no reconoce en él a Dios, el que sigue la vía sufí se desposa con este mundo (dunyâ) para poder trascenderlo mejor. “Los devotos y los ascetas se asustan de cualquier cosa, porque las cosas les hacen olvidarse de Dios. Si Le vieran en todas las cosas, no se asustarían”.
Al realizar este matrimonio cósmico (en árabe, el término dunyâ es de género femenino), el sufí rompe el dualismo que habitualmente existe entre el mundo y nosotros. Tiende así a la unión, es decir, a realizar interiormente la unificación.
Mediante la contemplación, comprende y atraviesa la multiplicidad de los fenómenos para remontar hasta su origen, lo que Ibn ‘Arabî llama “la Unicidad subyacente tras la multiplicidad”: De ahí la insistencia del Corán en incitarnos a percibir y descifrar los “signos”: “Les haremos ver Nuestros signos en el universo y en ellos mismos, hasta que reconozcan que es la Realidad” (Corán, 55, 29).
Este mundo de aquí abajo es, de hecho, un verdadero laboratorio alquímico donde cada signo exterior puede ser trasmutado en alusión (ishâra) interiorizante. Debemos pues permanecer constantemente en estado de vigilancia, pues “cada día Él está en algún asunto” (Corán 55, 29), y Se manifiesta bajo apariencias sin cesar renovadas.
miércoles, 26 de marzo de 2014
¿QUÉ ES EL SUFISMO? ENTREVISTA CON MICHEL CHODKIEWICZ (*)
Michel Chodkiewicz, Director General de editions du Seuil hasta junio de 1989, Director de Estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Su familia de origen católico polaca se estableció en Francia en 1832. En el curso de un viaje por los países árabes descubrió el sufismo y se convirtió al Islam a la edad de 17 años. Desde entonces ha realizado incansablemente una investigación de los textos de Ibn’Arabi, que constituye el objeto de su seminario en la École des Hautes Études.
Investigación continuada por dos de sus hijos, como Claude Addas que publicó una obra en la que relata el itinerario espiritual y geográfico del Sheikh al Akbar: “Ibn’Arabi o la búsqueda del Azufre Rojo” (Paris, Gallimard, 1989).
Michel Chodkiewicz está considerado uno de los mejores especialistas del pensamiento “akbariano”. Bajo su dirección, la editorial Sindbad acaba de publicar una edición crítica de Futuhat al Makkiyya – Las Iluminaciones de la Meca –.
La entrevista concedida a Elias para la “Tribune d’Octobre” (Montreuil, nº 19, marzo de 1990) es la prolongación de una conferencia dictada en 1990 en el Institut du Monde Arabe que tenía como título “Certezas y conjeturas sobre la influencia del sufismo en el pensamiento occidental”.
¿Por qué, en su opinión, el Occidente medieval prestó tan poco interés por el sufismo al mismo tiempo que bebía sin problemas de las ciencias árabes? ¿Puede que sea debido a razones puramente técnicas?
No creo que para explicar esa aparente falta de interés se deba recurrir a razones puramente técnicas debidas, por ejemplo, a dificultades de acceso a las obras del tasawwuf. No veo por qué sería más difícil encontrar textos sufís que textos filosóficos o científicos. Por otra parte, la cuestión de la complejidad de tales textos tampoco parece ser ninguna explicación. Los de Averroes o de Avicena no eran menos difíciles. Por lo tanto, este tipo de explicaciones, en caso de tenerse en cuenta, me parecen ser extremadamente secundarias. Veo la razón principal en el siguiente hecho: en materia de filosofía y de ciencias, Occidente era deficitario. Los árabes tenían un considerable adelanto en medicina, astronomía, matemáticas, etc.
El Occidente cristiano tenía también carencias culturales en materia de pensamiento especulativo. Pero su fe, su comprensión de las verdades de la fe, su vida espiritual, eran suficientemente robustas como para impedir la aparición de un sentimiento de vacío que hiciera falta colmar. Creo significativo que el interés por el sufismo y por otras tradiciones orientales haya surgido precisamente en el momento en que la fe y los valores espirituales se habían debilitado en Occidente. El movimiento se empieza a dibujar en el siglo XVIII, se confirma en el XIX y se acelera en el XX: efectivamente, es en el siglo XX cuando, por una parte, se traducen muchos textos sufís, y por otra, asistimos a movimientos de conversión al Islam en Europa y América, determinados por esta atracción por el sufismo.
viernes, 19 de abril de 2013
RESEÑA A “LA PROFANATION D’ISRAËL SELON LE DROIT SACRÉ”, Ch.A. GILIS. Ed. Le turban noir, 2008, por 'Abdel Hakim
Charles André Gilis es un autor polémico, tradicionalista guenoniano en la línea del tassawuf islámico continuado por Michel Vâlsan, se centra en este trabajo en un asunto tan espinoso como actual. Se ha decidido realizar esta reseña porque el enfoque del asunto, salvando la idiosincrasia y las cuestiones más religionarias o exclusivistas, es bastante genuino e inusual; además de no existir su obra en castellano. Sirvan las citas extraídas como motivo de reflexión desde una perspectiva sagrada.
Siempre desde una hermenéutica akbariana centrada en la noción de Derecho Sagrado, comienza Gilis este pequeño libro con unas consideraciones sobre la Ley Universal: “ante la incapacidad de los Occidentales para comprender lo que es el Derecho divino y admitir su legitimidad, (…) la noción más adecuada para hacer comprender lo que es verdaderamente el Derecho sagrado, es la de “alianza”; El hombre fue creado para Dios, es decir, iniciáticamente, para que pueda conocer-Le y el Altísimo es el único verdadero detentador del Derecho. Es Él quien determina la Ley universal y quien fija los términos de las alianzas.” Prosigue el autor exponiendo dicha Ley como el Sanatana Dharma hindú y el Din al Islam musulmán, “Religión esencial de la que los profetas y enviados divinos tienen como misión adaptar a las sucesivas fases y a las modalidades particulares del ciclo humano”, dando lugar a “diversas formas tradicionales, como adaptaciones de esta Ley primordial”.
Si bien el judaísmo está regido por la Ley de Moisés y el Islam por la Ley de Muhammad, el cristianismo se presenta como una excepción, pues no tiene una ley sagrada que le sea propia, al haberse constituido por el abandono de la ley mosaica. Respecto a esta singularidad cristiana Gilis explica: “Hay en ello un estatuto de excepción que reposa sobre la idea de que la espiritualidad es un “superación de la ley”. Además, ese estatuto es interpretado unilateralmente como la señal de una superioridad, cuando en realidad representa una modalidad particular y una adaptación a un mundo en perdición (que prefigura el nuestro) en el que, según René Guénon, las tradiciones “existentes hasta entonces, y especialmente la greco-romana que se había hecho predominante, habían llegado a una extrema degeneración”.
Siempre desde una hermenéutica akbariana centrada en la noción de Derecho Sagrado, comienza Gilis este pequeño libro con unas consideraciones sobre la Ley Universal: “ante la incapacidad de los Occidentales para comprender lo que es el Derecho divino y admitir su legitimidad, (…) la noción más adecuada para hacer comprender lo que es verdaderamente el Derecho sagrado, es la de “alianza”; El hombre fue creado para Dios, es decir, iniciáticamente, para que pueda conocer-Le y el Altísimo es el único verdadero detentador del Derecho. Es Él quien determina la Ley universal y quien fija los términos de las alianzas.” Prosigue el autor exponiendo dicha Ley como el Sanatana Dharma hindú y el Din al Islam musulmán, “Religión esencial de la que los profetas y enviados divinos tienen como misión adaptar a las sucesivas fases y a las modalidades particulares del ciclo humano”, dando lugar a “diversas formas tradicionales, como adaptaciones de esta Ley primordial”.
Si bien el judaísmo está regido por la Ley de Moisés y el Islam por la Ley de Muhammad, el cristianismo se presenta como una excepción, pues no tiene una ley sagrada que le sea propia, al haberse constituido por el abandono de la ley mosaica. Respecto a esta singularidad cristiana Gilis explica: “Hay en ello un estatuto de excepción que reposa sobre la idea de que la espiritualidad es un “superación de la ley”. Además, ese estatuto es interpretado unilateralmente como la señal de una superioridad, cuando en realidad representa una modalidad particular y una adaptación a un mundo en perdición (que prefigura el nuestro) en el que, según René Guénon, las tradiciones “existentes hasta entonces, y especialmente la greco-romana que se había hecho predominante, habían llegado a una extrema degeneración”.
sábado, 6 de abril de 2013
RENÉ GUÉNON Y EL TASAWWUF ISLÁMICO, por Manuel Plana
Poco después del deceso de René Guénon (7-1-1951), Michel Valsán comentaba: “…dada la ocasión, muchos se han extrañado al enterarse que fue musulmán.” (…) “Otros se preguntaban si podía haber acuerdo entre su perspectiva doctrinal y su postura tradicional personal. Otros incluso han llegado a pensar que su enseñanza metafísica e intelectual no podría considerarse compatible con la doctrina islámica. No es necesario destacar lo que hay de superficial o aún de malévolo en este género de opiniones o de suposiciones.” (1)
Hace poco más de treinta años, el profesor Nadjmud Din Bammate señalaba a propósito de lo mismo: ”Es curioso ver, incluso entre los fervientes adeptos de la obra guenoniana, esforzarse en poner entre paréntesis, como un molesto incidente, su conversión al Islam y notar, por ejemplo, que tiene poco lugar en sus escritos la tradición islámica.” (2)
Salvo pocas excepciones, el desdén hacia este tema poco ha cambiado hasta ahora, por lo visto, la opción personal de Guénon fue tan “personal” que no vale la pena considerarla, y si las doctrinas islámicas son poco sobradas en su obra, ¿para qué interesarse por el Islam y el sufismo? Es lo que piensan algunos “guenonianos”, los mismos que desdeñan el Islam y no ven en el sufismo sino algo pseudo-religioso, convencidos quizá de que las instituciones occidentales de este tipo, si es que comparativamente las hay, están mejor dotadas y son más adecuadas para el hombre occidental.
La poca presencia que en sus libros tiene el Islam y su tasawwuf, es decir, el sufismo, se debe a razones de peso que él mismo explica como veremos, pero ha hecho creer a bastantes de sus lectores el tener que descartarlo como tradición realmente operativa para ellos mismos, pensando que al dirigirse sobretodo al hombre occidental era a sus únicas tradiciones occidentales (de hecho solo hay una iniciática) a quien Guénon remitia, lo cual, sin dejar de ser una posibilidad siempre estimada, no se limita a eso en absoluto. Ciertamente, si Guénon escribió sobretodo para el hombre occidental es por las razones evidentes del decrépito estado de su espiritualidad, pero la luz que vertió, al menos en lo que toca a lo esencial, venía de Oriente, cosa que le reprocharon muchos y que él nunca desmintió. Y bajo esa luz es que todo lo referente a la realización espiritual y al simbolismo sagrado en sus más importantes aspectos, retomó su definición original, tanto en el caso de las tradiciones occidentales como orientales.
lunes, 10 de diciembre de 2012
ALGUNAS CLAVES DEL SUFISMO CONTEMPORÁNEO (*), por Manuel Plana
Irrealidad del ego
El individuo humano no puede definirse a sí mismo sino como una suma de condicionamientos diversos. Primero los que signan su lugar en el cosmos, su tiempo y espacio vital, después los que recibe como herencia de sus ancestros y progenitores, y correlativamente los que incorpora del medio familiar, social, escolar, profesional, etc… del que surge y en el que vive inmerso.
La concepción que el individuo se forja de la realidad y de sí mismo siempre es en base a lo que conoce según lo que ha recibido y asimilado del ambiente, es decir, a esa perspectiva mental que todos esos elementos han configurado por aglomeración, creándole una identidad, el ego social, el Nafs, tanto como una historia personal. Ese ego o Nafs, le proporciona una “personalidad” (literal. del griego: una “máscara”), un distintivo para diferenciarse y asimilarse a la vez con el medio y con sus “semejantes”.
Esa “personalidad”, que esencialmente es un concepto extraído del medio que el individuo se hace de sí mismo, una imagen o “construccion mental”, se ha instalado en la consciencia desarrollando hábitos, rutinas, comportamientos, tendencias y patrones reactivos con los que se identifica plenamente; esa es, según él, su identidad, su “alma”, su mente o su mentalidad, a la que ve como suya y propia. Todo nuevo saber, conocimiento o experiencia no hace sino reforzar esa personalidad, vale decir, ese concepto relativo de sí mismo creado por la perspectiva mental. De manera muy improbable, sólo una toma de contacto efectivo con una realidad superior al ego individual, es decir, a la descripción egótica del mundo y egolátrica de la realidad que hemos heredado, puede orientar la consciencia a mirar más allá de sus topes, a conocer otra realidad libre del filtro que crea los límites del ego mental y social. En tal caso, podríamos preguntarnos donde está la verdadera libertad del individuo pregonada a bombo y platillo por la sociedad moderna cuando todo en él es pura condición, pura limitación, sea o no consciente de ello.
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