Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

jueves, 27 de julio de 2017

SUFISMO Y ALQUIMIA ESPIRITUAL (*), por Manuel Plana

El Sufismo es la espiritualidad iniciática del Islam y su dimensión esotérica. Si la Shari’a o ley religiosa conduce al hombre corriente al Paraíso de los creyentes, salvándolo de la condenación y del error, el sufismo o Tasawwuf,  lo conduce hasta la Identidad Suprema, es decir, le anula el ego propio para fundirlo con la propia realidad divina, pues Dios es la Unidad sin segundo. La tradición sufí es una cadena espiritual que se remonta al propio Profeta Muhammad (slaws) transmitida directamente a sus primeros discípulos y compañeros y que llega ininterrumpidamente hasta hoy por vía de maestro a discípulo. Se compone de una doctrina metafísica y de un método espiritual, basados ambos en el Corán y la tradición islámica del Profeta (Sunna), pero llevando a sus más elevadas consecuencias su mensaje sagrado. Definir el sufismo es pues definir la espiritualidad más interior del Islam, la cual no es diferente de cualquier otra espiritualidad considerada en su aspecto esotérico e iniciático salvo por la forma histórica y cultural que toma en el tiempo.

Los sufíes nunca se llaman a sí mismos sufíes sino fuqaras (pobres) o mutasawwfin (los que recorren la Vía: Tasawwuf). El nombre sufí, como el de Adepto en Europa, no define “al que va o se dirige hacia” sino al que ha llegado, alcanzando el grado más alto de espiritualidad. Fuqara significa literalmente pobres y la vía del Sufismo, en efecto, es una vía de pobreza, lo cual requiere una explicación, puesto que también es, a la vez, vía de  riquezas incorruptibles y tesoros inmensos. En efecto, cierta austeridad en las costumbres puede tener algo que ver quizá con la pobreza espiritual, pero nunca con la miseria material o la indigencia.

Aunque sea rico, el faquir es pobre porque está desposeído de todo cuanto podría atribuirse como suyo cualquier otro, especialmente del propio sentido de posesión; y aunque sea materialmente pobre, es rico porque lo esencial y más precioso no le falta. Es pobre en relación a Dios, que es el único verdaderamente Rico. Es pobre en relación al mundo, porque todo sustento lo extrae de él. Y es pobre con respecto a sí mismo porque es perfectamente consciente de que ni su ser ni su destino es algo que controle ni dependa de él mismo. Esta pobreza no es, pues, fruto de una decisión suya, de una humildad forzada, de una pose místico-religiosa que tiende a despreciar o a temer “el mundo y el siglo”, o a una especie de actitud penitente con respecto a un sentimiento confuso de “culpabilidad existencial”, muy dado en algunas religiones. Por el contrario, esta pobreza nace de una consciencia neta de los límites y limitaciones de su individualidad y de su total dependencia con respecto al Ser Real, es decir, del Principio.

Su autosuficiencia egótica y su lectura egolàtrica de la realidad, se han diluido o están en proceso de disolución, pues, comprende sin vacilaciones que su ser temporal está hecho de pura necesidad; que su “personalidad” no es suya sino que todo en él es “prestado”, cuerpo, mente, genio, figura y conocimientos, criterios, virtudes y defectos, son elementos extraídos todos de un mismo caldo de cultivo ambiental que lo ha configurado en la forma tanto fisica como psicológica, sin apenas jugar nada en ello su decisión y voluntad propias.

El faquir es el que ha podido constatar por sí mismo que la libertad individual del ego, tanto como su existencia “positiva”, es una pura falacia, la ilusión más engañosa de las que quizá existen; ha constatado que es una creencia, o mejor, una “religión invertida”, que se sostiene gracias a la ignorancia radical en la que permanentemente vivimos sin darnos ni siquiera cuenta, pues, la anormalidad se ha “normalizado” en las sociedades modernas.

Sin embargo, este vaciamiento, esta muerte al ego, no es cosa fácil ni que pueda realizarse por libre contando tan solo con los únicos recursos individuales; quien no tiene maestro en esta vía, dice el sufismo, tiene a Shaytan por maestro. Ni tampoco puede hacerse con el mero concurso de la simple religión, o del voluntarismo piadoso, antes bien, es necesaria una iniciación previa, la transferencia de un impulso superior al psiquismo individual, adoptando un tipo de vida prácticamente dedicada a la introspección y a una “guerra de guerrillas” puramente interior.
No hay lucha más dificil que la que se establece entre uno y uno mismo, ni peor enemigo que uno mismo. Es la lucha contra los enemigos del alma de la que habla no solo el Profeta (slaws), sino también San Pablo y todos los maestros, esos enemigos internos que a cualquier buen cristiano le hacen “odiarse a sí mismo” en palabras de Jesús.

Las fuerzas ciegas del alma, los fuegos y los alientos del instinto que la mueven, se resisten a cambiar la orientación de sus tendencias, son los “dioses caídos” de la mitología tradicional, los titanes y demonios que guardan celosamente los tesoros sagrados, como también los “nudos” que nos atan a modos de existencia por debajo de la verdadera dignidad humana, y contra los cuales hay decretada una guerra que, según todas las tradiciones, durará hasta el fin de los días. A propósito de esta Gran Guerra Santa y puramente espiritual (Jihad al Akbar), ha de decirse que  es la verdadera Jihad que certificó el Profeta (slaws) y no la criminal que predican los fundamentalismos de toda calaña, que con su resabiada y delirante ignorancia, manipulan la religión a su antojo dando de ella las versiones que más les conviene, cómplices, conscientes o inconscientes del crimen, la mentira y la confusión de estos últimos tiempos.

La rectificación de esas fuerzas internas capaz de producir una regeneración psicoespiritual completa en el individuo, haciendo de él algo mucho más que un individuo, es una de las tareas directas que brinda la Alquimia sufí, la cual poco ha tenido que reafirmarse como puramente espiritual en el ámbito islámico, pues, es algo que va de suyo en los medios iniciáticos del Tasawwf. 
A diferencia de los europeos, pocos alquimistas árabes han perdido su tiempo entre retortas y alambiques buscando un oro físico inútil al espíritu, los llamados “sopladores de carbón”, precisamente los padres de la ciencia moderna y del desarrollismo tecnológico occidental. 
Las disciplinas de la  alquimia sufí se basan mayormente, además de la introspección, en las ciencias del ritmo, pues, la naturaleza del alma y de sus fuerzas es rítmica, musical, está diversificada en cualidades diferentes de ella misma comparables  a ritmos vibratorios.  La substancia anímica, como todo en la naturaleza, se expande y se contrae, se condensa y se disuelve, fluye y cristaliza en estados diversos de una misma cosa que llamamos alma y que el Arte sagrado de la Alquimia puede modificar, purificar, estabilizar, curar y transformar. Porque el alma no es el espíritu, ella está creada y formada, actúa, cambia y se mueve constantemente, mientras que el Espíritu es increado; ella es movimiento y reposo relativos, el espíritu es Presencia y acción no actuante. 

Una de las peores tribulaciones modernas heredadas del cartesianismo es, precisamente, la confusión entre alma y espíritu, el Nafs y el Ruh, la Psique y el Pneuma, y que se extiende a lo físico y lo metafísico, lo finito y lo infinito, etc... De igual modo se han multiplicado los farsantes y los “profesionales” del espíritu, los falsos profetas, los falsos maestros y también los falsos discípulos,  productos de doctrinas engañosas o bien verdaderas pero mal comprendidas que algunos, incluso, pretenden vender por correspondencia dando “titulaciones” a los “Misterios sagrados” después de acabado el curso.

Bajo la perspectiva del sufismo, y en especial de la Alquimia espiritual, el hombre, no está acabado, la naturaleza lo ha dejado crudo, a medio hacer. La perfección de su ser original  y la recuperación de su verdadera identidad, su autentico Nombre, se los ha de ganar “con el sudor de su frente”, es decir, “cultivando el jardín” de su alma, devastado por la cizaña de la ignorancia y sus variados hábitos. Su alma está entre el Agua y la Tierra, la han de completar la acción del Aire y el Fuego espirituales. La transmutación alquímica es aquí el proceso que sigue este progresivo vaciamiento de sí mismo, que al mismo tiempo es un nuevo nacimiento, una construcción interna o una nueva creación.

El faquir, decíamos, se desprende hasta de su propia pobreza, pues, hasta ella puede ser una posesión y quizá incluso un motivo de orgullo; abandona la religión de su ego para seguir la Ley Primordial, el  Din al Qayyum, y establecerse en su Naturaleza virgen  (Din al Fitrah), tal y como decía Jesús que tenemos que volvernos, como niños, es decir, puros, si queremos entrar en el Reino de los Cielos. 
El artífice de este cambio, se dice en la Alquimia, es el Fuego espiritual, la llama del Amor divino  (Mahab’ba) o chispa inmortal que reside oculta en el corazón humano, Amor que Dios tiene de Sí mismo y que no es distinto de Su luz (Nûr) o Conocimiento (Marif’ah) de Sí mismo, la verdadera Gnosis.

En un mundo como el que vivimos, esta meta puede parecer a la mayoría una pérdida de tiempo, una filosofia para tontos o quizá una locura, o el peor de los fanatismos, pues, impera una inversión secular de valores muy evidente en todo pero muy dificil de advertir en uno mismo. Somos ricos por fuera y pobres por dentro, sanos por fuera y enfermos por dentro, ricos en ego y pobres de espíritu. Los criterios de un razonamiento materializado y confuso nos bastan y con ellos como aval nos permitimos juzgar lo que ignoramos por completo. Bien pocos son los que están dispuestos a revisarlos concienzudamente a fin de descubrir la verdad y separarla del engaño y la ilusión.

No solo el sufismo, sino cualquier vía espiritual auténtica propone esa posibilidad de liberación por la realización espiritual. Pero como tales, estas vías han de adaptarse periódicamente a las necesidades del momento, que cambian con los tiempos y las mentalidades. El sufismo hoy en día, tanto en sus países de origen como en países occidentales, ha tenido que anteponer unos métodos a otros que en la antigüedad eran primarios; su práctica no puede entrar en contradicción con el tipo de vida que llevamos en medio del mundo moderno, pero aún menos ser cómplice de sus desvaríos, se impone un equilibrio.

El faquir vive la vía sin renunciar al mundo, ni a la familia, ni a su profesión, bien al contrario, todas las parcelas de la misma se unifican tomando una misma dirección después de aprender a desenvolverse en medio de la complicada maraña de la “vida ordinaria”, que para el foqara solo será ordinaria de cara afuera.  A parte de esto, el sufismo ha inspirado desde los mismos orígenes del Islam las expresiones más espléndidas de su  ciencia y de su arte, como la poesía, la música, el canto, la danza, la arquitectura, la caligrafía, etc.. recreando una cultura universalista inspirada por el espíritu y orientada, sobretodo, a la fusión con la Unidad y su Belleza. 



*.- Presentación en Centre Cultural Pati Llimona, Barcelona. 2005, con ocasión de un concierto de Sama’a.