1.- La Obra al Blanco equivale a la restauración del estado pimordial, el cumplimiento de los Pequeños Misterios. La Obra al Rojo prefigura los Grandes Misterios.
miércoles, 29 de abril de 2015
SOBRE ALGUNOS SÍMBOLOS Y OPERACIONES DE LA ALQUIMIA HERMÉTICA, por Manuel Plana
Como se sabe, las etapas de la realización espiritual varían según cada vía y forma tradicional; la propia variedad de estados en que se manifiesta el Sí mismo, meta y objeto de toda realización, es en número indefinido. Sin embargo, ningún esquema iniciático tradicional sigue pautas arbitrarias, sino que responde a su propio punto de vista metafísico o al Plan creacional mismo contemplado desde alguno de sus principales aspectos, siendo la iniciación su mimesis ritual y consciente. Este Plan, aunque comporte indefinidos estados, ellos mismos se agrupan por categorías universales, del mismo modo que en el cuerpo las células, los órganos, los miembros, etc... dándose por entendido que no se trata de recorrerlos todos sino que, en tanto modalidades de una misma cosa, alcanzando el centro de cada una de estas categorías, quedan todos realizados por añadidura. Así, en cuanto tales, son distintos o diferenciados hasta cierto punto, a partir del cual ya no puede hablarse de diferencias ni tampoco darles el sentido cuantitativo ordinario.
Todas las tradiciones completas hablan de dos grandes fases en la vía, en relación directa con los principales aspectos de la deidad o del Sí mismo, el inmanifestado y el manifestado, el Impersonal y el Personal, Grandes y Pequeños Misterios en la antiguedad occidental; Bauddha-Ajñâna y Paurusha-Âjñâna del shivaismo advaita cachemir; el-Fana y el Fana al-Fanai (extinción y la extinción de la extinción) en el sufismo; grados azules y altos grados en la Francmasonería, etc... los cuales se corresponden igualmente con la propia división general de la cosmogonía en Cielo y Tierra o Aguas Superiores e Inferiores, es decir, en dos grandes órdenes de posibilidades distintas de ser y de realidad, una informal y supraindividual y otra individual y formal que el hombre incluye en sí mismo.
Los Pequeños Misterios lo son de la Tierra en el sentido más ámplio del término, es decir, de lo que suponen todas las posibilidades del plano de existencia que corresponde al humano de este ciclo o Manvántara. Por ello su culminación incluye la restauración de su perfección primordial (paradisíaca), la redención cristiana de la "caída", con la consiguiente regeneración psíquica del misto, que para ello ha tenido que pasar por una serie de transmutaciones internas y desandar todo el trecho laberíntico que lo separa del Origen. En el caso de los Grandes Misterios, del Cielo, ya no se trata de ninguna transmutación o pasaje por estados individualmente (o formalmente) diferenciados, sino al contrario de una transformación o paso más allá de las formas y las diferencias, y por tanto de la propia noción de separatividad, dualidad y cantidad. Existe entre ambas posibilidades una jerarquía ontológica que hace de los primeras un reflejo sucesivo y condicionado de las segundas, la corriente psico-somática de las formas y el mundo espiritual de los principios inmutables en términos platónicos. Unos se recorren horizontalmente, en modo sucesivo y distinto, como una metamórfosis hacia la forma verdadera, y otros verticalmente y fuera de toda idea de sucesión, de cambio y de forma. A este respecto puede hablarse, como hace el sufismo, de estados (Ahwal) y estaciones (Maqam); los primeros van y vienen, los segundos suponen algo estable y adquirido de una vez por todas. Y es patente que el paso de una a otra de estas categorías o estados, supone siempre una muerte y un nacimiento simultáneo, precisamente porque no existe otro modo de pasaje; se impone un paso al límite, una ruptura de nivel, que no puede provocar ningún recorrido sucesivo y cuantitativo de estados.
Aquí la paradoja también se impone ya que no existe realmente contradicción en el hecho de haber continuidad y discontinuidad a la vez entre los estados, como tampoco entre el Principio y su manifestación, o la muerte y la vida; hay cambio de estado pero no queda destruido nada esencial, sino únicamente modificados los agregados que sirven momentaneamente de vehículo al ser. Existe una diferencia abismal y una relación indivisa, una separación por la periferia y un punto central de unión por el eje invisible de cada plano o estado (Sutrâtmâ), idéntico a la Puerta Estrecha de la que habla el Maestro Jesús refiriéndose al Reino de los Cielos que está dentro de nosotros. Atravesar esa puerta es ver la unidad indivisible de los contrarios, que es de lo que tratan precisamente los Pequeños Misterios, los de la muerte y la regeneración del alma, el retorno al Centro y al Origen. Y es desde ese centro que se efectúa la conexión con los estados superiores o supra-individuales y con el Principio Supremo, los Grandes Misterios.
Ciertamente, desde la no-dualidad absoluta o desde la Unidad sin segundo del Ser universal, todos los estados son equivalentes, es decir, aspectos suyos más o menos relativos, pero desde el punto de vista limitado del individuo y de su perspectiva mental (es decir, su traducción psicológica en modo formal y sucesivo de lo que en el fondo es informal y simultáneo), le interesa mucho no confundirlos, especialmente cuando estos configuran la jerarquía misma de sus propias posibilidades internas. Por su propia naturaleza informal y extratemporal, los estados superiores son omnipresentes cuanto más universales y no están sujetos a alternancia, es la consciencia mental la que apercibe de ellos tan sólo la sombra o su imagen inversa en forma de estados psicológicos. Y así es hasta que ella misma, la psique, no es centrada, unificada y trascendida, lo cual y en relación al recorrido iniciático, equivale tradicionalmente a una salida de la caverna, una salida a la luz.
Métodos u operaciones
En la Alquimia hermética diferentes textos y maestros hablan de distintas operaciones a realizar para llevar a la perfección la Materia de la Obra, es decir, del Alma o Mercurio, y que efectivizan las tres fases principales de la Gran Obra: la Obra al Negro, al Blanco y al Rojo (1). Menos dos o tres, todas estas operaciones se aplican especialmente a la primera y segunda obras; en la tercera o al Rojo se propone en general aumentar tan sólo el régimen de fuego, hasta convertir la propia materia en ígnea o luminosa. Antes de eso y hasta allí, al contrario, se aconseja y se advierte de un mantenimiento cuidadoso del régimen de fuego (y de los distintos "fuegos"), un equilibrio constante de su intensidad a fin de evitar resultados crudos o quemados. En efecto, desde el principio hasta el final, toda la labor radica en el Fuego, siendo el verdadero agente de todas las operaciones. (2)
El Blanco supone un "segundo nacimiento" tras la muerte o Disolución de la Obra al Negro, aspectos de una misma transmutación o cambio de estado. Y el Rojo una "segunda muerte" y un "tercer nacimiento" o resurreción (3) que en la Alquimia coincide con una materialización del espíritu: "El Telesma, fuerza fuerte de toda fuerza, en su poder es íntegro unicamente cuando se ha convertido en Tierra" (Tabla Esmeralda). (4) Todas las operaciones no son sino aspectos o modalidades de las dos principales: Solve et Coágula, las cuales bastan, se dice, para lograr la Gran Obra; son los modos de acción de los dos principios cósmicos más universales, (masculino y expansivo uno y femenino y contractivo el otro), en los que se resumen todas las polaridades y que podemos ver representados en las dos serpientes del Caduceo de Mercurio, las dos corrientes de vida ascendente y descendente, evolutiva e involutiva, que marcan las dos fases alternas de todo ciclo temporal y que estan permanentemente equilibradas por el eje o Verga de Hermes.
Muchas veces las mismas operaciones constituyen los grados y etapas del proceso, como es obvio en los tres colores principales de la Obra, que la resumen de manera general en casi todas las tradiciones, o también, por ejemplo, cuando se toma el septenario como modelo, escala Filosófica por excelencia, aunque en este caso los esquemas pueden variar y algunas operaciones ser distintas o seguir un orden de secuencia diferente. Por ejemplo, en un conocido grabado alquímico Rosacruz del S-XVII (5) el orden de las operaciones de abajo hacia arriba es: Calcinación, Sublimación, Solución, Putrefacción, Destilación, Coagulación y Tintura. En otro del que da referencia P.V. Piobb (6) es: Calcinación, Putrefacción, Solución, Destilación, Conjunción, Sublimación y Coagulación Filosófica. Este septenario casi siempre se refiere directa o indirectamente a la escala planetaria (los siete Cielos), que en la Alquimia coincide con la metálica en tanto los metales son formas terrestres de las mismas energías que en el cielo simbolizan los astros. Este es el caso del esquema que ilustra una obra de Georg Gichtel, discípulo de Jaqob Boehme, Teosofía Práctica; en él se observa la jerarquía planetaria inscrita en el hombre a lo largo de su eje siguiendo la posición sideral de los astros, de abajo a arriba: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Del Sol o centro del sistema sale una línea que en progresión espiral va alcanzando cada planeta, respectivamente: Sol, Venus, Marte, Mercurio, Júpiter, Luna y Saturno. La característica curiosa de esta figura es que la posición de cada astro-metal corresponde perfectamente con la de los siete Chakras y con su definición propia en el Tantra Yoga hindú, (Luna: genitales, Mercurio: abdomen, Venus: ombligo, Sol: corazón, Marte: garganta, Júpiter: entrecejo, Saturno: coronilla y sus correspondientes plexos) lo que confirma una identidad no sólo de fondo sino incluso de forma entre tradiciones tan dispares, lo que tampoco es de extrañar cuando es una misma Cosmogonía Perenne lo que se contempla. En su libro la Tradición Hermética, J.Evola estudia este modelo simbólico asignando a cada caída y ascenso de uno a otro astro, diferentes operaciones, es decir, disoluciones y coagulaciones, señalando la doble lectura a que se presta este recorrido, ad intra y ad extra, según se mire el Principio como envolviendolo todo (trascendente) o como Centro y Origen invariable (inmanente). También en su libro Alquimia, partiendo de una obra de Basilio Valentin y concretamente de una conocida imagen del Rebis que viene representada, Titus Burckhardt da de este septenario otra lectura igualmente interesante, que no sigue la posición sideral de los astros sino el significado jeroglífico del signo o grafía de cada planeta, el cual conforma igualmente toda una ciencia y un lenguaje simbólico sagrado. El diseño de los signos lo componen tan sólo tres elementos geométricos, el círculo, el medio círculo y la cruz, que respectivamente simbolizan el Sol o Espíritu, la Luna o el Alma, y los cuatro Elementos de la corporalidad. A cada planeta lo representa una disposición diferente de estos mismos módulos geométricos. Así, el conjunto se divide en signos de componente solar y otros de componente lunar con la única excepción del Mercurio que tiene los tres elementos y que por ello es llamado Andrógino. Venus, con un círculo superpuesto a una cruz y Marte con una cruz superpuesta a un círculo, son signos solares, Saturno con una cruz superpuesta a un semicírculo y Júpiter lo inverso, son lunares. Ambos juegos con sus respectivas luminarias, se colocan a ambos lados del Mercurio, la lunar a la izquierda y la solar a la derecha, marcando un ciclo entero con sus dos fases. La primera, ascendente y llamada obra Menor, consiste en espiritualizar la materia, y la segunda, descendente y llamada obra Mayor, en materializar el espíritu. A su vez, el esquema está dividido horizontalmente en una parte superior y otra inferior, marcando el cambio de nivel a que se somete el recorrido del principio luminoso que, caído en la materia, emerge de ella para elevarse al cielo más allá del horizonte, para descender después y penetrarla de nuevo transformado. La primera parte (espiritualizar la materia) culmina en la obtención del Elixir de inmortalidad, la Plata Viva, el Rebis; la segunda (materializar el espíritu) en la Piedra Filosofal, siendo el Mercurio el punto medio de inflexión del proceso, representando el Alma superior, como la Luna o Plata la inferior y el Sol u Oro el Espíritu (7). En la 1ª fase, la terrestridad dominante del Plomo-Saturno es superada en el Estaño-Júpiter y elevada a la Luna-Plata, que es la última rectificación (regeneración psíquica) que culmina en el Mercurio Filosófico (8). En la segunda y una vez liberada el Alma de sus gangas, unida indisolublemente al Espíritu, Sol o Intelecto puro, desciende de nuevo alcanzando Venus y penetrando de nuevo en la Tierra, Marte, (ahora Pura o Santa), transformándo el núcleo humano en sus más íntimas estructuras, en la medida que posibilite la encarnación del Verbo.
Otro esquema importante relacionado con éste, es el que refiere Pernety en su Diccionario Mito-Hermético (artículo sobre la Criptografía), aunque no encarado desde el septenario sino del duodenario astrológico, y en el que se puede observar el juego de relaciones que despliega el Solve et Coágula hermético. Cada signo zodiacal es una operación alquímica, relacionada con las demás según la propia secuencia astrológica, cada una como causa de la siguiente y efecto de la anterior. Aries es la Calcinación, Tauro la Congelación, Géminis la Fijación, Cáncer la Disolución, Leo la Digestión, Virgo la Destilación, Libra la Sublimación, Escorpio la Separación, Sagitario la Ceración, Capricornio la Fermentación, Acuario la Multiplicación y Piscis la Proyección. La estructura planetaria y elemental (los cuatro Elementos) de este esquema explica por si sola la naturaleza de estas diferentes operaciones. (9)
Empezando por las dos luminarias, el Sol y la Luna, regentes de Leo y Cancer, al primero corresponde la Digestión y al segundo la Disolución. El fuego, elemento del Sol y de Leo, es, en efecto, el agente de toda digestión, la que basicamente supone una transformación lenta por el fuego de substancias crudas y groseras en finas, con la consiguiente secreción interna de las segundas y la excreción externa de las primeras. (10) El Agua es el elemento de Cáncer y la Luna, como el agente principal de la Disolución, la cual es también transformante por cuanto reduce lo compuesto a su indistinción primordial, al Caos del que habrá de resurgir un orden nuevo. Ambos elementos, Fuego y Agua, son los opuestos-complementarios por excelencia (por ejemplo aquí, toda digestión incluye una disolución y viceversa) y los motores principales de todo Solve et Coágula, considerando que sus cualidades respectivas son el calor y el frío. Como el Sol y la Luna, tradicionalmente el Fuego y el Agua han simbolizado al Espíritu o Esencia y a la Substancia o Materia universales.
Siguiendo con el zodíaco, Mercurio rige Géminis (que está al lado de Cáncer) y Virgo (que está al lado de Leo) respectivamente, son la Fijación y la Destilación. El elemento de Géminis es el Aire y el de Virgo la Tierra, y en relación a las operaciones parecen como invertidos por una suerte de intercambio hierogámico, ya que la Tierra es sin duda el elemento más fijo, y el agente de la Destilación el Fuego tanto o más que el Aire. Como se sabe, esta operación extrae la esencia de una substancia mediante la separación por el calor de sus partes volátiles o aéreas de las fijas, e inmediatamente se condensan por el frío, que las licua de nuevo pero transformadas en su "Quintaesencia". El propio Alambique es una imagen especial del Athanor, uno de sus emblemas como el Horno o Fogón, su forma es una espiral que recoge el vapor para condensarlo en un matraz y recuerda sin esfuerzo la serpiente enroscada en el Árbol de la Vida. Este tipo de intercambio no es raro en el simbolismo tradicional y quizá menos en lo que se refiere a Mercurio y a su papel andrógino; entre los doce trabajos de Hércules, referidos a los doce signos del zodíaco, este trastueque de funciones le toca al mismísimo Herakles, como figura en la leyenda de Onfale. Lo mismo ocurre en el caso de Fo-hi y Niu-kua en la tradición china.
Venus rige Tauro y Libra, respec. la Congelación y la Sublimación, operaciones igualmente opuestas y complementarias; el elemento de Tauro es la Tierra y, en efecto, la piedra o metal es la máxima congelación o cristalización de la materia, la cual se opera por la acción del frío y la sequedad. La acción del calor sobre el Aire, elemento de Libra, propicia la Sublimación, que viene a ser una solución gaseosa o aérea, la extracción del alma o espíritu de un cuerpo y que, según Pernety, se ha de realizar tanto en la preparación del Mercurio como del Azufre. En este caso, podría verse una relación entre estas dos operaciones y la doble faz de Venus en tanto Urania (Sublimación) y Pandemia (Congelación).
Marte rige Aries y Escorpio, la Calcinación y la Separación; sus elementos respectivos son aquí también el Fuego y el Agua. La primera se opera por la acción del fuego sobre la Tierra o substancias más densas, las cuales convierte en cenizas (o cal "viva") liberando sus partes volátiles. La Separación, en cambio, es una forma de Disolución pero más exhaustiva y selectiva mediante las "Aguas corrosivas", capaces de sublimar lo más denso y primario. El signo de Escorpio posee estas características, simbolizando la energía de la muerte y las transformaciones profundas, y el de Aries el fuego de la pasión, el ardor guerrero y el motor inicial de los trabajos, que precisamente, se aconseja empezarlos cuando el Sol entra en el signo del Carnero, la Primavera, que en el ciclo diurno equivale a la salida del Sol, y que en esa posición se encuentra exaltado.
Júpiter rige Sagitario y Piscis, respec. la Ceración y la Proyección, teniendo como elemento también el Fuego y el Agua. Según Pernety, la Ceración convierte el régimen de la materia del Negro al Blanco, y la cera es la materia de la obra llegada a ese estado. Químicamente la Ceración es la fundición de la cera por la acción del fuego, y por analogía de los metales, que así por un lado se libran de sus gangas y por otro la propia fusión les permite aleaciones estables entre ellos, en ocasiones incluso más estables que ellos mismos por separado (como el caso del cobre y del bronce). En cuanto a la Proyección, tiene el poder de transmutar cualquier metal en Oro; los alquimistas hablan de un "Polvo de Proyección" como resultado de la perfección alquímica, y que "proyectado" sobre cualquier substancia, la convierte sino en Oro, en su estado metálico puro y original. En este sentido, las Aguas profundas que simboliza, entre otras cosas, el signo de Piscis, signo y operación que cierra la Gran Obra y el mandala zodiacal, aluden directamente a las posibilidades informales de las Aguas Superiores.
Por último, Saturno rige Capricornio y Acuario, la Fermentación y la Multiplicación, con la Tierra y el Aire como elementos respectivos. Precisamente, estas dos operaciones más la anterior están casi siempre ligadas al Rojo; en la primera la acción del Aire produce una separación o desunión, según Pernety, entre la materia sulfurosa y la salina, sin producir una disolución entera como la Putrefacción. En su sentido ordinario, la Fermentación (parecida en muchos casos a la Putrefacción) es una alteración física de la materia que se produce al añadirle un fermento, el cual no pierde su naturaleza propia en toda esa alteración, sino sólo aquello con lo que entra en contacto (11). En cuanto a la Multiplicación, es la que aumenta o multiplica indefinidamente el Polvo de Proyección, ligándose a la operación anterior de Piscis y que junto a la de Capricornio, hemos visto, coincide con los últimos signos del zodíaco y con la Obra al Rojo. Siguiendo con Pernety, la Multiplicación: "consiste en recomenzar la operación ya hecha pero con materias exaltadas y perfeccionadas y no con materias crudas como antes. Todo el secreto, dice un Filósofo, es una disolución física en Mercurio y una reducción en su primera materia". Aquí podría verse una relación directa con la Vía Seca, el Régimen de Saturno y el Jñana-Yoga del hinduismo, que no trabaja con el Mercurio vulgar sino directamente con el Filosófico. (12)
Se podrían estudiar otros modelos de operaciones y/o etapas, de hecho veíamos que son o podrían ser en número indefinido, pero siempre su común denominador, también hemos visto, sería el Solve et Coágula, es decir, una sola y misma operación, más allá de la cual no existe ninguna otra operación, es decir, la necesidad de actuar sobre alguna cosa para conseguir otra. En este sentido, siempre que se habla de operaciones, de acciones, de métodos, de prácticas, de obras o de viajes, se entiende que se trata del orden de los Pequeños Misterios, es decir, la regeneración psíquica y la iluminación, puesto que una vez llegados al Centro, meta y objeto de todo viaje ritual o acción espiritual, ya no hay un "yo" separado que actúa, ni puede hablarse ya de un alguien inmerso en el ir o el venir, ni en el pasado ni en el futuro, el trayecto ya no es horizontal sino vertical. En el caso de estas últimas operaciones referidas al Rojo, a diferencia de las otras es claro que no tratan de conseguir nada que no se tenga o se haya realizado, sino en aplicarlo o "proyectarlo" más bien a realidades que lo abren y expanden realmente a lo infinito.
Ya para concluir, Pernety nos da unas últimas indicaciones sobre la Multiplicación: "Para tener un pleno conocimiento de esta operación, es necesario observar cinco cosas: 1ª, Que los Adeptos reduzcan los años en meses, los meses en semanas, las semanas en días, los días en horas, etc... 2ª, los Filósofos tienen por axioma que toda cosa seca bebe ávidamente la humedad de su especie. 3ª Que lo seco actúa entonces más prontamente que antes sobre su húmedo. 4ª, Que cuanta más tierra haya y menos agua, mejor se hará la solución. 5ª, Que toda solución se hace siguiendo la conveniencia y que todo lo que disuelve la Luna también lo disuelve el Sol" (pg. 316).
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1.- La Obra al Blanco equivale a la restauración del estado pimordial, el cumplimiento de los Pequeños Misterios. La Obra al Rojo prefigura los Grandes Misterios.
2.- Con respecto a este fuego dice Fulcanelli: "En la Edad Media, el rosetón central se llamaba Rota, la rueda. Ahora bien, la rueda es el jeroglífico alquímico del tiempo necesario para la cocción de la materia filosofal y, por ende, de la propia cocción. El fuego mantenido, constante e igual, que el artista alimenta noche y día en el curso de esta operación, se llama, por esta razón, "fuego de rueda". Sin embargo, además del calor necesario para la licuefacción de la piedra de los filósofos, se necesita un segundo agente, llamado "fuego secreto o filosófico". Es este último fuego, excitado por el calor vulgar, lo que hace "girar la rueda" y provoca los diversos fenómenos que el artista observa en su redoma" (El misterio de las catedrales. Plaza y Janés. Barcelona 1967. pg.76.). También en el mismo texto y citando a Limojon de Saint-Didier, el autor precisa (pg. 126): "...El "fuego secreto de los Sabios es un fuego que el artista prepara según el Arte, o al menos, que puede hacer preparar por aquellos que tienen perfecto conocimiento de la química. Este fuego no es en realidad caliente, sino que es un "espíritu ígneo" introducido en un sujeto de la misma naturaleza de la Piedra; y, al ser medianamente excitado por el fuego exterior, la calcina, la disuelve, la sublima y la resuelve en agua seca, tal como dice el Cosmopólita". Ver también sobre el mismo tema: La Epístola del Fuego Filosófico de Juan Pontano.
3.- Esto puede verse en el propio jeroglífico del Azufre, símbolo del Espíritu y de su naturaleza viril, ígnea y luminosa, y el de la Gran Obra, que son el mismo signo sólo que invertido uno con respecto al otro; el primero es un triángulo hacia arriba superpuesto a una cruz, el segundo es un triángulo hacia abajo con una cruz superpuesta.
4.- El “segundo nacimiento” se opera en el Cosmos, concretamente en el Centro del Mundo. La 3ª muerte es igualmente en el cosmos, pero el tercer nacimiento o resurrección son extracósmicos. Igualmente, la "fijación" del espíritu es una coagulación o corporificación que sigue a una previa espiritualización de la materia (Solve), con lo cual se cumple el ciclo completo de la regeneración. Dicho de otro modo, una vez disuelto el yo empírico y las funciones psicológicas ligadas a él, la fijación del Espíritu, Azufre o Sol, se realiza directamente en el cuerpo, al no haber ningún velo entre ambos. No se trata desde luego de otra "caída" en lo corporal -tras el Blanco ya no hay caída posible- sino de un descenso de las influencias espirituales al soporte neutro y efímero del cuerpo o Sal, símbolo entre otras cosas del "lugar" de la Presencia. Con respecto a estas influencias es patente, por ejemplo, el papel de las reliquias de los santos. Igualmente está vinculado con la "conjunción de los opuestos" que se opera en el centro y con la inversión de perspectivas entre lo universal y lo individual; ver: Initiation et réalisation spirituelle. C-XXX y XXXI, nota 1. R.Guénon.
5.- La Montaña de los Adeptos. S. Michelspacher, Cabala, Speculum Artis et Naturae in Alchimya 1616.
6.- Ver Diccionario de símbolos. J.E.Cirlot. Ed. Labor. pg. 640.
7.- El Mercurio Filosófico, Macho, Alma superior o Animus, etc... a diferencia del Mercurio vulgar o lunar, es andrógino porque es receptivo o pasivo en relación al Principio o Espíritu y a la vez activo y creativo en relación al mundo psicosomático, la corriente de las formas o mundo sublunar.
8.- Como se sabe, la fórmula de la Gran Obra está resumida en el acróstico V.I.T.R.I.O.L. o V.I.T.R.I.O.L.V.M. que significa: Visita Interiorae Terra et Invenies Ocultum Lapidem Veram Medicinam: Visita el interior de la tierra y rectificando hallarás la Piedra oculta. Toda esta primera fase alude a esta rectificación, la cual en el simbolismo Masónico se efectúa a través de diferentes herramientas simbólicas, como el nivel, la plomada y la escuadra.
9.- La Astrología tradicional considera sólo los siete planetas señalados, que son los que se observan en la bóveda celeste a simple vista y sin artificios oculares, como los que enmarcan realmente nuestro mundo perceptible, es decir, sensible, imagen en su conjunto del mundo invisible y suprasensible. Igualmente y por lo mismo, a excepción de las dos luminarias, que tienen un solo domicilio, cada planeta tiene dos y rige dos signos. Así el mandala zodiacal puede verse como dos fases simétricas e inversas de un mismo ciclo senario en sus fases ascendente y descendente, número el seis de la cosmogonía y de sus principales formas simbólicas.
También para mejor comprensión de estas operaciones, puestas en analogía con los planetas, metales y elementos, debe señalarse la relación simbólica entre estos últimos y los principios alquímicos, Azufre, Mercurio y Sal, es decir, Espíritu, Alma y Cuerpo, los cuales se producen mutuamente (3+4=7): el Azufre por la acción del Fuego sobre el Aire, el Mercurio del Aire sobre el Agua, y la Sal del Agua sobre la Tierra; igualmente es vital las cuatro cualidades respectivas de los elementos, Fuego-calor, Aire-humedad, Agua-frío, Tierra-sequedad, que son las que transforman la materia de sólida a líquida, gaseosa y radiante. Asimismo con los tres Gunas del hinduismo, las tendencias universales de la Substancia: Sattva-ascendente, Rajas-centrífuga y Tamas-descendente, las cuales entran, a sí mismo, en la composición de la naturaleza de cada uno de los cuatro elementos, Fuego-Satva, Aire-Satva-Rajas, Agua-Rajas-Tamas, Tierra-Tamas.
10.- Ver aquí el papel no solo simbólico sino fisico y literal de Agni en la tradición hindú, el fuego sagrado del sacrificio, el fuego interno o Filosófico que cuece sin quemar, y su idéntico papel en el cristianismo y la tradición Hermética, como el Agnus Dei y Aries, signo de exaltación solar.
11.- En el pan la levadura es precisamente el fermento que convierte la masa de harina en otra cosa distinta y comestible. En este caso, la hace aumentar de tamaño, dándole una consistencia y esponjosidad particular. En el yogourt o el queso, los fermentos lácticos coagulan o cuajan la leche transmutándola en un producto distinto.
12.- Ver Letra y Espíritu nº 6, Vía Seca y Vía Húmeda.