Las sesiones de Sama’a se realizan en el interior de las zawias sufíes y sirven normalmente de colofón a diferentes ritos grupales del Tasawwf, el verdadero nombre del sufismo. También se dedican sesiones de Sama’a cuando en las veladas grupales el Sheikh se encuentra presente entre los foqara, o cuando se celebran fiestas señaladas, como el nacimiento del Profeta -slaws- (Mawlid al Nabbi), la Noche del Destino (Laylat ul Qadr) y otras. Las letras del Sama’a son Qasidas, es decir, poesía sufí escrita por reconocidos maestros del Tasawwuf. Normalmente relatan los diferentes estados, situaciones y comportamientos del alma humana en relación a la proximidad o alejamiento de su Señor, expresando bajo la cobertura simbólica del lenguaje amatorio los secretos de la realización espiritual. Precisemos que en el sufismo y el Islam el Señor es una expresión de la Realidad divina en tanto principio espiritual del ser, pero que se evita personalizar al no individualizarse nunca.
A pesar de lo que generalmente se piensa, es este simbolismo del amor espiritual el que se transfiere a la relación hombre-mujer en el momento que se difunden estas expresiones tradicionales arraigando en la cultura popular. El amor cortés de la nobleza caballeresca, el Mester de Juglaría y la Gaya Ciencia de la Europa medieval, incluso los Carmina Burana del Renacimiento y más tarde el Romanticismo, contienen una directa alusión a esto, así como una cierta influencia del sufismo a través de la cultura hispanomusulmana. De la misma fuente, mezclado siempre con elementos populares y étnicos diversos, proviene la música mozárabe, la morisca y el flamenco.
En lengua árabe Sama’a significa escuchar, o mejor lo escuchado, igual que el hebreo Shema, de raíz semítica común. Su sentido es idéntico al que en el sánscrito de los Vedas se da a la Sruti, la doctrina revelada directamente por la divinidad y “escuchada” por los Rishis o sabios, que a su vez la transmiten oralmente a sus congéneres y más tarde la fijan por escrito. Esto tiene connotaciones cosmológicas, pues, la mayoría de tradiciones observan la manifestación universal como producto de una vibración primigenia sonora y luminosa; una Palabra es proferida y como un Big-Bang vibratorio pone en movimiento los elementos del Caos convirtiéndolo en un Cosmos; de igual modo, el devenir de la existencia, tal como un concierto, se regula ciclicamente a traves de contínuas coagulaciones y disoluciones, es decir, a través del ritmo. De ahí que la música en general y la sagrada en especial sea terapéutica para el alma humana, hecha también de ritmos y vibraciones sutiles que entran en saludable armonía cuanto más se equilibran sus diferentes tensiones y más se enferma cuanto, viceversa, más se desequilibran.
Es esta armonía, palabra o Verbo creador original lo que viene a indicar la sílaba sagrada OM (AUM) del hinduismo, el Fiat Lux judeocristiano, o el Kun islámico (sea), que inaugura toda creación; también lo confirman los datos recientes de la física moderna que ven la materia cósmica como energía vibratoria momentaneamente coagulada. La escucha del corazón toma en el sufismo una acepción operativa, pues, el corazón es aquí el núcleo del ser y la caja de resonancia del soplo divino, el lugar de las revelaciones y el punto de encuentro entre el ser individual y el ser universal, los que nunca podrían ser dos “seres” distintos sino dos modalidades de una misma realidad. Idéntica idea sugiere la Armonía de la Esferas de la que hablaba Sócrates, Platón y otros sabios antiguos de Occidente. De su aplicación deriva la Ciencia sagrada de los rítmos, ciencia tradicional de base numérica que establece analogías precisas entre los ritmos o ciclos particulares y los universales, entre el tiempo humano y el tiempo cósmico.
La incantación de nombres y fórmulas sagrados es conocida en el sufismo como la ciencia del Dhickr, siendo de hecho, el padre del Sama’a, del mismo modo que en el hinduismo es la ciencia de los Mantram; en el primer caso, la palabra dhickr significa memoria, recordatorio, evocación, reminiscencia, siendo la recitación de nombres y fórmulas sagrados el método espiritual del sufismo por excelencia. Y esto es así porque el alma humana ha olvidado a su Señor, al Espíritu que la ilumina por dentro. No es consciente del don mismo de la consciencia, no percibe su presencia luminosa en ella y de ahí sus múltiples miserias. En su estado de amnesia, busca desesperadamente fuera aquello que no encuentra dentro y que tampoco sabe buscar convenientemente, más agobiada por la ignorancia, la modorra y los instintos primarios que por los afanes cotidianos de la subsistencia.
A través de la incantación los contenidos del alma –la consciencia- se ordenan según el propio esquema del ritmo, convirtiendo la agitación interior en armonía, el conflicto de elementos en conjunción de opuestos.
No es una forma de auto-sugestión inducida que trasporte a un mundo imaginario y periférico del ser, a un estado de somnolencia ébria ajeno a la realidad. Más bien es todo lo contrario, un gesto activo y consciente de situarse en el corazón de la realidad, en el centro invariable de uno mismo, que no es distinto del único y verdadero Sí Mísmo.
*- Con ocasión de un concierto (Pati Llimona. Barcelona 2009) a cargo del grupo coral de la Tariqa Qadiriyya Butchichiyya de Marruecos