sábado, 4 de mayo de 2013
LA LOGIA Y EL HUEVO DEL MUNDO, por H:. Graal
La diferencia entre el lenguaje arquitectónico (mineral) y el orgánico (animal), solo es aparente, pues la célula es de hecho la "construcción" más simple y sintética del mundo corpóreo, aunque no por ello menos compleja en sus estructuras fundamentales. Y una verdadera construcción arquitectónica también es, por otro lado, un todo "orgánico", una unidad viva que no se limita a la simple suma de sus partes. La propia etimología de célula nos lo confirma: del latín cellula: "celdita", de cella: cuarto pequeño o habitación, de ahí la palabra: celda. El signo astrológico del Sol, idéntico al alquímico del Oro, es una circunferencia con el centro destacado, imagen gráfica también de la célula y del Ser primordial.
En todo caso, las ideas de fecundación y generación son análogas aquí a las de fundación y edificación. Un mismo principio creador y arquitectónico (Apolo es el Dios geómetra de Pitágoras y Platón) preside estas analogías. En el Hermetismo también la alquímia mineral, es decir, la que toma el lenguaje de las transmutaciones minerales y metálicas, se complementa con la alquímia vegetal y animal, que toma el lenguaje de "la corriente de las formas", de las transmutaciones del ser, para referir simbolicamente la ciencia de la re-generación espiritual, la Palingénesis, siendo el "Huevo Filosófico" (en el que esta encerrado el Rebis o Hermafrodita), uno de sus más conocidas iconografías, así como la forma más común del propio Athanor u horno alquímico. El desarrollo de las formas en el espacio, sean biológicas, físicas o conceptuales, siguen todas unas mismas pautas geométricas basadas en la ley del número.
Se sabe que el cerebro, órgano del pensamiento, se vincula al simbolismo lunar, pues es sede corpórea de la reflexión mental, especulativa y dual como el satélite de la tierra y su asignación astrológica de Cancer. En el Árbol de la Vida cabalístico, la luna viene asimilada a la esfera de Yesod, el Fundamento, pero no simboliza únicamente al pensamiento discursivo-mental (luna: moon, mench, mens, manas) sino también la generación sexual y "la puerta de los hombres", el ámbito de las formaciones sutiles (Yetzirah), el mundo anímico inferior, como además, el póstumo inmediato a la muerte física y las prolongaciones extracorporales del ser.
Esta séfira es en la Cábala el fundamento o base del Árbol de la Vida, es decir de la estructura completa de la cosmogonía, que desde ahí se revela como una permanente metamórfosis, (generación-corrupción), donde se elaboran y disuelven constantemente las formas individuales y las concepciones mentales. El huevo, como la luna, también se vincula al simbolismo de las aguas (posibilidades, plasticidad) y muchas veces se lo representa en diversos mitos flotando en el océano primigenio del caos, como imagen del cosmos potencial. La generación, la sexualidad y la genitalidad también le están relacionados, es decir, todo modo de "concepción" formal, pues tanto el cerebro a nivel sutil como las gónadas a nivel biológico, son matriciales, son semilleros que conllevan la capacidad conceptual, crean símiles. Yesod y la luna, pues, rigen igualmente el óvulo espermático o huevo humano, la célula vital, y a otro nivel superior, en el ámbito solar y cordial de Tifereth (lit. Belleza), se sitúa el embrión espiritual, astros cuyos símbolos respectivos están señalados tanto en el Oriente de las Logias masónicas como por las columnas Jakín y Booz que están en Occidente, y entre las que literalmente "nace" el neófito como iniciado. El primero se situa en el ámbito de las "aguas inferiores", el otro en las "aguas superiores" de que nos habla el 2º día del Génesis.
En la Cábala a Yesod se la llama la "Madre menor" designando el poder fecundante y plástico de lo femenino en el orden psicocorporal. Tifereth es el Esposo y el padre de la generación espiritual, y al mismo tiempo el Hijo o Embrión del Principio supremo.
La Luna tiene también un doble aspecto diurno y nocturno (llena y nueva, menguante o creciente), superior e inferior, como el huevo. Diana celeste y Diana infernal, (asimilada ésta a Hécate), son sus designaciones latinas, refiriéndose a los mismos aspectos, los que se vinculan especialmente con el simbolísmo iniciático de las Puertas Solsticiales, la "extracósmica" de los Dioses (Norte) y la cósmica de los Hombres (Sur), y con los signos astrológicos de Capricornio y de Cáncer respectivamente. Pero en su caso, esa polaridad lunar se refiere especialmente al ámbito cósmico, a la "Puerta de los Hombres", y al doble sentido que tiene el propio signo astrológico del domicilio de la Luna, Cáncer, marcado por su doble grafía y por su doble carácter evolutivo e involutivo. El primero, (la Diana celeste), conduce al ser a los estados informales y supraindividuales (celestes); el segundo (Hécate o Diana infernal) lo devuelve a otro estado formal, es decir, individual de manifestación, ya que es en ese mismo estadio o mundo que el ser toma forma o la abandona, es el reino del alfarero cósmico, del demiurgo.
El huevo es un símbolo que podemos encontrar por doquier, en muchas tradiciones y cosmogonías sagradas; en el cristianismo se ha perpetuado en el "Huevo de Pascua" indicando directamente el sentido de "embrión espiritual", de inmortalidad o vida eterna. Siendo la iniciación un "segundo nacimiento", un retorno al Origen o Unidad, encuentra en él un natural emblema de la generación espiritual, como a la vez, la imagen más simplificada y original de la existencia cósmica en su aspecto virtual y primigenio. Y también del "lugar" (loka en sánscrito) simbólico y unitario en donde enteramente ésta se produce. Se puede añadir también que la raíz del término Loka, presente en Logia, lo encontramos igualmente en el latín lux y en el céltico lug: luminosidad, luz que es el médium y el origen de toda manifestación (en la tradición hindú el Hamsa, el Huevo del Mundo, se dice que es luminoso y áureo y que el mundo sensible es una solidificación progresiva de sus contenidos), siendo igualmente la Logia "un lugar muy bien iluminado".
En el huevo el ser se encuentra replegado sobre sí mismo, integrado a su condición más original y por tanto con todas sus potencias y posibilidades unificadas, sin diferenciar, aunque sin ninguna confusión. De ahí la idea de cobertura o "estar a cubierto" en la Logia, protegiendo lo que se gesta, y de su importancia simbólica e iniciática.
Este estado puede encararse bien como un punto de llegada o de partida, pues el orden de referencia al que se aplica siempre es dual, es decir, intermediario entre los mundos informales superiores y los formales inferiores.
La Unidad primordial, encarada como el Punto metafísico del que todo surge y en el que todo se reintegra, es, como veíamos en la grafía del sol, la forma arquetípica del huevo y la célula, sólo que estos incluyen en potencia la distinción en dos polos distintos de ella misma. El huevo no es esférico sino elíptico, tiene dos focos o dos mitades, que actuando una sobre otra (Cielo y Tierra, Yang y Yin) desplegarán alternativamente todas las posibilidades incluidas en él. Este despliegue-repliegue que signa toda la manifestación cósmica y toda función vital, simbolizado en todas las tradiciones con la figura de la espiral (y la serpiente, el dragón, etc..), como la acción simultánea de dos vórtices espirales, expansivo uno y contractivo otro, (las dos serpientes del Caduceo de Mercurio, los dos pilares del Árbol sefirótico, etc...), este vaivén, decíamos, es un ritmo universal que se toma como patrón en todas las ciencias sagradas del ritmo.
La iniciación es el proceso de reintegración del ser a su Unidad primordial, y repite a la inversa el gesto divino creativo, la cosmogonía, es una generación ad-intra no ad-extra. Incluye, pues, un repliegue gradual del iniciado en la unidad del Sí mismo, su retorno al Origen inmanifestado pasando por la indistinción del Caos precósmico (retorno a la Madre, a la Tierra, paso por el "gabinete de reflexión", etc...). En este tránsito, y sirviéndole de incubadora la logia, el iniciado pierde su forma individual para recuperar su forma informal y trascendente, se opera una regeneración íntegra de su ser y su consciencia dentro del huevo o Atanor de sí mismo, análogo al del Taller. Es una "muerte", una contracción progresiva a diversos estados que lo hace "nacer" y expandirse a otros superiores.
En la Cábala judeocristiana, se dice que cuando el Infinito innombrable (Ain Sof) decide manifestarse, es haciendo una contracción en sí mismo, Tsimsum, envolviéndose hasta condensarse en la pura virtualidad de un punto metafísico, la Unidad, siendo el universo manifestado el consiguiente movimiento contrario, la irradiación de la Unidad en lo múltiple. El Huevo del Mundo (el Hiranyagarbha del hinduismo, los cuatro Andas del Shivaismo Cachemir) se sitúa, pues, entre el estado de Unidad primordial y el de multiplicidad cósmica, lo cual está directamente relacionado con un importante grado iniciático, con una etapa intermedia en el proceso completo de realización, el estado andrógino primordial, virtualidad del estado trascendente y supremo del Hombre Universal del sufismo, el Adam Kadmon de la Cábala o el Gran Arquitecto de la Franc-Masonería.
El huevo como origen del mundo producido por un dios por la boca o parido por una diosa, es común a muchas tradiciones distintas. En la egípcia lo vomita Kneph (la serpiente de la Sabiduría), idéntico al Verbo cristiano y al Logos griego, el que profiere la Palabra, sonido o vibración primigenia, el ritmo o el ciclo primordial de todas las cosas figurados muchas veces por los movimientos de la serpiente. Tampoco es casualidad que el sonido se propague por ondas y remolinos espirales, como igualmente que tengan este mismo diseño geométrico las estructuras de lo sideral y lo atómico. Se sabe, además, que la serpiente no tiene un sentido exclusivamente maléfico, sino también benéfico o superior, encarnando la Sabiduría divina. Y ya que la serpiente tiene un papel importante en la historia mítica del hombre, vale decir que el mundo intermedio al que hacen referencia las fuerzas de la dualidad cósmica vinculada al huevo, es propiamente el humano, y como tal ocupa un lugar central con respecto a la creación, lugar o dignidad espiritual que pierde tras la "caída", pierde la unidad, el equilibrio, para caer en el vaivén inexorable de sus polos.
En el simbolismo microcósmico este huevo es el embrión espiritual de inmortalidad que la iniciación fecunda y rescata de las aguas, la chispa divina (la Yod en el corazón) que enciende y despierta, el germen que hace crecer y madurar. En el hinduismo védico es Pinda (en el Shivaismo Cachemir es Cid-anu), siendo una especificación del propio Hiranyagarbha y conteniendo en sí todas las facultades espirituales y vitales del ser. Este embrión es también el modelo sutil de la forma corporal del individuo, análogos al molde y la copia, sin estar sujeto a sus condiciones físicas. Y se lo describe como luminoso y calorífico, siendo la luz y el calor las substancias sutiles del alma. Esta doble naturaleza del Pinda se determina corporalmente como los principales sistemas circulatorios, el nervioso o lumínico y el sanguíneo o calorífico, sistemas de los que dependen todos los demás. También la logia es iluminada por las Tres Grandes y Pequeñas luces, y la anima el calor fraternal de sus miembros cooperando en un mismo trabajo espiritual y a la Gloria de un mismo Principio metafísico. Otra manera de simbolizarse el Hiranyagarbha en el hinduismo es con la fruta de la granada (también presente en la antigüedad occidental, en la Cábala y el Islam) y al Pinda con sus granos, que son sus semillas. En todo caso, debe aclararse que es el embrión físico el que es una producción material del Pinda (envuelto aquí por los cinco elementos) y no viceversa, sirviéndole de vehículo corporal.
Ya para concluir y volviendo al simbolismo de las fases de la iniciación, decíamos que el estado que simboliza el huevo es, por su coincidencia con lo primordial, con los orígenes, el del "segundo nacimiento", la Obra al Blanco de la Alquimia, el retorno al Centro y la recuperación del "sentido de la eternidad" en términos de René Guénon. La "eclosión" del huevo es entonces el acceso a los estados superiores, (el desarrollo en todas direcciones del punto), los cuales culminan con una "salida del cosmos" - lo cual es considerado como una "resurrección"- tomando el propio cosmos las características de un huevo, de una matriz o caverna uterina (y también una tumba). La Logia se transforma también en la "caverna" o "matriz" iniciática por excelencia, tanto en los primeros grados como especialmente en determinados ritos en los que la "salida del cosmos" se efectúa, decíamos, por la clave de bóveda. Así, puede observarse una analogía entre el huevo, el embrión, el germen, la semilla, el arca, la urna, la copa, la mandorla, el corazón, la nave, la cuna y la tumba, y también con la "letra" (y el "número"), fijación gráfica del verbo y semilla del lenguaje, es decir, de todo lo inteligible. En la Cábala se dice que las 22 letras del alefato sagrado emanan de una sola, la Yod (de valor numérico 10), y su forma misma es una llama, una "lengua" de fuego. En la Franc-Masonería esta letra fue substituida por la "G" de God, Dios, estando en los operativos inscrita en el interior del pentagrama o estrella flamígera, símbolo del microcosmos.