Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

lunes, 27 de junio de 2011

ISLAM, SUFISMO Y MODERNIDAD, por Manuel Plana

A pesar de la poca simpatía  que el Islam inspira a la mentalidad occidental moderna, en especial su ley religiosa (la Shari’a), el Sufismo, que es su esoterismo y su metafísica, goza sin embargo de cierto prestigio, despierta una respetable curiosidad, ya fuera quizá por su “exotismo”, aunque se ignore casi todo de él. Por ello mismo, se ha llegado a creer en muchos casos, tanto por occidentales como por ciertos sectores musulmanes, que el Sufismo no es Islam, sino una especie de corriente dentro suyo de proveniencias diversas, a veces heréticas, cuando no una cosa importada del monaquismo cristiano o del mundo occidental antiguo, lo cual no es cierto como tantas otras cosas imputadas a esta tradición.
La Shari’a y el legalismo religioso (el Fiq) no representan al Islam integral sino solo a su exoterismo, la ley y los preceptos religiosos generales.  En cuanto al mundo y la raza árabes, tampoco tienen el monopolio del Islam, especialmente ahora cuando la comunidad islámica, la Umma, la componen actualmente en todo el mundo casi un 70% de personas no árabes.  Al Islam integral lo compone tanto la Shari’a y el Fiq, como especialmente el Tasawwuf (llamado Sufismo en Occidente), que siendo el hueso o la almendra del fruto, es su parte más esencial;  y en este sentido, es bien significativo lo que decia el Imam Malik, el padre de la escuela sunnita Malikí: “La práctica del Tasawwuf sin Shari'a corrompe la fe; la de la Shari'a sin Tasawwuf te corrompe a tí mismo, sólo uniendo las dos se alcanza la verdad”
Para ser más precisos, el monoteísmo musulmán se define como la manifestación última de la Tradición primordial o adámica (Din al Qayyum), reinstaurada en los pueblos semíticos por Abraham, que era Hanif (puro), es decir, ni idólatra ni politeista, (ni tampoco judio, cristiano, ni musulmán) sino adorador de la Unidad; después de Abraham por Moisés, después por Jesús y finalmente por Muhammad (slaws). Dicho monoteísmo comprende en el Islam tres principales dimensiones superpuestas en importancia espiritual, primero el propio Islam, al que corresponde la Shari’a, pensada según los maestros para someter el ego animal del hombre (Nafs) al Espíritu (Ruh); segundo el Iman, la Fe o convicción espiritual verdadera, al que corresponde la Tariqa y las vías del Tasawwuf, dirigidas al ‘Aql, es decir, a la inteligencia del corazón (razón e intuición intelectual); y el tercero el Ihsan que corresponde a la Haqiqa, la Verdad o Realidad divina en sí. La Tariqa o el Tasawwuf es precisamente el sendero iniciático que lleva del nivel de la Shari’a al de la Haqiqa, que es el núcleo de todo el conjunto. 

De cara a Occidente la culpa de este confusionismo sobre las diferentes dimensiones de esta tradición la tienen en gran medida los orientalistas europeos que tocaron primero el tema, creando desde el principio una imagen deformada del Islam, imbuidos de todos los prejuicios modernistas y también de una falta de referencias de este tipo dentro del cristianismo mismo, que desde siglos tan solo conoce el misticismo religioso, con el que muchas veces se ha confundido el Sufismo, pero cuyo caracter iniciático poco tiene que ver en el fondo con aquel. De cara al Islam, la culpa la tienen los movimientos heréticos, pretendidamente reformistas, que se han sucedido sobretodo desde el S-XVIII y XIX, como el wahabismo, el salafismo y más recientemente el ÿihadismo, que repudian la espiritualidad iniciática a favor de un Islam exclusivamente literal, formalista y político, herejías que inspirarán a partir de cierto momento diferentes corrientes radicales, hecho que se ignora en gran medida en Occidente, culpando de estas desviaciones al propio Islam tradicional, cuando es precisamente él y su Tasawwuf, es decir, el Sufismo, las víctimas principales. El Profeta (slaws) ya dejó dicho: “Mi comunidad se dividirá en 73 facciones. Solo una de ellas estará en el grupo de los salvados”. “Y Allah sabe bien, dice el Imam Muhásibi (+ 857 d. C), que este grupo es la gente del sufismo”. 
Un triste ejemplo de esto que decimos lo podemos ver en la profanación por parte de integristas islámicos de tumbas de importantes maestros y santos sufíes, como es el caso reciente (Marzo 2010) de la del sheij Muhyddin Ali en Mogadiscio (Somalia) a manos de las milicias de Al Shabbab, cuyo cabecilla Ali Hussein justificaba el acto diciendo: “Hemos llevado a cabo una operación santa (...) para liberarnos de esta cultura bárbara, no islámica”, refiriéndose al sufismo. (Ver: La Vanguardia 23-3-2010). Otro peor es el atentado suicida que el uno de Julio pasado (2010) se perpetró en Lahore (Pakistán), en el mausoleo del sheikh Hazrat Syed Ali Bin Usman Hajweri (+1077), conocido como Data Ganj Bakhsh, y en el que murieron decenas de peregrinos y sufíes. (La Vanguardia. 2-7-2010)
Esta confusión entre lo auténtico y sus parodias, es algo que se viene advirtiendo hace mucho tiempo desde el propio Islam y desde sectores occidentales que conocen perfectamente el problema, pero los medios de comunicación y muchos diversos intereses siguen culpando al Islam tradicional en sí y no a sus parásitos e infecciones históricas, que es como achacar injustamente al mensaje evangélico de Cristo la culpa del genocidio de los pueblos indigenas americanos, africanos o australianos, de los crímenes de la Inquisición; de las masacres de las cruzadas o de todas las guerras religiosas europeas hasta la de los Balkanes, como si las pasiones humanas no tuviera aquí ningún protagonismo o como si las ideologías tuvieran vida propia fuera de la mente, los instintos y los intereses humanos.
Por si fuera poco, se achacan al Islam prácticas no ya extrañas a él sino perfectamente contrarias, como la ablación femenina por ejemplo, costumbres tribales que nada tienen que ver con la legislación islámica ni con el Islam tradicional, pero que siguen vigentes en muchas comunidades a pesar de ser musulmanas. En muchas áreas geográficas del planeta el Islam simplemente se ha sobrepuesto a costumbres ancestrales de pueblos arcaicos que algunas siguen practicándose en el ámbito del clan familiar, ya sea por respeto, por ignorancia o por superstición. 
Otro ejemplo de lo mismo es que la muerte por lapidación en casos de adulterio está suprimida casi desde siempre, sólo se aplicó en los inícios del Islam para derogarse definitivamente después, tal y como está consignado en el Corán (sura 24 An-Nur, aleya 2). Otro es que el velo que cubre todo el rostro o el cuerpo entero de las mujeres en algunos países musulmanes, el Burka, no es islámico sino impuesto por intereses ajenos al Islam; y tampoco lo es el Niqab, que deja tan solo los ojos al descubierto, como bien han señalado muchas veces diferentes autoridades islámicas (fukahas), como el recientemente fallecido (Marzo 2010) Gran Mufti de Egipto y Jeque de la universidad del Al-Azhar, Muhammad Sayid Tantawi. Sólo es prescrito el Hijab, el velo que cubre la cabeza de la mujer, tal como las mujeres cristianas usaban, y usan muchas aún, la mantilla en los oficios religiosos.  No obstante sobre este tema hay que hacer un inciso: que ahora algunos extremistas obliguen a la mujer a taparse completa o parcialmente, no significa en absoluto que eso sea ortodoxo, ni tampoco que el uso del velo haya sido un signo de dominación machista sobre la mujer, entre otras cosas porque los hombres también van cubiertos en muchos casos; simplemente se trata, como en  el hinduismo, el judaismo o el cristianismo antiguo, de prolongar a la vida social un elemento sagrado, perpetuando su recuerdo yendo cubierto, como hacen también los hombres con el Turbante en muchas áreas musulmanas, hindúes y Shijs; o todos los árabes saudís, jordanos, sirios, palestinos y otros de Oriente medio con la Kufiya -el pañuelo en la cabeza-  atado con un cordón llamado Agal. En cuanto a la mujer, no solamente no es un “objeto” de consumo machista en el Islam, sino que más bien es un sujeto precioso, como el oro y la seda que solo ella puede llevar, valioso como la vida conyugal y como la vida familiar. Ese es un dominio sagrado para el muslim, una área reservada que no se exhibe sino a los íntimos. Del mismo modo, el atuendo islámico, masculino o femenino, no es un uniforme clerical ni un hábito religioso, pero tampoco es completamente profano como el moderno; no busca magnificar la figura ni exhibir la vanidad del ego corporal, sino dignificar el cuerpo humano, creado a imagen y semejanza de la forma divina, siendo él mismo, el cuerpo,  un velo, es decir, algo que, al mismo tiempo que revela al espíritu, también lo oculta.
Lo que sí entra en la categoría de estupidez integrista y de oprobio para el verdadero Islam, es p.e., la actuación en Indonesia y Malasia de algunos ulemas, proclamando fatwas contra teñirse el pelo las mujeres, ir en moto, hacerse la permanente, practicar el yoga, ponerse la vacuna contra la meningitis o prohibir los álbumes de fotos de boda.
La manera de interpretar y aplicar la Shari’a en cada comunidad islámica puede diferir mucho por variados motivos: por no haber un clero oficial jerarquizado y centralista que unifica los criterios, como es el caso del Catolicismo; ya sea por esta misma variedad étnica que acoge el Islam; ya por los diferentes alcances intelectuales de los cargos religiosos; ya por las diferentes escuelas rituales (Madhab) que existen dentro del propio Islam, ya sea el Chiita duodecimano o ismaeli, o bien el Sunnita Maliki, Shafi’i, Hanbali o Hanafi, escuelas más estrictas unas que otras, cosa que también parecen ignorar la gran mayoría de occidentales,  interesados en ver al Islam como un sistema religioso monolítico, homogeneo y uniformemente radicalizado. 
Es muy elocuente que el propio subdirector general de coordinación y promoción de la libertad religiosa en España, don Juan Ferreiro, cesado el pasado mes de Mayo de 2010, declarara: “El Islam es un gran desconocido en la Union Europea. Hay encuestas en las que los que se declaran más islamófobos, reconocen que no saben nada del Islam y añaden que no tienen tiempo de aprenderlo”. (Ver diario El País, 16-5-2010)  Y también lo son las palabras de un famoso islamólogo británico, Marmaduke Pickhall: “Las naciones occidentales –dice- se hicieron más tolerantes una vez abandonaron su ley religiosa, y los musulmanes disminuyeron su tolerancia sólo al apartarse de su ley religiosa”
Basicamente, el Islam es una tradición metafísica con una doble expresión, una espiritual e iniciàtica (Batin) y otra religiosa y legislativa (Zahir),  como ocurre igualmente en el judaismo (con la Cábala y la Halahá) y en el cristianismo (hasta el S-XVII), que son las únicas tradiciones espirituales de forma religiosa, es decir, las únicas que entran en esa definición, aunque abusivamente la palabra religión se utilice ahora para designar cualquier forma de espiritualidad, incluido a veces hasta el chamanismo, el taoismo o el Zen, que bien poco tienen de religiosos. Decimos esto porque pretender conocer al Islam en su versión integral, o cuanto menos, tener de él una concepción justa, partiendo tan solo de cuatro nociones superficiales de su religión, o peor aún, de su mera “religiosidad” popular, es como pretender conocer la verdadera dimensión metafísica del cristianismo a través de las versiones de las diferentes sectas y pseudo-iglesias modernas tipo Legionarios de Cristo Rey, los Testigos de Jehova, los Niños de Dios o los tele-predicadores evangelistas, con los que guarda muchas afinidades el integrismo islámico.
Es bajo ese prisma que se considera una religión anacrónica, machista, fanàtica, violenta y supersticiosa, según la visión mezquina que se difunde también del emigrante de cayuco o patera y de su cultura autóctona supuestamente tosca. Se olvida demasiado a menudo que el Islam ha sido y es, eminentemente, una tradición de sabiduría, de conocimiento, de ciencia, de arte, de cortesía y de refinada cultura para el propio mundo occidental hasta hace poco; que casi todas las ciencias como la filosofía, la astronomía, la química, la medicina, las matemáticas, e incluso la tradición Hermetica, entre otras, han sido transmitidas por el mundo musulmán a Occidente a través de obras árabes y traducciones suyas de los antiguos griegos, hindúes y chinos, labor que propició especialmente la España de Al-Andalus, y posteriormente la Escuela de traductores de Toledo de Alfonso X el Sabio,  y desde aquí irradió a toda Europa. Y más aún se olvida que los conflictos, el desdén y la decadencia, aparecen, sobretodo, a partir de los contactos con el Occidente moderno, con los desmanes colonialistas de los diferentes países europeos, con la sistemàtica  intrusión en su forma de vida, de sometimiento cultural, de expolio de sus fuentes de riqueza, etc... 
Como reacción a estas situaciones, algunos sectores resentidos del Islam se han cerrado sobre sí mismos, víctimas también algunos de la manipulación oportunista de sus dirigentes, que a través de una burda retórica moralista y el miedo, buscan imponer sus intereses, pero del mismo modo que ocurre en muchas otras áreas del mundo cristiano radicalizado con sectas pseudo-religiosas de todo tipo, (como son los Mormones, los Mennonitas, los Hutteritas, la Iglesia del Cristo científico, La casa de David, la Iglesia de la Unificación del cristianismo mundial, la iglesia Moon, la Guia del templo americano de la Ciencia, La Cienciología, la Orden del templo solar, los Adventistas del 7º dia, la Nueva Acrópolis, la Iglesia de Filadelfia, los Santos de los últimos dias, Los Legionarios de Cristo Rey, Ku Kux Klan, Skull and Bones -craneo y huesos, etc...).  Sólo en EE.UU se calculan más de 2000, con políticos de influencia y prestigio en sus filas, algunas de ellas diseñadas, coordinadas y financiadas por el Pentágono y la C.I.A. 
Antes de chocar con el Islam, con el mundo amerindio, con el hinduismo y con  otras civilizaciones sagradas, el mundo moderno, es decir, la mentalidad antitradicional europea, ya había chocado frontalmente en Europa con el propio cristianismo, destruyendo sus organizaciones iniciáticas, como la orden del Temple en 1314, en connivencia con el poder religioso del momento, cristianismo al que socialmente, después de siglos, ha quedado reducido a una mera confesión alternativa, sin privilegios especiales y extirpado practicamente de la cultura, antes bien, fiscalizado por el “progresismo” materialista como algo caduco e incluso peligroso, pues, la fe en una realidad absoluta es siempre sospechosa para una mentalidad relativista, que no ve contradicción ninguna en hacer de su propio relativismo un absoluto y una imposición despótica a la mentalidad general. 
No se trata de idealizar al Islam y menos de disimular los defectos endémicos de la Umma. Como bien señala el Sr. Abderrahman Aguirre: “La fractura que la cultura moderna ha supuesto en la tradición islámica convierte a lo más exterior de la islamicidad en aquello a lo que agarrarse con furor como último valladar, cuando no se está seguro de casi nada. (...) La fragilidad doctrinal y en lo relativo a lo interno del Islam actual, se intenta suplir con una tosca y desviada apelación a lo exterior, fruto del miedo que suscita la fascinación por la técnica moderna. (...) Por desgracia, la incapacidad para reconocer –los estropicios- de la modernidad en Occidente, es la -misma- incapacidad para reconocer la modernidad y sus efectos en la propia Umma.” (fuente: Webislam. Notas sobre el Islam en Occidente.) 
Todos somos conscientes de la crisis general a nivel planetario; los signos de los tiempos afectan no solo a las instituciones religiosas y políticas sino directamente a la naturaleza humana; por ello es de rigor revisar las cosas en su realidad y no en sus apariencias, separar el trigo de la cizaña y la verdad de las opiniones y las mentiras, ahora tan mezcladas que no es nada facil distingirlos. Muchas cosas que pasan ahora no ya como Islam o sufismo, sino como judaismo, cristianismo, masoneria, yoga, zen, e incluso como república o democracia parlamentaria, no son sino parodias, cuando no la inversión completa, incluso diabólica, del original.  Estamos en la era de la adulteración y del sucedáneo, a veces tanto más falsos cuanto más convincentes parecen. 

Algunos creen que al faltarle a la historia del Islam algo parecido a lo que supuso el Renacimiento en Europa (en la línea de Hans Küng), una reforma de los valores culturales y religiosos en sentido humanista y el inicio del experimentalismo científico, como una “paganización” del cristianismo, al faltarle decíamos un Renacimiento, ha quedado petrificado en su formulación medieval sin poder adaptarse a los “nuevos tiempos”. Pero nos preguntamos a qué  tendría que adaptarse realmente el Islam como tradición...; como sociedad humana (la Umma) sí que, desde luego, necesita adaptarse periodicamente a nuevas circunstancias y factores generales, lo que no implica tener que imitar o tomar prestados modelos extraños a su idiosincrasia espiritual y a su propia forma de vida. En ese sentido, el Islam no es incompatible en absoluto con muchas fórmulas de crecimiento y desarrollo que ya se están aplicando en muchas áreas del planeta incentivando su sostenibilidad, modelos más eficaces y prudentes que los hasta ahora usados por los intereses de las grandes corporaciones, en vistas unicamente al mero beneficio económico. El Islam sólo es incompatible con ese materialismo tecno-fanático, brutal e infrahumano que, perdiendo todo sentido de las proporciones, ha despojado al ser humano de su dimensión espiritual y a la naturaleza de su caracter sagrado, reduciendo al primero a un ente consumidor y a la segunda a un mero producto consumible; en este sentido es tan incompatible con lo moderno como cualquier otra sociedad, pueblo o cultura de tipo tradicional, como el propio cristianismo, siempre en pugna con el materialismo ateo, por el que ha tenido que hacer las más humillantes concesiones.
Se ha llamado Renacimiento al periodo europeo que empezó en Italia abarcando desde el S-XV al XVII aprox. dentro de un movimiento artístico e intelectual marcado por un retorno a los cánones grecorromanos, sobretodo a nivel formal, que coincide con la eclosión del espíritu moderno. Sin embargo, del mismo modo que marcó  una cota en el desarrollo de las técnicas artísticas y el experimentalismo científico, también marcó el comienzo de un profundo declive espiritual. El verdadero renacimiento de la Europa cristiana es el de los siglos XII y XIII, la época de la expansión urbana de las principales capitales una vez solidamente establecido el poder de la monarquía, con la construcción de grandes catedrales y centros urbanos y con el desarrollo internacional de las universidades. Es la época de Dante Alhigieri (gibelino y también “filopagano”), de San Bernardo de Claraval, de Raimundo Lulio, de San Alberto Magno, de Sto. Tomás de Aquino, de Maister Eckhart, de Ruysbröek, de Roger Bacon, de Duns Scoto, de Guillermo de Occam, de Averroes, de Avicena, etc... por no hablar de los grandes maestros sufíes de Al-Andalus (Abu Madyan, Ibn ‘Arabi...), ni de los grandes cabalistas hispanos (Moisés de León, Abraham Abulafia...), todos contemporáneos. Es una era de esplendor en todos los campos del arte, la cultura y la espiritualidad, pero sin ese posterior contenido humanista secularizador, un tanto afeminado, que pronto inspiraría el individualismo y el materialismo tipicamente modernos. 
Sin duda, el impulso que dió casi dos siglos más tarde la redefinición platónica de un Marsilio Ficino, o un Pico de la Mirándola a la Cábala cristiana y el hermetismo, o un Nicolás de Cusa a la filosofía, supuso, más que un verdadero renacimiento, una última síntesis de la sabiduría occidental e incluso de la Gnosis, que de Cusa llamaba tan acertadamente “docta ignorancia”; pero el mercantilismo mental de una burguesia en auge de nuevos ricos y de una aristocracia codiciosa, cortesana y aburguesada, pronto haría derivar ese esfuerzo intelectual hacia fines totalmente opuestos a las intenciones originales. 
En Europa el auge del Renacimiento lo propició en gran medida, a parte de un incipiente colonialismo depredador, el Protestantismo, sedición del cristianismo católico que predica el libre examen y la inutilidad de los símbolos y los ritos, es decir, predica el individualismo religioso, que hoy por hoy, no obstante, poco o nada tiene que ver con la verdadera reforma que pretendía en su momento el fraile agustino Martín Lutero. 
Pero éste fenómeno, basicamente desacralizador y antitradicional que cambió totalmente la dirección de la civilización europea hacia las tecnocracias teófobas actuales, pasando por el naturalismo, el racionalismo, el mecanicismo, la ilustración, el materialismo y la revolución industrial, esta orientación, decíamos, no ya el Islam sino ningún otro pueblo o civilización tradicional la ha tomado nunca en toda la historia conocida. A excepción de la Europa renacentista, dice  S. Hussein Nasr: “Ninguna civilización, aceptó nunca reducir la naturaleza a un dominio sólo profano, desprovisto de lo sagrado. En segundo lugar, la razón humana, el sujeto del conocimiento, nunca fue divorciada del Intelecto, en el sentido tradicional del término usado por ejemplo por Santo Tomás de Aquino y excepto, nuevamente, la filosofía europea postmedieval. No había un sujeto cognoscible sólo profano, ni un tema conocido unicamente profano que, como resultado de la interacción, pudieran producir una ciencia sólo profana. Esto nunca sucedió antes en ninguna otra civilización. En cuanto a que este aspecto sea una señal de “atraso”, éste termino es muy subjetivo. Hacia  adelante, el “progresista” y el “atrasado” están siempre relacionados en una (misma) dirección, dependen del objetivo. Si este último fuera la total secularización del mundo, la reducción del propio hombre a un objeto sólo material, entonces sí, estas civilizaciones son atrasadas y debemos dar gracias a Dios por esto. Es como si un conductor dirigiera su vehículo a toda velocidad rumbo a un gran precipicio y estuviera a punto de caer en él. Hay otros vehículos que vienen detrás: estos son los “atrasados”, pero mejor que estén atrasados porque hay una oportunidad para que puedan parar antes de que sea demasiado tarde” (...) Así, cualquier civilización que no tenga una ciencia dirigida a la obtención del poder (material), basada en la dominación de la naturaleza, se considera atrasada.” (Entrevista a Seyyed Hussein Nasr, en Iniciación al Islam y al sufismo; Mateus  Soares de Azebedo, Ediciones 29. BCN)
Algunos sectores musulmanes creen que el Islam ya ha tenido un renacimiento de este tipo, como por ejemplo el fenómeno Al-Nahda que se inició en el S-XIX en algunos paises islámicos, a nivel cultural y más o menos científico, como consecuencia de la “modernización” que se impuso de los hábitos autóctonos tras la invasión de Egipto por los franceses al mando de Napoleón; pero confunden un verdadero renacimiento con fenómenos de mera adaptación, casi forzosa, a ciertos aspectos de la modernidad colonialista, especialmente los culturales, y en concreto literarios como éste, ligados estrechamente a políticas de alfabetización y occidentalización. Esas corrientes han influido directamente en los intentos de reforma de algunos sectores del Islam (como Arabia Saudí mayormente wahabbi) para aderezarlo al estilo moderno europeo, secular y político, pero con chilaba y babuchas, reforma encabezada por racionalistas y literalistas, de inspiración  mutazilita y antisunita, por cierto, enemigos declarados del Sufismo, o hasta del propio Islam, como la sociedad secreta Vatan ve Hürriyet (Patria y Libertad) de la que era miembro Mustafá Kemal “Ataturk”. 
De hecho, el mundo musulmán actual está ahora dividido entre los que no ven ninguna dificultad en combinar Islam y ciencia moderna (a la que ven de algun modo como “neutra”) y los que la ven como un verdadero peligro y como factor decisivo de ruptura con su vida tradicional. Los primeros son mayormente partidarios de estos movimientos reformistas, como el anticalifal y panislamista de Al-Afghani (en Egipto), promotor del salafismo junto a Muhammad Abdu, que reclamaba para el Islam la ciencia moderna, ya que fue el Islam quien se la proporcionó a Occidente, que tan solo la desarrolló, reclamando para sí lo que de hecho era suyo, convencidos de que al Islam no le pasaría lo mismo que al cristianismo, cuya ciencia ha terminado asfixiando a su religión. Es por ello que durante ese periodo se establecieron curiosos lazos de simpatía entre modernistas musulmanes y racionalistas ateos europeos, del mismo modo que podrían verse también rastros de marxismo-leninismo en algunos movimientos revolucionarios islamistas del S-XX, y como no, en algunos grupos extremistas armados. 
Desgraciadamente, este “bipartidismo” afecta hoy en dia a practicamente toda la comunidad islàmica, creando una situación equívoca de tensión entre “progreso” (entendido en el estricto sentido material) e “inmovilismo retrógrado”, que incide sobretodo en las jovenes generaciones, que ni están verdaderamente integradas al Islam tradicional ni al Islam modernizante. A este respecto, el sufismo ortodoxo se mantiene a igual distancia de ambos; el progreso material sería bienvenido si no fuera por sus exigencias tecnológicas de talante infrahumano y por el precio tan alto que se está cobrando en todo el mundo modernizado y que todos ya conocemos; y el inmovilismo tradicionalista es contrario al Islam, pues, supone la petrificación del legado espiritual del Profeta (slaws), cuyas posibilidades deben actualizarse permanentemente, adaptándolas al hombre y a las necesidades de su tiempo.

Cuando se habla del interés por Oriente en el mundo occidental, pocas veces se considera al Islam ni al Sufismo en particular. Debido a factores diversos, de proximidad incluso, el Islam parece a veces más lejano a la sensibilidad del Occidente moderno que el Budismo, el Zen, o el Yoga hindú, que se presentan como métodos espirituales más que como religiones. En efecto, el Occidente moderno es profundamente antirreligioso, y el Islam conserva precisamente como una seña de identidad aquel sentido religioso que Occidente perdió hace siglos. René Guénon, el último gran maestro espiritual que ha tenido Occidente, un eminente sufí por cierto, señalaba hace más de medio siglo este fenómeno: “En la población occidental, hay mucho más odio con respecto a todo lo islámico que en lo que concierne al resto de Oriente. El miedo entra en buena medida como móvil de este odio, y este estado de espíritu no se debe más que a la incomprensión, pero en tanto exista, habrá que tenerla en cuenta.” (...) “La civilización islámica se conoce menos por parte de los occidentales que las civilizaciones orientales y sobretodo su parte metafísica, que es la que aquí interesa, se les escapa por completo.” (...) “Es cierto que esta civilización islámica con sus dos caras esotérica y exotérica, con la forma religiosa que reviste esta última, es lo que más se parece a lo que sería una civilización tradicional occidental (es decir, a lo que era el cristianismo medieval); pero la presencia misma de esta forma religiosa que el islam comparte de algún modo con occidente, podría (puede sin duda....) despertar ciertas susceptibilidades que, por poco justificadas que fueran en el fondo, no son menos peligrosas” (Orient et Occident. Pg. 204. Edi. Vega. París).

En efecto, al apoyarse en la creencia, el dogmatismo y los sentimientos más que en la razón y el discernimiento, la religiosidad, sobretodo la más popular, deja la puerta abierta a muchos equívocos y, como no, al fanatismo, debido a la confusión misma que provocan los instintos y los afectos más primarios cuando se toman por certezas espirituales, siendo inseparable de un cierto desdén  contra todo lo que no participa de ese enfoque particular, el propio del ego o “narcisismo” confesional de cada religión. Ese caracter diferenciador, que por un lado es necesario, pues, salvaguarda la forma particular de cada religión y la protege de mezclas y adulteraciones, es precisamente lo que entra en conflicto con la forma de otra religión, al establecer distintos tipos de moral, hábitos, costumbres y dogmas. Pero estas diferencias son coherentes con el enfoque doctrinal propio de cada una, por lo que se tendría que ser bastante comprensivo. No es casualidad que se hable de fanatismos religiosos pero nunca de fanatismos espirituales, pues, la verdadera espiritualidad, que no es creencia sino experiencia y conocimiento, nunca podría fomentar fanatismos de ninguna clase; consciente de la unidad de todas las cosas y en especial de la Verdad (al Haqq), la cuestión de la diversidad de nombres, formas y costumbres jamás ha supuesto un conflicto ni una reserva para la verdadera espiritualidad, sino al contrario un elemento enriquecedor no excluyente ni exclusivo. Y en este sentido, hay que admitir que, quien mejor comprende y respeta esa unidad no obstante polimórfica del espíritu, es, en el caso del Islam, el Tasawwuf, que afirma la doctrina de la Unidad (el Tawhid) como única, es decir, como universal, sin confundir nunca unidad con uniformidad, ni monoteismo con despotismo religioso.
Dice Ibn 'Arabi, (el Sheij al Akbar), el más gran maestro del Tasawwuf islámico: “Hubo un tiempo que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora, mi corazón es capaz de adoptar todas las formas religiosas; es una pradera para las gacelas y un claustro de monjes cristianos, es templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, es Tablas de la Ley y pliegos del Corán, porque profeso la religión del Amor y voy donde quiera que vaya su cabalgadura, pues, el Amor es mi credo y mi fe”. 
Ciertamente, ahora no hace falta la religión para suscitar fanatismos, sino cualquier cosa que convoque simpatías y filias o simplemente caliente los ánimos contra un adversario imaginario. Es por ello una simpleza ignorante o quizá perversa culpar de todo a las religiones mismas y no al factor humano que las interpreta y manipula siempre a su antojo y en vistas a sus intereses, cuando no en el mejor caso según una lectura literal y moralista que no va más allá del nivel de parvulario. Y son precisamente esas versiones infantiles y fanáticas de lo sagrado por parte de los oficialismos religiosos, las que junto a la incredulidad materialista, han fomentado tanto las fobias entre religiones como ese ateismo mental, ese grosero escepticismo propio de Sancho Panza, que caracteriza a la mentalidad occidental moderna.
En este sentido, algunos han creido observar una intromisión de lo religioso en el sufismo, sobretodo por su respeto por la Shari’a  y porque ciertas expresiones suyas están a veces teñidas de cierto devocionalismo propio de lo religioso. Y también porque el Amor como motor espiritual tiene un papel muy importante, cosa que podría dar la impresión de un sufismo descafeinado o confundido con mera teología voluntarista. Aunque el Amor aquí no es precisamente sentimentalismo religioso, sino una erótica de lo sagrado, sí es cierto que el talante árabe y el semítico en general, es dado a estas formas de expresión, tanto como, por otra parte, a una exégesis compleja y a veces moralizante de sus escrituras sagradas, llenas de parabolismos y analogías, cuando en los Vedas o los Upanishads, se dicen las cosas de manera clara y directa, lo que no significa precisamente que sean mejor comprendidas por la mentalidad occidental y menos aún por la moderna. En el orden de la tradición, existe una economia tan espiritual como formal, que ajusta la expresión de las doctrinas metafísicas a las distintas mentalidades a las que se dirige en diferentes momentos históricos, adaptación que de no tenerse en cuenta, las haría sin duda ininteligibles para la mayoria. Sin embargo, esto no implica que el verdadero esoterismo islámico no sea esencialmente gnostico, expresándose mediante un lenguaje simbólico bien neto, dificilmente confundible con el fideismo popular que se interpreta, junto a la escritura árabe del Corán, mediante métodos sagrados, como la ciencia de la Letras (Ilm al Huruf) y los números (Ilm al Arkan), como hace la Cábala en el judaismo con la Torá.  
Por su caracter providencial inherente al Islam mismo en tanto Sello de la Profecía y síntesis final de las anteriores revelaciones espirituales, el Tasawwuf acoge también en su método diferentes predisposiciones individuales, sea a la acción ritual (Ibadah), a la devoción (Mahabba) o al puro conocimiento espiritual, la gnosis (Ma’arifa o Ilm), impregnando ésta última todas las demás, pues, como bien señala Ibn Jaldún: “El camino de los sufíes es el camino de nuestros antecesores, de los sabios entre los Compañeros –del Profeta (slaws)-, sus seguidores y sus sucesores.”  Las tres vías tradicionales y más o menos diferenciadas en cada tradición, se funden en una sola en el sufismo: la via de las obras, la del amor y la del conocimiento. El Karma, el Bakti y el Janna-Marga del hinduismo, se sobreponen naturalmente en el Tasawwuf, adaptándose a las principales tipología humanas.
El papel activo que toma el amor en el sufismo, es debido precisamente a su alcance iniciático como factor de unión. No es el pasivo del pietismo religioso, la adhesión piadosa de aquellas almas que buscan más consuelo moral que luz en la espiritualidad. El Amor aquí es un Maqam o estación espiritual de las más importantes, pues, en ella la dualidad Siervo y Señor desaparece, en la misma medida que desaparecen el sujeto y el objeto del conocimiento en la Unidad del conocer mismo. “Te amo con dos amores, dice Rabi’a al ‘Adawia, un amor hecho de deseo, y el otro el digno de Tí, (...) el que aparta los velos de mis ojos para contemplarTe”. Y el màrtir sufi Al Hallah exclama: “He sido aniquilado (por el amor). Sólo queda Dios”.
Iluminado por la verdadera Gnosis, que es puro discernimiento espiritual (Furqan), pura consciencia auto-consciente y no por cierto un saber libresco o erudito, el Amor produce esa aniquilación (Fanâ), no del ser, sino de su egoismo ignorante, de su ego separativo y diferenciador. “Si el conocimiento no te arranca tu ego, vale más la ignorancia que ese conocimiento”, dice el sheij Hakim Sana’î Ghaznavi (+ 1132).
El papel del sufismo (llamado Irfán en el islam chií) hoy en día es bastante claro por su propia importancia y porque ninguna otra organización iniciàtica islàmica existe para asumirlo: mantener vivos el espíritu y la esencia misma del Islam contenidos no sólo en el mensaje coránico, sino en la propia Silsila o cadena iniciàtica del Profeta (slaws). Esta esencia se reconoce por su estricto monoteismo, pero desde el sufismo, el monoteismo toma un sentido e incluso una dimensión otra, mucho más ámplia que su versión religiosa, aunque tanto una como otra se han malinterpretado sistematicamente.
El verdadero monoteismo de los pueblos semíticos no es la reafirmación de un dios personal-nacional que compite contra otros tribales y que acaba en un monopolio religioso que se impone a los pueblos vecinos suprimiendo sus dioses y cultos por el suyo. 
Aunque a veces no lo parezca, el politeismo coexiste naturalmente con el monoteismo dentro mismo de muchas tradiciones, como la védica, la budista, la chamánica, la judeocristiana y también incluso la islàmica, en la medida, claro está, que se reconocen sin confusión intermediarios celestes, pues, la unidad divina no excluye los múltiples aspectos de ella misma, convertidos en nombres, cualidades, atributos, arquetipos, dioses, ángeles y demonios; pero cuando la noción primordial de esta Unidad se pierde, entonces solo queda el culto a aspectos secundarios, es decir, duales, del Dios único y verdadero, que puede degenerar en groseras supersticiones, sobretodo cuando esa unidad divina es suplantada por uno de esos aspectos, pues, incluso el dios creador no puede ni debe confundirse con el Absoluto infinito e incondicionado, y por lo tanto impersonal. 
Entender el monoteismo como una forma de despotismo religioso es seguramente el modo más aberrante de hacerlo y el más ajeno a la realidad. El Dios de Abraham, de Moisés, de Jesús, y de Muhammad (slaws) es el mismo y único Dios, como lo es el Brahma hindú, el Tao chino, o la budeidad del Buda. “Hay que reconocer al Dios (único) en toda creencia, en toda forma de adoración y en todo objeto de fe”, dice Ibn ‘Arabi. Todos son apelativos diferentes para expresar la misma realidad esencial, el Principio único y supremo al que cada pueblo ha dado nombres diferentes a lo largo de épocas y circunstancias distintas, principio al que está asociada inseparablemente una tradición también primordial u original, de las que todas las demás conocidas son expresiones y adaptaciones históricas. En última instancia, como dice Jalal al Din Rumi: “No soy cristiano, ni judio, ni mazdeo, ni musulmán, ni de Oriente, ni de Occidente, ni del mar, ni de la tierra, ni de los cielos en rotación, ni de las minas (...) Al no poseer alma ni cuerpo (propios), pertenezco al Espíritu Supremo”
Restaurar el culto al Dios único, o mejor dicho, a la única y suprema Realidad (al Haq), se ha llamado en Occidente monoteismo, pero en realidad no se afirma una divinidad entre muchas otras posibles, sino que se afirma a la única  y suprema Realidad más allá de todos sus aspectos, divinos o no divinos, es decir, se afirma la Realidad universal en sí misma y no a sus nombres y manifestaciones particulares, que son indefinidas. 
Por la propia singularidad matemática del número uno, ésta Realidad sin par, excluye toda otra realidad distinta asociada aparentemente a ella, pero también, por su universalidad misma (ya que nada podria existir o ser fuera, a parte, además o al lado de la unidad), incluye a la vez todos sus posibles aspectos, cuya expresión diferenciada constituye precisamente el Cosmos o Universo manifestado, del cual el ser humano es una réplica en pequeño, un microcosmos.
La idea fundamental del sufismo es que el hombre no es quien cree ser, ni la identidad de su ego mental es su verdadera identidad. Ninguno de sus atributos, facultades o cualidades son suyas, incluido el cuerpo, la mente y el alma. Nada realmente puede señalar como yo o mío. Una serie indefinida de falsas atribuciones relativas a un yo conceptual inexistente, alimentadas por la ignorancia, lo ha convertido en un ser precario totalmente engañado por las apariencias de un mundo evanescente que ni es real ni tampoco completamente irreal. Tampoco Dios o el Espíritu es nada en absoluto de lo que el hombre pueda imaginar según los parámetros de esa misma mentalidad. Dada esta situación, su realización espiritual estará encaminada, sobretodo, a suprimir esa ignorancia y a vaciarse de las posesiones y hábitos de su egoidad, tras lo cual podrá comprobar por sí mismo que su verdadero ser no es ni una parte, ni una cosa, ni un fenómeno individual, sino la unidad incondicionada de todo lo posible, algo en todo caso, que escapa a toda definición, pues no entra en la categoría de lo dual, de ahí que sea un secreto. 
Si la finalidad del exoterismo, es decir, de la religión, es la coexistencia armónica del Siervo (humano) con Dios (el Señor) en esta vida y en la otra, dejando subsistir siempre una dualidad infranqueable entre ellos, la finalidad del Tasawwuf es la “extinción” (Fanâ) de la ignorancia que crea y permite esa dualidad allí donde sólo existe realmente unidad: se trata de suprimir esa falsa percepción que hace ver al hombre como suya y propia una existencia particular que no es sino la de Dios, es decir, la de una realidad o voluntad universal. No se trata de aniquilar la existencia, como algunos han malinterpretado, sino tan solo esa ignorancia que el cristianismo llama “pecado original” y el sentido común falsa identidad.
Para el Tasawwuf, el monoteismo supone la realización del Tawhid, o sea, la restitución de la unidad del ser, o lo que es lo mismo, de su verdadera identidad, ignorada y enmascarada por la presencia ilusoria de “otros dioses”, yoes o egos distintos del único Yo o Sí mismo universal. Ese es en el fondo el mensaje de la Shahadah: Lah ilaha illa Allah (No hay más dios que Dios). Y también el del nombre hebraico: Eieh aser eieh (“Yo soy el (único) que Soy”. Exo. 3, 14) en respuesta a la pregunta de Moisés en la zarza ardiente. O el Tat twam asi (Tu eres Eso) del Vedanta advaita. En efecto, Dios es más tu mismo que tu mismo, o como dice el Corán: “Dios está más cerca de tí que tu vena yugular”. No en vano el primer estadio de comprensión del Tawhid es la perplejidad, la cual acompaña al iniciado en toda su andadura espiritual.
Dicha realización no podría efectuarse sin destruir la ilusión que produce en el ser humano el hecho de concebirse él mismo como una entidad cerrada, limitada, estanca y separada de todas las cosas, como un objeto corporal o mental, en contradicción directa con su pretendida autosuficiencia. El alma y la consciencia se han dispersado en la multiplicidad de sus contenidos y en la variedad del mundo que percibe sin darse cuenta de su unidad necesaria, idéntica a la unidad misma de la realidad y de todas sus facetas posibles. Nos hemos exiliado del mundo real, quedando enquistados dentro de un subjetivismo ilusorio, de una nube individualizada de recuerdos, miedos, deseos, imágenes, pensamientos y conceptos que falsamente tomamos por nuestra vida, nuestro ser o la realidad. Y en ese empeño, los paradigmas y los hábitos de la modernidad no sólo no nos han ayudado para nada a escapar de ese engaño, sino que lo ha reforzado con poderosos lastres y cadenas.
El alma no es consciente de que el mundo está literalmente dentro de ella y no ella en el mundo. Esa dispersión o salida de ella misma la hace sufrir sin saber la causa, y en su error relativiza lo más absoluto como absolutiza lo más relativo: al confundir el ego mental con el Yo espiritual todo se trastoca: el rey se considera un paria y el paria un rey, el todo se considera una parte y la parte el todo. La ignorancia, el miedo y el sufrimiento nacen de esta confusión, como el ego y el egoismo del individuo, que no son sino un acto ignorante de apropiación.
Si la doctrina sufí deriva de un secreto (Sirr) que cada ser porta en sí mismo, el método deriva de la memoria, del recuerdo mismo de ese secreto y del modo en que se revela a cada cual al tenerlo siempre presente en el corazón.  La palabra Corán (liter. recitación), como también Dhickr, la invocación del nombre divino como método más representativo del sufismo, provienen de raíces árabes ligadas a la idea de recuerdo, reminiscencia, rememoración, memoria. Sencillamente, el hombre ha olvidado quién y qué es, y en tal caso, es importante que lo busque donde corresponde, pues, en esa búsqueda le va realmente la vida presente y la futura. 
Como decía Rumi: “Examiné la cruz de los cristianos primitivos y él no estaba en la cruz. Fui al templo hindú, a la pagoda antigua, en ninguno encontré el menor signo (de su Dios). Subí hasta las cumbres sagradas, miré a mi alrededor, Él no estaba en las cumbres ni en los valles. Fui a la Kaaba, y tampoco estaba allí. Pregunté su paradero, y estaba más allá de los límites del filósofo Avicena. Miré en mi propio corazón y allí lo encontré”.
Es cierto que el escepticismo espiritual moderno está respaldado por una ciencia esencialmente empírica, es decir, materialista, cuyos mayores éxitos se observan, no por cierto en explicaciones definitivas de nada, sino en sus aplicaciones tecnológicas. En ese campo, no puede negarse que se ha avanzado enormemente en los últimos años, mejorándose ostensiblemente los medios para ayudar y aliviar a la humanidad, pero tanto como para destruirla. Es hora de que, no la ciencia, sino el hombre, tome consciencia de sus propias contradicciones, porque las suyas son también las de su ciencia.
La que ahora llamamos moderna, ha descubierto nuevos mundos en lo sideral y lo atómico, superestructuras y microestructuras nuevas, antes desconocidas, a medida que ha desarrollado tecnologías más eficaces para poder observarlas y manipularlas; pero inexplicablemente, continua negando toda realidad que aún ignora y no cae bajo su instrumental, a pesar de haber advertido la relativa materialidad del mundo material que unicamente le interesa. Su escepticismo con respecto a todo lo que aún desconoce, se contradice directamente con su afán investigador por descubrirlo. Además, una ciencia que tiene que arreglar con una mano lo que la otra destruye, es una ciencia dividida contra sí misma, es una ciencia esquizofrénica o tal vez  demasiado hipócrita. Avanzar y progresar está muy bien, es el deseo de toda sociedad y de toda persona, pero la cuestión principal y el factor decisivo del éxito está precisamente en saber hacia donde. El mundo moderno no lo sabe pero se lo intenta imaginar, y entonces se descubre un infantilismo inaudito que hace temblar y que hasta el cine y la ciencia ficción se lo han desmentido anticipadamente.
Se habla continuamente de crisis y las noticias internacionales parecen ampliar el concepto a todos los ámbitos, áreas y niveles. Una crispación latente va minando la precaria tranquilidad de nuestras vidas, despertando un creciente sentimiento de inseguridad. Todo el mundo espera que vengan tiempos mejores, pero mirando hacia fuera, esperando de las esferas de poder todas las soluciones. Pero los verdaderos cambios en la dirección correcta empiezan en el propio individuo, en su propia consciencia, la única capaz de transformar su comportamiento. Todas las vías espirituales auténticas no proponen otra cosa. No tienen por qué preocuparse del resto, pues, si eso se logra, lo demás sólo es cuestión de tiempo. El hombre actual ha de recuperar la fe y la confianza en su verdadero ser, pero ha de desconfiar absolutamente de su ego individual, sexual, social, político, nacional e incluso religioso, pues, creyendo preservar una seña de identidad propia, una legítima peculiaridad, no hace sino proteger, quizá, el producto neurótico de una sociedad mezquina, enferma y quizá terminal.  
Y si se decide por la espiritualidad, ha de intentar ir más allá de las formas y los envoltorios, y captar el verdadero mensaje que transmiten las diferentes voces de la Sabiduría tradicional, no las del folclore, la superstición y el fanatismo, sino las de aquella Verdad que el maestro Jesús, Seyyidna Aïsa, decia que nos hará libres y que, desde luego, no es monopolio exclusivo de ninguna religión o credo particular.
En un mundo multicultural, multietnico y multirreligioso como es ahora ya el nuestro, nos guste o quizá no, es perversamente ridículo y suicida alimentar fobias de este tipo. En estos momentos es muchísimo más provechoso para el hombre abandonar las polémicas bizantinas sobre increibles minucias que atrapan su atención, y explorar su propio mundo interior, buscar en sí mismo y más allá de sus preferencias mentales, casi siempre estéticas, ese tesoro oculto que desde siempre, dicen, se encuentra en su corazón, y que al descubrirlo haria de él algo mucho más importante que un “animal racional” y, desde luego, que un esclavo de sus propias ilusiones, “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”, dice un hadith del Profeta (slaws), y también Protágoras recalca: “El hombre  es la medida de todas las cosas”, refiriéndose al papel central que en el universo le reservan al ser humano todas las tradiciones sagradas. 
Esperemos que el hombre del S-XXI sepa aplicarse primero a sí mismo esa sublime medida, sin confundirla con el varemo egótico del hombre moderno supuestamente “evolucionado”.
Insh’Allah.


Conferencia impartida en la Universidad de Barcelona dentro del seminario: "Modernidad y sabiduría tradicional". Julio 2010.