Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

miércoles, 3 de febrero de 2016

LA VULGARIZACIÓN DEL SECRETO, por Arjuna

Al concluir la lucha que Jacob mantuvo con el ángel de Dios, durante toda la noche, Éste le dijo: - ¡A partir de ahora, ya no te llamarás Jacob, sino Israel! que significa: el que lucha con Él. Este hecho hizo que los descendientes de Jacob, en lugar de llamarse Jacobitas, se llamaran Israelitas; y que el pueblo que constituían, en lugar de llamarse Pueblo de Jacob, se llamara “Pueblo de Israel”. Esto incita a pensar a simple vista -o, lo que es lo mismo: de forma exotérica-, que el Pueblo de Israel, lo constituyen todos los descendientes biológicos de Jacob, el tercer Patriarca que, junto con su abuelo Abraham y su padre Isaac, constituyeron la trilogía conocida como los tres Patriarcas, de los que nacieron las Tradiciones Sagradas Judaísmo y Cristianismo (Recordemos que en el Islam, el único que intervino fue Abraham).

Pero todo iniciado, al profundizar en los Misterios, percibe que “Israel” no es un nombre designado por el hombre, sino que es uno de los pocos nombres designados por Dios, como lo fue el de Adán, el de Jesús en la Anunciación a María y el del Apóstol de la fe, a quien Jesús cambió el su nombre de Simón por el de Cefás o Pedro, que significa Piedra. Y cuando es Dios quien lo designa, el iniciado sabe que es ese nombre, el que permanece durante el tiempo. Por ello, sabe también que el Pueblo de Israel, no lo forman los descendientes biológicos de Jacob, sino todo aquel que durante su vida, después de cruzar el río del Segundo Nacimiento, mantiene su lucha interna con Dios. Y ése es el auténtico iniciado, pues la filiación biológica está limitada a eso: la Biología, mientras que la filiación espiritual, es la que constituye la auténtica Tradición Sagrada, por donde el espíritu viaja de generación en generación. Es israelita, todo aquel que lucha con ese Dios, que todos llevamos dentro.

La expresión evangélica “Iglesia”, proviene del griego y significa Asamblea, Congregación. Y el Evangelio dice: “Cuando dos o más estéis reunidos en mi nombre, Yo estaré entre vosotros”. El exoterismo ha atribuido la expresión “Iglesia” al organismo religioso-administrativo que mantiene la Tradición Cristiana, y más concretamente el Catolicismo. Incluso, el uso popular ha llegado a identificar a la Iglesia con el templo físico. Pero todo iniciado sabe que, espiritualmente hablando, toda congregación o asamblea hecha Tradicionalmente en el Nombre de Dios, constituye la auténtica esencia de la Iglesia.

Musulmán, según la Shariah o el exoterismo islámico, es aquel que cumple con la Tradición islámica; pero el esoterista, el que realiza la vía iniciática, sabe que “Islam” significa “Sumisión”, y que “Musulmán” es aquel que de “motu propio” se somete a la  Voluntad Divina. Por lo que, al igual que el auténtico Israelita es el que lucha con Dios, y la auténtica Iglesia es la congregación en Nombre de Dios, el auténtico Musulmán es todo aquel que acepta y se somete a la Voluntad de Dios.

Ello indica que los elementos que aporta la Tradición Sagrada, pueden ser mantenidos en su esencia, mostrando la espiritualidad que los constituye (vía iniciática), o pueden ser interpretados según conceptos o intereses individualistas, propios de la fijación y estancamiento en la multiplicidad, ya sea en la Tradición Sagrada exotérica o, de forma más baja, en el mundo estrictamente profano.

Esta segunda tendencia de coger el elemento sagrado y ajustarlo a los intereses de la multiplicidad en general y, del individuo, en particular, es lo que se conoce como “vulgarización”. Podríamos por tanto definir la vulgarización como la actitud que, basándose en el ansia de lograr la meta sin pasar por el esfuerzo que supone la realización, se apropia de la expresión esencialmente tradicional -es decir emanada directamente del Núcleo, para aportar luz a la Superficie-, y la rebaja a su limitada comprensión espacio-temporal, obligándola a sufrir una transformación tendente a la pérdida de la sacralidad que lleva implícita.

Un ejemplo que cabría en Masonería, es decir, ya en vía iniciática, se puede dar cuando, en el Tercer Grado, en la Cámara de en Medio, se cree que no se puede mentir y que, de ahí, se le conoce como Cámara de la Verdad. Esta creencia se basa en el comportamiento individual de cada miembro, pues obliga a cada uno a no decir mentiras; lo que manifiesta una clara tendencia a conservar el culto a la multiplicidad, por esta simple advertencia a cada uno de sus miembros. 
Si la visión fuera que, la Verdad, no puede mostrarse plenamente en el Primer Grado, por no herir la escasa sensibilidad iniciática del Aprendiz, ni en el Segundo Grado, por no encontrarse todavía el Compañero preparado para recibirla, pero que sí puede mostrarse al desnudo en el Tercer Grado, por haber adquirido ya el Maestro la capacidad necesaria para vivirla, estaríamos ante una postura más iniciática que la simple prohibición de mentir.
Mentir, no hay que mentir nunca, ni en el Tercer Grado, ni en el Segundo, ni en el de Aprendiz, ni siquiera en el mundo profano, pues el exoterismo ya nos lo recuerda con sus mandamientos. La actitud de ver la Cámara de Tercer Grado, como un espacio en el que el individuo no puede mentir, sería un claro ejemplo de vulgarización. 

En referencia ya al secreto, nos adentramos en un campo donde los conceptos que han llegado derivarse del mismo, lo han hecho viajar desde el iniciático -que es el eminentemente válido- hasta el meramente profano, pasando por alguna fase intermedia de pérdida de la sacralidad, a la que la Orden se ha visto volcada según los momentos históricos que haya tenido que padecer.

Calificar a la Orden Iniciática de “secreta”, no sería correcto, pues si la raíz de la expresión “secreto” es la misma que la de “sagrado”, crea un vínculo entre ambas que hace que, la una, no pueda independizarse de la otra, de forma que la expresión “secreto” debe contener la sacralidad y, la expresión “sagrado” debe suponer, para el “Secreto”, una vivencia de carácter incomunicable; es decir, no que el hombre no deba comunicar porque se le ha prohibido, sino algo que el hombre no puede comunicar porque no dispone de medios para hacerlo, al tratarse de algo supra-humano, que supera sus posibilidades. Y ese sería más o menos el concepto de “Secreto Iniciático”.

Que ¿cómo debería ser calificada la Orden si la expresión “secreta” no es la adecuada? Pues lo correcto sería calificarla de “cerrada”, ya que no admite a todo el mundo indistintamente, por la necesidad de poseer unas cualificaciones particulares, a falta de las cuales, no se puede obtener ningún beneficio real del vinculamiento a la Orden en sí; pues cuando ésta deviene demasiado abierta e insuficientemente estricta a este respecto, corre el riesgo de degenerar a consecuencia de la incomprensión de aquellos admitidos sin reflexión alguna, que no dejan de introducir, en Ella, toda suerte de puntos de vista profanos, desviando la actividad a metas que nada tienen que ver con el dominio iniciático. Ello supone la entrada de individualidades para las que la Iniciación, nunca será más que “letra muerta”, es decir, una formalidad vacía y sin ningún efecto real, porque son, en cierto modo, impermeables a la influencia espiritual, cuya transmisión es la finalidad de toda vía iniciática.

Si las Órdenes Iniciáticas son cerradas, no es más que porque son depositarias de la posibilidad de transmisión de esa vivencia espiritual, que la práctica de sus Ritos puede proporcionar al iniciado. Y es esta una de las principales características -por no decir la principal- que las distingue de las demás organizaciones autodenominadas “secretas”, exclusivamente humanas y carentes, por tanto, de toda experiencia tradicional sagrada o lo que es lo mismo, de todo carácter eminentemente iniciático.  

Las sociedades llamadas “secretas”, normalmente tienen fines profanos, donde el secreto supone una tendencia a alimentar a sus individualidades, con el hecho de conocer algo que los demás ignoran, lo que ayuda enormemente al desarrollo del ego; mientras que las sociedades iniciáticas, tendiendo a la búsqueda del desarrollo espiritual, apuntan a todo lo contrario: extinguir el ego.

Todo secreto de orden exterior puede ser traicionado. El Secreto iniciático no puede serlo nunca. El Doctor George Oliver en una de sus obras indica: “El secreto masónico es algo misterioso, jamás ha sido divulgado. El hombre más charlatán del mundo, si deviene Masón, no lo divulgará nunca. Aquí no hay riesgo alguno, aunque le hagáis enfadar, lo castiguéis, lo rechacéis, nunca dirá nada. Aunque se vuelva loco o rabioso, o se haya emborrachado, seguirá sin decir nada. Intentad sobornarlo, corromperlo, amenazarlo o torturarlo, y, respecto al Secreto masónico, no saldrá ni una palabra”.

Esta más o menos jocosa observación de George Oliver, nos viene a recordar lo ocurrido a Hiram Abif, según el Ritual de Elevación a Maestro. Por mucho que los tres Compañeros quieran sonsacarle el Secreto, jamás llegan a conseguirlo porque, tal como les dice Hiram, se trata de una experiencia que no se puede comunicar, que se debe vivir en el transcurso de la vía iniciática. Entendiendo los Compañeros, no que no pueda expresarlo por la propia incomunicabilidad del Secreto, sino que no quiere revelárselo,  en su incomprensión, llegan al asesinato como todos sabemos. 

Por ello nadie puede ser acusado de traicionar el Secreto Iniciático; y si lo es de haber revelado un secreto de la Orden, puede asegurarse que, ese secreto, no será para nada el Secreto Iniciático.

El verdadero secreto es el único que no puede ser jamás traicionado de ninguna forma, sólo reside en lo inexpresable; que, por ello mismo, es incomunicable a través de los medios meramente humanos y sólo puede ser transmitido, por el Rito, al iniciado que, abandonando todos sus metales, se haya sometido voluntariamente a la acción Ritual, a fin de que, ésta, extrayéndole todas sus cualificaciones, le proporcione esa sagrada vivencia que supone el Secreto iniciático. 

Según René Guénon, lo que se transmite por la Iniciación, no es el secreto mismo, puesto que es incomunicable, sino la influencia espiritual que, teniendo a los Ritos como medio, posibilita ese trabajo interior, mediante el cual, tomando los símbolos como base y soporte, cada iniciado alcanzará ese Secreto, que le penetrará más o menos profundamente, según la medida de sus propias posibilidades de realización espiritual.

Ello implica que el Secreto Iniciático no es algo que las propias Órdenes Iniciáticas oculten voluntariamente, sino que constituye algo que no está en el poder de nadie, aunque lo quiera desvelar y comunicar a otro.

Existen, sin embargo, como todos sabemos, otros secretos dentro de la Orden, a los que podríamos calificar de accesorios y no esenciales, que son aquellos que nuestras individualidades “juran” no revelar fuera del espacio sagrado, pues pueden ocasionar, entre los profanos, verdaderas confusiones y equívocos. Es decir, la no revelación, no es para proteger al mundo iniciático, pues lo espiritual no precisa de protección, pero lo profano sí. La Perla sólo puede brillar dentro del espacio sagrado, fuera de él, no creará más que auténtica confusión. Aquí el Evangelio es taxativo: “No echéis la perlas a los puercos, pues después de pisotearlas, aun se revolverán contra vosotros”.

De ahí que esos secretos de lo ocurrido en los Trabajos, de los Signos, Palabras y medios de reconocimiento, sea conveniente guardarlos entre los iniciados, no para engordar nuestros egos, de que sabemos algo que los demás no saben -pues eso sería contrainiciático-, sino para no herir al mundo profano, con algo que no le hará ningún bien conocer, sin haberse iniciado y realizado esa experiencia, que tan solo la vía iniciática puede proporcionar.  

Esta tendencia no sólo debe practicarse hacia el mundo profano, sino también dentro de la propia Orden, hacia los grados inferiores, pues la revelación de lo ocurrido en el Segundo Grado o en su Ritual de acceso, hecha a un iniciado de Primer Grado, por poner un ejemplo, puede llegar a causarle una verdadera confusión en su progreso iniciático, que no le supondría más que un perjuicio, posiblemente de mayores consecuencias que al profano ajeno a la Orden. 

Las penalizaciones propias de los tres grados, que hacen referencia directa a lo que se conoce como “los secretos que me han sido confiados”, son un claro ejemplo, expuesto en el Rito, de la conveniencia de esa “no revelación”, a fin de proteger la buena marcha en la propia vía iniciática. Además, este juramento de no revelación de esos secretos, digamos, no esenciales pero necesarios, ejerce también una doble función, pues constituye como un entrenamiento de la “disciplina del silencio”, prácticamente imprescindible en el Primer Grado y de mayor dominio en los siguientes, gracias al progreso iniciático.

Y, por hablar de otro nivel, no deberíamos concluir este Trabajo, sin hacer referencia a otro tipo de secreto, de carácter profano, al que la Orden ha tenido que acudir en muchos momentos de su historia. 

Los innumerables enemigos que ha tenido que soportar la Iniciación, han hecho que la identificación de su miembros, no fuera revelada más allá de la organización, por miedo a las represalias -en muchas ocasiones con fines dramáticos- que pudieran venir del mundo profano. Lo ocurrido con la Orden del Temple supone un claro ejemplo de ello. 

Ahí, el iniciado pide discreción en cuanto a su condición, por las consecuencias que ello pudiera tener de cara al mundo profano. Y, al entrar en la Orden, se recibe la advertencia de no revelar la identidad de Masón de ningún hermano, por temor a dichas  consecuencias.

Esto tiene la apariencia de ser algo correcto, pues las propias normas exotéricas respecto el amor al prójimo, así lo indican. No es bueno estar siempre hablando de los demás, y menos en vía iniciática, pero analizándolo más o menos profundamente y desde todos los ángulos, podría incluso entreverse una contradicción.

En el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, lo primero que se oye al abrir la Logia en Primer Grado es: “Hermano Primer Vigilante, ¿sois masón? Y la respuesta, como todos sabemos es: “Mis hermanos me reconocen como tal”. Aquí se indica que, la condición de Masón, no es algo que uno pueda atribuirse a sí mismo, pues el reconocimiento de las propias cualidades, no es, ni más ni menos, que un arma del ego; por lo tanto, según el citado inicio del Ritual, lo que yo pueda ser o no ser, no vendrá  calificado por mí mismo, sino por el reconocimiento de los demás. De ahí que, este hecho de que mi condición de Masón sólo pueda ser calificada por el reconocimiento de mis Hermanos, sea altamente indicativo del carácter iniciático del Ritual, pues supone el primer golpe de gracia que recibe el ego, nada más empezar.

En el examen de paso de grado, que supone el aumento de salario que experimenta el Aprendiz cuando va a acceder al Grado de Compañero, el Venerable Maestro le pregunta: ¿Qué progresos habéis experimentado en este tiempo de aprendizaje?

El Aprendiz, habitualmente, piensa en alguna transformación que haya creído experimentar en sí mismo y la expone, no sin, normalmente, dejar entrever un cierto grado de humildad. Al menos así se suele apreciar en las experiencias vividas en Masonería hasta ahora. Según la primera respuesta dada en el Ritual de apertura, el Aprendiz debería contestar: “Yo no soy quien para hablar de mis posibles progresos. La pregunta debería ir dirigida a mis Hermanos, pues son ellos los únicos que pueden referirse a mi posible cualidad de Masón”.

Quizás exigir esto de un Aprendiz, sería mucho exigir; de ahí que la respuesta dada habitualmente sea admitida, con la consiguiente recomendación por parte del Venerable Maestro.

Con todo esto queremos decir que, desde el punto de vista de cada hermano, es bueno guardar la condición de Masón de los demás, pues lo contrario puede llegar a perjudicarles; pero desde el punto de vista del propio hermano que así lo exija, ya es otra cosa, pues el que exige a los demás que se mantenga oculta su condición de Masón, lo hace normalmente para protegerse en el mundo profano, por las puertas que podrían cerrársele en su quehacer diario; es decir, él mismo renuncia a su condición de iniciado, por miedo al mundo profano. Ahí, se anteponen los intereses profanos, a la condición de iniciado. Delante del publico de la calle, renuncia a su condición de Masón, a fin de proteger su propia individualidad, pues la oculta para que no perjudique a su progreso profano.

Poniendo un ejemplo extremo, si Cristo hubiera adoptado esta actitud, jamás hubiera hecho nada que lo delatase como “el Cristo”, a fin de evitar el tormento de la Cruz. Y si le hubieran insinuado la posible muerte en crucifixión, Él, siguiendo esa conducta de anteponer el mundo profano al de realización espiritual, hubiera negado su condición, para evitar el tormento que, como Cristo, debía cumplir.

En otras condiciones menos severas, pero sin salirse del mismo contexto, cuando al Apóstol Pedro le preguntaron, al llevarse a Cristo detenido para ejecutarlo, si le conocía, Pedro lo negó tres veces. Tomó la actitud del Masón, que no quiere que digan que es Masón,  a fin de proteger su ego en el mundo meramente profano.

Este secreto que hay que guardar sobre la condición de nuestros hermanos, no es más que una incursión del mundo profano, en el mundo iniciático; que, por el hecho de que salga de nosotros mismos hacia los demás, es perfectamente correcta, pues aboga aquel principio evangélico de: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”; pero desde el punto de vista del propio Hermano, que pide a los demás que no revelen su condición, no es más que una repetición de las negaciones de Pedro, que eligió renunciar a Dios para proteger su ego. Evidentemente, la exigencia de guardar este secreto por el propio Hermano, no tiene nada de iniciático y lo tiene todo de profano.

Sabemos sin embargo que hay casos más extremos y que, no todo iniciado, ha cumplido su plena realización espiritual, alcanzando la Identidad Suprema; por lo que siendo la extinción del ego, todo un proceso de realización, es normal que, durante la vía, muchas situaciones lleguen a pincharle, incluso a un nivel superior al mundo profano, pues es sabido que el Tentador ataca más a los iniciados que a los profanos, por el simple hecho de que, aquéllos, han escogido una vía de escape que no le interesa en absoluto. Esto hace que las tentaciones sean mayores, pues la fuerza para vencerlas también va en progreso, gracias a la vía iniciática. De ahí, que cuando los iniciados hayan padecido momentos históricos que los perseguían a muerte, intentaran disimular su condición a fin de apegarse a la vida, que sería el equivalente a las tres negaciones de Pedro. Pero el Apóstol, en esos momentos, aun no había vivido Pentecostés, lo que indicaba que su realización espiritual aun no había experimentado el cambio que le esperaba y, por tanto, ante la posibilidad de morir, su individualidad pudo más y eligió la de mantenerse en este espacio-tiempo y renunciar al Maestro. Una vez visitado por las Lenguas de Fuego, la actitud fue completamente distinta y cogió su cruz para seguirle hasta el final.

Con esto no queremos decir que reconozcamos como injustas las actitudes de salvar  la piel en tiempos históricos graves, como les ha ocurrido a muchos iniciados, pues la victoria sobre el ego es realmente dificultosa, pero sí que, en momentos históricos más calmados o tranquilos para las vías iniciáticas, el anteponer cualquier excusa para mantener un mero estatus social que, muchas veces ni tan sólo es de carácter económico, es verdaderamente anteponer el mundo profano al iniciático, con lo que se convierte en un verdadero culto al ego, que se dedica a edificar una protección de rechazo iniciático, que le proporcione esa seguridad que todo profano exige para mantener su equilibrio en la multiplicidad.

El otro extremo de esta postura, sería todo lo contrario: Soy Masón, lo voy  predicando a los cuatro vientos, y así consta en mis tarjetas personales, en mis curriculums y así debe constar en la historia de mi vida. Esta postura alimenta el ego desde el otro extremo y es tan perjudicial como la primera, pues, al igual que ésta, es totalmente contraria a la respuesta ritualística: “Mis hermanos me reconocen como tal”; ya que, en una, no deseo que me reconozca nadie y, en la otra, si hay alguno que aun no me reconoce, ya me encargaré yo de írselo recordando para que no se olvide.

Aquí, se aprecia, por un lado la influencia del secretismo profano incurriendo en la Masonería y, por el otro, todo lo contrario: la necesidad de la plena extinción de ese secretismo, a fin de colgarle a mi ego una bien visible etiqueta de Masón. 

Ni uno ni otro caso, evidentemente, tienen nada que ver con el carácter sagrado del Secreto, pues en ambos, acudiendo a la vulgarización, se usa la expresión sagrada, “secreto”, para fines meramente humanos, sin ninguna trascendencia espiritual; que, más que nada, lo único que hacen es entrar en clara oposición a la tendencia iniciática que toda Orden de dicho carácter tiene. 

La vía contraria a este fenómeno tendente a la vulgarización que hemos  expresado en el mundo del Secreto y en conceptos Tradicionales como: Israel, Iglesia o Musulmán, es justamente la que debe adoptar el iniciado dentro de su Orden, pues ésta le aporta, a través de sus Ritos, su Simbología, su Doctrina y su Método, los elementos necesarios para, huyendo de la vulgarización, ir, en el transcurso de su marcha, descubriendo y vivificando esa sacralidad que todos ellos llevan dentro.