sábado, 26 de diciembre de 2015
PERSPECTIVAS NO DUALES DE LA PSIQUE. APROXIMACIÓN FENOMENOLÓGICA AL LOGOS ASTRAL (*) , por Sergio Trallero Moreno
Se plantea en líneas generales la visión de la psique humana y de los límites de su cognición dual desde la perspectiva metafísica de la espiritualidad tradicional, basada en una radical evidencia no dual, tanto epistémica como ontológica, puramente intuitiva, directa e inmanente a la Conciencia misma. Desde esta percepción se constata el sustrato no dual de todo aparecer y manifestación, entre cosmos y hombre, como establecen saberes ancestrales como la Astrología, a pesar de la aparente dinámica dual, polarizada en forma de devenir cíclico. Es así que toda reducción auténticamente fenomenológica debe desembocar en la Conciencia no dual de lo Absoluto, sin ser confundida con la mente de la individualidad humana, que eclipsa y vela en una falsa identidad egoica la única Realidad posible.
Conocimiento no dual, conciencia y psique
Toda filosofía occidental, principalmente la moderna, permanece prisionera de categorías y esquemas duales, crecientes en la medida que la razón discursiva ha negado o eclipsado toda dimensión gnoseológica que pueda rebasarla. Vemos un mismo paradigma subyacente, como es comúnmente sabido, ya desde Platón entre el mundo arquetípico y el mundo sensible, o en Descartes entre la substancia pensante y la substancia extensa. Pero es la epistemología kantiana la más paradigmática ya que se encuentra en el trasfondo de cualquier esquema psicologista y positivista posterior. Intentando resolver precisamente la dualidad básica moderna entre racionalismo y empirismo, Kant no hizo más que desplazar el problema llegando a un callejón nouménico sin salida, a pesar de intentar salir de él a través de la fe en una “ideas reguladoras” o de la experiencia estética como confluencia de entendimiento e imaginación, soluciones más bien ad hoc en tanto corolario de su personal arquitectónica filosófica. El resultado es un sujeto atrapado en su propio esquema de entendimiento formal además de limitado a los datos sensorios, y al que se le escapa por tanto el sustrato último de su objeto, no empírico. Esto es, la conocida distinción entre el fenómeno y el noúmeno, que incluso podemos entrever en el principio de indeterminación de Heisemberg. Pero, ¿es realmente imposible toda ontología o no digamos ya metafísica (en tanto aprehensión epistémica de lo nouménico esencial) como se desprende de estas categorías y laberintos duales en los que ha desembocado el pensamiento occidental?(1)
La incorporación de nociones del pensamiento metafísico oriental como la de advaita (“no dual” en sánscrito) abre nuevas posibilidades al fenómeno humano de la cognición y la identidad subyacente, siendo todo un reto y potente estímulo para el pensamiento filosófico occidental. De hecho abre ampliamente el horizonte intelectual más allá de todo academicismo al uso, puesto que señala, paradójicamente y en contra de lo que pueda pensarse, que la realidad última de toda cognición es no-dual, pues sólo lo no-dual puede ser real en última instancia.
Se presenta esta perspectiva no dual como nueva cuando en verdad se trata de algo esencial y radicalmente ancestral así como presente de un modo u otro, más o menos veladamente, más o menos explícitamente, en el núcleo de toda forma espiritual auténtica, al margen de los condicionantes culturales propios a cada pueblo. En las cimas más altas de las metafísicas tradicionales confluyen sobremanera el taoísmo, el zen, el vedanta, el shivaísmo kashemir, el sufismo o la cábala hebrea, por citar sus expresiones más nítidas. Al adentrarnos en ellas mínimamente en seguida se comprende que superan con creces, en altura, amplitud y profundidad, cualquier elucubración filosófica occidental, por muy sofisticada y pretenciosa que sea ésta, dado que no responden a producto humano alguno. Si el fondo de lo real es intrínsecamente no-dual, la percepción dual no puede ser más que una cuestión de la mente y del conocimiento humano. Por eso sólo desde lo suprahumano o suprarracional (en sentido tradicional “lo revelado”) puede captarse lo Ab-soluto no-dual, de hecho es en su descenso hacia lo humano del modo en que se re-conoce a Sí mismo como tal.
Entre los ejemplos más próximos culturalmente nos podemos remitir al antiguo legado de sabiduría egipcio-hermética y sus escuelas de misterios, recogido por los griegos (Pitágoras, Platón) y el neoplatonismo aunque de modo muy sincrético y contaminado por conceptualizaciones diversas, ajenas a sus fuentes perdidas. Desde el tronco religioso monoteísta y sus expresiones más elevadas, en sentido místico o esotérico, nos encontramos dentro del cristianismo al PseudoDionisio Areopagita y su teología apofática, con la cuestión central de la inefabilidad de lo divino sin Nombre ni atribución “oculto en la tiniebla más que luminosa del silencio”. Y también con Meister Eckhart y el fondo abismal del alma en que una sola esencia infinita confluye, de modo no dual, entre divinidad y criatura, divinidad a su vez escondida detrás del Dios creador: el Deus absconditus más allá del Ser como puro nihil de plenitud. Respecto al judaísmo, claramente es la tradición cabalística la fuente de la que emana todo conocimiento no dual. Lo vemos con Isaac Luria y la doctrina del tsimtsum: el Infinito inmanifestado se contrae misteriosamente en un punto de luz, vibración original que ausentándose a sí misa genera los indefinidos mundos y planos existenciales. Es la misma Esencia divina la que se desdobla como sujeto y objeto simultáneos de su propio acto cognoscitivo, mediante el que contempla su infinitud a través de la finitud de sus formas, en una progresiva contracción sefirótica en la que se rebasa a sí misma en los recipientes autoimpuestos (2). Y el mismo mundo nos encontramos en el Islam y su espiritualidad, el Sufismo. Todo un Océano de infinitud, de pura Misericordia divina existenciadora, saboreada intensamente desde el Ojo del Corazón, fuente de las luces espirituales y de la certidumbre de toda vivencia no dual. Aquí se encuentran Ibn Arabi y todos maestros de la Unicidad Absoluta de la Existencia (wahdât al wujûd), máxima síntesis de coherencia y radicalidad metafísica al afirmar mediante la negación que no hay nada fuera de la total omnipresencia de Al-lâh, a pesar de que sea precisamente “su Unidad lo que le vela y oculta misteriosamente” (3).
Pero es propiamente en Oriente donde más clara se muestra la auténtica espiritualidad no dual, al verse sus expresiones formales más depuradas de todo simbolismo y alegoría que requiera una exégesis esotérica de desocultamiento, como frecuentemente sucede en los casos anteriores. Dentro de las corrientes advaita hindúes destaca el Vedanta con maestros clásicos como Shankara o contemporáneos como Ramana Maharshi o Nisargadatta Maharaj. La finalidad es la liberación iluminativa del sueño de Brahman (lo Absoluto), siendo él quien despierta pues sólo él es la inmutable identidad real. Ese sueño es la ilusión de ver como verdadero el devenir fenoménico y sus formas. El misterio de la no dualidad se da tanto entre lo individual (jivatman) y lo universal o Sí mismo (Atman), como entre la divinidad cualificada (Brahma saguna) y la divinidad no cualificada (Brahma nirguna). A su vez desde el Shivaísmo kashemir y sus destacados representantes, tradicionales como Abhinagavupta o contemporáneos como Lakshman Joo, se llega incluso a integrar más profundamente el despliegue no dual de la manifestación, pues es la Suprema Conciencia de Shiva la que asume el divino juego de autolimitarse en formas contractadas de Sí mismo por la potencia desbordante de su Shakti, asumiendo también la ignorancia (4) que supone ocultarse en este proceso de enajenación aparente, de la que se libera a sí mismo en un acto de Reconocimiento no dual . En eso consiste el descenso divino a través de los tattvas o categorías del ser, y su ascenso o reintegración iniciática.
Es así que, principalmente desde éstas últimas tradiciones, se considera que ninguna metodología de cognición dual puede llevar a la no dualidad, con lo que la ciencia moderna, la filosofía occidental, la teología, o la religión misma, quedan seriamente tocadas desde este punto de vista, pues se fundamentan sobre categorías claramente duales. Su unánime formulación negativa indica que es a través de una negación que se alcanza la Afirmación suprema, el Sí mismo, pues hasta lo Uno responde ya a una determinación ontológica, aunque sea primordial. Se trata de la vía negativa como método de penetración en el misterio último de la realidad, a través de un desvelamiento revelador que nos la muestre en su desnudez prístina, pues no cabe aquí la pretensión de “comprender” o “cercar” algo esencialmente no sólo mayor sino ilimitado.
Lo que muestra la visión no dual es que no puede haber dos polos desconexos, al tratarse de una aberración tanto lógica como ontológica: en el elemento mediador que los diferencia está la clave puesto que también los une, siendo así el motor de todo devenir algo de naturaleza triunitaria y nunca dual, pese a las apariencias. En este sentido toma trascendencia el Acto mismo del Conocimiento y del Ser, es decir del Verbo que une el Sujeto y el Objeto. Podemos ilustrarlo con las célebres palabras reveladas en las Upanishads: tat tvam asi, “tú eres eso”. Nos encontramos con la raíz de todo cuestionamiento e interrogante existencial: quién, qué y cómo. Es decir un mismo problema radical -el de la Identidad- expresado en su despliegue: quién conoce, qué conoce y cómo conoce; o lo que es lo mismo el ternario gnóstico Conocedor, Conocido y Acto de conocer.
El verdadero Conocimiento, en sentido metafísico y sagrado, es pura identificación, pues es posible precisamente porque en el sujeto está el objeto y en el objeto el sujeto, existe una correspondencia y equivalencia que permite el reconocimiento mutuo a través de una síntesis superadora de toda dicotomía inicial. Una misma vivencia no dual objetiva los contenidos del sujeto al mismo tiempo que subjetiva los contenidos del objeto, en este acto indivisible que posibilita todo conocimiento. Decantarse hacia un polo u otro es lo que genera las corrientes contrapuestas de pensamiento, tan acentuadas en la modernidad hasta el presente, cuando no enfrentadas en su fanatismo exclusivista. Para esta hipertrofiada lógica dual que ha configurado toda la mentalidad occidental con consecuencias nefastas en el ámbito práctico, es inconcebible que pueda existir una lógica no-dual, pues en su misma dialéctica dual considera irracional, fantasioso o supersticioso todo que se le escapa, sin ver que es desde la no-dualidad desde la que puede vislumbrarse un logos impecable e incuestionable, sin fisuras (5).
Desde la visión de la metafísica perenne lo que llamamos psique humana o “yo individual-mental” (incluidas también las facultades memorísticas, imaginativas e inconscientes) es un reflejo velado del Yo Absoluto divino, un yo apropiador de experiencias que eclipsa la verdadera identidad. Es decir, el error de la mente empírica al apropiarse la idea de “yo” usurpando así al único sujeto posible, la Conciencia Testigo de todo acontecer (6). Su tipo de cognición es secuencial y acumulativo, siendo su facultad la razón analítica y discursiva, frente a la gnosis no dual, en tanto acto intuitivo de síntesis total expresado en códigos suprarracionales.
La sensación de incompletud que provoca la percepción dual aumenta el apetito de la mente incrementando el problema al no poder saciarse nunca debido a sus limitaciones y separatividad, y abriendo abismos conceptuales a perpetuidad. Además su huida de la inmanencia del Ahora es su refugio y garantía, ya sea en la ficción del pasado (apegos) o del futuro (esperanzas), puesto que permanecer en él implicaría su inmediata extinción. Pero sobre todo lo que impide es descansar en la presencia del Ser, la eseidad llena de gozo (ananda) sólo alcanzable al trascender todo nombre y toda forma.
Se ha forjado así una falso yo, como constructo mental, una pseudoidentidad contingente e inestable que se identifica con los contenidos objetivos en lugar de con el continente meta-psíquico, infinitamente abierto. Esta mente interpuesta, al creerse autónoma (como muestra toda filosofía desde Descartes) rompe el vínculo con el Ser, no de modo esencial puesto que esto es imposible, sino de modo perceptual, concibiendo lo Real falsamente como estanco y fraccionado.
La conforman una serie de adherencias que acaban por alejarnos del núcleo interno de identidad, condicionantes no sólo externos (familiares, educativos, sociales, culturares) sino sobre todo internos (genéticos o innatos según la ciencia moderna, psíquicos de acuerdo al ambiente cósmico según la astrología, kármicos según el hinduismo). Superar todas estas capas sobrepuestas es el trabajo iniciático alquímico (opus magnum), consistente en rectificar y pulir esta piedra bruta psíquica de tendencias larváticas hasta alcanzar el Oro subterráneo, verdadero centro de vitalidad en el que confluye lo individual y lo universal, pues se trata de un mismo centro ya sea visto desde el plano humano (corazón, alma), cósmico (ánima mundi) o divino (suprema conciencia).
Puesto que toda problemática gnoseológica se reduce así al problema de la Identidad subyacente, se debe operar un cambio de perspectiva en el foco de la conciencia, que capte la percepción no dual de la aparente dualidad, experiencia que no puede pertenecer al sujeto individual contingente aunque se vehicule a través de él. El experimentador puro, por su misma universalidad, no puede ser el yo individual, aunque al ser también inmanente y concreto, tampoco puede quedar en un mero concepto abstracto. La verdadera identidad es invariable y universal, no pasajera ni particular, y esto zanja y desenmascara todos esquemas psicologistas como parches y muletas provisionales. Si sólo un agente asume todo acto en tanto Conocedor último, Sujeto divino que no puede ser objeto de ningún conocimiento, sólo puede haber entonces múltiples objetos de su presenciación, siendo lo que llamamos psique un contenido finito más en este continente infinito de la Suprema Conciencia.
El continuum de esta Conciencia no dual supera cualquier condicionante espacio-temporal-categorial mediante una plena toma de autoconsciencia, un desvelamiento o intuición súbita, de la realidad más inmanente y presente, y no ya abstracta y escindida en compartimentos estancos. Esta aprehensión directa del Ser en acto no es de un sujeto particular que lo capte sino de Él mismo sobre sí mismo: de aquí que la psique humana pase a ser un mero instrumento plástico (el mercurio alquímico), en tanto objeto fluido de la presenciación del Testigo supremo y no ya un pseudosujeto cosificado deseoso de capturar contendidos insaciablemente.
El “logos astral” como expresión dual no-dual de todo aparecer
Acotado el dominio y contornos de la psique desde las metafísicas tradicionales, pasemos ahora a adentrarnos en su dinamismo inherente. Pero no sólo de la psique individual o colectiva sino de toda existenciación en su amplio sentido, pues lo humano se da dentro de la manifestación íntegra como un modo más entre otros, aunque espiritualmente tenga un estatuto axial.
Desde la radicalidad gnóstica asumida en este trabajo, todo este universo o ser no es entonces algo externo o sobreañadido a un sujeto particular (mental) sino que es un mismo Agente trascendente abriéndose y objetivándose en multitud de formas fenoménicas sin salir nunca de Sí ni perder su esencia no dual. Y aún más, entre la conciencia manifestada en el hombre (su interioridad) y esta totalidad que lo traspasa (que llamamos exterioridad) no hay separación alguna real.
Las implicaciones de lo expuesto suponen un replanteamiento total de la visión común hacia los antiguos saberes herméticos, cifrados en lenguajes simbólico-esotéricos, como la astrología, la alquimia o la cábala, puesto que reconducen toda gnoseología a la gnosis original. Desde la No-dualidad entre lo de arriba y lo de abajo, lo de dentro y lo de fuera, se vislumbra la funcionalidad (“intuitiva” en sentido supra-racional) de estas ciencias sagradas fundadas en la noción de “analogía universal” y “correspondencia” entre órdenes de realidad isomórficos.
La “Astro-logía” es el saber milenario por excelencia y conviene acercarse a su episteme en sentido fenomenológico, principalmente más allá de los prejuicios y ataques de un método científico moderno, cuantitativo y no ya cualitativo, al que se le escapa por tanto la dimensión del Anima Mundi (7). A este respecto baste mencionar la incongruencia de esta ciencia moderna que desemboca paradójicamente en el azar como sustrato último y sostén de toda “causalidad” sobre la que se funda; además de la aberración fácilmente intuida (para toda “conciencia”) de que la materia burda produzca la consciencia y no viceversa. Pero prevalecen sus impecables constructos de racionalidad edificados sobre las bases más irracionales, totalmente dogmáticas e incuestionables, y la mayoría de los casos sin ni siquiera evidencias empíricas pese a lo que comúnmente se piensa, puesto que sistemáticamente las pruebas incómodas y los investigadores disidentes son silenciados. Fácilmente se puede desenmascarar así gran parte de su maquinaria como convenciones institucionalizadas al servicio de intereses nada científicos precisamente (8).
Es sabido que la astrología, materia que se estudió en las universidades durante mucho tiempo, siempre fue respetada cuando no practicada incluso entre los más importantes padres de la ciencia moderna, como Galileo, Brahe, Kepler, Newton; y que su ocultación y marginación ocurrió en el siglo de la Ilustración con esa pretenciosa mayoría de edad del hombre europeo y su fe ciega en el progreso mediante la razón, inercia sobre la cual todavía permanecemos inmersos a pesar de las grietas postmodernas.
Nos encontramos de hecho con el “saber de Hermes” por excelencia, y de ahí la relevancia de su aspecto hermenéutico, en sentido original, y de que aquí se use la expresión “logos astral” además de para reseñar su especificidad propia, incomparable a otros campos (9). Pero incluso las argumentaciones al uso desde dentro del discurso astrológico son débiles al permanecer presas de esquemas duales, pues o bien se da una consideración externalista que lleva a lo lógica causal de las “influencias” (de la ciencia moderna pero también tradicional en su sentido meteorológico aristotélico-ptolemaico) o bien la sincronicidad jungiana de las “coincidencias significativas acausales”, sin explicar ninguna de ellas el fundamento astrológico de fondo, debido a que suponen una separación dual entre lo celeste y lo terrestre, lo objetivo y lo subjetivo, percibiendo los astros como algo externo a la conciencia.
Aunque también se da un punto de vista más interior, que concibe el astro como signo indicador y no ya agente, de raigambre neoplatónica. En este sentido Patrice Guinard recoge la noción de impressio de Paracelso, en relación a su doctrina del Firmamento Interior, de ese “cielo interior que está no delante de nuestros ojos sino detrás de ellos”. Esta sería una marca psíquica astral operada en la conciencia, previa a toda diferenciación, pero que configura estructuralmente la mente y su operatividad formal (10).
Pero de lo que se trata a fin de cuentas más allá de teorías diversas, es de que el Universo está dentro de la Conciencia y no fuera, y sólo la mente lo percibe como algo “objetivo” externo a ella, de ahí la incomprensión total hacia la veracidad de la astrología desde ella. En la pantalla de la Conciencia todo es evidente: la manifestación “objetiva” desfila en un baile espiral de formas varias, en el despliegue espacio-temporal que la posibilita, y es subjetivada en la mente humana con la misma impronta cíclica, al estar contenida en ella (11). Por lo tanto nos encontramos así con la ciencia que nos habla de todo aparecer: primero del mundo a la mente y luego de la mente a la Conciencia. Es decir la constatación de los ritmos y frecuencias universales de la manifestación y su dinámica, ya los acotemos en tanto cosmos o en tanto psiquismo.
Y todo aparecer inicial es Maya, esa magia o arte demiúrgico que entreteje imágenes y genera el mundo de las formas, imaginal, ilusorio, de una aparente multiplicidad desconexa entre sus partes aisladas. Realmente no se trata de ningún sustrato ontológico sobreimpuesto sino de una cuestión de ignorancia, de la falsa percepción dual de lo que no lo es en esencia. Por eso al hablar de Maya se puede hacer referencia al universo, la manifestación, el devenir, los individuos, etc., pero principalmente de lo que se trata es de la propia mente, que viene a ser su producto.
Como se ha dicho, la apertura del Ser en este despliegue fenoménico no es caótica sino cósmica, es decir, con un orden muy preciso de acuerdo a las limitaciones principalmente espacio-temporales que asume para poder cristalizar en formas definidas que permitan potencialmente reflejar su esencia no dual. Realmente adopta una Vibración que es propagada en todos sus estratos de forma cíclica y espiral, quedando así el devenir modulado de acuerdo a un orden regido por principios numéricos universales, tal y como señalaron los pitagóricos con su música de las esferas. Por lo tanto la Rueda samsárica de la Vida (el Zodíaco y los ciclos planetarios), objeto de la astrología, es la estructura ritmada de esta red de Maya que permite traducir todo desplazamiento espacial externo como tiempo interno, y viceversa, pues la aprehensión temporal no es más que un desplazamiento secuencial dentro de un espacio mental.
La mente humana opera así dentro de una corriente de “tiempo psíquico”, un flujo formal sucesivamente ordenado de apercepciones varias, de acuerdo a estos patrones cíclicos universales, porque no hay discontinuidad ontológica entre la realidad humana y la realidad cósmica sino sólo epistemológica, en la medida que representan dos perspectivas de una misma manifestación, exteriorizada o interiorizada, objetivada o subjetivada. Por ello se habla del “hecho astrológico” no únicamente en sentido empírico sino en tanto constatación intuitiva que misteriosamente solapa de modo no dual: un polo objetivo (posiciones planetarias incuestionables y relaciones geométricas varias) y un polo subjetivo (vivencia psíquica, reconocimiento interno de una correlación simbólica) (12).
Para comprender esto hay que dar un salto del pensamiento discursivo-secuencial al pensamiento simbólico-instantáneo del Hombre de los orígenes, pues no sólo estaba más conectado con los ritmos de la Naturaleza y el Cosmos externos como comúnmente señalan los más empiristas, sino sobre todo que sus facultades intelectivas eran más sintéticas que las del hombre contemporáneo, y de ahí la primacía de su aprehensión interior arquetípica reconocida también externamente. La certeza no dual que percibía entre lo dispuesto celestemente y lo dispuesto terrestremente no era por tanto el resultado de un proceso epistémico acumulativo y reiterativo al modo científico moderno, aunque pudieran hacerse observaciones que desarrollaran y fueran complicando cada vez más lo inicialmente sintético. Metafísicamente los análisis particularistas no pueden generar ninguna síntesis totalizante sino que es ésta última la que, “revelada” en un rayo de lucidez, se despliega y aplica en diversos ámbitos.
La importancia por tanto reside en la noción de “ciclo”, es decir, esa “circularidad” que se abre y se cierra, despliega y repliega, en una fase creciente y otra menguante, en tanto polarización que oscila en su baile en torno a una referencia axial. Esta expresión que toma todo aparecer recrea de modo aparentemente dual lo no dual, al tomar la forma cíclica como la más perfecta posible, al decir de Platón “imitación” de lo inmutable arquetípico que acaba por manifestarse como ovoide, espiral y elipse. Todo ciclo no sería más que una aplicación espacio-temporal de principios puros como los que muestran los números en sentido sagrado, de ahí que ritmen armónicamente toda secuencia y sucesión.
Es así que en la aprehensión directa del medio cósmico circundante, todo se reduce a una dinámica cíclica oscilante entre dos polos esenciales: uno activo y otro pasivo, uno expansivo y otro contractivo. Parece ser la respiración del universo, en la alternancia del día y la noche, las fases lunares, las estaciones, etc., y por extensión ciclos mayores planetarios, precesionales, galácticos, etc. Cada tradición ha llamado a estas dos fuerzas unitarias de un modo, siendo las más nítidas: yin-yang del taoísmo, y purusha-prakriti (a nivel cosmológico) o shiva-shakti (a nivel metafísico) en el hinduismo. Una incidencia activa, celeste, y otra receptiva, pasiva y terrestre, siendo el Hombre el elemento mediador entre Cielo y Tierra, cuya conciencia puede establecer un puente entre ambos (al igual que distanciarlos). Se trata del Anthropos Cósmico u Hombre Universal del que hablan esotéricamente todas tradiciones. Es decir, la conciencia humana en su máximo acto de síntesis que percibe la no dualidad entre su Microcosmos y el Macrocosmos, captación del universo como el gran hombre prototípico (a imagen y semejanza divina), y del hombre como el pequeño universo (a imagen y semejanza de los astros). Así, lo que se constata desde este punto de vista es que los planetas del Sistema Solar pasan a ser funciones de la conciencia humana, categorías arquetípicas que determinan cualquier fenómeno en su manifestación espacio-temporal dentro del plano existencial humano (tanto en su mundo interno como externo). Esto es posible porque es el orden sistémico en el que está integrado el hombre en su aparecer, siendo la plasmación externa astronómica el reflejo de su Autoconsciencia (solar) y las funciones para expresarla (planetas) (13).
Entrando en aspectos más técnicos, observamos que los doce signos zodiacales resultan de la combinación de una incidencia ternaria dinámica (los tres modos de movimiento: cardinal, fijo y mutable) sobre una cuaternaria elemental (los cuatro principios materiales: fuego, aire, agua y tierra). Es decir el producto de un aspecto activo-celeste sobre uno pasivo-terrestre, cosa que también podemos reconocer en los Signos mismo puestos en relación con las Casas terrestres, siendo el Hombre quien vehicula las funciones planetarias (los flujos verticales de ascenso y descenso que interconectan las dos dimensiones resaltadas). De hecho son los siete planetas tradicionales - dos luminares (espirituales) y cinco restantes (humanos)- los que vertebran a su vez en su despliegue polarizado los doce signos zodiacales, tomando cada uno una regencia positiva o negativa, masculina o femenina, estructura simétrica fundamental para comprender el edificio simbólico de la astrología.
La ciencia o protociencia original, milenaria y presente de un modo u otro en todas civilizaciones, representa una complejidad creciente de este juego de polaridades llevadas virtuosamente hasta lo más concreto, factual e individual, pero desde códigos simbólicos, es decir, reconduciendo siempre toda dualidad a la unidad trascendente que la genera. Tenemos así los destellos en distintos órdenes de una misma forma primordial de operar la manifestación cósmica del Ser: dual no-dual. Se trata de un despliegue jerárquico que, dentro de una indefinida variabilidad formal, reafirma la unidad aún más si cabe.
La intuición astrológica como aprehensión fenomenológica
Son conocidos los acercamientos a la “psique” y sus contenidos significativos no racionales por parte de la psicología de lo profundo (Carl G. Jung) o la psicología transpersonal (Ken Wilber). Pero estos comunes esquemas psicologistas permanecen todavía esclavos a la tan cara idea occidental de linealidad temporal, en el primero mediante el remanente colectivo acumulado en un fondo oscuro no consciente y en el segundo desde un “progreso secuencial” de la conciencia hacia estadios transracionales y transpersonales que emergen desde la inicial materia burda. Ni las incursiones de los psiconautas jungianos ni las cartografías de la conciencia wilberianas diferencian lo “transpersonal” (colectivo, agregado) de lo “supraindividual” (universal, esencial), es decir que confunden el Arquetipo con una de sus manifestaciones (precisamente la más inferior por inconsciente). Estas deformaciones pseudometafísicas por arrastrar residuos positivistas son apreciables incluso en enfoques alternativos como la resonancia mórfica de Sheldreake por ejemplo.
Así, la astrología es distorsionada y rebajada a un constructo colectivo e inconsciente de experiencias milenarias o bien a unos estadios míticos prerracionales ya superados. De ahí la necesidad de abordarla estrictamente desde dentro, desde la vivencia no dual de su operatividad. Y tal vez sea desde un método fenomenológico como más se ajuste este abordaje si queremos partir del pensamiento occidental, pues como sostiene Guinard, la astrología no necesita hechos sino conceptos, siendo por tanto antes la filosofía que la ciencia quien debería dar cuenta de ella, hasta atreverse a afirmar que “la astrología es verdaderamente esa psicología o ‘fenomenología trascendental’ anunciada y formalizada por Husserl”.
Ni las filosofías trascendentalistas del Ser Inmutable, parmenídeas, que excluyen todo devenir-vida, ni las visiones postmodernas con su alergia a lo Absoluto y sus nuevas formas de relativismo y perspectivismo, pueden aportar nada significativo al “hecho astrológico”. Desde las corrientes vitalistas postnietzscheanas está claro que todo enfoque con pretensión de sistema acaba matando la vida, de ahí el desarrollo del intuicionismo contemporáneo, pero claramente es la fenomenología la más depurada de todo historicismo, evolucionismo, biologicismo, etc., que nos puede sugerir una percepción sistémica que no sistemática, y no ya sólo orgánica y viva frente a las estancas y dogmáticas sino sobre todo vivencial y experiencial.
El método fenomenológico puede abrirse así a unos desarrollos ya no sólo epistémicos o estéticos sino gnósticos, por el hecho de centrar la atención en al acto puro de la conciencia, como nexo entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo interno y lo externo. De hecho, su reducción trascendental que pretende desnudar la conciencia hasta su pureza recuerda a la metodología iniciática del neti neti del advaita hindú (tú no eres tu cuerpo, ni tus emociones, ni tus pensamientos, ni el aliento vital, ni la autoidentidad construida, etc.).
Pero habría que cuestionarse hasta qué punto este Yo puro metaempírico al que se accede después de la epojé radical no sea más que la categoría límite de la lógica formal, la abstracción máxima, vacua y estéril, por las mismas exigencias fundamentadoras de la filosofía moderna tras sus reducciones o inducciones, de un sujeto individual hipertrofiado. Todo ello desemboca además en el vicio academicista de un lenguaje y jerga especializada que se convierte en una escolástica de filósofos iniciados (un pseudoesoterismo), lejos de toda vivencia real, de la vida misma y por su puesto de la verdadera Conciencia plena. Esto es, teorías y pretendidos conceptos universales frente a experimentación vivida de lo no dual. De aquí la importancia de distinguir entre abstracción y síntesis, así como de reivindicar, en contra de toda epistemología kantiana, una noumenología de los fenómenos que devuelva el aura numinosa a toda epifanía. El esoterismo tradicional (mediante la síntesis de sus expresiones simbólicas) es claro y preciso al respecto y completamente “iluminador” y “transfigurador” de la conciencia natural en auténtica Conciencia trascendental.
De hecho es la compresión intuitiva de todo símbolo, en tanto síntesis de correspondencias, lo que permite la captación de la no dualidad de fondo que mantiene la indivisibilidad de los dos polos manifestados. Y lo que queda como dato inmediato a la conciencia, previo a juicio alguno, es la polaridad arquetípica esencial simbolizada por las Luminarias de nuestro orden sistémico propio, es decir la pulsión vibratoria Sol-Luna que representa las funciones centrales de la conciencia humana. El día y la noche, la vigilia y el sueño, la simetría corporal (derecha-izquierda, ventral-dorsal, ascenso-descenso de las corrientes energéticas o nadis), la respiración, el ritmo cardíaco, etc., pero también energía-forma, voluntad-entendimiento, consciencia-inconsciencia; todo ello expresión de una misma Luz, directa o refleja, en la dimensión propiamente humana, ya que fuera del punto de vista geocéntrico desaparece. Se percibe así como certeza la conexión no dual de todos aparecer (cíclico) en su simultaneidad, pues sólo es cierta la sensación de presente, presencia y presenciación de estas realidades en la conciencia.
Ni Descartes ni Husserl tras sus reducciones llegaron a estas evidencias, seguramente síntoma de su inflamación mental disociativa, al posicionarse únicamente en un polo: el propiamente mental del estado de vigilia. De acuerdo al cogito cartesiano, si el existir es el resultado del pensar si de deja de pensar no hay existencia posible, siendo justamente lo contrario desde las metafísicas tradicionales: es cuando la mente se aquieta y desaparece cuando emerge la verdadera y única existencia de la Conciencia. Nos encontramos entonces con las consecuencias de ir a ciegas del pensamiento moderno, y el peligro de ese Yo de engañarse a sí mismo por muy depurado que se crea, de verse solar cuando realmente es lunar (14).
A pesar de los esfuerzos de la fenomenología por diferenciar el Yo trascendental reducido del Yo psicológico (objetiva y no absolutamente subjetivo), e ir más allá de todo fenómeno psíquico interno en la experiencia trascendental de ese Yo, parece ser que no logró superar el Yo concreto con contenido individual de vivencias, y de ahí el problema del solipsismo y de intentar solventarlo mediante una intersubjetividad monadológica trascendental que diera cuenta de la corporeidad, del mundo natural y de los otros yoes. Todos estos laberintos son incomprensibles desde un punto de vista estrictamente no dual de la Conciencia trascendental que reposa directamente en el Sujeto Testigo universal y no en el pseudosujeto mental individual.
Pero más allá de esta pretensión de constituir una “ciencia apriorística de la posibilidad pura”, lo que importa resaltar en el presente trabajo es el paso a la fenomenología genética y la descripción de esencias. Es decir, el paso a la intuición eidética tras la reducción trascendental, percepción intuida del universal en lo dado, previa a toda conceptualización. Puesto que la buscada “estructura universal” de la corriente de vivencias permanece indisociable de la temporalidad, es esta inmanencia interna la que garantiza la síntesis unitaria de la conciencia. El mismo Husserl afirma: “La forma fundamental de esta síntesis universal, que hace posible todas las restantes síntesis de la conciencia, es la conciencia interna del tiempo, que lo abarca todo”. Meditaciones cartesianas (II.18). Precisamente determina los variados modos de conciencia, noéticos o noemáticos, lógicos u ontológicos, en tanto forma universal de toda génesis identitaria, posibilitando en última instancia una “psicología pura eidética” referida propiamente al alma. ¿Y en qué consiste precisamente la vivencia del “hecho astrológico”, de la realidad temporal cíclica que religa la experiencia empírica con la intuición eidética de arquetipos, de las esencias-eidos que marcan el zodiaco y planetas, ritmos universales tanto externos como internos que configuran todo este “logos astral” también llamado Anima Mundi o “animal divino” del Zodiacos? (15).
Por su parte Raymond Abellio, partiendo de los presupuestos fenomenológicos de Husserl, intentó llegar a una “estructura absoluta de interdependencia universal” inclusiva de las ciencias sagradas, que abriera el Yo trascendental a las dimensiones gnósticas tradicionales. Este modelo universal, humano y cósmico, queda simbolizado según él por una Esfera senaria basada no en la dualidad de la relación sino en la cuaternidad de la proporción, que supere en sus coordenadas la dialéctica horizontal entre sujeto y objeto, y la vertical entre materia y espíritu. Así como el modo de visión de la conciencia empírica es la percepción de relaciones y su función es abrir el espacio mediante la amplitud cuantitativa de sus ciencias positivas, el modo de visión de la Conciencia trascendental percibe proporciones y su función es abolir el tiempo mediante la intensidad reintegrativa hacia la plenitud. Tenemos así el paso de una relación horizontal, proyectiva y secuencial, a una proporción vertical, real y simultánea.
La intencionalidad husserliana centrada en el “querer” pasa a ser intensionalidad centrada en el “poder”, como rasgo esencial de la Conciencia, es decir, la tensión interna de la conciencia que la abre a lo trascendente, a la transfiguración hacia el Hombre Nuevo de la gnosis tradicional, y que también nos recuerda al proceso de rebosamiento de la Conciencia divina que produce por su potencia los distintos mundos, como vemos en el Shivaísmo o en la Cábala.
Puesto que la proporción toma un carácter circular en su despliegue diacrónico, la astrología se convierte en una expresión de primer orden de esta interdependencia universal (16), y no sólo como saber cíclico sino como saber del nacimiento (e iniciático). De hecho entre la oscilación e inversión entre lo interno y lo externo, entre yo y mundo, en el nacimiento nos exteriorizamos a este mundo interiorizando la disposición cósmica presente. La génesis del yo psíquico queda claramente simbolizada por la Luna mientras que la iluminación o segundo nacimiento al Yo trascendental por el Sol. En este juego de todo aparecer que “tensa” dos polos, el repliegue iniciático emerge cuando la “intensión” de la conciencia revierte la “extensión” de la manifestación cósmica (17). De ahí que lo que nos propone la vivencia astrológica en tanto ciencia sagrada sea la superación de toda multiplicidad a través de la intensificación de la conciencia, primero mediante la integración experiencial del sistema solar planetario, y segundo por la apertura al nivel galáctico, respectivos dominios de los Misterios Menores y Misterios Mayores eleusinos del esoterismo tradicional.
Así, este método de aprehensión trascendental consistente en intuir proporciones armónicas cada vez más integrativas toma tierra fértil con la astrología, hecho que podría ser toda una piedra angular en la aspiración del método fenomenológico de hacer una ciencia estricta de la filosofía, o al menos digno de tenerse en cuenta. Está claro que la comprensión astrológica supone un gran reto, no sólo a nivel ontológico y epistemológico por aunar lo subjetivo y lo objetivo en una misma vivencia, sino en términos generales por aunar intuición y racionalidad, arte y ciencia, filosofía y poesía, mito y logos. De hecho la inmersión plena en su universo supone un gran esfuerzo de no dualidad al integrar el hemisferio cerebral izquierdo con el derecho, lo particular y secuencial con lo global y simultáneo, las matemáticas y la poesía en un mismo lenguaje, como se ha afirmado: “la astrología nos ofrece una manera única de hablar sobre el mundo, en la que existen las matemáticas y la poesía. Su riqueza y su complejidad despliegan las posibilidades del lenguaje en alternativas que ninguna otra forma de pensamiento – ningún otro juego del lenguaje [en el sentido wittgensteiniano de ‘forma de vida’] – parece igualar” (18).
Como conclusión, resaltar la diferencia entre la astrología y la no dualidad, entre cosmología y metafísica. Siguiendo con términos fenomenológicos a pesar de las limitaciones reseñadas: una cosa es la forma de todo aparecer y las esencias captadas en la intuición eidética, y otra el campo infinito de la Conciencia pura que se abre tras la reducción trascendental, como afirma el propio Husserl: “una pura psicología descriptiva de la conciencia no es lo mismo que la fenomenología trascendental. (…) Una psicología pura de la conciencia es sin duda una paralela exacta de la fenomenología trascendental de la conciencia, pero no obstante hay que distinguir con todo rigor entre ambas, mientras que su confusión caracteriza al psicologismo trascendental, que hace imposible una auténtica filosofía”, Meditaciones cartesianas (II.14).
En un sentido análogo es imprescindible resaltar por si no ha quedado claro que la mente no es la conciencia pura sino la contaminada y filtrada, confusión inherente al pensamiento occidental. La conciencia sólo puede ser universal mientras que la mente sólo puede ser individual, siendo que realmente ésta última no es más que un modo más de conciencia pero con una percepción velada por la ignorancia dual y separativa. Esta mente no puede comprenderse a sí misma y toda autorreflexión desde sí es realmente una esquizofrenia permanente irresoluble, a no ser que llegue a los confines de la paradoja y se deslice sutilmente hacia la Inmensidad que la acorrala por todos costados dejándola en evidencia. Si la mente es como una habitación, el simple hecho de depurarla, aunque necesario, no le hace dejar de ser habitación, mientras que la conciencia es el espacio mismo en el que se encuentra pero que no puede capturarse al no tener forma ni captarse al no ser visible, de ahí la necesidad de un auténtico salto perceptivo.
Esta visión ni es solipsista, ya que la conciencia no está encerrada y limitada a lo individual, ni tampoco panteísta, ya que no está lo divino en el mundo sino el mundo en lo divino, la inmanencia reposa en la infinitud de la trascendencia del mismo modo que el cuerpo es un epifenómeno de la conciencia, su apéndice y no su causa. Todo se manifiesta de dentro a afuera y de lo superior a lo inferior, exactamente lo inverso que predica el materialismo y el evolucionismo occidentales. La conciencia se “densifica” a sí misma, su vibración deja de ser sutil, translúcida, y se contracta en formas opacas. Esta Luz espiritual se coagula a nivel celeste en el Sol y a nivel terrestre en el Oro, confluyendo en términos humanos en el Corazón, núcleo de toda realidad y caverna iniciática de los misterios de la no dualidad.
Al parar la corriente y flujo de pensamientos, la conciencia recupera su estado natural y aflora sin esfuerzo la pura contemplación que supera la dualidad sujeto-objeto y por tanto todo conocimiento posible. Porque a fin de cuentas: ¿cómo se conoce al Testigo último de la realidad, si el fondo de la Conciencia no dual es una vivencia sin objeto, más allá de toda intencionalidad y por tanto más allá de los esquemas de toda fenomenología? Lo secuencial es replegado en su simultaneidad y se apercibe todo acontecer desde su fondo abismal, toda forma desde la no-forma que la posibilita, comprensión que testifica todo suceso como un posicionamiento fugaz dentro del Sí mismo.
Sólo hay un eterno nacimiento constantemente renovado de una misma Conciencia manifestándose a sí misma en su propia pantalla existencial llamada Universo, en la danza dual no dual del devenir cíclico. Y puesto que la finita delimitación espacio-temporal que asume en este juego expresivo es intrínseca y sin dejar de ser ella misma, sólo hay Libertad suprema (svâtantrya), no dual, entre lo experimentado y el experimentador, ya que al estar más allá de todo nombre y toda forma puede tomar cualquier nombre y cualquier forma sin restricción alguna. Si no hay realidad alguna posible fuera de ella todo se reduce a este poder exuberante que todo lo inunda y del que es imposible escapar, a pesar del vértigo de las irreales individualidades. Nada puede aproximarse a tal Plenitud rebosante, a tal Océano sin orillas de infinita serenidad, a la fuente incesante de la Eseidad cuando toma Conciencia de sí saboreando su propio Gozo supremo (sat-chit-ananda).
* Publicado en Revista de Filosofía y Cultura Mindán Manero nº 10: “Mente y Cognición: perspectivas actuales”, 2015. Universidad de Zaragoza y Fundación Mindán Manero.
NOTAS:
1- Puesto que la dualidad básica que fundamenta todo acto cognitivo es la de sujeto-objeto, esta escisión se ha plasmado culturalmente en la época contemporánea por un lado en corrientes filosóficas cada vez más subjetivistas (e idealistas) y por otro en corrientes científicas cada vez más objetivistas (y materialistas). En las primeras el sujeto humano se aleja cada vez más del mundo hacia una entelequia de abstracción en busca de sentido interno fundante, y en las segundas sólo cuenta el análisis de los datos externos de un mundo objetivo ya dado que no tiene nada que ver con el sujeto que lo conoce, sujeto que pasa a ser un anecdótico y fortuito resultado evolutivo del mismo mundo objetivo.
2- “La creación entera es una proyección ilusoria de los aspectos trascendentales de Dios en el ‘espejo’ de su inmanencia (…) la creación está hecha del ‘vacío oscuro’ que Dios estableció en medio de su luminosa plenitud, y que luego llenó con sus reflejos existenciales”. Schaya, L. El significado universal de la Cábala. pág. 78.
3- “Lo único Real no puede ser causa de un efecto que sea otro que Él, ni puede ser un efecto surgido de una causa otra que Él”. Schaya, L. La doctrina sufí de la Unidad. pág. 26. “En la Realidad absoluta de Allâh, no se puede encontrar cosa alguna que difiera de Él: no hay distinción ni participación, ni alejamiento ni acercamiento”. Ibídem pág. 69.
4- El problema de la ignorancia es el de la misma percepción dual y separativa de la mente o psique humana que cree existir fuera de lo único Real, pero en un sentido superior representa la forma en que lo Absoluto no dual se oculta a sí mismo para manifestarse. Con el conocimiento del Sí mismo no desaparece la existencia concreta y fenoménica sino sólo la ilusión perceptiva nacida de esta ignorancia.
5- Es de destacar la importancia propedéutica de la obra de René Guénon para toda mentalidad occidental que quiera clarificar y comprender la distinción entre modernidad y tradición, así como el sentido último de la metafísica no dual y la consecuente realización espiritual.
6- Desde la doctrina shivaita de los tattvas el conjunto del órgano psíquico interno o vehículo egoico (antahkarana) está compuesto por el intelecto determinativo que cataloga abstractamente (buddhi), por el ego apropiador de falsas identidades (ahankara) y por la mente ordinaria impregnada del mundo exterior (manas). Pero su conjunto es el resultado de toda una serie de limitaciones y envolturas (espacio, tiempo, finitud, etc.) en tanto revestimientos de la Conciencia monádica una vez velada por la ignorancia de la multiplicidad de Maya.
7- Mencionar los rigurosos estudios estadísticos de Michel Gauquelin, ya clásicos y todavía ignorados, y sus significativas conclusiones a favor de la realidad astrológica. Pero sobre todo conviene prestar atención desde dentro del fenómeno, es decir por parte de astrólogos profesionales, y por supuesto no ya desde los comunes análisis historiográficos, antropológicos o claramente combativos. Al margen de los laboriosos y estériles intentos de reducción y encaje en los parámetros cientificistas, interesan aquí abordajes a nivel más conceptual: por ejemplo desde la psicología arquetípica por Richard Tarnas, desde una epistemología estructuralista por Patrice Guinard, o desde las investigaciones teóricas de Demetrio Santos.
8- Y ello sin considerar sus fundamentos, ya que a nivel empírico la indeterminación subatómica ha mostrado que es imposible separar el observador de lo observado, anulando por tanto la pretendida objetividad absoluta; y a nivel axiomático-deductivo los teoremas de incompletud han mostrado las inconsistencias formales de un método reducido al mero cálculo prescindiendo de toda dimensión semántica.
9- “La astrología desarrolla un modo de razonamiento propio, la razón matricial, que no es asimilable ni por la razón experimental de la ciencia, ni por la razón discursiva de los filósofos… La comprensión astrológica difiere tanto de la explicación de las ciencias duras como de la interpretación de las ciencias humanas”. Guinard, P. El Manifiesto.
10- “Lo impresional es una modificación, de origen astral, de la energía psíquica. Surge de improvisto, sorprende: no es el resultado de una experiencia exterior, ni de una costumbre. El tránsito es el concepto astrológico que rinde cuentas de estas transformaciones interiores y “ocasionales” (en el sentido de Malebranche). Los impresionales son estos flujos de circulación psíquica indeterminada, que traducen la impresionabilidad de la psique y su integración nerviosa de los ritmos planetarios”. Análisis crítico de la semiótica de Peirce. 3. Las funciones semiológicas, en Guinard, P. La astrología: fundamentos, lógica y perspectivas.
11-El Vedanta habla de los tres cielos: el “cielo exterior físico”, la “mente-cielo” y el “cielo de la pura conciencia”; este contiene a la mente-cielo, y esta a su vez al cielo exterior. También están en relación con los tres estados (vigilia, sueño con sueños y sueño profundo): la “objetividad” del mundo en la vigilia, la pura “subjetividad” del psiquismo onírico, y el reposo de la vacuidad que los contiene de modo seminal.
12-“La idea es que la ‘concavidad’ de cada ser que vive en un lugar del universo, refleja analógicamente la estructura de los sistemas cósmicos – ‘convexos’ u objetivos – mediante los cuales ese ser se halla integrado en el universo.” San Miguel de Pablos, J. L. Espacio y símbolo en astrología. pág. 85.
13- En la inmediatez perceptiva de la atmósfera cósmica que envuelve al hombre, desde su “evidente” perspectiva geocéntrica o antropocéntrica, nos encontramos un orden cíclico inclusivo basado en cuatro centros-niveles sistémicos fundamentales: el terrestre o esfera local que origina la alternancia día-noche y astrológicamente las casas, el luni-terrestre o nodal con la importancia de los sínodos lunares, el zodiacal o esfera celeste (eclíptica) sobre la que discurren los planetas originado por la traslación al Sol, y el galáctico o estelar al ritmo de la precesión equinoccial visto desde la Tierra. Para estos desarrollos ver Trallero, S. Dimensiones de lo Real. cap. VI. “Aproximaciones a la Forma Cósmica”.
14- Desde las tradiciones advaitas hindúes, especialmente desde el Shivaísmo kashemir, se observa con total nitidez los límites y alcance de toda reducción fenomenológica: la característica esencial del “yo” de estar volcado hacia objetos intencionales es la propia de ahamkara, y también en otro sentido de manas, precisamente la mente dual individualizada en su ignorancia perceptiva. A lo sumo tras una radical reducción depurativa se podría llegar a chit anu, la mónada de conciencia o alma superior, semilla germinal de toda individualidad y por tanto todavía limitada y no abierta a la universalidad de la verdadera Conciencia Yosoidad Plena (Purnahamta). En otro orden, una verdadera fenomenología debería llegar por tanto hasta la presenciación de los tres modos de conciencia (vigilia, sueño con sueños y sueño profundo) y nadie puede conocer la “irrealidad” del mundo de vigilia mientras simplemente se esté en ese estado, como los filósofos occidentales. Si se toma conciencia de ellos es porque se contemplan desde el llamado cuarto estado (turiya) omnipresente en todos ellos, y que podría ilustrarse como llevar a la vigilia el sueño profundo, hacer consciente el fondo más inconsciente, atravesando para ello las aguas intermedias del psiquismo. De ahí que se confunda la “consciencia” (estado de atención claro y evidente de la vigilia) con la “conciencia” que testifica toda realidad, siendo los estados oníricos un modo de consciencia confusa y oscura. La Conciencia pura no es otra cosa que lo Absoluto no dual y es vivida en un primero momento como ausencia, ya que la consciencia nos retiene en el sentido de presencia de todo aparecer formal, objetiva o subjetivamente, a pesar de que no sea más que el reflejo existencial de una misma Esencia no dual.
15- Desde un enfoque sistémico hacia toda simbólica, la astrología sería “una tentativa de captar la estructura del holograma cósmico tal como se particulariza en uno de sus puntos de consciencia”. San Miguel de Pablos, J. L. Espacio y Símbolo en astrología. pág. 14. Patrice Guinard sostiene que existen tantos modelos de astrología como culturas y civilizaciones pero siempre permanece la misma “matriz estructural” de fondo, basada en cuatro modos de descomposición de lo real por la conciencia, tal como señala en su Manifiesto: “la astrología tiene como función determinar las leyes estructurales de la interioridad. (…) esta estructuración de la psique, individual y colectiva, se efectúa a través de cuatro medios condicionales: energéticamente por las Fuerzas planetarias, espacialmente por las Casas, temporalmente por los Ciclos planetarios y estructuralmente por los Signos zodiacales”.
16- Abellio distingue de todas maneras tres tipos de astrología: influencial, centrada en la objetividad, lo predictivo y técnico, comúnmente llamada tradicional; simbolista, centrada en la subjetividad, tendencias, climas, intuición, comúnmente llamada psicológica (pero también ocultista); y estructural, relativa ya al orden principial más allá de sus aplicaciones como está siendo considerada aquí y que sugiere la emergencia del Yo trascendental.
17- “El grado de percepción de la interdependencia universal por parte de una conciencia depende de la intensidad que la habita”. Saura, E. El logos y sus energías. pág. 24. “Así, la experiencia astrológica nos hace avanzar desde un sujeto cuya vida se desarrolla en medio de ‘acontecimientos’, y que, por consiguiente, se halla inmersa en el seno de una conciencia ingenua o ‘natural’, hasta un nivel de intensidad de la conciencia capaz de reducir y superar la multiplicidad de las ‘influencias’ y, por tanto, nos enseña a vivir una existencia que trasciende los puros ‘acontecimientos’. (…) nos saca de la experiencia de un tiempo lineal y nos conduce hacia la plenitud de un tiempo ‘esférico’, el ‘tiempo’ en el que se ejerce la acción estructurante del Yo trascendental sobre los símbolos astrológicos.” Ibídem. pág. 299.
18- Harding M. Astrology as a Language Game. Citado en Navarro, J. Universo y significado. pág. 213. Universidad de Zaragoza: 2011.
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