Comentario:
El cuento es una bonita metáfora de esas criaturas que discurren y discuten sobre la verdad pero que no les interesa para nada conocerla, se conforman con la suya propia a pesar de ser falsa y de profesar ocasionalmente una cierta curiosidad hacia la auténtica.
Los peces buscan tan sólo una confirmación a sus propias conclusiones. No quieren saber la verdad sino quién de los tres tiene razón. Por ello la revelación del pez sabio no les convence, disloca sus expectativas ya previamente aceptadas.
La revelación es de una deslumbrante evidencia para cualquier ser humano pero no para un pez que, sólo llegando a sabio, puede conocer el misterio del líquido elemento. El hombre sabe que el aire es su elemento, como el agua el de los peces, pero no cree que otro elemento superior lo envuelva, como el aire al agua, y que acaso sea el medio de vida de seres superiores que, de vez en cuando, lo observan exactamente igual que él a los peces.
La verdad clara y desnuda no hace mella en un alma atiborrada de prejuicios, saturada de resabios y de supuestos previamente acreditados. El peor prejuicio es sin duda el más asumido, el más inconsciente, el más “normal”. Más que la verdad se buscan pruebas que justifiquen nuestras expectativas previas, que las evidencias se acomoden a nuestros intereses. Por lo visto hay que estar preparado no sólo para comprender la verdad, sino simplemente para aceptarla.