viernes, 23 de diciembre de 2011
LA EDAD DE ORO COMO UTOPÍA DIONISÍACA
Desde la mentalidad moderna en la que nos encontramos inmersos se ha desarrollado toda una concepción del tiempo puramente profana, en tanto que niega toda su dimensión cualitativa en pos de una pura cantidad mensurable. En la práctica esto lo que supuso es la percepción de la historia, del devenir humano y de la naturaleza de una forma lineal progresiva y evidentemente ascendente, para dar cuenta de la inteligencia humana. Todo ello en un universo frío, vacío, mecánico, de cifras sin contenido, únicamente cuantificable y descriptivo, cual un inventario muerto, resultado de ignorar primero y negar después la dimensión cualitativa y simbólica de la realidad temporal, presente en toda sociedad tradicional.
La perspectiva sagrada del tiempo necesariamente debe ser cíclica en el sentido en que la manifestación es un cosmos (un “orden”) que reproduce en distintos planos un mismo despliegue cosmogónico. De ahí que el simbolismo de los ritos y los calendarios fuera el de recrear una disposición primordial como constante actualización, completando en el presente (como presencia) el ciclo de retorno al origen.
Y es precisamente en ese Origen donde está la clave de la concepción tradicional del tiempo, en el sentido en el que se presenta remoto, oculto y alejado por un lado, pero también recuperable y presente por otro, siguiendo unas pautas iniciáticas análogas al operar del Cosmos.
Es comúnmente conocida la doctrina de las 4 edades tradicionales: de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro, como un progresivo alejamiento del principio y oscurecimiento de la raza humana (nada más alejado de las concepciones evolucionistas contemporáneas). Sus desarrollos más claros se han dado fundamentalmente en el Hinduismo (especialmente en los puranas) y en la cultura grecolatina (Hesíodo, Platón, Virgilio). Esto se suele considerar como una muestra del tronco común indoeuropeo, de clara concepción cíclica del tiempo, presente en sus sistemas lingüísticos, culturales y filosófico-religiosos.
Pero no hay que olvidar que en las tradiciones del tronco semita también nos encontramos con una misma idea de decadencia, si bien en un primer momento su componente de “historia sagrada” acaecida a unos pueblos elegidos providencialmente ha desarrollado una concepción del tiempo lineal, redentora y escatológica centrada en un futuro de salvación. Pues bien, más allá de lo religioso y moral, observamos que el mito judeocristiano de la caida de Adam del Jardín del Edén representa la pérdida de una Edad de Oro paradisíaca en esencia similar a otras lejanas descripciones. Por otro lado y como confirmación y aclaración, el Islam resaltará la cualidad de la fitrah, es decir la naturaleza original, prístina y paradisíaca que todo ser poseía en su origen pero que ha sido perdida; además de mencionar el Corán que en un origen existía una sola comunidad humana (2:213).
A continuación enlazamos el trabajo La Edad de Oro como utopía dionisíaca: de Hesíodo y Platón a su recepción en el imaginario clásico, de David Hernández de la Fuente, de la Universidad Carlos III de Madrid, grupo de Investigación “Nomos”, aparecido en el Suplemento Monográfico Utopía 2006-5.
Representa un interesante y documentado artículo sobre las descripciones de la Edad de Oro en Hesíodo, en fuentes órficas, en Platón y en Virgilio, principalmente, resaltando el carácter “dionisíaco” en tanto que generosa abundancia de dones espontáneos de dicha Naturaleza primordial.
La redacción