martes, 26 de abril de 2011
CARTA DEL SHEIKH MUHAMMAD AL-HÎBRI (+1939) DIRIGIDA A SUS DISCÍPULOS (*)
Hermanos míos, os doy una recomendación que será de provecho para vosotros en esta vida y en la otra: manteneos en la invocación de Allah en secreto y en público; vuestra invocación debe cumplirse con la concentración en la meditación (fikra), pues, el dhikr es luz y la fikra es su rayo –su irradiación-, y toda claridad desprovista de irradiación no permite ninguna visión. Lo podéis constatar entre los devotos reclusos –que se dan al retiro- que oran durante meses o años pero no cosechan más que esterilidad, pues, no se preocupan de la irradiación de su invocación, es decir, de la fikra.
Ibn ‘Atta ‘Allâh al Iskandari (+1309) decía al respecto: “No es la lluvia lo que se espera de una nube sino los frutos (de esa lluvia)”. Toda invocación sin meditación (fikra) es estéril, nula. Por contra, una invocación refleja –meditada- es capaz de enrraizar y florecer sobre una roca. “La más noble de las ciencias es aquella que se recibe en compañía de la meditación” dicen los maestros, “El rechazo de las pasiones favorece el flujo de la meditación”, decía en el mismo sentido el sheikh Darqâwî (+1823), ésta favorece la adquisición de la ciencia inspirada (al-‘il al-wahbî), y esta llevará a la gran certeza (al yaqîn al kabîr); por último, ésta expulsará definitivamente toda duda o ilusión y conducirá a su detentor directamente a la Presencia (Sakîna) del Señor Omnisciente. Llevad vuestra concentración sobre vuestro propio ser y no os alejeis de ella, pues, en ella está todo.
Del sheikh Muhammad al Harrâq (+1845) tenemos este verso:
De mí mismo he bebido mi propio vino y se me ha quitado la sed
De mí mismo se ha elevado mi sol sin ser yo consciente
Y del sheikh Shustari (+1269):
¡Oh tú, alejado de tu propio misterio!
Mira, tú (mismo) descubrirás todo el universo en tí mismo.
Y también de él:
¿No encuentras en tí el Reino divino y su trono?
¿Y los mundos superiores e inferiores?
En tí gravitan las esferas celestes, se elevan y se ponen los soles como las lunas.
¡Penétrate del sentido de las líneas inscritas en tí!
Esto no puede percibirlo más que el ser que ha realizado “la extinción de la extinción” (fanâ’ al-fanâ) y se ha establecido definitivamente en la “quintaesencia de la eternidad” (baqâ’ al-baqâ). Nadie puede entonces acompañar a los iniciados, a menos de haber franqueado su exterior de las tentaciones y purificado su interior de todo lo que puede desviarlo. (1) La invocación real del Señor y la adquisición de lo que acaba de decirse, no pueden realizarse má que con éstas dos últimas condiciones. ¡Desapareced en Dios (al-ghayba)! ¡Y que vuestro corazón sea la Casa de Dios (Baîth Illâhi, la Kaaba), vuestro cuerpo La Meca y vuestra consciencia íntima (Sirr) su recinto sagrado (Haram)! Vigilantes, gravitad alrededor de su casa sagrada –vuestro corazón- y deambulad en su Haram –vuestro Sirr-.
Sed firmes y constantes en la invocación del Nombre Supremo Totalizador, el Nombre de Majestad Allâh, hasta parecer un león animado de un aliento poderoso y sostenido. ¡La invocación de este Nombre es indispensable durante todas las etapas de la vía! Aquel que lo invoca permanentemente, a tal punto que impregna su piel, su sangre, sus huesos y sus nervios, ve disiparse los velos que recubren todas las cosas. Si dice a una cosa “sé” (Kun), su orden se realizará instantaneamente con el permiso de Dios. Aquel que se ha reabsorbido en la Presencia , renunciando a toda otra cosa, deviene él mismo la Realidad íntima de toda cosa.
(Traducción del árabe al francés y comentarios de Abdelbaki Meftâh, del francés al castellano de Manuel Plana.)
*.- Fundador de la tariqa Hibriyya.
1.- Se pueden recordar a este respecto las palabras del Evangelio: “¡Bienaventurados los pobres de espíritu, pues, el Reino de los Cielos les pertenece”. Esta “renuncia a todo” es lo que se llama “el Faqr” en el esoterismo islámico. Esta “pobreza espiritual” es el desapego con respecto de la manifestación que implica la dependencia total con respecto de su Creador, del Principio. En la sentencias del Maestro Eckhart se encuentra un pensamiento análogo: “Aquellos que fuera del Principio divino no ven nada que exista, ni buscan la fortuna, ni los honores, ni la utilidad, ni la devoción interior, ni la santidad, ni la recompensa, ni el reino de los cielos, sino que han renunciado a todo, incluso a lo que les es propio, es en estos hombres que Dios se glorifica”.