Junto a la escuadra, el compás es el instrumento más emblemático de la Franc-Masonería y de la ciencia constructiva que la caracteriza, la Arquitectura, llamada en la antiguedad Arte de la Geometría por ser una directa aplicación suya. En su sentido genérico el oficio de masón es el de geómetra, no solo en un aspecto "idealizado" que hace referencia al arte de los antiguos constructores de catedrales, sino en el estrictamente iniciático y operativo, dado que la geometría es una ciencia sagrada, un "Arte Liberal", cuyo carácter simbólico encierra el conocimiento de los secretos y misterios de la Construcción cósmica. "Dios geometriza al crear", dice Platón, lo que confirman también otras tradiciones a parte de la Masonería, como puede verse en el hinduismo con la figura de Viswakarma, el Arquitecto divino. Y en el cristianismo con el Cristo Pantocrator trazando con el compás los límites del mundo, especialmente en la iconografía medieval. Es así también que la inscripción grabada en el exterior del templo de Apolo en Delfos indicaba expresamente: "Que nadie entre aquí si no es geómetra", pues va de suyo que en este oficio iniciático es imposible conocer la Voluntad o Plan del G:. A:. D:. U:. sin conocer asimismo los principios espirituales de esta ciencia. Y decimos “espirituales” porque el conocimiento meramente escolar, especulativo y técnico de la geometría llamada “analítica”, no es, en este caso, sino una pálida sombra de la verdadera geometría iniciática. En el mismo sentido, es fácil también reconocer la presencia de una geometría natural en la estructura de todas las formas vivas, presencia que abarca desde lo atómico a lo sideral y el ámbito general del espacio, concebible y expresable en términos geométricos por una intuición innata en el ser humano.
Instrumento emblemático de la maestría en esta Orden, el compás traza la forma más perfecta y regular de todas las formas, el círculo, imagen de la totalidad, del ciclo cósmico, del perenne retorno y del tiempo. En efecto, el tiempo es cíclico, circular y no lineal como piensa la ciencia profana. Y así lo han concebido todas las civilizaciones no modernas, incluida la Franc-Masonería, confeccionando sus calendarios rituales y sagrados en conformidad con ello. El discurso sucesivo de la existencia sigue un plan circular que se desarrolla según un movimiento rotatorio que produce la proyección espacial del tiempo. La vida es movimiento, circulación, que se efectúa alrededor de un centro fijo e invariable, movimiento que incluye en su perpetuo retorno la posibilidad de la renovación constante de todas las cosas, a través de sus fases y estados alternativos, como bien es obvio en el ciclo anual de las estaciones, en el lunar-mensual, en el diario, en el respiratorio, el cardíaco, etc... La circularidad está también implícita en el rito y en el gesto ritual, capaz de recrear un tiempo mítico sagrado, es decir, de actualizarlo en la consciencia y en el tiempo-espacio cotidiano.
Como referencia axial, idéntica a la Plomada del G:. A:. D:. U:. y al "Motor inmovil" (de Aristóteles), este centro permanece fijo e independiente de las revoluciones de la Rueda del Tiempo, uno de los símbolos más universales del cosmos cíclico presentes en innumerables tradiciones (el Zodíaco, el Kalachakra budista, etc...) como en la Masonería con el "Cordón de Doce Nudos" que rodea el cielo de la logia, llamados "Lazos de Amor". También de los dos brazos del compás, el que marca el centro no se desplaza, permanece fijo e invariable, mientras el otro gira alrededor suyo trazando la circunferencia. Ambos aspectos del gesto creativo, simultáneo uno y sucesivo el otro, están incluidos en esta operación tan sencilla y compleja a la vez. La forma de operar el compás es en verdad ejemplar y merece sin duda una atención especial en tanto ofrece al espíritu un precioso tema de meditación. Ibn ‘Arabi de Murcia observa en ella un símbolo del proceso iniciático, el cual supone un retorno al verdadero Sí mismo: "Por esto, dice el maestro, retorna el brazo del compás al punto mismo del inicio cuando alcanza el objeto de su existencia, y enlaza el final del asunto con su origen. Se enlaza su eternidad sin fin con la eternidad sin principio, puesto que no hay sino una existencia contínua bajo un aspecto estable y permanente", (Las iluminaciones de la Meca. Ed. Siruela. Madrid 1996, pg. 91).
En la iconografía masónica el compás y la escuadra se representan entrelazados; el primero se sitúa arriba, el segundo abajo; aquel traza el círculo, ésta el cuadrado y sus cuatro ángulos, símbolos universales respectivamente del Cielo y la Tierra, los polos de la cosmogonía y la existencia individual análogos a espíritu y materia. Estas dos formas simbólicas de lo dinámico y lo estático, de la expansión y la contracción, y de los estados superiores e inferiores del ser, son bien explícitas en los templos tradicionales, especialmente los construidos por los masones operativos de la Edad Media. La cúpula, como las revoluciones estelares y planetarias, es esférica, circular, mientras la base es cuadrada orientándose según las cuatro direcciones del espacio, las que configuran el plano terrestre. En la Alquímia Hermética la "cuadratura del círculo" es una de las expresiones simbólicas más conocidas que recibe la realización de la Gran Obra, indicándose con ella la importancia que tiene para esa realización efectuar la unidad de estos dos opuestos-complementarios, los que asimismo tienen correspondencias en todos los niveles.
Existe como se ve una relación natural y simbólica entre el círculo, el cielo y el tiempo; como igualmente entre el cuadrado, la tierra y el espacio; entre ellos, como entre el compás y la escuadra, hay una relación jerárquica que dispone no el capricho humano, sino la propia naturaleza de las cosas, siendo evidente que la del tiempo es mucho más sutil e inaprensible que la del espacio, hasta el punto de que sólo es por mediación suya (del espacio) que podemos tener una representación inteligible de lo temporal. Es en este mismo sentido que el Cielo no simboliza solo la pureza, los estados superiores, lo supremo, lo elevado y la perfección espiritual, sino también lo que es inaprensible, invisible, oculto y misterioso, características de todo lo que es metafísico. (1) Bien dice el proverbio que "el Cielo cubre y la Tierra sostiene", y a este respecto, los trabajos masónicos siempre se realizan a "cubierto de las miradas profanas"… y bajo la “bóveda estrellada del templo”. El Cielo y los dominios celestes, los propios del compás, simbolizan, pues, todo aquello que es de orden espiritual, las causas invisibles, la realidad "interior" y secreta de las cosas, (literalmente lo esotérico), y que por tanto cae fuera del alcance de los sentidos y del entendimiento común. La Tierra, por el contrario, indica todo lo que es fenoménico, lo exotérico, la realidad exterior de las apariencias materiales que perciben los sentidos, aunque también se identifica con la estabilidad y la firmeza. Refiriéndose a esto mismo, Dante Aligieri en su Divina Comedia (Paraíso 19, 40-42) nos dice: "Él (el G:. A:. D:. U:.), que con su compás marcó los límites del mundo y reguló dentro todo lo que se ve y todo lo que se esconde".
Cielo y Tierra y sus correspondencias simbólicas ya están igualmente prefiguradas en el trazado de la forma primigenia, la circunferencia; el punto interno representa la causa espiritual, el Cielo, y la periferia externa el fenómeno material, la Tierra, así como también el espíritu y el cuerpo del ser respectivamente, siendo el radio que los une el alma o psique que hace de intermediaria de ambos. No podemos extendernos aquí sobre la confusión sistemática que se hace comunmente entre lo psíquico y lo espiritual, aunque cabe señalarlo. El punto o centro, sin el que la circunferencia no podría existir ni trazarse, es además el "lugar" secreto por excelencia donde se refleja directamente la actividad ordenadora del G:. A:. D:. U:. ; de ahí que llegados al tercer grado se diga del maestro masón cuando se le busca, que está siempre en el "Centro del Círculo". Como este centro es también el punto "medio" de la circunferencia, marcando la mitad de todos sus diámetros posibles, es bien significativo también que los trabajos en tercer grado se efectúen en la "Cámara del Medio", es decir, en el lugar que corresponde al Centro o Corazón del Mundo. Huelga decir que este Centro arquetípico tiene múltiples manifestaciones; es la Estrella polar de nuestro hemisferio norte; es el Sol entre los planetas; es la Montaña Polar (el Moriah masónico) en la geografía sagrada; es el Ara o "Altar de los juramentos" en la Logia (donde se colocan las "Tres Grandes Luces" del Templo), es el corazón en el ser humano, sede simbólica de la Consciencia, la Sabiduría y el Amor, así como centro vital del ser. En este mismo orden, también es la salud mental y corporal, y la justicia social, entre otras muchas asignaciones.
En algunos grados masónicos se habla explicitamente de "pasar de la Escuadra al Compás", lo cual adquiere un sentido preciso después de todo lo dicho. Por cierto que esta superación gradual de lo "terrestre-profano" y la correspondiente elevación espiritual a lo celeste, viene expresamente indicado por las distintas posiciones que toman ambos instrumentos colocados en el Ara, encima del Libro de la Ley sagrada, en cada uno de los diferentes grados masónicos de Aprendiz, Compañero y Maestro. En el primero la escuadra reposa sobre el compás; el aprendiz trabaja la Piedra Bruta, ya no es un "profano", pero aún no ha superado las limitaciones del mundo fenoménico ni se ha liberado de sus concepciones materializadas de los Principios y Leyes universales. En el segundo sólo un brazo de la escuadra reposa sobre el compás, mientras a la inversa, uno del compás reposa sobre la escuadra; el Compañero ha penetrado las apariencias, conoce las causas invisibles, las Leyes permanentes del Cosmos y trabaja en consonancia con ellas aplicándolas a lo cotidiano. El Compañero es el que construye, está ligado a la acción, la cual ritualiza en conformidad con el Plan universal. En el tercer grado es el compás el que reposa por entero sobre la escuadra; el Maestro ha superado el mundo cambiante, no solo de las apariencias externas, sino el de la "corriente de las formas" psicológicas, el mundo de la dualidad y del devenir individual. No esta sujeto a las acciones del medio ni a las reacciones mentales del ego, sino que totalmente desapegado de los fenómenos y de la dualidad aparente de las cosas, contempla en unidad de espíritu los planes invisibles de la Obra y revela su trazado. Por el poder regenerativo de la “muerte iniciática" ha escapado del círculo de la existencia ilusoria y múltiple, fijándose en la Unidad, estableciéndose en el Centro de la Rota Mundi en términos masónicos. Evidentemente nos referimos a las posibilidades reales y efectivas de los grados según una realización completa de las mismas, no a su investidura ceremonial, aunque ésta contenga los elementos simbólicos de cada fase iniciática. En todo caso, es evidente que el "progreso" iniciático es distinto por completo al profano, que lo concibe como una progresión puramente cuantitativa en el orden del tener. Aquí la progresión es cualitativa y en el orden del ser, hacia lo interno, y va de la periferia múltiple y relativa del círculo de nuestra vida, a su centro único y verdadero, que es donde todas las contrariedades se resuelven y donde existe una verdadera Igualdad, Libertad y Fraternidad universales. Este círculo, hemos visto, es el que traza eternamente sobre la superficie del Caos primordial el G:. A:. D:. U:. delimitándo la extensión del Cosmos, es decir, del orden universal, el que se realiza según su Plan espiritual-material y su Providencia eterna. Este gesto ordenador se reproduce en el interior del Masón ya que el proceso iniciático recrea la cosmogonía; el es la Piedra fundamental que a través de diferentes grados de perfección, Bruta, Cúbica y Cúbica en Punta, se convertirá en Piedra Cimera o Clave de Bóveda.
Este principio que invoca la Franc-Masonería y bajo cuyos auspicios se ampara su Orden, no tiene porque concebirse antropomorfo o personalizado al modo religioso, ni como una realidad exterior al hombre. Es el Espíritu supremo de la Construcción universal, que por tal se aloja igualmente en el centro íntimo de todo ser, en la cámara secreta de su corazón; es la letra G (de God, Dios, anteriormente la Yod hebraica) inscrita en el centro del Pentagrama, símbolo del microcosmos humano. Su figura, como se sabe, se coloca entre el Compás y la Escuadra, entre el Cielo y la Tierra.
Ya por último, señalar solo de paso, un par más de espectos muy interesantes de este instrumento simbólico pero imposibles de desarrollar aquí en todas sus consecuencias. El primero, y por su vinculación con el ciclo y con el tiempo, es decir, con los ritmos temporales, también se llama "llevar el compás" a llevar el ritmo en música y en baile, artes del tiempo por antonomasia que forman parte destacada de los ritos sagrados de todas los pueblos tradicionales; llevar el compás es ir sincronizado, lo que en su sentido iniciático equivale a estar en armonía con todo, especialmente con las esferas o ritmos universales que traza perennemente el Compás divino, lo propio hemos visto, del grado de maestro, el que en su cargo de Venerable marca precisamente el compás y el ritmo de los trabajos masónicos. La Harmonía de las Esferas era, en el pitagorísmo, un símbolo de la perfecta sincronía de los diversos ritmos universales, las energías constructivas presentes también en el microcosmos y en la estructura numérica y geométrica del universo. En la Masonería ésta Harmonía o principio de equilibrio universal lo encarna la Belleza, una de las "Tres Pequeñas Luces" de la Logia junto a la Sabiduría y la Fuerza, a la vez pilares del Templo. El segundo aspecto es que la máxima apertura que tiene el compás en esta Orden es de 90 º (en el grado 4º del R.E.A.A), indicándose con ello que solo una cuarta parte de la totalidad nos es accesible, bien a los sentidos bien al entendimiento, quedando 3/4 partes fuera de las posibilidades de lo estrictamente humano. En efecto, como imagen geométrica de la totalidad, el círculo tiene 360º, la mitad 180 y la mitad de la mitad, o sea, la cuarta parte, 90º.
1.- La etimología de la propia palabra cielo, nos señala René Guénon (ver El Rey del Mundo, versión en francés, Ed, Gallimard, París 1981, pg. 61), coincide con esto; caelum y celare en latín, como el griego koilon, proceden de una misma raíz con el sentido de cosa escondida, oculta, a cubierto. "Por otra parte, sigue el autor, en sanscrito Varuna (el dios del Cielo) viene de la raíz var, "cubrir",... y el griego Ouranos no es más que otra forma del mismo nombre, cambiándose facilmente var en ur. Estas palabras pueden significar pues, "lo que cubre", lo que oculta", pero también "lo que está oculto".