Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

domingo, 12 de agosto de 2018

EXPLICACIÓN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (y parte III), por M. Eckhart

VI

VERBUM CARO FACTUM EST ET HABITAVIT IN NOBIS

Hay que señalar de entrada que “caro” es puesto aquí en lugar de “homo”, según este fraamento de Mateo XXIV, “Ninguna carne será salvada” y Rom. III, “Ninguna carne será justificada por las obras de la ley “. El evangelista ha preferido decir verbum caro factum est en vez de “homo factum est” para realzar la benignidad de Dios, el cual no ha asumido sólo el alma del hombre sino también su carne, golpeando así la soberbia de aquellos que, interrogados sobre su parentela, responden refiriéndose a alguien poseedor de determinada dignidad pero callan su origen: son, dicen, sobrinos de tal obispo, preboste, deán o lo que sea, como el mulo que preguntado sobre quién era su padre,  y avergonzado de ser hijo de un asno, contestó diciendo que era sobrino de un alazán de batalla.
Por otra parte, como hemos dicho anteriormente, el primer fruto de la encarnación del Verbo, que es hijo de Dios por naturaleza, es que nosotros seamos hijos de Dios por adopción. Poco me importaría en efecto que el Verbo se haya hecho carne en Cristo, suponiéndole distinto a mí, si Él no se hubiera también (hecho carne) en mí personalmente, para que yo sea también hijo de Dios. “Quien dice hijo dice heredero” (Epístola a los Galateos, IV, 7). Quizás es esto lo que pedimos po consejo del Señor: “Que Tu voluntad se haga en la tierra como en el cielo” (Mateo, VI), es decir, que la voluntad del Padre, como se ha hecho en Cristo, “in coelo”, para que Él fuera hijo – la voluntad del padre en tanto que padre siendo por naturaleza engendrar y tener un hijo – (se haga) “in terra”, es decir en nosotros, que habitamos la tierra, para que seamos hijos de Dios. Rom. VIII: “ Si (vosotros sois) hijos (vosotros sois) herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo”, y más adelante “Que ha predestinado a devenir conformes a la imagen de Su hijo, a fin de que Él sea el primer nacido de numerosos hermanos” (Epístola a los Romanos, VIII, 29). Es esto lo que aquí se dice: verbum caro factum est, en  Cristo primer nacido, et habitavit in nobis, cuando somos engendrados hijos de Dios por adopción. También se dice más adelante, en el capítulo XVI “Os volveré a ver, y vuestro corazón se regocijará, y nadie os privará de vuestra alegría” (San Juan, XVI, 29). Dios, hecho hombre para nosotros en Cristo, nos ha visto; nos volverá a ver adoptándonos como hijos, y habitando en nosotros como un padre en sus hijos.

Es lo que aquí se dice: verbum caro factum est et habitavis in nobis. El Verbo hecho carne en Cristo, por el hecho de que Él se hace carne fuera de nosotros, no nos hace perfectos; pero cuando, y porque, Él ha habitado en nosotros, Él nos nombra y nos completa, “a fin de que seamos nombrados y seamos hijos de Dios” (1ª Epístola de san Juan, III, I). Entonces, en efecto, el Hijo de Dios, Verbo hecho carne, habita en nosotros, in nobis, en nosotros mismos. El Apocalipsis (XXI, 3): “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él habitará con ellos… y el mismo Dios con ellos será su Dios”. Isaías VII: “Se le dará el nombre de Emanuel”, que significa “Dios con nosotros”, y XII: “Exulta y canta, o habitación de Sión, pues grande es en tu centro el Santo de Israel”. Habitavit in nobis, Él ha habitado, es decir, se ha habituado, en nosotros. Igualmente, habitavit in nobis, ha habitado en nosotros, porque nosotros Le tenemos en nosotros, “habemus in nobis”. Es, efectivamente, de aquello que la cosa lleva en sí de lo que recibe el nombre y el ser. Es lo que pide la Esposa en el Cántico cuando dice: “Que me bese con un beso de su boca” (Cántico de los Cánticos, I,I), tras lo que “El invierno ha pasado y se ha ido… las viñas en flor dan su perfume… sus labios son un rayo de miel” (Cántico de los Cánticos, II,11-13, IV,11). Así pues el Verbo se ha hecho carne, en Cristo, y ha habitado en nosotros cuando en cada uno de nosotros el hijo de Dios deviene hombre y el hijo del hombre, hijo de Dios: “Ved la caridad que nos hace Dios, para que seamos nombrados y seamos hijos de Dios” (1ª Epístola de san Juan, III, 1).
Es lo que aquí se dice, verbum caro factum est et habitavit in nobis, se dice más adelante, en el decimosexto capítulo: “Os volveré a ver”. Hecho carne, Él nos ha visto; Él nos volverá a ver habitando en nosotros. Luc. XVII, 21: “ El reino de Dios está en vuestro interior”. E Isaías, VII: “Una virgen concebirá y alumbrará un hijo”, en lo concerniente al Cristo, “y se Le dará el nombre de Emanuel”, es decir Dios con nosotros, en lo concerniente a cada uno de nosotros: el hijo del hombre deviene hijo de Dios. 2ª Epístola a los Corintios, III, 18: “Somos transformados en la misma imagen de claridad en claridad, como por el espíritu del Señor”. Sería pues un error pensar que es en un hijo distinto, en una imagen distinta, que Cristo y el hombre justo y deiforme, son hijos de Dios: “en la misma imagen”, está dicho.
Por otra parte, sea cual sea el número de espejos que se pongan ante el rostro o la faz de un hombre, todas las imágenes están formadas por un único rostro. Así, todos los justos y cada uno de ellos son entera y simplemente justos de la misma justicia, formados, informados y transformados por y en la misma justicia. Si la justicia fuera una cosa en sí misma y otra cosa en lo justo, los justos no serían unívocamente justos, e incluso ninguno de ellos sería verdaderamente justo.
Es así como se puede explicar bien y verdaderamente este texto de los Hebreos: “Tuvo que asimilarse en todo a sus hermanos” (Epístola a los Hebreos, II, 17). Anteriormente decía: “El que santifica y los que son santificados son todos uno solo”, y más adelante: “Es por ello que no es vergonzoso llamarlos hermanos”. De ahí que, hablando a los Corintios: “Somos transformados en la misma imagen”, añada “como por el espíritu del Señor”, como diciendo: al igual que es la intervención en nosotros del mismo Espíritu Santo lo que nos santifica a todos, igualmente es el mismo Hijo de Dios, Verbo hecho carne en Cristo, habitando en nosotros y conformándonos a él por su gracia, el que hace que nosotros, justos y deiformes, seamos todos nombrados y seamos hijos de Dios, I, Juan, III. No dice solamente “nominemur”, sino “nominemur et simus”, “Para que nosotros seamos nombrados (nominemur) y seamos (nominemus et simus)” “a fin de que sea el primer nacido de numerosos hermanos”, Rom, VIII. Y anteriormente: “predestinados a devenir conformes a la imagen de Su Hijo”. Es lo que aquí se  dice, verbum caro factum est et habitavit, Él, ese mismo Verbo, ese mismo Hijo, in nobis.
Lo mismo sucede en nosotros con la vista y lo visible. El hombre no podría nunca ver si la imagen visible, esa misma que es visible, no se imprimiera y no se transfundiera o no habitara en el vidente. En efecto, si la imagen fuera una aquí y otra allí, el vidente no vería lo visible mediante la imagen que hay en él; lo visible no sería visto por esta imagen ni por la que está en el vidente, y lo visible y la vista no serían uno en acto, como dice el Filósofo. Y es ahí la “gracia sobre gracia”, “gratia super gratiam”, “gracia por gracia”, “gratia pro gratia”, donde el Verbo no solamente se ha hecho carne, sino que, hecho carne, Él habita en nosotros. Es también lo que dice más adelante el Hijo: “Ego veni”, “He venido, asumiendo mi carne”, “He venido para que ellos tengan la vida”, habitando en ellos para que tengan la vida. Y casi inmediatamente se dice: “Todos hemos recibido de su plenitud, y gracia por gracia” (San Juan, I, 16).


VIDIMUS GLORIAM EJUS GLORIAM QUASI UNIGENITI A PATRE

Estrictamente, según Crisóstomo, el evangelista, queriendo resumir que la gloria del Verbo, que se ha hecho carne, es enteramente inefable, dice que su gloria era tal que convenía al hijo único de un padre. En efecto, el hijo único tiene por naturaleza todo lo que tiene el padre. A continuación: “Todo lo que está en Mi Padre está en Mí” (San Juan, XVI, 15), y San Juan XIII, 3 “Sabiendo que el Padre lo ha puesto todo entre Sus manos”, y “Todo lo que está en Mí está en Ti, y todo lo que está en Ti está en Mí” (San Juan, XVII, 10), y “Lo que me ha dado el Padre es más grande que todo” (San Juan, X, 29), porque, si “todo ha sido hecho por Él”, Él no ha sido hecho, pero ha recibido más del Padre, a saber, la naturaleza increada del Padre, que es mucho más grande que todo, en tanto que Él es creador, principio y fin de todo.
No obstante podríamos decir de manera aceptable que el evangelista quiere, con estas palabras, mostrar que aquellos a los que se ha dado la potencia de devenir hijos de Dios, y que son “nacidos de Dios”, y en los que el Verbo hecho carne “ha habitado”, que esos, digo, ven su gloria quasi unigeniti, es decir que ven su gloria como hijos únicos, es decir en tanto que semejantes al Hijo único, similitud significada por la palabra “quasi”. I. Juan, III: “Nosotros seremos semejantes a Él, y Le veremos tal como Él es”. En efecto, el semejante es siempre conocido por el semejante. Es como si dijera: (hemos visto) su gloria, nosotros hijos únicos del Padre, nosotros “quasi” hijos únicos. Es, Él, “unigenitus”, es decir engendrado por el único Padre; nosotros somos “geniti”, engendrados, pero no por el único Padre. Es pues, Él, engendrado por generación, que da el ser, la especie y la naturaleza; nosotros (lo) somos por regeneración, que da la conformidad de naturaleza. Es, Él, la imagen del Padre, “imago Patris”, Col, I; somos, nosotros, a imagen de toda la Trinidad, Gen. I: “faciamus hominem ad imaginem nostram”. Él es Aquél a quien se rinde testimonio, nosotros somos sus testigos.


VERBUM CARO FACTUM EST ET HABITAVIT IN NOBIS ETE VIDIMUS GLORIAM EJUS GLORIAM QUASI UNIGENITI A PATRE PLENUM GRATIAE ET VERITATIS


En el libro VII de su Confesiones, Agustín dice haber leído y encontrado en los libros de Platón todo lo dicho desde el principio de este capítulo hasta plenum gratiae et veritatis inclusive, salvo lo dicho anteriormente: in propia venit, hasta qui credunt in nomine ejus incluído, y salvo lo dicho aquí: verbum caro factum est et habitavit in nobis.
Podríamos sin embargo decir de manera aceptable que todo lo aquí dicho, verbum caro factum est, hasta plenum gratiae et veritatis inclusive, siempre suponiendo la verdad de la historia, contiene y enseña las propiedades de las cosas naturales, morales y artificiales.
Hay pues que señalar que, universal y naturalmente, el verbo se hace carne en toda obra de naturaleza y de arte, y habita en lo que deviene o en aquello en lo que el verbo se hace carne. En efecto, el alma, el espíritu, el verbo, se hace carne uniéndose a la carne en el hombre y en todo ser animado, y el alma habita en la carne, o en el hombre compuesto de alma y de carne. Y el hombre ve la gloria, es decir toda la perfección y las propiedades, del alma, “como”  lo engendrado, y único engendrado, por el alma, padre del animado.
Más aún, así como la carne recibe, toma y ve por experiencia el ser mismo del alma, igualmente (recibe, toma y ve por experiencia) todas las propiedades y operaciones del alma, hasta el punto que el ser y la operación no son lo propio del alma sino de todo el “conjunto”. En efecto, la carne y el alma se comunican sus idiomas, es decir sus propiedades, afecciones y lenguaje, de forma que no es del alma de la que se dice ser, sentir e “inteligir”, sino de todo el compuesto de alma y de carne, como se indica en el libro primero Del Alma.
Lo mismo se puede decir de toda forma substancial, y de su materia, del accidente y de su sujeto, y de la forma de arte en el alma del artista y en su obra. Es lo que aquí se dice, plenum gratiae et veritatis, es decir toda perfección de gracia y de verdad. En efecto, todo lo que está informado por una forma tiene la plenitud del ser de su forma y, teniéndola en sí, ve toda la gracia y toda la verdad, toda la perfección y toda la potencia de su forma, según este texto de La Sabiduría, VII: “Con ella, me han llegado todos los bienes”, y Rom. VIII: “Con Él, Él nos lo ha dado todo”.
Así vemos, en el orden sensible, que el hierro plenamente ígneo realiza las obras de fuego, y realiza incluso obras mayores. En efecto, como dice Avicena, el plomo líquido quema la mano más que el fuego, según este texto de Juan, XIV: “Las obras que yo hago, él mismo las hará, y las hará mayores”. Así es en cualquiera nacido del Espíritu o de Dios. En efecto, el Verbo hecho carne habita en él, e informado por Él, como un hijo único, ve su gloria, lleno de gracia y de verdad, es decir (lleno) de toda su perfección y de toda su gloria. Esther, XV: “Tu rostro está lleno de gracias”.
Es pues lo que aquí se dice: verbum caro factum est et habitavit in nobis et vidimus gloriam ejus gloriam quasi unigeniti a Patre plenum gratiae et veritatis.
De esta plenitud, el Salvador habla más adelante (San Juan, XVI, 24), cuando dice: Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea plena”. En efecto, mientras que el fuego es engendrado por la leña, no goza plenamente del calor. Pero una vez que la leña ha adquirido la forma del fuego, alcanza perfectamente y recibe por forma y en forma el pleno calor: no ya (un calor) anterior a la forma del fuego y conduciendo a ella, sino más bien (un calor) consecuente a la forma del fuego y procedente de ella. Y así cesa la tristeza  de la alteración “parturienta” y del movimiento, y goza plenamente y se delecta del pleno calor de la forma del fuego. A esta plenitud de calor no puede ya añadirse nada, reposa en ella, cesando toda tristeza y repugnancia de alteración y de movimiento. En Juan, XVI, 21: “Cuando la mujer pare, está triste, pero cuando ha dado a luz a su hijo en el mundo no se acuerda ya de su dolor, alegrándose que un hombre haya nacido”. Y más adelante: “Ahora estáis tristes, pero os volveré a ver y vuestro corazón se regocijará”. En efecto, mientras una cosa está en devenir hacia otra cosa, tiene siempre sobreañadida la tristeza de la desemejanza y de la inquietud. Pero cuando recibe el ser por la forma, descansa y se regocija. El fuego ve bien la madera que prepara, calentándola y alterándola, a la forma del fuego, pero la ve con la tristeza de la repugnante desemejanza; vuelve de nuevo a verla cuando, habiendo rechazado la desemejanza, recibe la forma del fuego por esta generación que se hace en el silencio de todo movimiento, tiempo y desemejanza, de manera que, permaneciendo la forma, ni el calor ni la alegría natural de el calor le pueden ser arrebatados. Es lo que sigue: “Y nadie os quitará vuestra alegría”, después de decir; “Os volveré a ver y vuestro corazón se regocijará”.
Así pues, en el caso propuesto, mientras somos desemejantes a Dios y  somos engendrados para que Cristo sea formado en nosotros, Gal. IV, estamos inquietos, nos turbamos por muchas cosas, con Marta, Luc., X. Pero cuando Cristo hijo de Dios se ha formado en nosotros, para que seamos “en su verdadero hijo” – “sumus in vero filio ejus”, Juan, XVII - ,y, habiendo rechazado toda desemejanza, seamos hijos de Dios – I Juan, III, “Nosotros seremos semejantes a Él y Le veremos tal como Él es”, “hechos en Él por Él”, Juan, XVII – entonces tenemos en nosotros la alegría plena y perfecta, y estamos en reposo, según este texto de Agustín en el primer libro de las Confesiones: “Tú nos has hecho para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que reposa en Tí”. También en Luc., X, después de decir que Marta se turbaba por muchas cosas, continúa: “Sin embargo una (sóla) es necesaria”. En efecto, el alumbramiento es siempre “para muchas cosas” y “en la turbación”, pero el hecho de ser engendrado es siempre uno, y permanente, y adherente, y heredero. También añade: “María ha elegido la mejor parte, que no le será arrebatada”. Es lo que hemos citado antes, Juan XVI, “Y nadie os quitara vuestra alegría”. En Gal., IV, se dice: “Quien dice hijo dice heredero”. “Haeres”, heredero, viene de “haerere”, adherir. A continuación, Juan, VIII: “El hijo permanece eternamente en la casa” según este texto: “Y nadie os quitará vuestra alegría”, y “la mejor parte no le será arrebatada”. Por tanto, cuando el Salvador dice a continuación, Juan, XVI, “pedid que vuestra alegría sea plena”, el sentido es: pedid ser hijos. Anteriormente había dicho: “hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre”, en mi nombre, yo que soy hijo. En efecto, no pide en nombre del hijo quien no es todavía hijo.
Y es lo que aquí se dice: vidimus gloriam ejus, hemos visto su gloria, nosotros que somos quasi unigeniti a Patre, es decir hijos. Y sigue: plenum gratiae et veritatis. Sólo está en efecto lleno de gracia y de verdad el que es hijo. He hablado de esto más adelante en este mismo capítulo a propósito de estas palabras: “La ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad han sido hechas por Jesucristo” (San Juan, I, 17).


VII

IN PRINCIPIO ERAT VERBUM, ETC…

Resumamos brevemente lo que hemos dicho desde el principio de este capítulo hasta plenum gratiae et veritatis inclusive.
Hay que saber que todo lo que es designado por un verbo es ordinariamente llamado “verbo”, según este texto de Lucas I: “Ninguna palabra será imposible en Dios”. (San Lucas, I, 37). La razón de ello es que cualquier cosa dice y manifiesta su principio, o su causa; ahora bien, el verbo, la palabra, no es otra cosa, ni por otra cosa, ni a causa de otra cosa más que la manifestación del concepto mental del que habla. En consecuencia, podemos señalar que, universalmente, cualquier cosa, por el mismo hecho de que es producida al ser, debe necesariamente ser producida al ser por alguna otra cosa, y que, cuanto más proceda ad extra, más adquiere un sabor de alteridad y de diversidad. Por lo tanto, in divinis, la primera procesión (68) posee el mínimo de alteridad, y ninguna diversidad. De igual manera, en los “corporales”, vemos que el primer móvil, el cielo posee el mínimo grado de movimiento: en efecto, de entre todos los movimientos no tiene más que el único movimiento local, que esta fuera de lo localizado. Además, no tiende hacia otra cosa, sino que va de lo mismo a lo mismo, y no tiene ni contrario ni, hablando propiamente, diversidad. De ahí que, in divinis, en la primera producción (69), el término que procede no es otro, en (género) neutro – neutro concerniendo a la naturaleza, la especie y la substancia – sino que otro en (género) masculino – masculino significando únicamente el origen y la generación, en las que uno y otro principios, macho y hembra, activo y pasivo, son de la misma especie y de la misma naturaleza. Pero en la procesión de las cosas fuera de su principio hay diversidad de naturaleza y de especie entre el productor y lo producido, de la misma manera que, en los cuerpos distintos al primer cuerpo, que es el cielo, encontramos, tanto en ellos mismos como en sus movimientos, lo contrario y lo diverso.
Sea una u otra cosa, en modo masculino o neutro, si una cosa procede, siempre es necesario:

1.- Que lo producido sea, “pre-sea”, y en cierto modo “ante-sea” (70) en su principio, sin lo cual sería producto del azar, y el productor no produciría ya su semejante. No se recogen uvas en las espinas, ni higos en las zarzas (Mateo, VII). Es pues lo que aquí se dice: in principio erat verbum, el verbo, es decir la cosa designada por el verbo, y su razón, o similitud, la cual, ni in divinis, ni en las criaturas, no es nunca otra (distinta) – en (género) neutro - que la cosa.

2.- Es preciso además que exista una distinción, sea la que sea, entre el principio y lol principiado, sin la cual algo se produciría por sí mismo al ser. Y es lo que sigue: et verbum erat apud Deum, en Dios, es decir en su principio. Dios siempre es, en efecto, principio de su principiado, en tanto que este último tiene el ser de Él, por Él y en Él. Por tanto, se habla en un Salmo del Dios de los dioses, y muchas expresiones semejantes (se encuentran) en la Sagrada Escritura y en los libros de los filósofos.

3.- Es preciso además que lo principiado, puesto que está en el principio, como hemos ya dicho, sea eso mismo que es el principio. La razón de ello es, por una parte, que lo que está  en otro, está en él según el modo de este último, y por otra parte, que lo que está en otro es eso mismo que lo que es este último. En efecto, como está dicho en el Libro De las Causas, “estar en el vivir, es vivir”, y, en el Libro del Alma, “vivir, para los vivos, es ser”. Y es lo que aquí se dice en tercer lugar: et Deus erat verbum, el verbo, principiado, era Dios, principio.

4.- Además, puesto que lo principiado y el principio son una misma cosa, como hemos ya dicho – Deus erat verbum – es necesario, en cuarto lugar, que, en cuanto que uno fue, el otro haya siempre sido. Es lo que aquí se dice: hoc erat in principio apud Deum, él, lo principiado, estaba desde el inicio, es decir siempre, en Dios, su principio.
Así pues, al hablar de la propiedad de las personas divinas según la verdad histórica, el evangelista enseña al mismo tiempo la naturaleza y la propiedad de todos los productos, productores y producciones. Nada sorprendente en ello, puesto que las primeras son siempre, idealmente, ejemplares de los segundos.
Además, 5º, es preciso que todo lo que hace el principio sea hecho “por” (71) lo principiado. La razón de ello es que principio y principiado son uno: Deus erat verbum. Además, lo principiado, en tanto que principiado, es la manifestación o el verbo expresivo, de todo el principio en tanto que principio, y lo lleva todo en sí; en efecto, la forma de la morada en el alma expresa totalmente al arquitecto en tanto que arquitecto y principio de la morada. Es pues como prosigue: omnia per ipsum facta sunt et sine ipso factum est nihil.
También, 6º, cualquier causa, cualquier principio esencial, es cosa viviente, y vida. Ahora bien, lo que está en vida es vida; en efecto, el ser y el “inteligir” en vida son vida, o más bien es “la vida” y “el vivir”, como se desprende del Libro de las Causas. Y es lo que aquí se dice: quod factum est in ipso vita erat. La forma de la morada en el espíritu del artista es, en efecto, vida.
Más aún, así como lo que está en vida es vida, de la misma manera la vida en intelecto es luz e “inteligir”. Y, 7º, es como aquí se dice: et vita erat lux hominum. En efecto, igual que lo que está en vida es vida, de la misma manera la vida en intelecto, puesto que es luz, es “inteligir” y luz. Ahora bien, en el mundo intelectual, el hombre ocupa el grado más bajo, como la materia en los corporales, según lo que dice el Comentador. Ahora bien, lo más ínfimo de los superiores abarca naturalmente lo más elevado de los inferiores, y en consecuencia a todos los inferiores. Y es lo que aquí se dice: et vita erat lux hominum.
Pero si los superiores abarcan todo lo que pertenece a los inferiores, a la inversa, nunca los inferiores abarcan a los superiores. Y es, 8º, como prosigue: et lux in tenebris lucet, brilla penetrándolas y abarcándolas, et tenebrae eam non comprehenderunt, las tinieblas, es decir los inferiores. En efecto, todo lo que es inferior a la luz es tinieblas, comparado a la luz.

9.- Además, aunque “inteligir”, en el intelecto de los hombres, debe de ser, tanto porque nada es anterior a “inteligir”, como dice el Filósofo, como porque, para el intelecto en tanto que tal, “inteligir” es ser – como para los vivos, vivir es ser – el intelecto de los hombres es verdaderamente luz, pero no es la “verdadera luz”, participa de ella, permanece y se mantiene detrás de ella, como se indica en el Libro de las Causas a propósito de la inteligencia en relación con Dios: es testigo de Dios, “que es luz y en quien no hay tinieblas”, es testigo de la luz, en tanto que iluminado por ella, testigo y enviado de la luz, por el que creemos en la luz, y en el que creemos en tanto que brilla. Y es, en noveno lugar, lo que aquí se dice: Fuit homo missus a De cui nomen erat Johannes. Hic venit in testimonium perhiberet de lumine ut omnes crederent per illum. Non erat ipse lux vera ses ut testimonium perhiberet de lumine. Y es lo que Juan dice más adelante: “Yo soy la Voz que clama en el desierto; preparad del camino del Señor” (San Juan, I, 23); y más adelante: “Yo bautizo en el agua, pero hay entre vosotros alguien que no conocéis; es Aquel que vendrá después de mí, que fue hecho antes que mí, y del que no soy digno de desatar la correa de su calzado” (San Juan, I, 26-7); y también más adelante: “Es para que Él sea manifestado en Israel que yo he venido, bautizando en el agua (San Juan, I, 31).
Ahora bien, hay que señalar que todo lo que acabamos de decir de Juan y de Cristo son hechos realizados en la verdad histórica. Pero busquemos en ello las verdades de las cosas naturales y sus propiedades. Hay pues que saber que todo lo que se ha dicho de Juan indica la naturaleza de la alteración, por la que las cosas se hacen y proceden al ser, tanto por lo que hace a las formas naturales como por lo que hace a los “habitus” morales. Y lo que Juan atestigua de Cristo propone manifiestamente las propiedades de las formas substanciales en la materia y de los “habitus” morales en el alma.
Digamos pues ahora que la alteración tiene siete propiedades que son representadas  por las palabras que hemos citado últimamente.
La primera es que la alteración y la generación son entre ellas como el hecho de ser movido o ser hecho, como lo informe o lo imperfecto y la forma o lo perfecto. En efecto, el movimiento es un acto de lo imperfecto. Y es lo que aquí se dice de la persona de Juan: “yo soy la Voz”, pues la voz es al verbo lo que lo informe y lo imperfecto son a la forma y a lo perfecto: Juan es la voz, Cristo es el verbo.
En segundo lugar, se deduce que estos dos vocablos, alteración, y generación, Juan y Cristo, son entre ellos como el camino y el término. Se dice así de Juan, Lucas, I “tu puer Altissimi vocaberis”, “servidor del Altísimo”, servidor, el camino, Altísimo, el término. Y de ahí lo que sigue: “Serás llamado el servidor del Altísimo, porque irás delante del Señor, para prepararle el camino” (S. Luc, I, 76). Por ello, en el texto en cuestión, después de decir “Yo soy la voz” añade: “Preparad el camino del Señor” (San Juan, I, 23). La alteración es el camino que lleva a la forma, camino que participa de la forma, siendo el movimiento la forma fluyente.
En tercer lugar, la alteración, tal como está ordenada a la forma, está igualmente ordenada a la generación. Por tanto donde no hay generación no hay jamás ninguna alteración, ni siquiera contacto físico. Está dicho en el Libro IX de La Metafísica que no le corresponde mover a quien no le corresponde ser movido. Ahora bien, la alteración sirve a la generación y a la forma: viene de la forma y es enviada por ella, en tanto que la forma y la generación son anteriores en intención; está ordenada a la forma y a la generación en tanto que éstas están en ejecución. Así que Juan es enviado por Cristo, viene de Él, y está ordenado a Él. Es lo que se ha dicho anteriormente de Juan: “fuit homo missus a Deo”, en la primera parte, y a continuación:”hic venit in testimonium ut testimonium perhiberet de lumine”.
En cuarto lugar, la alteración sólo afecta al que la sufre según los accidentes y por accidente, mientras que la generación le afecta en su forma substancial. Así de Juan y de Cristo. Juan dice también más adelante: “Yo he venido, bautizando en el agua” (San Juan, I, 31); y añade, hablando de Cristo: “Es Él quien bautiza en el Espíritu Santo” (San Juan, I, 33).
En quinto lugar, la alteración tiene por objeto manifestar y dar a conocer la forma substancial latente en la materia, reducirla de la potencia al acto. En efecto, una cosa es conocida en tanto que está en acto, Libro IX De la Metafísica. La alteración tiene pues por objeto que la forma substancial sea manifestada, “es para que Él sea manifestado en Israel” (San Juan, I, 31), es decir en el conocimiento. Y es lo que Juan dice aquí de sí mismo y de Cristo: “es para que Él sea manifestado en Israel”, para que Él, Cristo, sea manifestado en Israel, “es por lo que he venido”. Y anteriormente:”yo bautizo en el agua, pero hay entre vosotros alguien a quien no conocéis”; “medius vestrum”, entre vosotros, dice, porque la forma substancial permanece como oculta, ignorada, en los secretos, en el centro, en el corazón de la materia, es decir en la misma esencia de la materia: la substancia de la materia es su potencia. No es así en el accidente, porque el accidente está más bien en el sujeto, que se ve en el exterior, que es patente y no latente. Así pues, la alteración ha sido enviada por el autor de la naturaleza para la forma substancia y para su generación, como Juan ha sido enviado por el redentor de la naturaleza para Cristo y para su advenimiento al mundo.
La sexta propiedad es que la alteración y la generación son entre ellas como lo anterior y lo posterior, y ello bajo distintas relaciones. En efecto, la generación es a la vez anterior y posterior a la alteración, en intención y en naturaleza, pero es anterior a la generación sólo en el tiempo. Así es con Juan y Cristo. Y es lo que aquí se dice: “He aquí Aquel del que he dicho: Después de mí viene un hombre que ha sido hecho antes que yo, porque Él era antes que yo”. Observemos que dice dos cosas: “Sido hecho antes que yo”, y “era antes que yo”. En efecto, la forma es anterior a la alteración en dos maneras: primeramente, en tanto que está en la aprehensión y la intención del que obra, y en segundo lugar, en tanto que es fin, término, reposo de la ejecución y de la alteración.
La séptima propiedad de la alteración y la generación es que la disposición, que es necesidad hacia la forma, no pertenece a la alteración, sino más bien a la generación: acompaña más la forma que es engendrada que no la forma que se corrompe por la alteración, y tal disposición es como un ligamen y una correa que une la forma a la materia, el calzado al pie. Y es lo que Juan dice aquí: “sido hecho antes que yo, y del que no soy digno de desatar la correa de su calzado” (San Juan, I, 26-7). En efecto, la alteración no tiene tanta perfección o dignidad como para que pueda alcanzar, inducir o imprimir la disposición de la que hemos hablado, que une la forma a la materia.
Lo que acabamos de decir de la alteración y de la generación de las formas substanciales en las cosas naturales, vale igualmente para la generación de los “habitus” o virtudes en las cosas morales. En efecto, entre los filósofos, había incluso diversidad de opiniones sobre la generación de las formas substanciales y de las virtudes, y Avicena plantea que las virtudes pertenecen al ámbito de las formas, de la misma manera que las formas substanciales de las cosas, igualando así las unas y las otras.






VIII


Seguimos con la décima proposición. Erat lux vera quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum. Señalemos que nada de lo que recibe desde fuera la luz  o “el brillar”, no es la verdadera luz; es más, en sí mismo y fuera de sí mismo, no es más que tinieblas, de igual manera que cualquier movimiento es por sí mismo, movido y no moviente; y cualquier segundo recibe del primero la luz y “el brillar”. Agustín dice al respecto, en el libro X de las Confesiones: “la luz divina es una, y no otra”. Y es como aquí se dice: quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum. Cualquier hombre es en efecto iluminado, e incluso cualquier cosa: aunque todos los seres no sean todos iluminados igualmente ni de la misma manera, son, sin embargo, todos iluminados. En efecto, no estar iluminado por Él, es no ser, Su luz es el ser, Job 3, “¿por qué la Luz ha sido dada al desdichado?”, lux, la luz, es decir el ser: en sentido escrito, el ser es denominado la luz. De ahí que antes que cualquier cosa distinta lo primero que se hizo fue la luz, “facta est lux” (Gen.I), porque el ser es luz, luz anterior y común a todos los seres distintos, e indistinta en sí misma (Job 25), “Sobre quien no se levanta Su luz”. Por tanto, o bien Él ilumina a todos los hombres y a todas las cosas, o bien Él no ilumina a ninguno, y no ilumina nada: la luz, en efecto, que es el ser, está presente en todos inmediatamente, antes de ser diferenciados. Así el alma ilumina por su ser y por el ser a todas las partes de su cuerpo: está, en efecto, presente en la materia inmediatamente, antes de cualquier diferenciación. Cualquier diferenciación viene en efecto de la forma.
Y es, en undécimo lugar, lo que aquí se dice: et mundus per ipsum factus est et mundus eum non cognovit. Ha sido hecho por Él, al ser iluminado por Él. La luz es el ser, como hemos dicho; por tanto, el mundo ha sido hecho por Él, porque ha sido iluminado por Él. Illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum. Si el evangelista dice “cualquier hombre” y no “cualquier cosa”, es quizá porque antes ya había dicho: et vita erat lux hominum. Lo que aquí sigue, et mundus eum non cognovit, significa, literalmente, que el mundo no Le abarca: en efecto, el mundo y todo lo que ha sido hecho y creado, es un efecto, que no iguala la potencia de su causa. Asimismo lo que aquí se dice, et mundus per ipsum factus est et mundus eum non cognovit, es literalmente idéntico a lo dicho anteriormente, lux in tenebris luce et tenebrae eam non comprehenderunt.
Y es, en duodécimo lugar, lo que aquí se dice: in propia venit et sui eum non receperunt. El sentido literal es idéntico que en los textos ya citados. ¿Qué hay en efecto más propio, qué hay que sea tan propio del creador como la criatura? La criatura, en efecto, por el hecho de que es creada, o criatura, recibe todo su ser del creador en tanto que creador, e inversamente el creador en tanto que creador no tiene como propio más que la criatura. Por tanto Dios es creador y señor ex tempore.
Y es la decimotercera proposición que prosigue: quotquot autem receperunt eum dedit eis potestatem filios Dei fieri. Sí, el hijo del creador en tanto que creador es criatura en tanto que creado, y, en tanto que ser, es el hijo del ser, tan propiamente como el creador en tanto que creador no tiene más hijo que la criatura en tanto que criatura, e inversamente la criatura en tanto que criatura no tiene ni reconoce más padre que el creador. El Salmo: “mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha recogido” (Salmo V. XXVI, 10). Y  Matías, XXIII, 9: “no tenéis más que un padre, que está en los cielos”.
Y prosigue. Después de decir: dedit eis potestatem filios Dei fieri, añade qui non ex sanguinibus neque ex voluntate carnis neque ex voluntate viri sed ex Deo nati sunt. Se plantean tres elementos, que para nosotros designan generalmente cualquier natividad. En efecto, se dice ordinariamente que los vivos – hierbas, plantas, vegetales – nacen, y que nacen también los sensibles y los racionales. Y estos tres elementos se encuentran en el hombre, a quien, comúnmente, se atribuye más propiamente el nombre de padre y de hijo. En las Escrituras “las sangres” [ex sanguinibus] indican lo vegetativo, que en nosotros no obedece a la razón; la voluntad de la carne [ex voluntate carnis] significa lo sensitivo, que en nosotros  sí obedece a la razón, pero como murmurando (rezongando); y la voluntad del hombre [ex voluntate viri] significa nuestra facultad racional, la razón y el intelecto siendo en efecto, en el alma, el hombre [el marido], según este texto de Juan, IV, 16: “llama a tu marido y ven”, según [la interpretación de] Agustín.
Y es la decimocuarta proposición. En efecto, después de decir dedit eis potestatem filios Dei fieri, se añade: et verbum caro factum est et habitavit in nobis. En efecto, el Verbo Dios se hace carne y habita en nosotros visible y sensiblemente cada vez que nos conformamos y configuramos a las cosas divinas, y en consecuencia a Dios, según este texto: “revelando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen” (II epístola a los Corintios, III, 18). Asimismo ciertos filósofos planteaban que el intelecto agente, que consideraban una substancia separada, se nos es unido en las imaginaciones mediante su luz que ilumina, y penetra iluminando nuestro “fantástico” (72) de cuya multiplicación permite al “inteligir” unirse finamente a nosotros y tomar forma en nosotros, de forma que nosotros operemos las obras de esta substancia separada y podamos comprender a los seres separados como ella, estando el “inteligir” en nosotros según el modo de estos mismos intelectos. Así vemos, en el orden de lo sensible, como el fuego, mediante una calefacción continuada, embibe el hierro, y habita en él, y toma forma en él. El calor, en efecto, en tanto que emana de la forma del fuego, participa de su naturaleza, y por consiguiente, actúa en virtud suya, de manera que el hierro opera las obras del fuego. Asimismo, según el Filósofo, el carbón encendido es una especie de fuego y opera las obras del fuego: en él brilla, luce y reluce el ser, la forma del fuego, según este texto de Mateo, V, 16: “que vuestra luz brille ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos”. En efecto, cualquier iluminado, en tanto que tal, atestigua que la luz es, y que ella está en él como en un mensajero enviado por la luz; anteriormente, fuit homo missus a Deo, hic venit ut testimonium perhiberet de lumineJuan, V y X: “mis obras dan testimonio de mi” y “creed a mis obras… y reconoced que el Padre está en mi”. Así sucede en cualquier forma substancial unida a la materia, que comunica su ser a la materia, que, por este ser, habita la materia, y, habitándola, le comunica sus obras; y las obras manifiestan al exterior que aquella habita en la materia, que le es presente e interior, según estos textos: “buscáis una prueba de que Cristo habla en mí”  (II epístola a los Corintios, XIII, 3), y “a fin de que considerándoos y viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios” (1ª epístola de san Pedro, II, 12).
Y es la decimoquinta proposición que prosigue: et vidimus gloriam eius quasi unigeniti a patre, lo que equivale a decir que todas nuestras obras, en tanto que están “hechas en Dios”, “in Deo facta”, Juan, 3, muestran, dicen y atestiguan que Dios está en nosotros; más adelante, Juan 14: “es el Padre quien obra (actúa) en mí”. Vidimus gloriam eius, es decir la gloria del Verbo hecho carne y habitando en nosotros, plemun gratiae et veritatis. En efecto, recibimos comunicación del ser divino cuando somos hijos de Dios, y en consecuencia recibimos comunicación de la plenitud de gracia y de verdad que emana y procede de Él, como hemos mostrado anteriormente tomando el ejemplo de la forma del fuego. Sab. 7: “Con ella (la Sabiduría) me han llegado todos los bienes”. Es pues lo que aquí se dice: dedit eis potestatem filios Dei fieri, qui non ex sanguinibus neque ex voluntate carnes neque ex voluntate viri sed ex Deo nati sunt.
La palabras intercalares, his qui credunt in nomine eius, están puestas ahí a propósito. En efecto, hay que saber que la creencia y la “visión”, o conocimiento perfecto, son entre ellas como la opinión y la demostración, es decir como lo imperfecto y lo perfecto. Así, según los doctores, la “visión” es un don correspondiente a la fe; Cor. 13, “Nosotros no conocemos más que en parte, y no profetizamos más que en parte; pero cuando venga lo que es perfecto, acabará lo que es parcial”. De donde se desprende que el creyente no es todavía propiamente hijo – le corresponde al hijo “ver” y conocer al padre (Mateo, XI) – pero que, sin embargo, no está desprovisto de toda filiación, es respecto de ella, como una disposición y un imperfecto, Heb. XI : “La fe es un “argumento” (es decir una convicción) de lo que no es aparente”. La fe no podría ser un “argumento” de “lo que no es aparente” si no tuviera de ello ninguna “visión”. Por otra parte, si fuera una “visión” perfecta, no tendría por objeto “lo que no es aparente”. “¿Cómo podemos esperar lo que vemos? (Epístola a los Romanos, VIII, 24). “La fe es la substancia de lo que se espera” (Epístola a los Hebreos, XI, 1). La creencia y la fe, es pues como un movimiento y un devenir hacia el estado de hijo; ahora bien, todo lo que se mueve, se ha movido y se moverá, participa de uno y otro término.
Y es manifiestamente lo que aquí se dice: dedit eis potestatem filios Dei fieri his qui credunt in nomine eius. Devenir hijo de Dios es imperfecto, es moverse; ser hijo de Dios es perfecto. Cree pues en el nombre del Hijo, aquel que tiene fe, aquel que ya deviene, pero no es todavía, hijo. Marc. 9: “Todo es posible para el creyente”. Y es lo que aquí se dice: dedit eis potestatem filios Dei fieri his qui credunt. Y lo que se dice en Marcos, “Señor, yo creo, pero socorre mi incredulidad”, indica manifiestamente la imperfección de la fe. Rom. 8, “nosotros que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en la espera de la adopción de los hijos de Dios”.
Pero, puesto que en los textos que acabamos de considerar se hace mención del Padre y del Verbo, o Hijo, pero no del Espíritu (73) Santo, si no es en tanto que no hay Verbo sin Espíritu, como hemos dicho al citar a Damasceno, nos queda mostrar, en las cosas naturales, por ellas y en ellas, que, in divinis y sobre todo en Dios, es necesario decir y confesar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y que “estos tres son uno”, hitres unum sunt (Epístola de san Juan, V, 7), unum, en neutro, no en masculino; y también que son co-eternos, co-iguales y consubstanciales, uno en todo lo que concierne la naturaleza, pero distintos únicamente en esto, y en todo esto, que “cata”, connota o comporta la generación activa y pasiva, y la espiración activa y pasiva.
Para la comprensión de esto, hay que señalar tres cosas. Primo, el que es, y es llamado hijo, es el que es hecho otro, en masculino, pero no otro en neutro; el padre y el hijo son en efecto siempre distintos en tanto que agentes – puesto que nada se engendra a sí mismo -, lo que es lo propio de lo masculino y de la generación. Por tanto, el que es engendrado deviene otro, en masculino, que el generador, pero no otro, en neutro. En efecto, no sería ya hijo si no tuviera la misma naturaleza que el padre. En efecto, se denomina neutro lo que no es ni macho ni hembra, siendo el macho y la hembra los dos principios de la generación, o producción: la acción, el actuar, no pertenece, en efecto, a la naturaleza, sino al agente, o a los agentes. Y esto se deduce suficientemente de lo que ha sido dicho, para el padre y el hijo.
Secondo, hay pues que señalar que, cualquier productor produciendo su semejante, se deduce que el amor, o dilección, sigue a la generación: “Todo animal ama a su semejante” (Eclesiastés, XIII, 19), “El Padre ama al Hijo” (San Juan, III, 35 y V, 20), “Mi hijo bien amado en quien me he complacido” (San Mateo, III, 17). En efecto, el hijo, in divinis, es no sólo semejante al padre, sino más bien es el padre mismo, otro; en efecto, el generador no engendra solamente a su semejante, lo cual pertenece a la alteración, sino que engendra otro sí mismo: “Yo y el Padre somos uno” (San Juan, X, 30). Ahora bien, si cada uno ama a su semejante, se ama aun más a sí mismo: el amor al otro viene en efecto del amor a uno mismo, como dice el Filósofo. Se deduce pues de lo que acabamos de decir, por una parte que, in divinis, hay padre e hijo, y, por otra parte que el padre, al mismo tiempo que engendra el hijo, “espira” el amor, que va del padre al hijo y del hijo al padre, nudo del uno y del otro, espíritu “espirado” por el uno y el otro, por los dos, para que los dos sean uno. Y dado que este amor no procede de otra parte ni de nadie más que del padre y del hijo, y procede de ellos solamente a fin de que sean uno en naturaleza y substancia y sean unicamente pura substancia – lo que significa el simple pronombre: “Yo, -dice-, y el Padre somos uno” -, es necesario que este amor sea espíritu santo, que sea pura substancia: “Dios es espíritu” (San Juan, IV, 24).
En tercer lugar pues, hay que señalar que todo lo que produce la substancia en tanto que substancia, es en sí mismo substancia. Y lo que procede de la substancia no en tanto que substancia sino con adición de un principio cooperante, como el accidente, es por sí mismo, como tal, no substancia sino accidente, y “es” o pertenece a la alteración: “Lo que es nacido de la carne es carne, y lo que es nacido del espíritu es espíritu” (San Juan, III, 6). “Los ríos regresan al lugar de donde salen” (Eclesiastés, I, 7). Y nada actúa más allá o fuera de su especie. De esta tercera constatación se deduce que, in divinis, hay amor procedente, y que es espíritu santo, y espíritu, que es Dios; no procede, en efecto, de Dios más que en tanto que es Dios: “Dios es espíritu” (San Juan, IV, 24), y “Lo que es nacido del espíritu es espíritu” (San Juan, III, 6). Se deduce pues que, in divinis, hay amor procedente; ahora bien, todo lo que, in divinis, pertenece a la procesión es propio de la persona, o de las personas. Ahora bien, la persona, en cualquier naturaleza, es conocida, y se conoce, por sí misma, y es por ello llamada por los teólogos “amor nocional”. Es pues una floración, y la flor, de la generación del padre y del hijo, activa aquí (una) y pasiva allí (otra), según este texto del Salmo: “Dios ha hablado una vez, yo he oído estas dos cosas” (Salmo V. LXI, 12), - Dios, es decir el Padre, dos, es decir la generación y la “espiración”, pese a que, in divinis, no se pueda decir con propiedad “duo haec” en neutro. Es así como se puede explicar este texto de Isaías: “egrediet virga de radice Jesse et flos de radice eius ascendet” (Un tallo brotará de la raíz de Jessé, y una flor ascenderá de su raíz) – Isaías, XI, 1): “radix”, la raíz, el Padre; “virga”, el tallo, el Hijo; “flos”, la flor, el Espíritu Santo. En efecto, a continuación se dice: “Sobre ella [sobre la flor] reposará el Espíritu del Señor (Isaías, XI, 2). Podemos relacionar esto con lo que dice Hermes Trimegisto, que “la mónada engendra la mónada y refleja sobre sí su ardor”. Se desprende pues que en Dios, causa primera y ejemplar de todo lo que es y de toda entidad, hay padre, hijo y amor procedente, espíritu santo, “y estos tres son uno”, “unum”, una substancia, un ser, un “vivir” y un “inteligir”. Y en todos los otros seres, que son de Dios, en la medida en que tienen más o menos, más perfectamente o más imperfectamente, un “sabor” divino, en todos universalmente, hasta en  los últimos y hasta en los ínfimos, en cualquier cosa, en cualquier acción y producción, encontramos padre, hijo y amor o espíritu procedente.
Hay que prestar atención a que en cualquier acción o producción de arte y de naturaleza, se encuentra un doble amor. Uno principia y produce la acción, es el amor del fin: lo eficiente, en efecto, no es movido a actuar por el fin. Pero hay también un amor concomitante a la acción, concurrente – corriendo con -, que es la complacencia, la delectación en la acción. Por tanto, también en Dios, hay amor procedente del Padre y del Hijo que es un amor nocional, propio al Espíritu Santo, que “es” el Espíritu Santo, distinto del Padre y del Hijo. Pero hay también un amor concomitante a la “espiración”, que es el amor común a los tres, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y así puede explicarse este texto de la Epístola a los Colosenses, I, 13: “Él nos ha transportado al reino del hijo de su dilección”; lo que no impide mantener la explicación que en su momento he dado de este texto. En efecto, en la Trinidad bienaventurada, el Hijo, de la misma forma que es hijo de Dios Padre, es también hijo de la dilección del Padre, que es el mismo Padre, indistinta del Padre, como si se dijera: “el hijo del Padre que es dilección”, y esta dilección, este amor, son denominados por nuestros teólogos amor o dilección esenciales. Es lo que está insinuado aquí: “en el reino del hijo de su dilección”.
Esta larga exposición basta pues para la inteligencia de lo aquí se dice, desde: in principio erat verbum, hasta: plenum gratiae et veritatis.


Traducción del latín al francés por Clément Deville
Traducción al castellano por Arturo Pousa 
Publicado en Études traditionnelles (entre  enero-febrero 1953 y abril-mayo 1954)



NOTAS:

68 - La generación del Verbo.
69 - La generación del Verbo.
70 - “Ante-sea”, en este texto latino del Maestro Eckhart, expresa la anterioridad metafísica y lógica, excluyendo cualquier matiz de idea de oposición, tal como la continuación del párrafo establece muy claramente.
71 - En latín, “per”, a través (de?).
72 - “Fantástico”, en el sentido escolástico, designa a la imaginación, que engendra los “fantasmas”.
73 - No olvidar que “spiritus” significa en primer lugar “aliento”.