Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

sábado, 12 de mayo de 2018

EL UNIVERSO COMO CREACIÓN, MANIFESTACIÓN O ILUSIÓN, por Manuel Plana

Introducción

Como bien dice A. Einstein: “Los conceptos físicos son creaciones libres del intelecto determinadas por el mundo exterior”. En efecto, todo lo que la ciencia moderna dice saber sobre la “creación” son concepciones y suposiciones construidas en base a la información que suministran los sentidos, pero ignora todo del universo que se extiende fuera y más allá del alcance de los mismos, ya sea usando sofisticadas prótesis tecnológicas; solo concibe una creación exclusivamente material. 
Como sabe que la percepción sensorial del mundo objetivo -supuestamente material- es relativa, limitada y cambia en cada especie e incluso con el tiempo en el individuo, todo se intenta explicar mediante abstracciones matemáticas, deducidas también, precisamente, de la información sensorial pero con un aval que se le antoja axiomático por racional, pues parece adaptarse al comportamiento del mundo físico, es decir, sensorial. 
Sin embargo, el lenguaje matemático no es un corsé en el que quede atrapada la realidad, ni siquiera el mundo físico; además, la eficacia de su carácter deductivo (causa y efecto horizontales) depende no tanto de él mismo, sino de una comprensión justa de su naturaleza y función. Y aquí se parte de una concepción meramente cuantitativa suya, preestablecida por el alcance real de esa inteligencia misma. Si ésta contempla el mundo como un simple campo sensible (material) de medidas, pesos y magnitudes, sus deducciones no irán más allá del límite de las apariencias, fenómenos y efectos. Las verdaderas causas permanecerán ignotas. No podrá percibir otro campo superior y mucho más sutil de cualidades, energías y esencias insospechadas para él, ni otras dimensiones de la realidad que los números también simbolizan, como lo prueba su origen también sagrado y metafísico. 

Bien mirado y ante un universo multidimensional -como el propio ser humano o Microcosmos-, pretender conocer el Todo (visible e invisible) por el análisis sensible de la parte más pequeña, coagulada y grosera, es como si una célula intentara deducir el organismo total humano con sus propios medios físicos, locales e inmediatos. 
Una enorme dificultad se impone al hombre moderno: deducir una causa metafísica de lo físico. Tampoco puede comprender que el cuerpo, el estado corporal, sea la elaboración de una conciencia o entidad creadora y no ésta el producto azaroso del cerebro. Según él, el órgano hace a la facultad, el instrumento a la función, el cerebro a la conciencia, la materia al espíritu, y no al revés. Ha invertido el orden de los valores y categorías más elementales del universo, con lo que la realidad se le aparece totalmente distorsionada, como sus causas y modelos, los confunde con su precario y confuso mapa mental que aplica a todo por sistema. La lógica inmediata y natural del ser humano ha sido travestida por un lenguaje pseudo-matemático que simplemente mira su propio ombligo prescindiendo prácticamente de la realidad.
Pero esta actitud reduccionista que define perfectamente a la mentalidad moderna es, curiosamente y en gran medida, resultado de una concepción creacionista religiosa anterior, mal explicada y peor comprendida. De la creación “ex-nihilo” (hecha de un material diferente y separado del Creador) de la que habla la religión, la ciencia moderna tan solo ha eliminado al sujeto o agente personal, quedándose con una creación material hecha de “arcilla bíblica”, pero substituyendo al Creador por una selección natural evolucionista “dirigida” por el azar: su universo es una tirada de dados sin las caras marcadas y sin jugador alguno que los tire. Y todo su “saber” se resume en una nueva religión de la nada, pues, según ella misma, todo procede de una materia-energía simple e ignota (la “sopa” cósmica) que evoluciona hacia un orden complejo del que se ignora la causa y el destino, guiados por un azar inconsciente y sin ser propio. 
La teoría creacionista religiosa, es decir, dual (creador-sujeto; creación-criatura-objeto, separados y distintos), tampoco está exenta de contradicciones si se toma al pié de la letra, y en eso la religión habrá tenido buena parte de responsabilidad en la confusión. Téngase en cuenta que todas las tradiciones creacionistas tienen un origen mítico y se expresan en un lenguaje eminentemente simbólico, metafórico, alegórico, como la Biblia, capaz de diferentes lecturas que deben conocerse bien si quiere extraerse todo su verdadero sentido y mensaje. (1) El problema es entender de manera literal el hecho creativo, como una realidad objetiva, sensorial y material “fabricada” por un sujeto divino en un momento dado del tiempo. 
Ante todo, supone una creación efectuada por alguien desde “fuera”, moldeada materialmente desde el exterior, cosa que niegan todas las evidencias. También como empezando en un momento determinado del tiempo, un tiempo que, además, se antoja lineal. Pero el “ilud tempus” (“En el principio…”; “En aquel tiempo”; “Érase una vez”…) o tiempo mítico en el que se gesta el universo en las tradiciones creacionistas, no es el tiempo sucesivo ordinario sino el sagrado, el verdadero tiempo simultáneo en el que se dan a la vez todos los “actos” creativos posibles, aquí y ahora, para mantener y renovar a cada instante la realidad. El tiempo empieza con la creación misma, como el espacio, no antes ni después, y ambos, realmente, son un fenómeno actual no solo temporal e “histórico”, es decir, puramente sucesivo. Es ahora, a cada momento, que la creación se “recrea”, es decir, se genera, se conserva y se destruye permanentemente para renovarse, no precisamente hace unos millones de años. 
También una “creatio ex nihilo” debe comprenderse cabalmente, no como hecha de un material ajeno al creador que substituye a la nada precósmica, sino de “nada” (nihilo) ajeno (ex) a él, o dicho de otro modo, de algo que no puede estar separado y ser diferente del creador, ya que supondría que fuera y a parte de él existe otra realidad, lo que negaría su propia unicidad. Además, “ex nihilo nihil”, de la nada no puede salir nada. Entiéndase bien, eso no significa que Dios sea “material”, sino que la materia tal cual la concibe el hombre moderno es pura especulación, y tan indefinible y misteriosa en el fondo como el propio espíritu.
Pero no puede negarse que la expresión mítica del dogma religioso con que se explica el misterio de la creación plantea dificultades de comprensión, como es el caso de muchas realidades espirituales interpretadas desde una teología dual, ya que, de modo irremisible, puede separar ilusoriamente el espíritu de la materia, a Dios del mundo y del hombre (según un trascendentalismo exclusivo a veces delirante), a lo metafísico de lo físico, hasta el punto de ver como bueno a uno y malo al otro; o bien, que Dios es tan espiritual en su trascendencia como material en su inmanencia, con lo que salimos del modelo creacionista religioso, como veremos. 
Este tipo de concepción dual únicamente sucesiva, lineal, formal y material-objetiva del universo, parece propia de un artesano y, según como, dirigida  a la comprensión de un niño. El artesano imagina la creación como una obra de arte material, como un fenómeno físico, como un objeto extraordinario que alguien ha hecho o fabricado, un artesano como él. Sin embargo, como dice Jaideva Singh: “El Ser divino no crea tal como un artesano da forma a la arcilla para hacer una vasija. Sristi –crear- solo significa manifestar fuera lo que está contenido dentro (lo que más bien implica un “desborde” o “derramamiento”, es decir, una emanación). Lo Divino no requiere ningún material externo para esto. Esto es logrado por Su mero poder de Voluntad (Iccha). Los objetos, que son idénticos al conocimiento del Ser Divino o Jñâna, aparecen por Su Voluntad como jñeya u objetos; las cosas que son idénticas a Su Ser o “Yo”, aparecen como “Esto” o el universo. Para los sujetos empíricos, aparecen como algo externo. Es la misma Conciencia Universal la que aparece en la forma de sujetos y objetos.” (Pratyabhijñâhrdayam. Introducción, pg. 41. Edi. Maha Yoga. Argentina)

La ilusión de un objeto cósmico-corporal, físico, mensurable, parte necesariamente de una dualidad de principios: una causa creadora activa, espiritual, plasmadora, inteligente, artística (sea el creador de los deístas o el “azar” de los ateístas); y otra material, receptiva y plástica, separadas y diferentes. Y el acto creativo como una acción formativa, corporificante, modeladora, a la vez que integradora de ambos principios: Espíritu y Materia. De ahí surge la idea de un dios arquitecto, alfarero, carpintero, escultor, pintor o calígrafo (o tejedora en la versión femenina), de los que abundan en el panteón mitológico -y el folclore- de muchas tradiciones, sino de casi todas. (2) Pero el Dios verdadero, como veremos, es ante todo “Uno-sin-segundo” y también un gran “Mago”… es, de hecho, el “Padre” de los dioses, los titanes y demiurgos, igualmente “creados”. 
En suma, de la visión creacionista a partir de la obra cósmica en tanto objeto sensible como parece es el Mundo, se deduce un sujeto creador en tanto demiurgo, artesano o formador suyo (substituido por el “azar” en el caso de la ciencia moderna). Pero al asimilarse íntimamente la compleja acción de la naturaleza con el obrar demiúrgico, la posibilidad del panteísmo (Spinoza) y del ateismo está servida. 
La concepción creacionista tradicional es prehistórica y común a muchas culturas, pero las versiones exclusivas de la misma aparecen precisamente en un momento crítico del ciclo y por parte de tradiciones religiosas bien localizadas en la historia y la geografía. Otras nunca la han desarrollado o bien ha coexistido sin problema con otras metafísicas –no creacionistas- como parte de su mitología y acerbo cultural.
La visión artesana del “homo-faber” imagina únicamente una creación exterior, palpable y temporal, y si es religioso, a imagen de otra ideal celeste sin contaminar por la materialidad. Y en su orden, el sensorial, el formal, el inmediato, no se equivoca, ya que así se presenta al estado corporal y a los sentidos, incluso poseyendo todo fenómeno una causa superior (un nóumeno). De hecho, todo individuo es a la vez un objeto corporal y un sujeto mental. Y es por ello que puede admitirse como provisional y simbólica, una alegoría de la realidad asimilable para la mayoría. Basadas en esta apreciación inmediata de la realidad cósmica están todas las iniciaciones tradicionales de oficio, situándose bajo los auspicios del Gran Artesano divino o, como en el caso de la Franc-Masonería, del Gran Arquitecto del Universo, con un alcance no directamente metafísico (no-dual) sino cosmológico, es decir, dual armónico.
Sin embargo, desde otro ángulo y yendo un poco más allá de esa visión o mejor concepción (del fenómeno de la vida exterior y corporal), vemos que quién acredita en ella se le escapa lo más importante: que antes de su percepción sensible y/o conceptual-mental, llama creación a un epifenómeno que se abre a su consciencia constantemente desde que nació. Y que es en esa consciencia y no “fuera”, que se le revela el universo, como espejo de todas las cosas. Y que no es tanto en los sentidos que captan los fenómenos mismos donde habría que indagar el misterio de la creación, sino en esa consciencia misma que los proyecta y los capta a la vez. 
Se le escapa que cuando va a dormir y entra en sueño profundo ese mundo “real” exterior desaparece a pesar de ser tan “real”. Que cuando no “piensa” en una realidad exterior a él mismo, solo “existe” él. Que el mundo de los sueños es tan real mientras se sueña como el otro, y que para ella, la consciencia, no existe frontera entre ambos, al ser su mismo y único testigo y el manantial de todo fenómeno. Se le escapa que una cosa es la realidad última y otra las construcciones mentales y las abstracciones simbólicas y matemáticas que puedan hacerse sobre los fenómenos sensibles, como decía Einstein, y que a fin de cuentas, para la mentalidad moderna queda reducida toda posibilidad de lo real, que es también la verdad y lo verdadero. 
Se le escapa que esa consciencia es la misma “dentro” que “fuera”; que el experimentador y lo experimentado son una sola cosa en la experiencia, por lo tanto esa consciencia sólo está aparentemente diversificada y “cosificada”. Que el mundo “ideal” de la consciencia no podría estar separado del material a menos de retornar éste ipso facto a su estado caótico primigenio, a la “nada”, en cuyo caso la distinción entre espíritu y materia es solo conceptual, epistemológico. Y que bien podría ser que todo no fuera sino un juego de esa misma consciencia, o quizá el sueño de alguien, como tantos maestros espirituales han afirmado. 
No es tan difícil reconocer que es la consciencia, en última y primera instancia, quien plantea, valida y certifica todo concepto de realidad, verdad y certeza, no el orden físico, que a pesar de mantenerse dentro de pautas y leyes fijas en su devenir, su naturaleza es el cambio y la impermanencia constantes. Entiéndase que la conciencia aquí y tradicionalmente, no es ni el intelecto ni la mente ni el hecho mental del pensamiento, que vendrían a ser algunos de sus poderes y aplicaciones. La mente y sus modos de procesar lo real cambian, la conciencia no, es contínua, en sí misma es pura presenciación auto-luminosa, auto-comprensiva, no dual (no-relacional), inmutable y a la vez capaz de todo dinamismo, ya que asume todos los poderes y todo lo activa. Es lo que también llaman Espíritu muchas tradiciones. 
Sin embargo, las convicciones que una mente confusa o miope puede desarrollar mezclando un saber erróneo o relativo con otro verdadero, tiene efectos negativos sobre esa consciencia, actuando no directamente sobre ella, sino como una lente distorsionante con un efecto de autosugestión mental prodigioso sobre el individuo.
Para indagar sobre la verdadera Realidad no son los fenómenos sensibles que uno debe enfocar tan solo, sino ante todo su unidad indivisible con el Testigo o Sujeto “verdadero” que los experimenta, el que crea la realidad no solo exterior sino interior, siendo ese testigo, en todo caso, lo más real de todo, la realidad en sí misma y aquello sin lo cual no hay individuo, mundo, creación o dios. 
El concepto de realidad “absoluta” sólo puede aplicarse con rigor al hecho consciente en sí, no al objeto de esa consciencia que, además de cambiar y devenir, no asume sino el papel de espejo, reflejo o de comparsa suya. Insistiendo, no nos referimos al hecho subjetivo mental e ignorante del ego individual de creer o no creer en algo, en un concepto, opinión o argumento, sino a que el fenómeno “creacional” se remite ante todo al ser consciente mismo o a la consciencia de ser; el sentido de estar vivo aquí y ahora en un mundo vivo, siempre es simultáneo al “ser” de la conciencia, tanto, que si ésta no está aquel desaparece, y no solo él, sino la propia noción de ser, sujeto, “yo”, creación o existencia sensible. 
Antes de conocer lo que existe a nuestro alrededor tenemos la experiencia de nosotros mismos como Yo auto-consciente. Esa sería la primera y verdadera “creación”. Y si los individuos “pasan” y el mundo permanece, como dicen los “objetivistas”, sólo es una apreciación muy relativa ya que el mundo también caducará, es una cuestión de tiempo y de proporciones cíclicas. “Todo perece salvo la faz de Al-Llâh” dice un conocido proverbio del Profeta Muhammad. 


Las doctrinas tradicionales de la Creación

Las tradiciones metafísicas de India, como el advaita Vedanta y el Shivaismo cachemir, proponen diferentes cosmogonías o perspectivas del Cosmos según su grado de percepción real, pues, es obvio que el modo mismo de percibirlo o conocerlo determina una idea de cosmos particular e incluso una forma distinta de vivenciarlo. Descuidar este hecho es ser inconsciente de la propia naturaleza-consciencia que lo percibe, siendo empero un elemento tanto o más importante como lo percibido. El mundo es una percepción, pero ¿de quién?. De igual modo, los distintos seres y categorías de seres que pueblan el universo, tienen cada cual una percepción diferente de él, por lo que fijar un único modelo del mismo y tan solo material, es cuanto menos una vana pretensión. Y qué decir de la percepción o experiencia del mundo de un ser humano espiritualmente realizado y otro que no lo está… 
En realidad la percepción es tridimensional (vertical), no “plana” o simplemente sensorial (horizontal). Percibimos el mundo exterior con los sentidos; el mundo mental con el órgano interno (antahkârana) o “sexto sentido”; y más allá de los dos (el fondo ilimitado de la consciencia donde los otros dos se despliegan), es donde el sujeto de la percepción y el objeto percibido son uno y el mismo. La primera es percepción de diferencia y separación; la segunda de diferencia pero no separación. La tercera es de unidad.
En el fondo, el factor tiempo-espacio es quién determina fundamentalmente los modos de comprensión del hecho cósmico. Y ya hemos dicho que la percepción “sucesiva” e histórica de la existencia no entra en conflicto con su realidad actual y simultánea. Pero es importante no confundirlos ni verlos como a un mismo nivel; lo simultáneo posee un grado mayor de realidad que la sucesión (como el presente y el “ahora” lo tienen con respecto al pasado y al futuro ilusorios), la cual no es sino el modo limitado y fragmentado de percibir lo simultáneo, es decir, el fluir de un todo continuo sin fisuras ni límites reales como es el tiempo y el espacio. Ni el tiempo ni el espacio tienen “partes” realmente. El “paso” del tiempo es inapreciable si no se pone “idealmente” en relación con el espacio, con lo cual nunca medimos el tiempo, sino el movimiento “aparente” que produce su interrelación.

Si consideramos el hecho cósmico como sucesivo, temporal, tenemos la teoría de la creación gradual: SRISHTI-DRISHTI-VÂDA.
“El universo existe y por ello yo también existo. Yo existo porque el universo existe y soy una parte suya.”
En efecto, la creación aparece como “anterior” a la percepción de la misma por parte de los seres individuales (Jîvas, Anus, Pashus…). Según Ramana Maharshi: “Esta es la teoría comúnmente aceptada que sostiene que el mundo es una realidad objetiva, gobernada por leyes de causa y efecto, que emanan de un acto único de creación. Esta teoría incluye virtualmente todas las ideas occidentales sobre el tema, desde la “primera explosión” (Big-Bang) hasta la narración bíblica del Génesis”. (Se lo que Eres. Enseñanzas de Ramana Maharshi). Esta es la versión que comparte la ciencia y el creacionismo religioso, una atea y otra deísta.

Si consideramos el hecho cósmico como simultáneo, tenemos la teoría de la creación simultánea o “falsa apariencia”: DRISHTI-SRISHTI-VÂDA.
“El universo existe porque yo existo, yo proyecto el universo y soy su causa”
La creación “existe” por que la percibimos y no al revés. Lo “visto” carece de una existencia independiente del “veedor”, de modo que la totalidad de la creación es creada, sostenida y reabsorbida en y por el “veedor”, que no es otro que Brahma o Shiva, que hace “aparecer” su reflejo cuando quiere en el espejo de Su Suprema Conciencia.
“Literalmente, Drishti-Srishti quiere decir que el mundo solo existe cuando se percibe, mientras que Srishti-Drishti, significa que el mundo existió antes de que alguien hubiera tenido una percepción de él. Aunque la primera teoría suena “perversa”, Ramana insistía en que los buscadores serios podían estar satisfechos con ella. Por un lado, porque es una aproximación cercana a la realidad, y por otro, porque es la actitud de mayor beneficio que uno puede adoptar si realmente existe un interés serio sobre la realización del Ser” (Ibid. R. M.).
“Si los interrogadores encontraban la teoría de Ajata-Vâda (o no-causalidad) casi imposible de asimilar –como veremos- les enseñaba que el mundo llega a existir simultáneamente con la aparición del pensamiento “yo”, y deja de existir cuando el pensamiento “yo” está ausente. (…) La teoría es cierta en el sentido de que la mente crea un mundo imaginario para sí misma. Pero desde el punto de vista del Ser verdadero, un “yo” imaginario que crea un “mundo” imaginario, realmente no es una creación, y por lo tanto la doctrina de Ajata-Vâda no queda invalidada”. (Ibid. R. M)
En todo caso, en ambas teorías y perspectivas de la creación interviene Mâyâ, aspecto de la Shakti divina o poder de diferenciación que impone “ilusoriamente” al infinito (no dual), límites y categorías duales. En la primera crea la ilusión de un mundo objetivo diferente y separado del subjetivo. En la segunda crea un mundo de relaciones entre un sujeto y un objeto que se espejean mutuamente; no hay separación pero sí aún diferencia, dualidad. 

Si consideramos el hecho cósmico desde la perspectiva de su Principio metafísico mismo y por encima de Mâyâ, eterno, inmutable e infinito, es decir, no-causal, tenemos la teoría de la no-creación o creación sin origen: AJATA-VÂDA.
“El universo nunca ha existido ni nunca ha dejado de existir sino únicamente el Sí Mismo eterno o Uno sin segundo”
Al no estar sujeto al cambio ni a la “otridad”, ni ser manifestado (únicamente) ni inmanifestado (únicamente), Parâmashiva, Parabrahma, Chaitanya, Dios, es absolutamente “increado”… pero también y con más razón, todo lo que “aparece” como ilusoriamente distinto y separado de Él, en ese caso, “doblemente” increado. Así pues, “realmente” el universo no existe como tal sino solo el Sí Mismo divino, al no haber diferenciación ni separación “real” en el Uno sin segundo o única Realidad verdadera. 
En efecto: “Esta doctrina afirma que la creación del mundo nunca ha ocurrido. Es una negación total de toda causalidad en el mundo físico. Ramana decía que el jñâni (el conocedor real), experimenta que nada ha llegado a existir o dejar de ser porque solo existe el Ser como una única realidad inmutable. Es un corolario de esta teoría que el tiempo, el espacio, la causa, el efecto y todos los componentes esenciales de las teorías sobre la creación, solo existen en la mente de los ajñânis (ignorantes) y que la experiencia del Ser revela su inexistencia.” (Ibid. R. M.)
“Esta teoría no es una negación de la realidad del mundo, sino meramente del proceso creativo del cual ha surgido. Ramana decía que el jñâni es consciente de que el mundo es real, pero no como una unión de materia y energía interactuando entre sí, sino como una aparición sin causa en el Ser. Daba mayores detalles diciendo que el sustrato o naturaleza verdadera de esta aparición es idéntica con la realidad del Ser, y participa necesariamente de esta realidad. Es decir, para el jñâni el mundo no es real simplemente porque aparece, sino únicamente porque la verdadera naturaleza de la aparición es inseparable del Ser.” (Ibid. R. M.)
El Shivaismo advaita de cachemira no es menos explícito a este respecto. Las palabras “Creación” (Srishti) y “Destrucción” (Samhâra, Vilâya) nunca se aplican realmente al universo porque al ser el universo mismo una manifestación del poder divino (Shakti), no podría ser “creado” o “destruido” realmente. Solo es una manera de describir simbólicamente procesos que “realmente” sólo se producen y son producidos en y por la Conciencia (Prakâsha y Vimarsha). 
Así pues, y para resumir, el misterio de la Creación solo puede conocerse realmente cuando se ha podido responder satisfactoriamente a las preguntas: ¿De donde vengo, quién soy y adonde voy?, es decir, cuando se ha reconocido la verdadera Identidad, ya que en el fondo todas las preguntas apuntan en esa dirección.


1.- El método de exégesis que la Kabaláh tiene para la Torah (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), el Tseruf o ciencia de las letras y los números, da del relato bíblico lecturas insospechadas y muy lejanas al sentido puramente literal. Ella señala por orden de prioridad cuatro acciones principales que intervienen en el hecho creativo: Nombrar (para el nivel de las “emanaciones” primeras y eternas a partir del En Sof o Infinito); Crear (para el orden de los prototipos o modelos de todo lo creado); Formar (para el orden de las “formaciones sutiles”) y Hacer (para el orden material, corporal y sensible). 
En la Kabaláh, “crear” es establecer a perpetuidad los prototipos perennes de todo lo creado, para lo cual ha tenido que sacarlos primero de la nada (Aín) para llevarlos al Ser (Keter), los ha tenido que llamar, nombrar, ponerles Nombre propio, siendo ésta la primera verdadera creación. Y crear aquí tampoco es “formar”; lo primero no necesita de substancia como lo segundo, es un “aparecer” (âbhasha). Ni formar es “hacer” las figuras materialmente a partir de una substancia, aunque la perspectiva artesanal conlleve dar forma a una substancia amorfa. En todo caso, incluso en el esoterismo semita, el concepto de creación no es tan simple como podría parecer a un literalísta... como algunas sectas protestantes, que dan a la existencia del mundo no 6000 años “simbólicos”, sino literales.
Pero la Kabaláh (o esoterismo hebreo) no es la Halahá (exoterismo). En los exoterismos -o religiones semitas- el fenómeno de la manifestación universal ha quedado reducido al concepto de “creación” pero entendida como “formación”, dar forma a una substancia.  Así pues, la cuestión no es tanto cómo se creo el mundo sino:  ¿Cómo se formó el mundo? El relato del Génesis es bien ejemplar de cómo puede transferirse “metafóricamente” el hecho artesanal humano al divino, lo cual da pie a muchas confusiones si se interpreta de manera literal. El materialismo occidental, heredero del racionalismo humanista que a partir de cierto momento buscaba respuestas a este tema pero adaptadas a su lógica dual, no las obtuvo por parte del clero, por lo que todo tipo de teorías se sucedieron hasta entonces marcadas todas por un materialismo nacido de ese mismo literalismo, buscando las causas de todo en los propios efectos, en lo material, en la propia materia. En todo caso, esta confusión trae aparejada la noción de una entidad creada, separada y distinta, como objeto, de un sujeto creador, lo cual es “barbarie” metafísica desde el punto de vista real, ya que niega en el fondo la unicidad divina de los propios monoteísmos. La confusión sistemática entre teología y metafísica a dado pie a esta confusión. 
Si declarar abiertamente la unicidad indivisible entre creador y criatura es traicionar un secreto o misterio celosamente guardado en las religiones, no lo discutimos sino más bien se comprende en estos tiempos como medida de sabia prudencia. Lo que es inaceptable es que esos mismos “prudentes” o “doctores de la Ley”, que creen detentar ilusoriamente algún tipo de autoridad espiritual, lo niegen, “condenen” y declaren falso y herejía. Son los mismos que en su momento crucificaron a Jesús y en el Islam a Al-Hallâh por decir que eran uno con su Señor. Son los que han promovido y promueven las guerras de religión y, sobretodo, la ignorancia más supina del Dios verdadero. En otras formas de cultura, a esas personas “unificadas” se las venera por encima de todas las demás. 
El tema de lo no-dualidad está prohibido en las religiones duales, es “tabú”, y repetimos, no cuestionable ya que se adapta a la realidad inmediata en la que esas mismas religiones han hecho su aparición histórica, en las fases más avanzadas del Kalî-Yuga  donde el ser humano peor encarna a su prototipo primordial. De ahí su doble función esotérica y exotérica con respecto a la Verdad unánime, una para los “llamados” y otra para los “elegidos”.
En cuanto a la lógica  propiamente “cosmológica”, y a parte de la confusión entre “crear” y “formar”, ha de reconocerse que la acción “creadora” por sí misma no se basta a sí misma para explicar el fenómeno del universo, cuyo discurrir implica siempre un proceso necesariamente trino, es decir, estar permanentemente en estado de creación (Srishti), mantenimiento (Sthiti) y destrucción (Samhâra). Por sí solo el acto creativo no explica la complejidad de la manifestación del Universo, sino como concepto incompleto y limitado de un fenómeno realmente multidimensional al que habría que añadir el acto de “ocultación” y “revelación” de su propia Causa trascendente.

2.- En efecto, la esfera del Demiurgo o Formador primordial siempre se ha definido como el Mundo de las Formas o formaciones sutiles, es decir, la esfera de la luna (o sub-lunar) y del psiquismo, también llamada “corriente de las formas” en el taoísmo, el mundo de Mâyâ, que como un espejo de feria crea la ilusión de la diferenciación, de la dualidad (creador-creación, sujeto-objeto), en el seno mismo de la Unidad, hecho que la Suprema Conciencia misma quiere y asume libremente como un juego haciéndose sujeto y objeto de Sí Misma.