Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

sábado, 11 de noviembre de 2017

LA ESTRECHA CORRESPONDENCIA ENTRE LOS CONCEPTOS ISLÁMICO Y CRISTIANO DE LA SANTIDAD, por Abdelbâqî Meftah

Los conceptos de la santidad (wilâya)(1) en el cristianismo y el Islam están íntimamente ligados y pueden ser enfocados bajo dos aspectos: metafísico e histórico.
El punto de vista metafísico, que es universal, dirige todos los demás grados de conocimiento en el conjunto de las tradiciones. El shaykh Muhyîdîn Ibn Arabi (560-638H / 1165-1240) trata de ello en numerosos pasajes de la suma enciclopédica al-futuhât al-makkiyya (2), al igual que ‘Abd al-Karîm al-Jîlî (767-832 H / 1366-1429) en su obra al-insân al-kâmil (3).
Por otra parte, Frithjof Schuon (1907-1998) hizo una exposición general de esta idea en dos libros: De la unidad trascendente de las religiones y Comprender el Islam.
Desde el punto de vista histórico, la documentación es limitada y las fuentes escasas, pues muy a menudo el tema es ocultado y voluntariamente escondido, a pesar de su profundidad y sus importantes aplicaciones, ocultación dirigida a su misma naturaleza. Que nosotros sepamos, aparte de algunos breves escritos carentes de precisión y claridad, la cuestión no ha sido abordada más que por Ibn Arabî, y el célebre sufí René Guénon (shaykh ‘Abd al-Wahîd Yahya: 1886-1951) que abrió Occidente al Islam  y al sufismo.
Este último, inicialmente cristiano, salido de una familia católica, más tarde musulmán egipcio instalado en Egipto hasta su muerte, pudo por ello experimentar plenamente el estrecho parentesco entre las formas cristiana e islámica de la santidad. Pese a ello, negaba haber abandonado la religión cristiana u otra para entrar en Islam, o haberse adherido a una nueva religión distinta de la que había seguido anteriormente.
Esta posición es perfectamente acorde con las afirmaciones de Ibn Arabî sobre la apostasía (al-ridda) y la entrada en Islam del judío o del cristiano. En efecto, dice: “El profeta Muhammad vino solamente a llamar la gente al islam. Los teólogos literalistas (‘ulamâ’ al-rusûm) afirman que esta conversión es imperativa, mientras que para nosotros esto no es así. Los cristianos, como al conjunto de las gentes del Libro, cuando entran en Islam, no cambian de religión (dîn), pues ésta comporta la fe en Muhammad y la adopción de su Ley cuando es enviado. Además, siendo su mensaje universal, nadie cambia de religión cuando entra en islam. Comprende pues esto". (4)
El primer parentesco visible entre las formas cristiana e islámica de la santidad es el siguiente pasaje coránico: «Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: “¡Oh hijos de Israel! Ciertamente, yo soy el enviado de Allah a vosotros, como confirmación de la verdad de lo que aún queda de la Tora, y para daros la buena nueva de un enviado que vendrá después de mí, cuyo nombre será Ahmad» (5).
La élite de los cristianos, antes de la misión profética, como refieren las biografías de algunos de ellos, tenía conocimiento del lugar y la época de la aparición de Ahmad, el Enviado de allâh y  Sello de los Profetas, así como de sus signos visibles  y ocultos. Además, la primera persona que reconoció y confirmó explícitamente esa llegada fue Waraqa Ibn Nawfal, quién, según tradición bien establecida, era sacerdote cristiano. Waraqa fue el primer musulmán y convenció a su prima Khadîja, la esposa del Profeta, para entrar en el Islam. Fue pues la primera musulmana de la historia. Luego Waraqa la exhortó para que ayudara a transmitir el Mensaje. Este sacerdote cristiano fue pues el primero en llamar a la gente al Islam. El Profeta Muhammad dijo a propósito de Waraqa: “He visto el sacerdote en el Paraíso. Llevaba un vestido verde” (6). Anteriormente, en el curso de un viaje a Siria, (shâm) con su tío Abû Tâlib, cuando el Profeta no era más que un niño, el monje Bahîra había anunciado (la misión de Muhammad) a los componentes de la caravana (7).
El primer soberano que reconoció el mensaje islámico fue el Negus cristiano, el rey de Etiopía, país donde, se dice, nadie sufría injusticia. Esto sucedió cuando los primeros compañeros del Profeta emigrantes (muhâjirîn) (8) llegaron a Etiopía donde el rey le ofreció hospitalidad y les honró. Más tarde, cuando el Negus murió, el Profeta realizó la oración del ausente (9) en honor suyo en la Mezquita de Medina.
En cuanto a Heraclius, el emperador romano de Oriente, recibió con deferencia la carta remitida por el Enviado de Allâh y contestó con ofrecimiento de presentes. Al-Muqawqis, gobernador bizantino de Egipto hizo lo mismo (10). Por otra parte, según los cronistas musulmanes, un obispo sirio entró en el islam y murió mártir a causa de esa elección (11).
La madre de Ibrâhim, el único hijo varón (muerto a corta edad) del Enviado de Allâh, era  María la Copta, hija de Simeón. Había entrado en el Islam con su hermana Sîrîn.
Cuando una delegación de cristianos fue de Najrân a Medina para encontrarse con el Enviado de Allâh, éste le autorizó a realizar sus ritos en su Mezquita. Tras ello firmó con ellos un pacto redactado como sigue: “En nombre de Allâh, el Clemente, el Muy Misericordioso, de parte del Profeta Muhammad al obispo Abû al-Hârith y los obispos, sacerdotes y monjes de Najrân, a sus aliados, a sus correligionarios y a todos aquellos, numerosos o no, que están bajo su autoridad, en prueba de protección de Allâh y de su Enviado, ningún obispo debe (ser obligado a) dejar su obispado, ni un monje su monasterio o un sacerdote su parroquia. Se respetarán sus derechos (huqûq) y sus obligaciones, así como la autoridad (sultán) que les gobierna. Esto vale como garantía de protección (jiwâr) por parte de Allâh y de Su Enviado, en tanto que sean rectos (naçahû) y honrarán sus compromisos (açlahû), y no serán ni opresores ni oprimidos”.
Según la sîra (12) profética, algunos de los mayores Compañeros del Profeta eran cristianos antes de su entrada en el Islam, y tenían un profundo conocimiento de las ciencias religiosas, como Salmân al-Fârisî. Siendo aún niño dejó a sus padres mazdeos  y se unió a monjes cristianos que conservaban la pureza del cristianismo original (massihiyya açîla) transmitido, cada vez que uno de ellos moría, a otro monje según la instrucción del difunto, hasta que el último de ellos aconseja dirigirse a Arabia donde la misión del Profeta árabe, sello de la profecía, estaba a punto de manifestarse (13). Es también el caso de otro ilustre Compañero, Tamîm al-Dârî, él también cristiano que había prontamente abrazado el Islam. El remarcable relato, narrado por el Profeta Muhammad, del encuentro de este Compañero con el falso Mesías (al-dajjâl) y la Bestia al-Jassâssa, ha sido conservado por Muslim en su recopilación de tradiciones auténticas.
Por otra parte, el Profeta indicó claramente su especial relación con el Mesías, diciendo: “Soy entre los hombres el que más cerca está de Jesús hijo de María, en este mundo y en el otro” Se le preguntó: “¿Cómo es esto, oh Enviado de Allâh?” Respondió: “Los Profetas son una fraternidad salida de varias esposas (‘allât) (de un único marido). Sus madres son distintas y su religión (dîn) es única. Además, entre nosotros (Jesús y Muhammad), no hubo ningún Profeta” (14).
En razón de esta relación especial entre el cristianismo y el islam, que concierne incluso a los que han permanecido cristianos, el Corán anuncia a los bizantinos su victoria contra los persas mazdeos  que les habían anteriormente vencido en Siria, antes de la Hégira, el año 615 de la era cristiana. En el mismo momento, el profeta Muhammad informó a sus compañeros que esa victoria era ineluctable, que tendría lugar unos años más tarde y que ellos lo celebrarían. En efecto, la sura al-Rûm empieza así: “Los Romanos han sido vencidos en el país vecino. Sin embargo, tras (esta) derrota, serán vencedores dentro de unos años; el poder pertenece a Allâh, antes y después. Ese día, los creyentes celebrarán la victoria de Allâh; Él da la victoria a quien quiere; es el Poderoso, el Misericordioso”(15).
La profecía se realizó; unos años más tarde, los Romanos vencieron a los persas, y los musulmanes celebraron la victoria de los cristianos y “Gentes del Libro”.
Cuando la expansión musulmana por Oriente Medio y el norte de África, en las regiones bajo autoridad cristiana, numerosos cristianos abrazaron el Islam voluntariamente, y especialmente los iniciados (‘urafâ’), monjes, reyes y príncipes, como confirma el Corán: “y hallarás sin duda que las gentes más cercanas en afecto a los que creen dicen:”en verdad, somos cristianos”; porque entre ellos hay sacerdotes y monjes, y porque no son arrogantes. Pues, cuando llegan a entender lo que se ha hecho descender sobre este Enviado, puedes ver que sus ojos se llenan de lágrimas porque reconocen algo de su verdad, y dicen:¡Oh Señor nuestro! Creemos; inclúyenos pues entre los que dan testimonio de la verdad” (16). La expresión coránica: “no son arrogantes”, se interpreta, por un lado, en relación de la fe en la Verdad a la que se someten cuando tienen conocimiento de ella, y por otra parte en relación a la creación divina, de acuerdo con este otro pasaje coránico: “Luego…hemos enviado a Jesús, hijo de María, a quien hemos dado el Evangelio y pusimos en el corazón de los que le seguían compasión y misericordia. En cuanto al monacato, no se le ordenamos, lo instauraron ellos buscando la complacencia de Dios”(17).

Por lo que hace a los que quieren conservar su religión y seguir siendo judíos o cristianos, la ley islámica les da un estatuto especial, la dhimma (18) que el Corán y el Profeta Muhammad ordenan respetar, para asegurar a la comunidad de las “gentes de la dhimma” protección y buen trato.
El Enviado de Allâh dijo: “El que mate a un mu’âhid (19) no gozará del aroma del paraísco, y el aroma del paraíso sigue perceptible incluso después de cuarenta años” (20); “De aquel que oprima un mu’âhid, o le espolie de un derecho, o le cargue más allá de lo que pueda soportar, o le tome algo sin su consentimiento, yo seré su adversario el Día de la Resurrección”(21).
He ahí el porqué las minorías no musulmanas han sido protegidas y respetadas, desde el advenimiento del Islam has nuestros días.

Un aspecto importante de las relaciones específicas entre el Islam y Jesús, es la función que ocupa éste en el mundo de la santidad, como mostró Ibn ‘Arabi en numerosos escritos. En el Corán, Jesús es llamado el Espíritu de Allâh (rûh Allâh) y Su Verbo (kalimatuhu). Es el sello de los Enviados (khâtam al-rusul) en el “ciclo de la realeza (dawra al-mulk) que comienza con Adán y termina con el Mesías, de modo que remite esta función a su último poseedor, el Hombre Universal en la persona de Muhammad el sello de los profetas (22).
Jesús es el único Enviado que bajará al final de los tiempos para confirmar la Ley islámica y sellar la santidad general (wilâya al-‘âmma), como indica al-Hakîm al-Tirmidhî (muerto en el 932C/320H) en su libro El sello de los santos (khâtam al-awliyâ’), y atestiguado por su parte por Ibn ‘Arabi.
El Día de la Resurrección, Jesús estará presente en dos asambleas: la Comunidad de Muhammad, y la de los Enviados de Allâh de la que forma parte. Por otra parte, él es uno de los cuatro “pilares (awtâd) correspondientes a los fundamentos [o ángulos (arkân)] de la Mansión de la Tradición inmutable (bayt al-dîn) y de la santidad, siendo los otros tres Idrîs (Enoch), Elías y al-Khidr (23).
En la introducción (khutba) de las futûhât, donde describe su investidura en la estación de la lugartenencia (khilâfa) muhammadiana, Ibn Arabî menciona los cuatro fundamentos de esta Mansión espiritual de forma simbólicamente cuadrada: la Tradición (dîn), la fe, la santiadd y la profecía. El centro constituido por la Mansión de la Tradición inmutable (bayt al-dîn) es una proyección del Centro Supremo del Sello universal (al-khatmiyya al-kulliyya), que reúne cuatro sellos (24). Aludiendo a Jesús en tanto que Sello, el shaykh al-akbar dice: “El sello estaba arrodillado ante él (es decir ante el Profeta Muhammad), hablándole de la historia de la mujer (25), mientras que ‘Alî interpretaba las palabra del Sello en su lengua… entonces el Soberano supremo, la aiguade (mawrid) sabrosa y dulcísima, la luz más manifiesta y resplandeciente [es decir el Profeta Muhammad] se volvió, y viéndome detrás del Sello, en virtud de una comunidad de estatus que existe en yo y este Sello, le dijo: “¡Éste es tu igual, tu hijo y tu amigo íntimo!”. Jesús es aquí el intermediario (al-wâsita) entre el Centro supremo de los sellos y el de la Mansión de la Tradición inmutable, puesto que está presente tanto en uno como en otro.
Ibn ‘Arabî habla a menudo de su constante relación espiritual con Jesús, al que incluso dedica una obra especial relativa a su función de Sello, titulada “El fénix resplandeciente concerniendo el sello de los santo y el sol de occidente (‘anqâ’ mu’rib fi khatm al awliyâ’ wa shams al-maghrib)”, así como numerosos santos musulmanes herederos del tipo espiritual crístico (Kirth ‘îsawî) (26).
Pero en lo que ahora centraremos nuestra atención es en las manifestaciones de Ibn Arabî en el capítulo 36 de las futûhât, titulado: “De los santos crísticos, de sus polos y de sus principios”, sobre los santos y los iniciados musulmanes viviendo entre cristianos, sin que su entorno tengan conocimiento de sus estados interiores: “En nuestra época , hay muchos seguidores (del tipo espiritual) de Jesús y de Jonás”. Menciona luego a uno de estos afiliados al (tipo espiritual) de Jesús que moraba en la montaña de Hulwân en Irak y cuyo nombre era Zurayb Ibn Barthamlâ. Durante el califato de ‘Umar Ibn al-Khattâb, un grupo de compañeros, conducido por Sa’d Ibn Abû Waqqâç, visitó a Zurayb, y Ibn ‘Arabî relata al respecto lo siguiente:
«Este heredero (waçî)(27) crístico llamado Ibn Barthamlâ seguía viviendo en esta montaña donde adoraba a Allâh y no frecuentaba a nadie cuando la misión del Enviado de Allâh ya había comenzado. ¿Permanecía este monje bajo el régimen del cristianismo? ¡No, por Allâh! La ley sagrada (sharî’a) de Muhammada deroga (nâkikha) [las leyes sagradas anteriores]. En efecto, el Profeta dijo: “Si Moisés estuviera vivo, no podría más que seguirme”. Cuando Jesús descienda, nos dirigirá siendo uno de los nuestros, es decir según nuestra tradición, y juzgará según nuestra ley. Asimismo, este monje ha recibido una prueba manifiesta de su Señor, que le ha enseñado, especialmente (min ‘indihi), lo que era necesario conocer de la Ley de nuestro Profeta Muhammad de acuerdo a las modalidades a las que Allâh le había acostumbrado. Para nosotros, se trata de experiencia espiritual efectiva (dhawq muhaqqaq)… Este heredero crístico formaba parte de los afrâd (28) y obtenía las ciencias de la misma manera que al-Khidr, el Compañero de Moisés. Estaba pues regido por nuestra ley sagrada. Pero el hecho de que la vía de realización (que él seguía) sea diferente (de la vía islámica común) no afecta al conocimiento (obtenido)… Según nosotros, es cierto que el Profeta prohibió matar a los monjes que se alejan de las criaturas y se aíslan con su Señor, al decir: “Dejadlos en paz con (la presencia divina) a la que se dedican exclusivamente”. Utiliza una f´romula general y no nos ha ordenado de llamarlos al Islam, pues sabía que habían recibido un prueba manifiesta de su Señor. Pero, había recibido la orden de transmitir el mensaje divino, y nos ha mandado que el que está presente informe al que está ausente.
Si el Profeta no hubiera sabido que Allâh Se encargaba (directamente) de su enseñanza como lo ha hecho con al-Khidr y otros, no hubiera mantenido este discurso y no los hubiera confirmado en una Ley cristiana, que para él estaba derogada. Pues era sincero al declarar haber sido enviado a la humanidad entera, como dice Allâh (en el Corán), si Mensaje siendo universal y destinado a todas las criaturas. El sentido de esta prescripción (concerniendo a los monjes cristianos) es que sus contemporáneos y todos aquellos a los que su mensaje ha llegado no han adorado Allâh más que según Su ley sagrada, pese a que sepamos con certeza que la gente no ha escuchado directamente el discurso del Profeta en vida, y es precisamente desde este punto de vista que hay que entender lo que acabamos de decir (sobre los monjes cristianos). Este monje crístico formaba parte de los herederos espirituales de Jesús hasta la época de la misión de Muhammad. Cuando éste fue enviado, el monje siguió adorando a Allâh según su ley (la del profeta Muhammad), y Allâh le enseñó un conocimiento (especial) “procedente de Nosotros” (min ladunhu) por una misericordia que le acordó de Su parte (min ‘indihi)(29). La herencia espiritual de este monje era igualmente un estado crístico proveniente del profeta Muhammad, de manera que siguió siendo (un espiritual de tipo) crístico (30) según las dos tradiciones (islámica y cristiana)…(31) Será pues doblemente retribuido: una recompensa (ajr) por haber seguido a su profeta (Jesús), y otra por haber seguido a Muhammad. Y se mantiene en la espera de Jesús hasta que él descienda (en su segunda venida)…
Los Compañeros le habían visto en compañía de Nadla (32); y no le interrogaron sobre su estado espiritual desde el punto de vista del islam y de la fe (imân), no sobre la ley sagrada que seguía para adorar a Allâh, pues el Profeta no les había ordenado plantear este tipo de preguntas. Sabemos sin embargo con certeza que el Profeta no habría confortado a nadie en el asocianismo (shirk), y que sabía que Allâh tenía servidores de los que Se encargaba directamente (min ladunhi) de enseñar el conocimiento que Él había revelado a Muhammad graciosamente y por una misericordia Suya…
¡Y cuantos servidores de esta clase tiene Allâh en la tierra! Como hemos establecido, el principio de la espiritualidad de los santos crísticos (muhammadianos) (al-‘îssawiyyûn) consite en despojar el tawhîd (tajrîd al-tawhîd) de todas las representaciones formales (çuwar) exteriores presentes en la comunidad cristiana y de las imágenes que tienen en las iglesias, porque están bajo la autoridad de la Ley de Muhammad. Pero la influencia espiritual (rûhâniyya) que les gobierna efectivamente, crística en los cristianos (al-naçârâ) y mosáica en los judíos, proceden del tabernáculo (mishkât) de Muhammad y de su dictado: “Adora a Allâh como si tu Le vieras” , pues Allâh está en la qibla del orante, y el servidor, cuando realiza la oración ritual, está frente a su Señor, y (podríamos citar también) otros ejemplos que se citan en la ciencia divina sobre estas relaciones (entre el servidor que adora y el Señor) … Los santos crísticos poseen una energía espiritual activa (himma fa’’âla), su plegaria es satisfecha y su palabra escuchada. Si quieres conocerlos, observa a cualquiera que de muestras de compasión y de solicitud hacia el mundo, sea la que sea su religión o su creencia, los que se someten a Allâh y que no dicen nada contrario al derecho (haqq) de todas las criaturas cuando se dirigen a los servidores de Allâh. Otra de sus características es la de no ver más que lo mejor en todas las cosas y no decir más que el bien…»
En cuanto a los cristianos que no han podido, a causa del medio en el que viven, reconocer la verdad del Islam, se les dispensa, desde el punto de vista islámico, de conservar firmemente su religión, de acuerdo con la afirmación coránica que declara que “Allâh no impone a un alma más que lo que puede soportar”(33).  Pero Ibn Arabî va aún más lejos ya que en el mismo capítulo 36 de las futûhât“Es una cuestión sutil en la forma general del mensaje (del Profeta Muhammad):por el hecho que ella ha aparecido visiblemene (y ha sido proclamada), no queda de la ley sagrada (shar’) más que la que ha prescrito; y entre lo que ha prescrito, hay la autorización dada a la gente del Libro de seguir su ley sagrada si satisfacen el impuesto de capitación (jizya)”.
En estas condiciones, los distintos grados de la esfera de la santidad en el mundo cristiano son validadas por la ley islámica, y están relacionados, según modalidades esotéricas, al Centro de la Santidad Suprema del Islam, como ha señalado el shaykh ‘Abd al-Wahîd Yahya (René Guénon). En numerosos escrito, este último indica cómo el mundo cristiano medieval disponía de una jerarquía y de una enseñanza iniciática vivificada por los centros espirituales de la santidad islámica, pero cuya forma externa no entraba en conflicto con el entorno cristiano. Las relaciones externas entre el mundo cristiano y el Islam, de orden diplomático, comercial, intelectual, o mediante viajeros y estudiantes, han podido ocasionalmente servir de cobertura a estas relaciones iniciáticas. Este es particularmente el caso de las cruzadas, que pese a ser exteriormente terribles conflictos mortíferos, permitieron también fortalecer las relaciones entre las organizaciones iniciáticas de las dos tradiciones, siendo indiscutiblemente la más importante de ellas la Orden de los caballeros del Temple (34).
En ciertos textos poéticos y crónicas, tanto en Oriente como en Occidente, se encuentras alusiones a esta cuestión que no son comprendidas más que por los iniciados. Un ejemplo los tenemos en lo que menciona el sufí Safî al-Dîn Ibn Abû al-Mansûr (595-682H / 1198-1283) en su epístola sobre los santos que ha conocido, como Abû al-Jajjâj Yûsuf al-Mughâwir al que ordenó dirigirse a tierra cristiana para servir en una iglesia. Se entrevistó con el soberano local, quien le confió que era musulmán y que formaba parte de los “más eminentes de los verídicos (al-siddîqîn)”(35) sin que ninguno de sus súbditos lo supiera, y permanecer como rey de este pueblo cristiano para servir al Islam sin que se supiera (36).
Encontramos una historia similar en el célebre viajero Ibn Battûta (703-770H / 1304-1377) que, durante una estancia en la India, encontró en un templo a un santo musulmán escondido entre los hindús (37).
Cuando comenzó el ciclo de la modernidad anti-tradicional, simbolizada por el Impostor (al-dajjâl) (el anticristo), hacía el siglo XIV, el orden del templo fue totalmente eliminado en Europa, y los lazos que mantenían esta luminosa relación que aseguraba la estabilidad y expansión de la espiritualidad en Occidente, se debilitaron, sin romperse totalmente, no obstante. Otras organizaciones iniciáticas heredaron la influencia espiritual del Centro de la Santidad islámica, como los “Fieles de Amor”, de los que Dante era uno de sus jefes (38). La organización más conocida es la de los “Rosacruz”, de la que René Guénon habla en sus escritos, y que contaba en sus rangos con iniciados (afrâd) con un alto grando de realización, última levadura espiritual de Occidente. No constituyeron formalmente una sociedad como tal (39), pero permanecieron relacionados entre ellos con modalidades sutiles y espirituales, inspirados por las esferas superiores del centro iniciático del Islam (wilâya islâmiyya).
Cuando llegó el tiempo de la subversión moderna y de poder del Impostor, estas organizaciones secretamente ligadas al centro islámico, se retiraron. Este ocultamiento coincide aproximadamente con la partida definitiva de los musulmanes de Andalucía, país que tuvo un papel fundamental en los intercambios entre las dos tradiciones. La ruptura definitiva se produjo prácticamente a mitad del siglo XI de la Hégira, correspondiendo al final de la guerra de Treinta Años (1618-1648)(40). Es en esta época cuando comienza la expansión de la civilización occidental materialista que difundió a lo largo de los siglos siguientes su influencia en el mundo entero, con las desastrosas consecuencias que conocemos hasta nuestros días, como señala René Guénon en su importante libro El Reino de la cantidad y el signo de los tiempos. De esta relación espiritual (entre iniciados cristianos y musulmanes), no quedaron más que algunos ligámenes, frágiles y ocultos.
Sin embargo, todo movimiento incontrolado se ve frenado en cierta medida. En la época colonial, pese al terrible desorden debido a la ocupación por las potencias occidentales de los países musulmanes, estas relaciones se vieron algo revividas por el contacto entre los dos mundos, como lo muestra la llegada a Occidente de santos e iniciados musulmanes, como el gran gnóstico y  combatiente argelino, el emis ‘Abd al-Qâdir (1222-1300H). En cuanto al shaykh Abd al-Rahmân ‘Allîsh (m. 193), representante de la escuela malikita y de la tarîqa shâdhiliyya en Egipto, iniciado por el Emir a la enseñanza metafísica del shykh Ibn Arabî, fue también el shaykh de quien abrió a Occidente el conocimiento sufí, el eminente Abd al-Wahîd Yahya (René Guénon) quien le dedicó su libro El simbolismo de la cruz, con la siguiente dedicatoria: “A la venerada memoria de Esh-Sheikh ‘Aber-Rahman Elish El-Kebir El-alim El-Malki El-Maghribi, a quien se debe la primera idea de este libro”. Esta “idea” tiene quizás relación con un pasaje de esta obra (41)según el cual, si los cristianos tienen el signo de la cruz, los musulmanes poseen el secreto de su verdad esencial que deriva de la doctrina de la Unicidad (tawhîd), y del que el “Hombre Universal” (al-insân al-kâmil) es la manifestación más perfecta.
En efecto, pese a lo que sugiere su título, este libro tiene una clara huella islámica, mucho más que los otros escritos del shaykh ‘Abd al-Wahîd. Encontramos especialmente la siguiente indicación: «La cruz… es un símbolo que, bajo formas diversas, se encuentra casi por todas partes, y desde las épocas más antiguas; está lejos de pertenecer propia y exclusivamente al Cristianismo…» (42)La cruz simboliza esencialmente la realización del grado del Hombre Universal, grado que representa la unión de todos los estados de existencia y sus posibilidades en el sentido horizontal y pasivo con todos los grados jerárquicos de los estados múltiples del Ser en el sentido vertical y activo, elevándose y volviendo en el punto principial del centro de la teofanía esencial más perfecta, o en otros términos, la realización esencial por la manifestación activa de los «más bellos Nombres (al-asmâ’ al-husnâ) de Allâh en los espejos de las presencias pasivas de la servitud.
En este libro, el shaykh ‘Abd al-Wahîd va más allá de la habituales interpretaciones de la cruz, superficiales y formalistas, abundantes en el exoterismo religioso cristiano (43), y desarrolla su simbolismo desde el punto de vista del tawhîd islámico y del conocimiento metafísico de perspectivas ilimitadas. Igualmente, en La crisis del mundo moderno y sobretodo en El Reino de la cantidad, denuncia la impostura de la civilización materialista moderna. Por otra parte, el nombre islámico de René Guénon: ‘Abd al-Wahîd Yahya [«el servidor (‘abd) del Único (wahîd), el que vivifica (yahyâ)»], corresponde perfectamente a su función relacionada con los “misterios del Polo”, consistente en preparar la venida del Jesús muhammadiano y musulmán que matará al anticristo (44) cerca del templo sagrado de Jerusalén, y del que Ibn ‘Arabî dice que:«El Día de la Resurrección, verá a su Señor con la visión muhammadiana según la forma muhammadiana».


Traducción del francés: Arturo Pouza.


NOTAS:

 1 - La palabra wilâya, tomada aquí y en el resto del artículo como “santidad”, designa la realización espiritual y los centros iniciáticos que la detentan (N.D.R.)
 2 - Jesús es citado 25 veces en el Corán (igual que Adán). En las futuhât de Ibn Arabi es citado más de 200 veces: sea en relación con la significación metafísica de las formas más elevadas de la manifestación del hombre universal, por la que se distingue Jesús,  sea concerniendo a las semejanzas y diferencias entre los puntos de vista islámico y cristiano en materia de doctrina de la Unicidad (tawhîd). Ibn Arabi trata esta sutil cuestión en el párrafo del capítulo 559 de las futuhât, correspondiente al capítulo 20 (de la misma obra) titulado: “De la ciencia propia a Jesús”. En el mismo dice: “El secreto de la institución de las obras obligatorias (fard) y de las obras superogatorias (nâfila) se encuentra en la relación que la Ciencia (‘ilm) tiene con las dimensiones de “altura” (tûl) y de “anchura” (‘ard). ¡ Aquel cuya enfermedad (o también la “causa espiritual”) es ‘Issâ (Jesús), no tendrá que cuidarse él mismo, pues ‘Issâ es a la vez el Creador que da la vida y la criatura que de ella vive! “La amplitud del mundo (‘ard) reside en su naturaleza grosera (tabî’a), y su altura (tûl) en su naturaleza espiritual (rûh) así como en su Ley (sharî’a). Esta luz (doctrinal) proviene de los “Grados del armario cósmico y de las duraciones cíclicas (al-sayhûr wa al-dayhûr)”, escrito atribuido a al-Husayn Ibn Mansûr (al-Hallâj). ¡No conozco otro santo realizado del tipo unitivo (muttahid) que haya sabido como él “soldar y separar” y “hablado por su Señor”, “jurar por el crepúsculo, por la noche y lo que ella envuelve, así como por la luna y lo que ella llena, y subir capa tras capaE, pues él era una luz en la oscuridad¡. En él, Allâh (al-haqq) ocupaba la posición de Moisés en el arca de mimbre (tâbût), y es por ello que hablaba de lâhût (naturaleza divina) y nâsût (naturaleza humana). Sin embargo, ¿Dónde está este caso respecto del que profesa que la Esencia es única (al-‘ayn wâhida), y rechaza incluso, como absurda (la idea del) atributo en tanto que sobreañadido (a la Esencia)? ¿Dónde está el Sinaí (mosaico) en relación al Fârân (muhammadiano) (cf. el desierto de Pharan, Génesis XXI, 21)? ¿Dónde está el Fuego (de la Zarza ardiente) respecto a la Luz (cegadora e indescriptible)? La “amplitud” es cosa limitada, y la “largura” no es más que “sombra prolongada”. La obra obligatoria y la superogatoria son “contemplante” y “contemplado” (trad. Michel Vâlsan). La palabra fâran significa makka (La Meca).
- En su célebre tratado El hombre universal (al-insân al-kâmil), ‘Abd al-Karîm al-Jîlî consagra el capítulo 38 al Evangelio, y 2 párrafos (en los capítulos 36 y 63) a los cristianos.
Futûhât, cap. 495; ver también René Guénon, Iniciación y realización espiritual, cap. XII. 
- Corán, LXI, 6
- ‘A’isha, la esposa del Profeta, dijo: “Al principio la Revelación se presentó al Profeta en forma de visiones piadosas que veía durante el sueño. Todas ellas se le aparecieron con gran nitidez. Luego, practicó retiros en la caverna de Hirâ’, donde se libraba a actos de adoración durante consecutivas noches, antes de ir a su casa para tomar provisiones para alimentarse. Volvía enseguida a Khadîja y tomaba lo necesario para un nuevo retiro. Eso fue así hasta que finalmente le fue revelada la Verdad en la caverna de Hirâ’. El arcángel vino entonces y le dijo: “¡Lee!”. “No soy de los que saben leer”, contestó. El Profeta contó el acontecimiento de esta manera:”Entoncers el arcángel me cogió, me apretó contra él hasta el punto de hacerme perder toda fuerza, luego me soltó y repitió: “¡Lee!”. No soy de los que saben leer, repliqué de nuevo. La escena se repitió dos veces más. A la tercera, el arcángel me dijo: “!Lee, en el Nombre de tu Señor que ha creado, que ha creado al hombre de un coágulo de sangre. ¡Lee! Tu Señor es el Muy Noble, que ha enseñado con el cálamo. Ha enseñado al hombre lo que éste no sabía” (Corán CLVI, 1-6)”. Tras haber escuchado estos versículos, el Profeta, temblando y palpitando, volvió con su esposa Khadîja gritando: “¡Abrígame, Abrígame!”. Se apresuraron a hacerlo hasta que su espanto se disipó, y entonces pueso a su esposa Khadîja al corriente de lo que había sucedido, y añadió: “¡Ah! Creí que iba a morir”; “Al contrario, ¡alégrate!, respondió Khadîja, ciertamente Allâh no te sumergirá en la ignomía; pues tú respetas los lazos de parentesco, no dices más que la verdad, apoyas a los débiles, das a los indigentes, albergas a tus huéspedes, y ayudas a los que sufren”. Luego Khadîja condujo a Muhammad a casa de Warqa Ibn Nawfal Ibn Asad Ibn ‘Abd al-‘Uzzâ. Éste, que era primo paterno de Khadîja, había abrazado el cristianismo en tiempos ante-islámicos. Sabía escribir árabe, y había traducido al árabe pasajes del Evangelio, mientras Allâh quiso. En esta época era ya anciano y había perdido la vista: “Primo mío, le dijo Khadîja, escucha lo que va a decirte el hijo de tu hermano; “Hijo de mi hermano, respondió Waraqa Ibn Nawfal, ¿de qué se trata?”. El Profeta le contó entonces lo que había visto. “Es el arcángel, dijo Waraqa Ibn Nawfal, que Allâh envió anteriormente a Moisés. ¡Si Allâh quisiera que yo fuera joven en este momento! ¡Quisiera estar vivo todavía cuando tus conciudadanos te destierren: “¿Así pues, me exilarán?”, exclamó el profeta. –“Sí, contestó Waraqa. ¡Nunca un hombre ha aportado lo que tú aportas sin ser perseguido!. Si vivo hasta ese día, ciertamente te ayudaré con todas mis fuerzas”. Algún tiempo después, Waraqa Ibn Nawfal, murió. (incluido en la colección de hadices de Bukhârî, capítulo “El inicio de la Revelación”.
- “Abû Tâlib emprendió un viaje al país de Shâm (Siria) en compañía de notables de la tribu Quaraysh, llevando consigo al joven Muhammad. Cuando la caravana llegó cerca de donde vivía el monje, los Quarayshitas acamparon y descargaron su fardos. El monje, que en anteriores ocasiones no se había interesado en ellos, salió esta vez para acogerlos. Estaban ocupados en descargar sus equipajes cuando el monje se puso a observarlos, andando entre ellos. Cuando llegó cerca del Enviado de allâh, le tomó la mano y dijo: “He aquí el señor de todas las criaturas. He aquí el Enviado del Allâh del Universo, ¡Exaltado sea! Allâh lo enviará por misericordia de los mundos”. Algunos notables Qurayshitas le preguntaron entonces; “¿Cómo lo sabes tú?”. Y contestó: “Cuando os habéis acercado a al-‘Aqaba, ni un solo árbol ni una sola piedra ha dejado de postrarse (a su paso). Y  no hacen esto más que por un Profeta. Lo he reconocido por el Sello de la profecía que hay en el cartílago de su omoplato, y que tiene la forma de una manzana”. Bahira entró entonces en su casa para preparar comida a sus invitados. Les invitó a comer y aceptaron. Dejaron al joven Muhammad vigilando los camellos, pero el monje les difo: “¡Traedlo!”. Entonces Muhammad se acercó, seguido de una pequeña nube que le daba sombra. Los que había llegado antes que él se había instalado a la sombra de un árbol. Cuando Muhammad tomó asiento, la sombra se extendió hasta él. Bahîra exclamó: “Mirad la sombra del árbol que se extiende hasta él”. (reportado por Ibn Sa’s, al-tabaqât al-kubrâ, I, 120, y por Tirmidhî, al-sunan. IV, 496).
- En la Hégira (hijra), cuando los musulmanes abandonaron la Meca hacia Medina huyendo de la persecución de los politeístas, algunos marcharon a Etiopía.
- La “oración del ausente (çalât al-ghâ’ib) es un rito especial realizado en homenaje a un personaje desaparecido.
10 - Los historiadores musulmanes denominan al-muqawqîs al gobernador del Egipto cristiano, en vida del profeta Muhammad, y luego con la conquista de Egipto bajo el reinado del califa ‘Umar. Según la sîra de Ibn Ishâq, el Enviado de Allâh, tras el pacto de Hudaybiya (628), remitió una carta a los distintos soberanos de los países de alrededor, y entre ellos a al-muqawqis, para llamarles al islam. Este último contestó a la embajada del profeta del Islam con regalos, incluyendo a cuatro esclavas coptas entre las que estaban María (llamada “María la copta”) que se convirtió en una de sus esposas, y su hermana. Cuando en el 630 los bizantinos recuperaron el control de Egipto (expulsando a los persas que lo ocupaban desde el 615), Cyrus de Thase (llamado también el “colchidiano” o el “caucasiano” por los coptos, dado que la ciudad de Thase de donde era originario estaba situada en la región caucasiana de Colchide) fue nombrado por el emperador Heraclius patriarca melkita de Alejandría y prefecto de provincia. Es él quien se identifica generalmente con al.muqawqis (palabra que derivaría del griego kaukasios por “caucasiano), título que sin embargo pudo ser aplicado luego a distintas personas durante el período considerado. En la época, el mundo cristiano oriental está dividido por una grave controversia doctrinal, sutil y compleja, entre, por un lado, los “calcedonianos” (o “melkitas, agrupando griegos y latinos) que adhieren a la doctrina fijada por el concilio de Calcedonia (en el 451) de la doble naturaleza divina y humana de Cristo, y los monofisitas (ampliamente mayoritarios en Egipto y Siria donde son llamados “jacobitas”) para los que la única naturaleza de Cristo es divina. La Iglesia copta monofisita “no-calcedoniana” se escinde pues y designa, tras el conclio de Calcedonia, su propio patriarca de Alejandría independiente, que en la época (623.661) es Benjamín Iº. El poder bizantino (y los obispos calcedonianos) habiendo fracasado en la reunificación de las Iglesias rivales por la discusión teológica (especialmente el compromiso del “monoenergismo”, y luego su variante “monotelista” sostenido por el patriarca de Constantinopla Sergio Iº), persiguió violentamente a los coptos monofisitas has la conquista de Egipto (639-642) por los ejércitos del califa ‘Umar. En estas condiciones, los musulmanes son acogidos como liberadores por los coptos. Tras la toma de Alejandría (642) y la muerte de Cyrus de Thase, ‘Amr Ibn al-‘Aç, restableció al patriarca copto Benjamín Iº como jefe de los cristianos egipcios. Desde este momento la Iglesia copta mantendrá buenas relaciones con el poder islámico (pese al estatuto de dhimmî impuesto a los cristianos). Según ciertas tradiciones (cf. Tabarî), el profeta Muhammad había recomendado la benevolencia de los musulmanes hacia los cristianos egipcios; Hagar, la madre de Ismael, hijo de Abraham y ancestro de los árabes, era de origen egipcio (cf. Génesis, 16, 1); por otra parte, María la copta (ver más arriba) fue una de sus esposas.
11 - Relato transmitido en la sîra de Ibn Ishâq.
12 - Historia tradicional del profeta Muhammad, siendo la más antigua la compilación de Ibn Ishâq (más conocida en la versión clásica de Ibn Hishâm).
13 - Salmân dijo: “Nací en Persia, en la región de Ispahan, en un pueblo llamado Jayy del que mi padre era el jefe. Yo era lo que más quería en el mundo; mi padre me quería tanto que me tenía en casa, como a una jovencita. Yo me sentía muy atraído por la espiritualidad y practicaba el zoroastrismo, la religión de mis antepasados, con tanto fervor que me convertí en guardián del fuego: tenía la responsabilidad de que no se apagara ni un instante la llama situada en el templo. Mi padre tenía una gran granja en las afueras del pueblo. Un día que estaba muy atareado con un trabajo importante, me pidió que fuera a la granja para comprobar que todo estuviera en orden. Añadió: “Sobretodo no te entretengas en el camino, pues tu presencia a mi lado me es más querida que mi granja y que todos mis asuntos”. Salí de casa en dirección a la granja. En el camino, pasé delante de una iglesia y oí por primera vez las oraciones recitadas por los cristianos. Sus voces me subyugaron y decidí entrar en la iglesia. El contacto con estos creyentes me colmó y me sentí muy atraído por ellos. No pude dejarlos hasta la puesta del sol y por ello renuncié a ir a la granja de mi padre. Finalmente les pregunté de dónde era originaria su religión:”de Siria”, me contestaron. Ya de noche, volví a casa de mi padre que había ya enviado hombres en mi búsqueda. Estaba tan preocupado que no podía ocuparse de otra cosa. A mi vuelta, me preguntó:”Hijo mío, ¿dónde estabas? ¿No te había confiado una tarea concreta?”. Le expliqué entonces el encuentro que había tenido. “Hijo mío, replicó, no hay ningún bien en esta religión; tu religión que es la de tus antepasados es mucho mejor”. Intenté contradecirlo pero no quiso escucharme. Para hacerme entrar en razón, me puso unos hierros en el pié y me encerró en casa. Pese a estos obstáculo conseguí hacer llegar un mensaje a mis amigos cristianos pidiéndoles que me avisaran si había viajeros provenientes de Siria que tuvieran que pasar por el pueblo. Algún tiempo después, me avisaron de que comerciantes sirios debían llegar para hacer transacciones. Conseguí liberarme del hierro  y escaparme para huir con ellos a Siria. Al llegar, pedí ser presentado al que tuviera el mejor conocimiento de la religión. Propuse entonces mis servicios al obispo, que los aceptó. Viviendo a su lado, me di cuenta de que incitaba a sus fieles para que dieran limosnas, pero que no las repartía entre los pobres y que guardaba el dinero para sí de forma que había amasado siete grandes jarras llenas de oro y dinero. Viéndole actuar así, concebí hacia él una profunda aversión. A su muerte, revelé a los fieles cristianos llegados para el entierro, el lugar donde escondía las jarras llenas de oro y dinero. Al ver aquello, decidieron no enterrar al obispo y lapidarlo. Se nombró un nuevo obispo, con el que decidí permanecer. Nuca había visto un hombre más desprendido de este mundo que él, tan deseoso del más allá, ni tan fervoroso día y noche. Quise permanecer con él tanto como fuera posible. Cuando se acercó su muerte, le pregunté: “He estado a tu lado y te he amado como a nadie antes. Ahora estás ante la inminencia del Decreto divino. ¿Puedes recomendarme a quén he de dirigirme tras tu muerte?”; “Hijo mío, me contestó, no conozco a nadie que esté lo que yo era. Los hombres van hacia su pérdida; han cambiado y abandonado la mayor parte de su tradición, excepto un hombre en Mosul que es lo que yo era. ¡Búscale!”. Una vez muerto y enterrado el obispo, fui a ver al hombre de Mosul, que me invitó a quedarme con él. Encontré en él el mejor de los hombres, como aquel que me lo había recomendado. Pero también él no tardó en morir. En sus últimos instantes, recogí sus últimas instrucciones: “Hijo mío, no conozco a nadie que sea lo que nosotros éramos, excepto un hombre en Nisibe, en el Kurdistán. ¡Dirígete a él”. Cuando el hombre de Mosul estuvo muerto y enterrado, fui don el hombre de Nisibe y le conté mi historia. Me propuso quedarme con él y yo lo encontré comparable a mi anterior compañero: Era el mejor de los hombres. Pero la muerte no tardó en llegar. Cuando estaba a punto de entregar su alma, contestó a mi petición de recomendación: “Hijo mío, no conozco a nadie que siga nuestra vía y a quien te pueda mandar, excepto un hombre en Armorium, en el país de los Bizantinos. El és como lo que éramos. Si quieres ve a verle”. Cuando el hombre de Nisibe estuvo muerto y enterrado, me encontré con el hombre de Armorium y le conté mi historia. Me propuso quedarme con él y viví junto al mejor de los hombres, siguiendo la vía de sus compañeros. Empecé a ganarme bien la vida y adquirí algunas vacas y corderos. Luego, vino el Decreto divino y, cuando mi guía estaba a punto de rendir su alma, le pedí sus últimos consejos: “Hijo mío, no conozco a nadie que sea lo que éramos y con el que pueda ordenarte ir. Pero el tiempo de un nuevo profeta está cerca. Será enviado para difundir la religión de Abraham. Será originario de Arabia y empligrará a una tierra a una tierra con palmeras y situada entre dos corrientes de lava. Se le reconocerá por signos manifiestos: él come de lo que aporta como don, pero no como limosna; entre sus hombros está el sello de la profecía. Si puedes encontrarle en aquel país, ¡hazlo!”. El hombre de Armorium murió y fue enterrado. Permanecí allí durante algún tiempo, hasta que pasaron unos comerciantes árabes de la tribu de Kalb. Les propuse que me llevaran con ellos a Arabia a cambio de mis vacas y mis corderos. Aceptaron y me llevaron con ellos. Pero llegados a Wadi al-Qura, rompieron su compromiso y me vendieron como simple esclavo a un rico judío. Al ver las palmeras de la región, esperaba que la ciudad fuera la que me había descrito el hombre de Armorium, pero faltaban algunos signos de reconocimiento. Un primo de mi amo, que pertenecía al clan de los Banû Qurayza de Medina, vino a visitarle. Decidió recomprarme y llevarme con él a Medina. En cuanto ví esta ciudad, reconocí enseguida la descripción que me había dado mi último guía. Era la época en que Muhammad había ya recibido su misión profética y residía en La Meca. Por mi parte, estaba obligado a tareas serviles y no oí hablar del nuevo Profeta. Un día, estaba encaramado en una de las palmeras de mi amo, realizando un trabajo. Mi amo estaba sentado cerca del árbol cuando uno de sus primos llegó y dijo: “Los miembros de los Banû Qayla están reunidos en Quba’ con un hombre llegado hoy de La Meca; ¡pretenden que se trata de un Profeta!”. Al oír esto me entró tal temblor que temí caer sobre mi propietario. Bajé febrilmente de la palmera y pedí detalles a su primo. Mi amo entró entonces en cólera, me dio un violento puñetazo y me ordenó que volviera a mi trabajo. Unos días más tarde, conseguí apartar algo de comida. Al atardecer, me dirigí a Quba’ para llevarla al hombre que venía de La Meca. Llegué ante él y dije:”He sabido que eras un hombre santo  y que tienes contigo compañeros extranjeros y necesitados. Tenía esto en casa para limosna y he considerado que tenéis más que nadie derecho a ello”. Le presenté los alimentos y entonces pidió a sus compañeros que comieran. El mismo no comió nada de los que había llevado. Al salir de la entrevista, me dije que el primer signo de reconocimiento se había manifestado. Unos días más tarde reuní de nuevo algo de comida. Entretanto, Muhammad se había instalado en Medina. Fui a su nuevo domicilio y le dije: “Veo que que no comes lo que te es traído como limosna. ¡He aquí una ofrenda en tu honor!”. Esta vez, decidió comer e invitó a sus compañeros a compartir con él la comida. Me dije entonces que el segundo signo de reconocimiento se había manifestado. Por tercera vez me acerqué a Muhammad cuando estaba en el cementerio de Medina. Había participado en la procesión fúnebre de uno de sus compañeros y se encontraba sentado entre ellos. Lo saludé, y procuré ponerme tras él con la esperanza de percibir el sello que me había descrito mi último guía espiritual. Cuando me vio ponerme tras él, comprendió que quería comprobar algo en concreto. Bajó entonces un poco su vestido de forma que pude ver claramente el sello de la profecía. Rompí a llorar, y me precipité sobre el Enviado de Allâh abrazándolo calurosamente. Me invitó a sentarme a su lado para que le contara mi historia. Muhammad quiso que sus compañeros la oyeran también. Me aconsejó especialmente negociar con mi propietario un contrato de recompra. Seguí el consejo del Enviado de Allâh y mi propietario aceptó la propuesta, a cambio de cuarenta onzas de oro y de la plantación de trescientas palmeras. Cuando lo supo, Muhammad pidió a sus compañeros que me ayudaran a reunir la cantidad de palmeras exigida. Cada uno de ellos aportó plantas en la medida de sus posibilidades, de forma que las trescientas fueron reunidas. El Enviado de Allâh me dijo: “¡Oh Salman, vete a excavar la tierra! Cuando hayas terminado, dímelo pues yo mismo las plantaré con mis propias manos”. Con la ayuda de mis compañeros cavé los emplazamientos y, terminado el trabajo, informé al Profeta. Le fuimos dando cada una de las plantas, que puso en la tierra una tras otra, y ninguna de ellas murió. Con ello, había cumplido lo de las palmeras, pero me faltaba encontrar el oro. Un día, llevaron al Enviado de Allâh una pepita grande como un huevo de gallina. Dijo entonces: “¿Dónde está el Persa que está pendiente de recompra?”. Me hicieron llamar y Muhammad me ofreció la pepita. Me sentí tan desconcertado por la dimensión de la ofrenda, que no me atrevía a tomarla. “Tómala, insistió, pues Allâh pagará con ella lo que tú debes”. Tomé la pepita y fui a hacerla tasar; pesaba exactamente cuarenta onzas de oro. Entregué lo que debía a mi amo, y fui definitivamente liberado” (reportado por el Imâm Ahmad, al-Musnad, V, 441, traducción Denis Gril).
14 - Este hadîth es reportado por Muslim. La expresión “fraternidad (ikhwa) salida de diversas esposas (‘allât)”, significa que los profetas son hermanos salidos de un padre y varias madres (que son co-esposas) y que los fundamentos de la doctrina de la unicidad (tawhîd) y de la fe (imâm) aportada por los profetas es única, mientras que las formas tradicionales que de ella derivan son diversas.
15 - Cor. XXX, 2-5
16 - Cor. V, 82-83
17 - Cor. LVII, 27
18 - La dhimma es el estatuto para la Gente del Libro en los territorios regidos por la sharî’a, por el que el poder islámico garantiza su protección, La misma esta supeditada a diversas condiciones, que se detallan especialmente en el pacto del Califa ‘Umar, la primera de las cuales es el reconocimiento de la autoridad del Islam que nunca puede ser discutida. La principal característica de la dhimma es el pago de una tasa especial (jizya). Según los historiadores musulmanes (esoecialmente al-Turtûshî), el “pacto del califa ‘Umar está en el origen de un texto dirigido al califa por cristianos de Sirio, tras la conquista del país por sus ejércitos. Contiene un conjunto de disposiciones restrictivas que los cristianos proponen imponerse con el fin de conseguir protección y seguridad (amân). El califa ‘Umar aceptó estas condiciones (añadiendo otras dos suplementarias). Este documento ha permanecido, en la literatura islámica, un modelo de aplicación de la dhimma.
19 - El mu’âhid es, en un territorio regio por la sharî’a, el no musulmán ligado por un pacto o un tratado (‘ahd mu’âhada) con el gobierno islámico que le garantiza seguridad y protección. El término se aplica pues a los shimmîs, principalmente las poblaciones cristianas o judías.
20 - Reportado por Bukhârî.
21 - Reportado por Abû Dâwûd y al-Bayhaqî, al-sunan al-kubrâ (vol. 5, p. 205).
22 - Ibn ‘Arabi distingue el “ciclo de la realiza (o del reino) (dawra al-mulk)”, del “ciclo de la resurrección (sawra al-qiyâma)” que se abre con la venida del profeta Muhammad.
23 - Cf. Ibn Arabi, futûhât, cap. 73.
24 - El centro supremo del Sello [(al-bayt al-khatmî al-a’lâ), simbolizando la “realidad muhammadiana”] del que aquí se trata, está situado por encima del centro de la Tradición inmutable (bayt al-dîn), “corazón del mundo terrestre”, como el “corazón (qalb) del servidor de Allâh”, centro del ser humano, es él mismo “una mansión sagrada y un santuario sublime (bayt karîm wa haram ‘azîm) (Ibn Arabî, Fut., cap. 72). Los “cuatro sellos” que en él se agrupan son: Muhammad, el sello de los profetas; Jesús, el sello de la santidad general (wilâya ‘âmma); Ibn Arabî, el sello de la santidad muhammadiana (wilâya muhammadiyya);’Alî, el sello del califato (es el último de los cuatro primeros califas, denominados “bien guiados (al-râshidûn). El modelo de estos diferentes aspectos de los centros espirituales es en Islam el de la Ka’ba, llamada especialmente “mansión de Allâh (bayt Allâh)” o “mansión sagrada (al-bayt al-harâm), y cuya forma cuadrada con cuatro “ángulos (arkân)” es el principio del simbolismo aquí aplicado.
25 hadîth al-unthâ; según Michel Valsan: “Se trata seguramente de los misterios del complementarismo y de compensación entre Eva y María, como entre Adán y Jesús, y también entre Jesús y Eva así como entre María y Adán. Es una cuestión muy compleja de la que habla en diversas ocasiones el Cheikh al-Akbar y que no puede ser expuesta en una simple nota. Pero parece también que se trate de la cuestión del soporte cósmico de los descensos y de los nacimientos celestes, y de manera más general, de las funciones de realización descendente; en otros pasajes de este Prefacio hay en efecto algunas incidencias de esta idea.” (cf. L’investiture du cheikh al-akbar au centre suprême; Etudes Traditionnelles, 1953).
26 - Ibn Arabî dedica los capítulos 20, 36 y 37 de las futuhât a los santos musulmanes que heredan el estado espiritual de Jesús. En el capítulo 37 consagrado a los Polos crísticos y a sus secretos, dice: “Mencionemos en este capítulo algunos de sus secretos. Cuando quieren transmitir un de sus estados espirituales (hâl) entre los que dirigen, a un individuo predispuesto a recibirlos, sea por desvelamiento sea por información divina, tocan a esa persona, o bien lo enlazan, lo abrazan, del dan uno de sus vestidos, o le dicente: “tiende tu vestido”, y ponen sobre él lo que quieren transmitirle según la medida fijada, mientras que los que están presenten no les ven más que agitar los brazos al aire. A continuación le dicen: “pliega los lados de tu vestido y ponlos sobre tu pecho”, o:”¡póntelo”, según el estado espiritual que quieren transmitirle. Sea el que sea el método utilizado, el estado se transmite inmediatamente a la persona elegida… Uno de sus secretos es que se expresan con elocuencia y saben el carácter inimitable del Corán, pese a que no se sabe que hayan adquirido el dominio de la lengua árabe por medios habituales como la lectura de obras literarias. Se trata en su caso de dones divinos, recibidos por un medio especial, que reconocen intuitivamente [lit.: “en ellos mismos (min nufûsihim)”] cuando expresan verbalmente los aspectos ocultos de las verdades espirituales (haqâ’iq) que llevan en sí, pues son iletrados (ummiyyûn). Son excelsos en el arte de las miniaturas pese a ser gen corriente. Dicen cosas que normalmente deberían superar su capacidad (de comprensión) cuando se trata de no árabes; y si lo son, lo son por linaje pero no por la lengua. Se reconoce pues el carácter maravilloso (de sus palabras)… Conocen las substancias naturales (al-tabâ’i’), su composición y su disolución, y los beneficios de las plantas medicinales, y ello por desvelamiento… Poseen también la ciencia de las dos producciones (nash’atân) en este mundo: la producción natural y la producción espiritual, y su origen (açl), y (la ciencia correspondiente) de las dos producciones natural y espiritual en el otro mundo con su origen, así como la ciencia de las dos producciones: la de este mundo y la del otro mundo. Se trata (en total) de seis ciencias cuyo conocimiento es indispensable. Otro de sus secretos es que aquel de entre ellos que realiza plenamente esa estación recibe seiscientas fuerzas divinas que hereda del abuelo más cercano de su padre [es decir de Gabriel que posee seiscientas alas y otras tantas fuerzas]. Utiliza estas fuerzas según sus especificidades, ocultándolas o manifestándolas a voluntad, aunque ocultarlas es más meritorio. El grado de servidor perfecto (‘ubûda) de estas fuerzas solamente saca el apoyo para ejecutar las órdenes de su Señor, para fortalecer el estatuto del estado de servidor (‘ubûdiyya). Cualquier fuerza que haga salir voluntariamente (el servidor) de este marco, no es conveniente para los hombres de Allâh. No rivalizan con el Señor de la fuerza, el Invencible. Allâh no les ha pedido que busquen Su ayuda más que para que Le adoren, y no para que aparezcan como reyes y señores, como pretenden un grupo (tâ’ifa) de Gentes del Libro que toman a Jesús como Señor, diciendo :”¡Muhammad nos pide que lo adoremos como hemos adorado (‘abadnâ) a Jesús!” Entonces Allâh reveló: “Dí: ¡Oh, Gente del Libro! Convenid con nosotros un principio aceptable a ambas partes: que no adoraremos sino a Dios y no atribuiremos divinidad a nada distinto de Dios y no tomaremos por señores a seres humanos en vez de Dios. Y si se apartan, decid:”Sed testigos de que nosotros nos sometemos a Él” [Cor., III, 64]. Otro de sus secretos es que en sus ascensiones espirituales (ma’ârij) no sobrepasan, relativamente a su padre (Jesús), el segundo cielo; salvo si se orientan hacia el abuelo más próximo (Gabriel), en cuyo caso alguno de ellos pueden finalmente llegar el Azufaifo del límite. Es el grado donde terminan las obras de los servidores, y que no franquean; y es a partí de ahí que Allâh les acepta. Es el lugar intermedio (barzakh) (donde permanecen) hasta del día de la resurrección cuando muere el autor de esas obras”.
27 waçî: “que manda o prescribe alguna cosa”, de waçâ: juntar, unir una cosa a otra” (dict. Kasimirski); de ahí: “mandatario, ejecutor testamentario”, designa aquí a los afiliados a la espiritualidad crística.
28 - Los afrâd (lit.: “los solitarios) son la más alta categoría de los iniciados en el esoterismo islámico. No dependen de ninguna autoridad humana y reciben directamente el puro conocimiento espiritual (‘ilm ladunnî) por inspiración divina; por su especial relación con Khidr, que es uno de ellos (o su jefe, según una indicación de R. Guénon), representan la tradición primordial y universal [cf. especialmente la presentación de los afrâd Chodkiewicz, Le sceau des saints, cap VII (Paris, 1986)m según los capítulos 30, 31, 32 y 73 de las futûhât, y las indicaciones de R. Guénon (reunidas en los apéndices de la compilación póstuma Iniciación y realización espiritual, 1952]. Podemos señalar por otra parte (pese a que los monjes cristianos, llamados en Islam ruhbân, sg, râhib, no sean necesariamente afrâd) que la palabra fard (“solo, solitario, impar”) aplicado a una persona, es equivalente al griego monos que tiene el mismo sentido y de donde deriva la palabra “monje”.
29 - Este pasaje retoma directamente las expresiones del versículo coránico que presentando el Khidr (Cor. XVIII, 65), descrito como “uno de nuestros servidores, al que hemos dado una gracia Nuestra (rahma min ‘indinâ), y le habíamos impartido un conocimiento (procedente) de Nosotros (‘allamnahu min ladunnâ ‘ilma”.
30 - El término ‘îssawî, formado sobre el nombre islámico de Jesús: Îssâ, designa aquí un espiritual de tipo crístico, siendo habitualmente designados los cristianos designados en Islam (y en el Corán) por el nombre colectivo naçârâ (lit.: “narareanos”), o también com “seguidores del Mesías (massîhîyyûn).
31 - Las palabras shar’ sharî’a designan normalmente a la tradición islámica (están entonces en la forma definida: al-shar’ o más a menudo al-sharî’a), pero shar’ (sobretodo el plural: sharâ’i’) puede aplicarse a una tradición en general (como es el caso aquí en el que Ibn Arabi emplea shar’ indiferentemente para las tradiciones islámica y cristiana), siendo la significación del nombre shar’ más general que la del nombre sharî’a que concierne más bien al aspecto ritual, institucional y legislativo de la tradición (estando entonces normalmente opuesto a haqîqa).
32 -Nadla Ibn Mu’âwiya al-Ançârî  es un compañero del profeta Muhammad, miembro de la expedición dirigida por Sa’d Ibn Abû Waqqâç, en la región de Huilwân, antes citada. El relato de su encuentro con el monje Zurayb está en el capítulo 36 de las futûhât (cf. la traducción de A. Penot, Les révélations de La Mecqe, Paris, 2009).
33 - Cor. II, 286
34 - La orden del Temple es una orden religiosa y militar surgida de la caballería cristiana de la Edad Media, cuyos miembros eran llamados Templarios. Esta orden fue fundada en 1119 y duró dos siglos antes de ser destruida por el rey de Francia, Felipe el Hermoso, con la complicidad del papa Clemente V entre 1312 y 1314 tras un proceso de herejía. A propósito de los Templarios, René Guénon escribe: “Por otra parte, se puede comprender, en estas condiciones, que la destrucción de la orden del Temple haya implicado para Occidente la ruptura de las relaciones regulares con el “Centro del Mundo”; y es al siglo XIV al que hay que hacer remontar la desviación que debía inevitablemente resultar de esa ruptura, y que ha llegado, acentuándose gradualmente, hasta nuestra época. No se puede decir sin embargo que todos los lazos se hayan roto de un solo golpe; durante bastante tiempo, pudieron mantenerse en cierta medida, pero solamente de manera oculta, por medio de organizaciones como la de la Fede Santa o de los “Fieles de Amor”, como la “Massenie del Santo Grial” y seguramente muchas otras, herederas todas del espíritu de la orden del Temple, y ligadas en su mayoría al mismo por una filiación más o menos directa. Los que conservaron vivo este espíritu y que inspiraron estas organizaciones sin jamás constituirse a sí mismos como agrupación definida, fueron los que se llamaron, con un nombre esencialmente simbólico, los Rosa-Cruz; pero llegó un día en que estos Rosa-Cruz debieron abandonar Occidente, cuyas condiciones habían devenido tales que su acción no podían ya ejercerse, y, se dice, se retiraron entonces a Asia, reabsorbidos en cierta forma hacia el Centro supremo de los que eran como una emanación. Para el mundo occidental, no hay ya “Tierra Santa” a proteger, ya que el camino que a ella conduces se ha completamente perdido desde entonces; ¿Cuánto tiempo durará esta situación, y se puede esperar que la comunicación pueda restablecerse pronto o tarde? No es una pregunta a la que nos corresponda dar respuesta; aparte que no queremos arriesgar ninguna predicción, la solución no depende más que del propio Occidente, pues es retornando a condiciones normales y reencontrando el espíritu de su propia tradición, si tiene aún en él la posibilidad, que podría ver abrirse de nuevo la vía que conduce al “Centro del Mundo”  (Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, cap. XI, Los guardianes de la tierra santa).
35 Siddîq (forma intensiva de çâdiq: “sincero, verídico” y término coránico) es un epíteto de Abû Bakr, compañero muy cercano del profeta Muhammad y primer califa tras él, conocido por su fidelidad y la sinceridad de su adhesión al Islam. Designa a los iniciados musulmanes que, como él, alcanzan un elevado grado de realización caracterizado por la pureza (ikhlâç) y la firmeza en el reconocimiento intuitivo (imân) del tawhîd. La estación (maqâm) correspondiente, situada por encima de la profecía legisladora (nubuwwa al-tashrî’) muhammadiana, es denominada ciddîqiyya. Según Ibn Arabî, la “estación de la proximidad (maqâm al-qurba)” , que es el grado de realización de los afrâd, es superior a la ciddîqiyya (cf. M. Chodkiewicz, Le sceau des santi, op.cit.).
36 - Cf. la epístola de Çafî al- Din Ibn Abû al-Mançûr (traducción de Denis Gril, La risâla de Çafî al-Dîn Ibn Abî-l-Mançûr Zâfir, El Cairo, 1986), que en su nota sobre el sheikh Abû al-Hajjâj Yusûf al-Mughâwir, dice lo siguiente: «Entre ellos, el sheikh único, incomparable, Abû al-Hajjâj Yusûf al-Mughâwir, originario de Córdoba, discípulo de diversos santos personajes de al-Andalus, en Sevilla… me contó la siguiente aventura: pasé varios años bien en expediciones militares bien en peregrinaciones. Penetré en el país de los infieles para ejecutar ciertas misiones que me habían encargado. A voluntad yo podía hacerme invisible o dejarme ver. Así pues, recibí una orden verdadera procedente del Verdadero (al-haqq) para ir al país de los infieles para encontrarme con un hombre verídico (çiddîq). Entré en territorio enemigo y no tardé en caer prisionero. El que me capturó se alegró, me ató y me condujo al mercado para venderme. Esta era la vía que la orden me decía que debía seguir. Un notable me compró para ponerme al servicio de una iglesia. Servía en ella desde varios días cuando trajeron una gran cantidad de tapices, incensarios y perfumes. Pregunté la razón de ello y me dijeron que el rey tenía por costumbre visitar la iglesia una vez al año, que ese momento había llegado y que preparaban la iglesia para recibirle. Añadieron que se le dejaba a solas para adorar Allâh. Cuando cerraron la iglesia, permanecí en ella haciéndome invisible. El rey llegó, le abrieron la iglesia donde entró solo, cerrando la puerta tras él. Recorrió la iglesia para asegurarse que no había nadie. Yo le miraba pero él no podía verme. Tranquilizado, fue hacia el altar, se giró en dirección a la Meca y pronunció el takbîr. Entonces oí en mí una voz que decía: “he aquí a quien debes encontrar”. Permanecí tras el hasta que hubo terminado su plegaria. Se giró, y al verme preguntó: “¿Quién eres tú?” – Un musulmán como tú, le dije. - ¿Qué es lo que te trae aquí?- Tú, le contesté”. Se acercó a mí y me interrogó. Le expliqué que había recibido la orden de encontrarle, el camino que tuve que seguir para conseguirlo, como me habían apresado y puesto al servicio de la iglesia. Se alegró y nos hablamos de nuestros respectivos desvelamientos. Comprobé que era un “verídico” de un muy alto nivel. Le pregunté: “¿Cómo te sientes en medio de todos estos infieles, cuando interiormente no tienes nada en común con ellos?”. Me respondió: “¡Oh Abû al-Hajjâj!, saco de ello ventajas que no conseguiría si viviera entre musulmanes. Mi afirmación de la unidad divina, mi sumisión a Allâh, mis obras están consagradas únicamente a Allâh, sin mezcla alguna puesto que nadie tiene conocimiento de ello. Mi alimento es lícito pues tiene el estatuto de una toma de guerra (fay’). Sirvo más a los musulmanes que si fuera el mayor de sus reyes, ya que tengo el poder de protegerlos de los infieles, muchos de los cuales hago ejecutar y a los que arruino la situación. Te mostraré como actúo al respecto. Nos despedimos y, a petición suya, me hice invisible. El rey salió y se sentó delante de la iglesia, de la que pidió la presencia de sus responsables. Le presentaron al obispo, al diácono, al monje, al responsable de obras pías, al administrador de las tierras consagradas a la iglesia. El rey preguntó quién servía a la iglesia y le señalaron al que me había comprado diciendo que había dedicado a un cautivo al servicio de la iglesia. Entró entonces en una cólera terrible y exclamó: “¡Vuestro orgullo os impide servir a la mansión del Señor y dedicáis  uno que no es de vuestra religión, un ser impuro, a su servicio!” Los mandó decapitar a todos con el pretexto de cuidar celosamente a la iglesia. Luego me llamó, reaparecí y me condujeron ante él:- He aquí el que a consentido servir a la iglesia que aquellos, en su orgullo, han descuidado, se exclamó. Que se le trate bien, respetado y recompensado y que se le entregue una montura para regresar a su país con los suyos”. Y así marché de allí…».
37 - Ibn Battûta relata en su Viaje: «Tras doblar esta isla (la región de Goa) que dejamos a nuestra espalda, echamos el ancla cerca de una pequeña isla cercana del continente, donde había un templo con un jardín y un estanque con agua. Había allí un yogui (más exactamente un sadhu). Cuando llegamos a ese sitio, encontramos al yogui apoyado en el muro de un bodkhânah, es decir un templo de ídolos. Estaba entre dos de esos ídolos y mostraba señales de mortificación. Le dirigimos la palabra pero él no nos respondió. Miramos para ver si había junto a él algún alimento, y no vimos nada. Mientras hacíamos esto, profirió un gran grito y al acto cayó ante él una nuez de coco; la tomó y nos la mostró. Sorprendidos, le ofrecimos monedas de oro y de plata, que no aceptó. Le trajimos provisiones que también rehusó. Tendido ante él había un abrigo de lana de camello. Giré la prenda en mis manos, y él me la entregó. Yo tenía un rosario de conchas que tomó en sus manos para examinarlo y que le dí. Lo frotó entre sus dedos, lo olió, lo besó, mostrando el cielo y luego la dirección de la quibla. A diferencia de mis compañeros, comprendí que con estos signos nos indicaba que era musulmán, y que escondía su religión a los habitantes de la isla. Se alimentaba con nueces de cocotero. Cuando nos despedimos de él, besé su mano, cosa que mis compañeros desaprobaron. Al ver su desaprobación me tomó la mano, la besó con una sonrisa y nos hizo señal de que nos fuéramos. Nos retiramos pues, siendo yo el último en hacerlo. El yogui me sujetó por el vestido, me giré hacia él y me dio diez monedas de oro. Cuando estuvimos más lejos, mis compañeros me preguntaron: “¿Por qué te ha retenido?”. Les contesté: “Me ha dado estas monedas de oro”. Entregué tres monedas a Zâhîr y otras tantas a Sunbûl, diciéndoles: “Este hombre es musulmán. ¿No habéis visto como ha señalado el cielo indicando que conoce a Allâh, y la dirección de La Meca, indicando así que conoce al Enviado? Lo confirma el hecho que se haya quedado con el  rosario”. Tras esta conversación, volvieron los dos hacia él, pero no lo encontraron. Así que, al punto  abandonamos el lugar». [Ibn Battûta, al-rihla, III (según la traducción francesa de Defremery y Sanguinetti, 1858)].
38 - C. René Guénon: El esoterismo de Dante, y Jean Reyor: Quelques considérations sur l’ésotérisme chrétien (Etudes Traditionnelles, 1952).
39 - Según René Guénon: «Queremos hablar del esoterismo con todo lo que implica y se resulta de él en materia de conocimiento derivado, constituyendo ciencias totalmente diferentes de las conocidas por los modernos. En realidad, Europa no tiene hoy en días nada que pueda recordar de estas ciencias, lo que es más, Occidente lo ignora todo acerca de los conocimientos verdaderos como el esoterismo y sus análogos, mientras que en la Edad Media era completamente distinto; y en este dominio también, la influencia islámica en esta época aparece del modo más luminoso y más evidente. Por otra parte, es muy fácil notar las huellas en obras de sentidos múltiples y cuyo fin real era completamente distinto al literario. Algunos europeos han comenzado a descubrir ellos mismos algo así, especialmente por el estudio que han hecho de los poemas de Dante, pero sin llegar, no obstante a la comprensión perfecta de su verdadera naturaleza. Hace algunos años, un orientalista español, Don Miguel Asín Palacios, escribió una obra sobre las influencias musulmanas en la obra de Dante y demostró que muchos símbolos y expresiones empleadas por el poeta habían sido empleadas antes de él por esoteristas musulmanes y, en particular, por Sidi Mohyddin-ibn-Arabi. Desgraciadamente, las observaciones de este erudito no han hecho ver la importancia de los símbolos empleados. Un escritor italiano muerto recientemente, Luigi Valli, estudió un poco más profundamente la obra de Dante y concluyó que él no fue el único en emplear los procedimientos simbólicos utilizados en la poesía esotérica persa y árabe; en el país de Dante y entre sus contemporáneos, todos estos poetas era miembros de una organización de carácter secreto llamada “Fieles de Amor” de la que el propio Dante era uno de los jefes. Pero cuando Luigi Valli trató de penetrar el sentido de su “lenguaje secreto” le fue imposible a él también reconocer el verdadero carácter de esta organización o de las demás de la misma naturaleza constituidas en Europa en la Edad Media. La verdad es que ciertas personalidades desconocidas se encontraban detrás  de estas asociaciones y las inspiraban; eran conocidas con diferentes nombres, el más importante de los cuales era el de “Hermanos de la Rosa Cruz”. Por otra parte, éstos no tenían reglas escritas y no constituían una sociedad y tampoco tenían reuniones determinadas y todo lo que se puede decir es que habían alcanzado cierto estado espiritual que nos autoriza a llamarles “sufíes” europeos o al menos “mutaçawwufîn” que habían llegado a un alto grado en esta jerarquía. Se dice también que estos “Hermanos de la Rosa Cruz” que utilizaban como “cubierta” estos gremios de constructores de los que hemos hablado, enseñaban la alquimia y otras ciencias idénticas a las que estaban entonces en pleno florecimiento en el mundo del Islam. A decir verdad, formaban un eslabón de la cadena que unía Oriente con Occidente y establecían un contacto permanente con los sufíes musulmanes, contacto simbolizado por los viajes atribuidos a su fundador legendario.» (René Guénon, Influencia de la civilización islámica en Occidente, retomado en la compilación: Esoterismo islámico y taoísmo, y publicado inicialmente en la revista egipcia al-ma’rifa); ver también sobre los Rosa-Cruz, René Guénon, Apreciaciones sobre la iniciación, cap. XXXVIII.
40 - Esta guerra sanguinaria y desastrosa, cuyas causas secundarias son las rivalidades entre príncipes alemanes católicos y protestantes, y que implicó a las principales potencias europeas de la época (Alemania, España, Francia, Dinamarca, Suecia), condujo a la ruina de Alemania y al desmantelamiento de Sacro Imperio Germánico, heredero del imperio carolingio. Termina con los tratados de Westfalia que, substituyendo con los modernos estados-nación la organización del poder temporal en la cristiandad medieval, pueden ser considerados, como señala R. Guénon (cf.  El Rey del mundo, cap. VIII), como lo que marca “la ruptura completa” de las relaciones entre el Oriente tradicional y Occidente.
41 El simbolismo de la cruz, cap. III, nota 2: «Cuando el hombre, en el ‘grado universal’, se exalta hacia lo sublime, cuando surgen en él los otros grados (estados no humanos) en perfecta expansión, es el “’Hombre Universal’. La exaltación así como la amplitud han alcanzado su plenitud en el Profeta (que es así idéntico al ‘Hombre Universal’) (Epístola sobre la Manifestación del Profeta, por el Sheikh Mohammed ibn Fadlallah El-Hindi). – Esto permite comprender la frase pronunciada, hace unos veinte años, por un personaje que ocupaba en el Islam en ese momento, un rango muy elevado incluso desde el simple punto de vista exotérico: “Si los Cristianos tienen el signo de la cruz, los Musulmanes tienen la doctrina”. Añadiremos que, en el nivel esotérico, la relación del “Hombre Universal” con el Verbo por una parte y con el Profeta por otra, impide, en cuanto el fondo mismo de la doctrina, toda divergencia real entre el Cristianismo y el Islam, entendidos uno y otro en su verdadera significación. – Al parecer el concepto del Vohu-Mana, en los antiguos Persas, correspondería también al de “Hombre Universal”».
 42Ibidem, Prólogo.
 43 - La significación cosmológica del simbolismo de la cruz no es, sin embargo, desconocida por la teología cristiana. Particularmente, es mencionada por Gregorio de Nysse (Catecismos, 32), según la indicación de las cuatro direcciones en la Epístola a los efesios (3, 18).
 44 - Cf. Apreciaciones sobre la iniciación, cap. XL: “Ese enderezamiento deberá por otra parte ser preparado, incluso visiblemente, antes del ciclo actual; pero no podrá serlo más que por aquel que, uniendo en él las potencias del Cielo y de la Tierra, las del Oriente y Occidente, manifestará hacia afuera, en el dominio del conocimiento y de la acción a la vez, el doble poder sacerdotal y real conservado a través de las edades, por los ocultos poseedores de la Tradición primordial. Por otra parte sería vano el querer buscar desde ahora saber cuándo y  cómo se producirá tal manifestación, y sin duda será muy diferente de todo lo que podría imaginarse sobre ese tema; los “misterios del Polo” (al-assrâr-al-qutbâniyah) seguramente están bien guardados, y hasta que no se cumpla el tiempo fijado.