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martes, 1 de febrero de 2011

LA CIENCIA DE LAS LETRAS EN 'IBN 'ARABI Y RENÉ GUÉNON (y II), por Abdelbaki Meftah.

PROFETOLOGÍA Y CIENCIA DE LAS LETRAS

Las letras mentales: de Adán a Salomón

En la profetología akbariana, toda ciencia está ligada a un profeta en particular. Las ciencias relativas a las letras mentales se relacionan, como hemos dicho, con Adán; tuvieron su plenitud exterior con el profeta Salomón. Ibn ‘Arabi indica que de las tres categorías, estas letras mentales producen, cuando son evocadas mediante la concentración, los efectos más directos y más eficaces (35). Es gracias a una de sus aplicaciones que el ministro de Salomón  pudo, en un abrir y cerrar de ojos, poner ante Salomón, en Palestina, el trono de la reina “Balkis” del Yemen. Salomón encarnaba el Poder Real activo de este lenguaje espiritual, de manera que todos los elementos de la naturaleza y del mundo se sometían espontáneamente a su orden. Es por ello que dice el Corán: « Y Salomón fue verdaderamente heredero de David; y decía: “¡Oh gentes! Nos ha sido enseñado el lenguaje de los pájaros y se nos ha dado en abundancia de todo...”» (Corán, XXVII, 16)(36)


Las letras pronunciadas: De Seth a David y Jesús

 Por lo que hace a las ciencias relativas a la categoría de las letras pronunciadas, éstas se vinculan al profeta Seth, hijo y heredero de Adán. Se remontan pues al inicio del ciclo terrestre de la actual humanidad; tuvieron su expansión con el rey Profeta David, como indica este versículo: «En verdad, agraciamos a David con Nuestro favor: “¡Oh montañas! ¡Entonad alabanzas a Dios junto a él! ¡Y también vosotras, las aves”» (Corán, XXXIV, 10). La ciencia de estas letras tuvieron su plenitud en la persona de Jesucristo, que es, según el Corán, “el Verbo de Allah” (kalimatu Allah) y cuyo cuerpo fue sembrado en el seno de Santa María por el soplo del Espíritu Santo, el Ángel Gabriel. Con su aliento resucitaba a los muertos y daba vida a pájaros de arcilla. Así, Jesús se identifica con el Aliento divino existenciador de los seres y de las letras, y representa la conjunción perfecta entre la ciencia de las letras y la ciencia de los Santos, él, que para Ibn ‘Arabi, es el “sello de la Santidad Universal” (37). 

Al respecto, resumo lo escrito por M. Chodkiewicz:  «Pues, como indica el capítulo 20 de las Futûhât, la ciencia de las letras es una ciencia crística; la insistencia con la que el Cheik al-Akbar señala su importancia y el lugar que le otorga desde el principio de su obra, presentándola como la llave de todo lo que seguirá, debe ponerse sin duda en relación con la función escatológica de Jesús.En la proximidad de su segunda venida, la ciencia que le es propia detenta más que nunca un privilegio particular de revelación de los misterios (...), entre las ideas maestras de la cosmología akbariana: la idea de la vida universal; desde esta certeza fruto de una percepción inmediata de la realidad y no de un concepto elaborado por reflexión, Ibn ‘Arabi afirma en el capítulo 2 de las Futûhât que las letras constituyen también una “comunidad” (umma), que tienen también sus enviados (rasul), su ley (sharia), que en ella se distingue también lo “común” (âmma), la élite y la élite de la élite, igual que en las sociedades humanas. En otro capítulo, las letras son definidas como de naturaleza angélica (38). Cuando habla de la letra “dâl” o de la “jim” o de la predominancia en ellas de tal cualidad, de tal temperamento, lo que está describiendo son seres y no signos abstractos.
Ibn ‘Arabi afirma a menudo que el universo es un libro, un “gran Corán”; en reciprocidad, el libro es un universo; hablar de uno es hablar del otro. Entre estos dos universos, o entre estos dos libros, hay un intermediario: el hombre. Se trata, naturalmente, del “Insan al-Kamil”, el Hombre Perfecto o en busca de perfección. Él es el hermano del Corán (39) y es también, “‘âlam saghir”, “pequeño mundo” o microcosmos. Es a él a quien se dirige el discurso divino bajo esta doble forma. Es a él a quien corresponde descifrarlo, de ser a la vez intérprete del Corán e intérprete del mundo creado, el que les da sentido. De ahí, la imbricación de las dos hermenéuticas, la de las letras del Corán, de sus palabras y versículos, y la del universo, como subraya el paralelismo entre las 28 letras árabes y los 28 grados de la cosmología akbariana» (40).


Las letras escritas: de Idris a Moisés

 ¿Quiénes son los profetas ligados a las ciencias de las letras escritas? El primero de ellos es el que Ibn ‘Arabi designa como “Mudâwi l-Kûlûm”, “el que cura las heridas”; pero es también el polo del “reino de los soplos” (‘Alam al-anfas)(41), alusión al mundo de las letras. Las ciencias que les están atribuidas son las ciencias cosmológicas, sobre todo la alquimia en sus distintos niveles: físico, psíquico y espiritual, la medicina en los mismos niveles, y la astrología; se trata aquí de Hermes, o mejor dicho del primero de los tres Hermes que distingue la tradición islámica, el que se identifica con Henoc, es decir el profeta antediluviano Idris. Todas estas ciencias se relacionan o derivan de su conocimiento de las letras. Una tradición profética indica que fue el primero de los hijos de Adán en escribir mediante el “cálamo” (42). El primer influjo espiritual del Cálamo superior fue para él, dice Ibn ‘Arabi (43). Ver los tres artículos de R. Guénon incluidos en “Formas tradicionales y ciclos cósmicos”, titulados “La tradición hermética”, “Hermes” y “La tumba de Hermes”. En este último, Guénon señala que las tres pirámides de Egipto pudieron constituir una “fijación” de las ciencias tradicionales relacionadas, respectivamente, con Adán, Seth e Idris: “cuya ciencia está verdaderamente oculta  en la Gran Pirámide, pero porque se encuentra incluida en su estructura misma, en su disposición exterior e interior y en sus proporciones; y todo lo que de válido puede haber en los “descubrimientos” que a este respecto han hecho o creído hacer los modernos no representa en suma más que unos cuantos fragmentos ínfimos de esa antigua ciencia tradicional”. En esta frase, R. Guénon alude a lo que puede llamarse “escritura arquitectural”.

 Ibn ‘Arabi afirma también que Idris es el polo del centro supremo de la jerarquía de los santos. Este centro está ocupado por los 4 profetas preservados vivos en este mundo: Idris y Jesús respectivamente en los 3º y 2ª cielos. Y Elías y Khadir en tierra (44).
 Las letras escritas y las ciencias que de ellas derivan tuvieron su plenitud con Moisés, que recibió la Thorah escrita por la mano de Dios sobre las tablas: “Y le prescribimos en las tablas (de la ley) toda clase de advertencias, exponiendo todo con claridad” (Corán, VII, 145).

 El origen divino de las dos lenguas hermanas, el hebreo y el árabe, implica similitudes entre ambas. Como escribe M. Chodkiewicz : «Los principios de la ciencia de las letras, comunes a las tradiciones semíticas y las convergencias entre la cábala hebráica y el “il al-hurûf”, son fáciles de encontrar en la literatura islámica en general o en las Futûhât en particular. Es el caso, por ejemplo, de las correspondencias entre letras y elementos (45) que encontramos ya en el “Sepher Yetsira”, y que parece por otra parte, participar de una noción muy antigua y ampliamente extendida (en Lucrecio, la palabra latina “elementa” designa las letras del alfabeto). Hay un hecho que merece nuestra atención: Es en España, donde Ibn ‘Arabi pasó su juventud, donde aparece hacia el 1200, el Zohar, uno de los textos fundamentales de la Cábala. Sea quien fuera su verdadero autor –o, más bien redactor-, el Zohar no es un vulgar pseudoepígrafe y ofrece una enseñanza iniciática de la que Moisés de León no es el inventor y que, mucho antes de que pusiera en circulación estas obras, tiene numerosos representantes en el mundo ibérico. Podemos pues preguntarnos, como lo hace R.W.J. Austin (46), si Ibn ‘Arabi, que vivía en un país donde judíos y musulmanes se frecuentaban, tuvo directamente acceso a esta enseñanza durante el período andalusí de su existencia. Un diálogo que cita, entre un “doctor” de los “isrâiliyyin” y él mismo, muestra que sabía que la Thora empieza por la letra “beth” igual que el Corán por la letra “ba” que es su equivalente en el alfabeto árabe... (47) Más allá de las discusiones sobre la filiación histórica de tal o cual punto de la doctrina, o del complejo juego de influencias recíprocas, podemos constatar la coincidencia en el espacio y en el tiempo de manifestaciones mayores del esoterismo islámico y del esoterismo judío, y meditar su significación en la economía espiritual de este “último tercio de la noche” que precede el próximo amanecer del Día eterno» (48).

 También R. Guénon ha señalado la posición de la letra “ba” en los tres libros sagrados: “Es también por ello que la “ba” o su equivalente, es la letra inicial de los Libros Sagrados: La Torah empieza con “Bereshith”, el Corán por “Bismi’Llah” y, aunque actualmente no tengamos el texto del Evangelio en una lengua sagrada, podemos al menos notar que la primera palabra del Evangelio de San Juan, en hebreo, sería también Bereshith” (49).


Las palabras totalizadoras del Sello de los Profetas

 Desde el punto de vista islámico, por lo tanto del de Ibn ‘Arabi, la síntesis totalizadora de las tres categorías de letras y de las ciencias que de ellas derivan, encuentra su perfección última en el Sello de los Profetas y su lengua árabe coránica, la del Hombre Universal (el-Insan el-Kamil), Muhammad; él mismo se proclama poseedor de esta totalidad, diciendo: “he recibido las palabras totalizadoras” (jawâmi’a al-kalim), lo que en este contexto concreto se prodría traducir por “he recibido el poder de reúnir las palabras” (50), lo cual tiene relación directa con el sentido de este otro hadiz: “el que me ve, ve la Verdadera Realidad” (man raanî faqad raa el-Haqq) (51). Comentando este hadith, René Guénon escribe: «Este es, en efecto, el misterio de la manifestación “profética”; y sabemos que, según la tradición hebráica igualmente, Metatron es el agente de las “teofanías” y el principio mismo de la profecía  (52), lo que, expresado en lenguaje islámico, equivale a decir que no hay otro más que “Er-Rûh (el espíritu) al-muhammadiya”, en el que todos los profetas y enviados no son más que uno, y que tiene, en el “mundo de abajo”, su expresión última en aquél que es su “sello” (khâtim al anbiâi wa’al-mursalin), es decir que les reúne en una síntesis final que es el reflejo de su unidad principial en el “mundo de arriba” (donde es “awal khalqi’llah: la primera criatura de Allah, lo que es lo último en el orden manifestado siendo analógicamente lo primero en el orden principial), y que es así el “Señor de los primeros y de los últimos”. Es así, y sólo así, que puede comprenderse realmente, en un sentido profundo, todos los nombres y títulos del Profeta, que son en definitiva, los mismos del “Hombre Universal”, totalizando finalmente en él todos los grados de la Existencia, como los contenía todos en él desde el principio» (53).

 La ciencia totalizadora muhammadiana se ha transmitido a través de las cadenas iniciáticas (silsilah) ininterrumpidas de las vías sufíes, y su modalidad de ciencia de las letras fue particulamente detentada, en los inicios del Islam, por los imames de la familia del Profeta, sobre todo por el primero de ellos, “Seydina ‘Alí”, yerno y primo del Profeta, y más tarde por el quinto y el sexto imames,  Mohammad el-Bakir y su hijo Jaâfar Sadiq (m. 148h / 765), el maestro del célebre alquimista Jabir ibn Hayyen, y conoció su apogeo desde el punto de vista metafísico con Ibn ‘Arabi.


LAS LETRAS. FUNDAMENTO DEL REINO DE LA SANTIDAD (WILAYA)

 La relación entre la profetología y la ciencia de las letras implica relaciones de éstas con el reino de la santidad.
 En varios de sus escritos, Ibn ‘Arabi indica que cada santo es el heredero de un profeta: “Si eres un wâli, eres el heredero de un profeta, y nada te llega a ti más que en proporción a tu parte de esta herencia; y si has heredado una ciencia de Moisés o de Jesús, o de alguno de los otros profetas que hubo entre éstos, en realidad no has heredado más que de una ciencia Muhammadiana” (54).

 Por otra parte, indica que el número de santos, sumando todas las categorías, es permanentemente por lo menos igual al de los profetas que se han sucedido a lo largo del ciclo humano, es decir – según un hadith- ciento-veinticuatro mil, de los cuales 314 enviados divinos. Si es superior a esta cifra, es que la herencia de tal o cual de estos profetas se ha repartido entre varios santos (awliyâ) (55). La heredad del santo de su modelo profético marca de un concreto carácter su estación y sus estados espirituales, sus carismas y su comportamiento. Ibn ‘Arabi expone detalladamente lo que caracteriza cada una de las clases de la jerarquía de los santos en el largo capítulo 73 de las “Futûhat”, que se abre con un poema de 28 versos, alusión a las 28 letras. Globalmente, se distinguen dos grandes categorías:

 - La primera está constituida por 35 clases que agrupan a 589 personajes que se renuevan en cada época, y cada una de estas clases es ocupada por un número fijo de santos.
 - La segunda categoría se compone de otras clases, cuyo número de santos varía según las épocas.

 Pero toda esta estructura jerárquica está basada en los misterios de los números y de las letras. En efecto, Ibn ‘Arabi señala dos principios que muestran la función esencial de los números en todas las cosas y, en particular, en el reino de la santidad.
 Primer principio: el estatuto del número es anterior al de todos los otros estatutos (56). Es lo que expresa este versículo del Libro de la Sabiduría (XI, 21): “El Creador lo dispuso todo según número y medida”.
 Segundo principio: en cada época, Dios hace corresponder a cada cosa limitada por un número un número igual de hombres (santos) con los que preserva esa cosa (57). Para Ibn ‘Arabi, los números son las manifestaciones de la Unidad en sus epifanías en la multiplicidad ilimitada, en otras palabras, la epifanía del Absoluto Infinito Único y Trascendente en sus múltiples manifestaciones condicionadas. Los números representan las relaciones que ligan a los seres entre ellos y la armonía universal donde se reflejan las luces de la belleza y de la majestad de las perfecciones divinas. Según sus especificidades, cada número posee una función existencial. Estas funciones son las manifestaciones del Poder divino en las presencias de su Sabiduría, o de su Sabiduría en las teofanías de su Poder eterno, y dado que los receptáculos más perfectos para estas manifestaciones y teofanías son los santos, en consecuencia el reino de la santidad está basado en una constitución numérica de una minuciosidad y de una sabiduría perfectas. Cada uno de los números antes citados, 124.000 profetas, 314 enviados divinos, 35 clases incluyendo 589 personas... etc, es la expresión de realidades metafísicas, iniciáticas y cosmológicas.

 Y, como hemos dicho, a cada número corresponde una o varias letras (58). Así pues, la significación de las palabras y las cualidades de las letras que las componen representan el aspecto cualitativo que encuentra su expresión en un soporte cuantitativo, que es el valor numérico de estas letras y palabras.
 Al respecto, René Guénon escribe: “...en lenguas como el hebreo y el árabe, el significado de las palabras es inseparable del simbolismo literal, y sería imposible dar de ellas una interpretación completa en cuanto a su sentido más profundo, el que verdaderamente importa desde el punto de vista tradicional e iniciático (pues no hay que olvidar que se trata aquí esencialmente de “lenguas sagradas”), sin tener en cuenta el valor numérico de las letras que las componen; las relaciones que existen entre palabras numéricamente equivalentes y a las que a veces dan lugar son, a este respecto, un ejemplo particularmente claro. Hay, pues, en ello algo que, como decíamos al comienzo, se debe esencialmente a la constitución misma de estas lenguas, que está vinculada a ellas de una forma propiamente “orgánica”, en vez de haber venido a adjuntársele desde el exterior y tiempo después, como en el caso de la lengua griega; y como ese elemento se encuentra a la vez en el hebreo y en el árabe, puede considerarse legítimamente que proceden de la fuente común de esas dos lenguas y de las dos tradiciones que éstas expresan, es decir, lo que se puede llamar la tradición “abrahámica”(59).

 En la lengua árabe hay, para las letras, 17 calidades, y cada letras está caracterizada por cinco, seis o siete de estas 17 calidades, y para Ibn ‘Arabi, cada calidad representa un cierto número de atributos divinos. Así, las calidades y las particularidades de las letras mentales, pronunciadas y transcritas, expresan la plenitud de las perfecciones divinas que se epifanizan en el reino de la santidad. Por ello, a cada grado de la santidad le corresponden una o varias letras que actúan directamente sobre el estado espiritual y la estación iniciática de cada santo, y que les determinan: “El número de estaciones espirituales (maqâmât), escribe Ibn ‘Arabi, y los secretos de cada uno de sus nombres, están en proporción a los valores numéricos de las letras que los componen”.
 Por ejemplo, la letra que determina la función del Polo es la primera letra, el “Alif”, y la de sus dos lugartenientes son las letras “Wâw” y “Ya” (60). Estas tres letras son las que determinan las tres funciones supremas definidas en “El Rey del mundo” por René Guénon.

 El número antes citado de santos que ocupan la cima de su jerarquía, es decir 589, tiene también una relación directa con las letras, puesto que es la suma de su número 28 y de la suma de los números correspondientes a las letras de la expresión “al-nafas al-rahmani” (el Soplo del Misericordioso);

[ al-nafas :  النفس = 340 ]  + [ al-rahmani: الرحماني = 221 ]  =  561

y es esta relación orgánica la que lleva a Ibn ‘Arabi a dar al reino de la santidad el nombre de “Mundo de los soplos” (‘Alam al-anfas) (61).


CONCLUSIÓN

 ¿Cuál es, en definitiva, la finalidad de todas estas ciencias? En su libro “El fénix de occidente” (‘anqâ maghrib), Ibn ‘Arabi da respuesta a esta pregunta: “Mi objetivo, en todo lo que escribo según este arte espiritual, no es el conocimiento de lo que se manifiesta en el universo, sino solamente instruir al distraído sobre lo que constituye la esencia del ser humano. No hay en el conocimiento de lo que es exterior a tu ser (personal) ningún provecho más que el que concierne a la vía de tu liberación”.
 Aplicando esta regla a las ciencias de las letras dice, en un poema de las Futûhât (62):

“La existencia es una letra de la que tu eres el sentido; y no tengo en el universo más que a él”

 إن الوجودحرف أنت معتاه   ـ  وايس اي في آكون إلا هو

 آلحر ف معنى و معنى آلحرف ساكنه  ـ  و ماتشا هد عين غير معناه

 Comentando este verso, M. D. Gril escribe: «Si Ibn ‘Arabi afirma que “la existencia es una letra de la que tu eres el sentido”, es que “tu”, el servidor, debe identificarse a la letra y al sentido del Corán. Y este libro sale a su vez del “libro desconocido” envolvente e impenetrable como la ciencia divina. Como el Hombre Universal, el libro mira por una cara hacia lo manifestado y por la otra cara hacia lo no manifestado. En el istmo que separa estas dos caras de la realidad, las letras aseguran el paso de una a la otra, a veces para abolir la distinción, a veces para instituirla, siempre para asistir al servidor de la realidad una y múltiple..., la ciencia de las letras podría pues definirse como una metalinguística y una metafísica (...), aparece pues como el lugar y el lenguaje común de la metafísica, la cosmogonía y la cosmología, así como de la vía iniciática. Revela también la universalidad del saber de los que la detentan (...) porque permite no sólo expresar, sino también realizar el origen de la manifestación y de los seres, sea en términos pitagóricos por la relación entre las letras y los números, neoplatónicos por la procesión y los movimientos de las esferas celestes, aristotélicos y estoicos a la vez por la composición y mixtura de las naturalezas y los elementos. Así pues, esta ciencia permite más que cualquier otra la integrar en el Islam toda la herencia esotérica antigua por la intermediación de las veintiocho letras del alfabeto árabe, producto a su vez de la multiplicación de las cuatro “naturalezas” por los diversos planos de la jerarquía septenaria» (63).

(traducción: Arturo Pousa)


NOTAS:

 35- Fut.I, cap. 26, pg. 191.
 36- Ver la estación particular de Salomón, cap. 16 de los “Fusus al-Hikam”. Ver la historia de la reina “Balkis” con su trono en la sura XXVII ( An-Naml).
 37- Fut. IV, cap. 557, pg. 195.
 38- Fut. I, cap. 2, pg. 58 // Fut. II, cap. 198, pg. 448.
 39- Fut. III, cap. 366, pg.329.
 40- Sobre este paralelismo ver cap. 198. Sobre la cosmología akbariana ver también su libro “Uqlat al-mustawfiz”. Titus Burckhardt, “Clé spirituelle de l’astrologie musulmane”, Milan, 1974.
 41- Fut. I, cap. 15, pg. 152; cap. 14, pg. 151.
 42- Fut. I, cap. 67, pg. 327.
 43- Ibn ‘Arabi, “Le dévoilement des effets du voyage”. Traducido por D. Grill, Col. De l’éclat, 1994, pg. 36. Los otros dos Hermes son: el Hermes babilonio y el Hermes egipcio.
 44- Fut. II, cap. 73, pgs. 5-6; ver M. Chodkiewicz, “Le sceau des Saints”, Ed. Gallimard, 1986, pgs. 118-119.
 45- Fut. I, cap. 26, pg. 190.
 46- cf., su introducción a la traducción inglesa de los “Fusûs al Hikam”, “The bezels of wisdom”, Londres, 1980, pg. 23.
 47- Fut. I, cap. 2, pg. 83.
 48- Fut. III, cap. 346, pg. 188: “Estamos ahora en el tercer tercio de esta noche de sueño del universo. Pero la teofanía que da las gracias, las ciencias y los conocimientos perfectos bajo sus formas más completas, son las del último tercio de la noche”, I.M., pgs. 50-51.
 49- Etudes Traditionnelles, VIII-IX, 1938, pgs. 287-291.
 50- Ver comentarios de Ibn ‘Arabi a este hadiz en: Fut. I, cap.2, secc.2, pg.85 /cap. 5, pg.109 /cap.10, pg.137 /Fut. II, cap.73, pgs.58,87 /cap.216, pg. 505.
 51- Ver el sentido profundo de este hadiz en Fut. III, cap.355, pgs. 251-252.
 52- Esta identificación se muestra en la igualdad entre el número de profetas enviados según la tradición islámica, que son 314, y el número del nombre “Metraton” y del nombre “Muhammad”, considerando el nombre de sus letras:
 314 = 50 + 6 + 200 +9 + 9 =  مططرون
 314 = 35 + 90 + 90 + 8 + 90 =  ميم ، حا ، ميم ، ميم ، دال
 53- Esoterismo islámico y Taoísmo, cap. V.
 54- Fut. IV, cap.559, pg.398. Ver la noción de herencia profética en otros capítulos: I, caps. 36, 37, 69 pg.482 / II, cap.270, pgs.571-574 / III, cap.336, pgs. 135-140 /V, caps. 462 a 557, pgs.74-195 / Ver también: M. Chodkiewicz, “Le Sceau des Saints”, caps. III, IV, V.
 55- Fut. III, cap. 349, pg. 208.
 56- Fut. II, cap. 131, pg. 215.
 57- Fut. II, cap. 73, pg. 16.
 58-Véase el valor de cada letra y su significación en: Fut. I, cap. 2, pgs. 80-81.
 59- Formas tradicionales y ciclos cósmicos (Cábala y ciencia de los números).
 60- Fut. I, cap. 2, pg. 78.
 61- Fut. II, cap. 73, pgs. 6-11.
 62- Fut. II, cap. 78, pgs. 320-321.
 63- I.M., D. Gril, 385-436.