Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

lunes, 24 de enero de 2011

LA CIENCIA DE LAS LETRAS EN 'IBN 'ARABI Y RENÉ GUÉNON (I), por Abdelbaki Meftah (*)


(*) Abdelbaki Meftah, especialista en Ibn Arabi, ha publicado Mafatîh fusûs al-hikam; exprofesor de ciencias físicas de la universidad de Guemar, Argelia. Responsable de la Tariqa Belkaidia, rama de la Habrîa (shadilia-darqawia) de la misma ciudad. Agradecemos especialmente su preciosa colaboración y su amable interés por esta publicación.


INTRODUCCIÓN

En primer lugar, deseo expresar mi agradecimiento a todos cuantos han participado en la organización de esta conferencia, por haberme dado la ocasión de hablar de la ciencia de las letras que es uno de los aspectos esenciales de la doctrina sufí, explicitada por el Cheikh al-Albar Ibn ‘Arabi (1165-1240 /560-638 H.) en varias de sus obras (1), particularmente en algunos de los 560 capítulos de su inmensa y fundamental obra “Las iluminaciones de la Meca” (Al Futûhâtu al-Makkiyah) (2). La complejidad, tecnicidad, densidad y extensión, literalmente sin límites, de esta ciencia, no permiten indicar con detalle las líneas de este océano sin orillas. Solo para la explicación de sus fundamentos elementales haría falta una extensa obra. Para darnos una idea de la inmensidad de esta ciencia, Ibn ‘Arabi señala que una de sus secciones comporta por sí sola 3.540 preguntas (3). Digamos no obstante algunas palabras para intentar hacernos una idea de la cuestión. 
En primer lugar, Ibn ‘Arabi no se plantea la clásica pregunta del origen del lenguaje, producto de una institución divina o de una convención humana, pues para él todos los nombres y todas las palabras son Nombres y Palabras divinas desde toda la eternidad, todos los seres son Palabras inagotables (4).
Encontramos esta misma concepción en René Guénon (1886-1951), quien expuso las líneas directrices globales para abordar la ciencia de las letras. Escribió seis artículos, cuyos títulos son: “La Ciencia de las letras”, “Angeleología del alfabeto árabe”, “La lengua de los pájaros”, “Los misterios de la letra Nûn”, “Un jeroglífico del Polo” y “Quirología en el esoterismo islámico” (5). En su artículo “Er-Rûh” (6) (el Espíritu Universal), da también un ejemplo de un simbolismo muy importante relativo a las dos primeras letras del alfabeto árabe. En todos estos trabajos se adivina ya las tres principales categorías de letras y sus ciencias.


LAS TRES CATEGORÍAS DE LETRAS

La primera categoría: las letras mentales

 La primera categoría es la del “lenguaje de los pájaros”, constituido por las “letras mentales” (o reflexivas, “fikriya·, o evocadas, o imaginales). Es el de Adán en el paraíso, es decir la lengua primordial de los espíritus y de los ángeles, la “lengua siríaca” (logha suryaniyah) (7) de la “Tierra del Sol”, que el hombre iniciado redescubre espontáneamente cuando completa los “pequeños misterios” y se reintegra en el centro del estado humano.

 El Corán indica que Dios enseñó a Adán todos los Nombres (8), e Ibn ‘Arabi afirma que estos Nombres son todos los Nombres Divinos asignados a la existenciación de los universos, entre los cuales los universos angélicos (9); es por ello que Adán se convierte a su vez en instructor de los ángeles y vicario de Dios en la tierra. Todo esto tiene una relación directa con lo que René Guénon denomina “el don de lenguas”, título del capítulo 39 de su libro “Apreciaciones sobre la iniciación” en el que cita a Ibn ‘Arabi y señala que aquel que obtiene este don es aquel que alcanza el centro del estado humano, es decir el estado adánico primordial.


La segunda categoría: las letras pronunciadas

 Las letras pronunciadas vocalmente (hurûf lafzia) son las engendradas por el aliento humano. Ibn ‘Arabi insiste a menudo en que el hombre fue creado a imagen del Muy Misericordioso (Ar Rahman). Lo que significa que los grados del aliento humano cuando emite las letras son una imagen perfecta de las teofanías del aliento del Muy Misericordioso cuando manifiesta los distintos grados de la Existencia. Tanto las teofanías divinas como las letras que les corresponden son la expresión de las infinitas Perfecciones de la Esencia Divina. Como muy bien ha dicho nuestro honorable amigo Sr. Gril: “bajo el celoso velo de la letra incuba el fuego del amor del sí mismo por el Sí mismo” (10). Las letras de las que hablamos son, evidentemente, las de las lenguas sagradas, las que Dios ha pronunciado en la pre-eternidad o, en otras palabras, las de los distintos libros sagrados revelados, que culminan en la última revelación divina: el Corán y la lengua árabe (11). En el largo capítulo 198 de las Fûtûhât, Ibn ‘Arabi expone las correspondencias y las relaciones “orgánicas”, respectivamente, entre los 28 Nombres Divinos que regulan la producción de las 28 letras del alfabeto árabe, los 28 grados de la Existencia Universal espejo de los estados múltiples del Ser, desde el “intelecto primero” hasta el hombre, que los recapitula todos en su integridad, y las 28 mansiones lunares o partes de la esfera cósmica. En nuestro libro “Les clés ontologiques et coraniques du livre des Fusûs al-Hikam d’Ibn ‘Arabi” (12), hemos mostrado que estas correspondencias se aplican también perfectamente a la sucesión de los 28 capítulos de los “Fusûs” (el 28º representa la suma cognitiva de los 27 anteriores), para cada capítulo un profeta y una sura del Corán.

 Desde esta perspectiva, las palabras son formadas siguiendo principios que corresponden rigurosamente a los que rigen la constitución física y espiritual de las realidades significadas por las palabras. Así pues, las reglas de la gramática y la morfología de la lengua árabe, de sus letras y palabras, particularmente de las que son coránicas, están en perfecta correspondencia con la realidades esenciales del Ser Divino, con la estructura del cosmos y con todo lo que constituye el ser humano, de tal forma que a partir de la composición de letras y de sus correspondientes números, los poseedores de esta ciencia pueden descubrir todos los acontecimientos contingentes en el mundo existencial y humano. El Cheikh-al-Akbar, descubrió que el año de la reconquista de Jerusalén por los musulmanes a los cruzados era el año 583 de la Hégira, a partir del primer versículo de la sura 39, “Ar-Rûm” (Los bizantinos), y que la victoria del ejército almohade sobre los cristianos en Al-Andalus se produjo el año 591 H., a partir del primer versículo de la sura 48, “Al-Fath” (La victoria) (13).

 Para subrayar la primordialidad de las letras pronunciadas, Ibn ‘Arabi indica que el número de casas astrales son 28 porque 28 es el número de letras, y no a la inversa como creen algunos (14), pues la pre-eternidad de las letras prevalece a toda la creación. Es también por ello que los ángeles guardianes del mundo terrestre, del paraíso y del infierno, son en número de 19, como las letras de la “Bismillah”, expresión que abre todas las suras del Corán. Este número 19 tiene una importancia fundamental en las distintas estructuras universales, tanto coránicas como humanas, iniciáticas o cósmicas. Es, por ejemplo, la suma de las 12 torres zodiacales y de los 7 cielos (15). Igualmente, las esferas que engendran todo lo que se produce en el mundo inferior de la Naturaleza son en número nueve (la esfera zodiacal, la esfera de las estrellas fijas y los siete cielos), porque el Verbo Divino existenciador, es decir la orden “KUN” (“¡sea!”), se descompone en 9 letras (kâf, wâw, nûn). Lo cual nos recuerda la frase de San Agustín (354-430 H.): “No es porque la creación fuera hecha en 6 días que el 6 es perfecto, es porque el 6 es perfecto que la génesis del mundo se hizo en 6 días”. Señalemos que 6 es el valor de la letra wâw, la vigésimo octava  y última letra vocal del alfabeto árabe; el 6 es el único número perfecto dentro de las unidades, y 28 es el único número perfecto entre las decenas (16); es por ello que la wâw es considerado a veces como símbolo del Hombre Universal, culminación última del aliento del Muy Misericordioso, y que se identifica también al sello de la santidad Muhammadiana (17).

 A propósito de la dimensión esotérica sagrada de la gramática árabe, M. Chodkiewicz escribe:

 “Bajo su seca apariencia, la terminología de los gramáticos es rica en un simbolismo del que Ibn ‘Arabi aprovecha todos los recursos. Es el caso de la banal distinción entre consonantes y vocales. Tal como indica su nombre (“harakat”: movimientos), estas últimas tienen como función “mover” las inertes consonantes; les dan vida de la misma manera que la insuflación del Espíritu Divino anima la forma adánica sacada de la arcilla (Corán, XV, 29). Pero es sólo la manifestación, oral o escrita, de la consonante en cuestión, lo que es afectado por esa vocalización; su realidad esencial (“haqîqa”) es inmutable. La relación entre, por ejemplo, la dâl final del nombre “Zayd” y las vocales breves que determinan su función en el discurso es, en consecuencia, análoga a la que hay entre nuestras propias esencias (nuestras hecceidades inmutables en el eterno presente) y las formas sucesivas que las manifiestan ad extra (gracias al Verbo Divino). Es esta analogía la que permite comprender el célebre y comentado verso del Cheikh al-Akbar, que empieza diciendo: “Fuimos letras trascendentes” (kunna hurufan ‘aliyat)” (18).


La tercera categoría: las letras escritas

 Consideraremos en primer lugar las letras escritas por sus formas, que son en sí mismas verdaderos jeroglíficos del simbolismo ricos en enseñanzas. Como tales, están relacionadas con el arte caligráfico sagrado y la arquitectura tradicional, igual como las letras vocales están relacionadas con la música y la ciencia del ritmo, que tiene un importante papel en las vías iniciáticas.

 Pero las letras escritas no son sólo el puente que une lo expresable humano a lo inexpresable iniciático y metafísico. Las letras escritas son el fundamento de un amplio campo que podemos denominar “teúrgia escrita”.

 De lo que estamos hablando no tiene nada que ver con sus aplicaciones inferiores, es decir las técnicas adivinatorias o los procedimientos mágicos que ponen en acción ciertas propiedades de las letras (19). Uno de los más célebres autores de tratados relativos a estas prácticas, Abu-l-‘Abbâs al-Buni, cita en su cadena de transmisión a Ibn ‘Arabi, del que fue sin duda el contemporáneo más joven; pero esta filiación no debe ocultarnos la diferencia que separa la concepción de uno y otro. Para el Cheikh al-Akbar, esta ciencia práctica llamada “Sîmîa”, no es ilusoria y, bajo ciertas condiciones, su utilización no es ilegítima (20). Pero los maestros de la Vía desdeñan recurrir a ella y el porpio Cheikh juró no utilizar nunca de esta manera el poder de las letras (21), sólo le interesan las verdades metafísicas que la ciencia de las letras permite poner en evidencia (22).

Ibn ‘Arabi conoció muy bien a los practicantes de esta ciencia teúrgica y las técnicas a las que hace alusión son de una gran precisión. Señala igualmente inexactitudes en los tratados de esta ciencia y se pregunta si el error no es voluntario con el fin de desanimar a los indignos de ella.

Ibn ‘Arabi recuerda en más de una ocasión que la ciencia de las letras es la ciencia de los santos; no es “fruto de la reflexión y la especulación: es un don de Dios” (23). Hablando de la letra nûn, escribe: “hay maravillas que nadie puede comprender si no ha revestido sus riñones con el paño de la sumisión y no ha realizado espiritualmente esta muerte (iniciática) después de la cual no hay ya objeción o curiosidad fuera de lugar” (24). En otro pasaje, en el que evoca el secreto de las correspondencias entres dos grupos de tres letras, indica que le esta prohibido desvelarlo en sus escritos pero que puede exponerlo a los que son dignos de ello (25); afirma también que algunos adquieren ciertas aplicaciones de esta ciencia por vías distintas a la de la santidad y, precisamente, teme que la posean para su desdicha y no para su felicidad (26).


Las otras cinco categorías de letras

 Señalemos que el célebre sufí Abdelkarim al- Jili (m. 832 H./ 1428) distingue ocho categorías de letras, siendo las que ya hemos mencionado las últimas de la lista; las otras cinco son, en orden descendente:

- Las letras verdaderas (hurûf haquiquiya), que son las esencias de los Nombre y Atributos divinos.
- Las letras trascendentes (hurûf ‘aliya), que son las hecceidades eternas, es decir las esencias de las cosas en su forma de posibilidad en la ciencia divina.
- Las letras espirituales (hurûf ruhiya), que son los espíritus luminosos por los que Dios ha manifestado la existencia, igual que ha manifestado las palabras mediante las letras pronunciadas.
- Las letras formales (hurûf suriya), que son las distintas partes del macrocosmos y los distintos miembros del microcosmos.  Se dice a menudo que el nombre supremo “Allah”  الّله es representado por la forma de los dedos de la mano; el meñique corresponde al alif, el anular a la primera lam, el medio a las segunda lam, el índice y el pulgar a la ha (“abierta” o “cerrada”). En su artículo “La quirología en el esoterismo islámico”, René Guénon escribe: “Por extraño que pueda parecer a quienes no tienen noción alguna de estas cosas, la quirología se relaciona directamente, en su forma islámica, con la ciencia de los Nombres divinos: la disposición de las líneas principales traza en la mano izquierda el número 18 (١٨) y en la mano derecha el número 81 (٨١), en total 99, el número de Nombres atributivos; ésta es la razón principal del empleo de la mano como símbolo, tan usual en todos los países islámicos (otra razón secundaria se refiere al número 5, de ahí el nombre de “khoms” que se da a veces a esta mano simbólica). Lo que nos permite comprender la significación de la frase de Sifr Seyidna Ayûb (Libro de Job, XXXVII, 7): “Puso un sello (khâtim) en la mano de todo hombre, para que todos puedan conocer Su obra”; y añadimos nosotros que ello no deja de tener relación con el papel esencial de la mano en los ritos de bendición y de consagración”.
- Las letras abstractas (huruf ma’nauiya), que son los movimientos y el reposo de las cosas; estas letras producen formas comparables a las formas de las letras escritas. Por ejemplo, cuando un hombre esta de pié toma la forma de la primera letra del alfabeto, el alif, cuando está acostado toma la forma de la segunda letra, la ba, y así sucesivamente. Y al-Jili añade que aquel que conoce el método adecuado de las aplicaciones de estas letras, puede actuar sobre el universo como él puede hacerlo con las letras inscritas (27). Señalemos que esta categoría está en la base de los ritos gestuales religiosos e iniciáticos en las distintas tradiciones; está también en la base de la danza sagrada tradicional. Se dice en ocasiones que las formas de las cuatro posiciones de la oración islámica se identifican a las formas de las cuatro letras árabes del nombre “Ahmed”, que es el nombre celeste del profeta “Muhammad”; y las formas de las cuatro letras árabes del propio nombre “Muhammad” se identifican a las formas de las cuatro partes del cuerpo humano. Al respecto, el autor de “La profesión de fe” (28), escribe:  “La primera esencia aparecida en el mundo de las ideas (‘Alam al-Ma’âni) con la forma de las letras de su nombre, representa la “especie” (naw’) Muhamadiana del hombre y la “figura” (al-shakl) Ahmadiana indicada por el “Monte Sinaí” y la “Ciudad Sagrada” (al-Baladi-lamîn). Como podéis ver, la primera “mîm” (representa) la cabeza, y es el mundo de la suprema soberanía (‘Alam al-Malakût al-a’lâ) y de gran intelecto (al-‘Aql al-akbar). El pecho y los brazos son (representados por) la letra “hâ”, y es el Trono glorioso; su valor numérico en el alfabeto es ocho, que es el número de Ángeles Portadores del Trono. La segunda “mîm”(representa) el vientre, y es el Mundo del Reino (‘Alam al-Mulk). Los muslos, las piernas y los pies son representados por la “dâl”, y es la composición estable (hecha) por la Escritura eterna”.


René Guénon recapitula

 En su artículo “Ilm al-hurûf”, René Guénon recapitula con su estilo claro y preciso el sentido global de la ciencia de las letras, de la siguiente manera:

« Para explicar el principio metafísico de la “ciencia de las letras” (en árabe, ‘ilmul-hurûf”), Seyidi Mohyiddin, en Al-Futûhâtul-Mekkiyah, considera el universo como simbolizado por un libro: es el conocido símbolo del Liber Mundi de los Rosacruz y también del Liber Vitae apocalíptico. Todos los caracteres de este libro son, en principio, escritos simultáneamente por la “pluma divina” (al-Qalamul-ilâhi); estas “letras trascendentes” son las esencias eternas o las ideas divinas; y, siendo toda letra al mismo tiempo un número, podemos ver la concordancia de esta enseñanza con la doctrina pitagórica. Estas mismas “letras trascendentes”, que son todas caracteres, una vez condensadas principialmente en la omnisciencia divina, son hechas descender a las líneas inferiores por el soplo divino, componiendo y formando el Universo manifestado. Es obligado aquí hacer referencia al papel que juegan también las letras en la doctrina cosmogónica del Sepher Ietsirah; la “ciencia de las letras” tiene una importancia casi idéntica en la Cábala hebraica y en el esoterismo islámico. Señalemos también que el “libro del mundo” es al mismo tiempo el “mensaje divino” (er-Risâlatul-ilâhiyah). Arquetipo de todos los Libros sagrados; las escrituras tradicionales no son más que sus traducciones al lenguaje humano. Así se afirma expresamente de los Veda y del Corán; la idea de “Evangelio eterno” muestra también que esa misma concepción no es totalmente extraña al Cristianismo o, si más no, que no siempre lo ha sido.
Partiendo de este principio, se comprende sin dificultad que se establezca una correspondencia entre las letras y las distintas partes del Universo manifestado y en particular con las de nuestro mundo; la existencia de correspondencias planetarias y zodiacales es suficientemente conocida como para insistir en ello, y basta con señalar que esto pone la “ciencia de las letras” en estrecha relación con la astrología considerada como ciencia “cosmológica”. Por otra parte, en virtud de la analogía constitutiva del “microcosmos” (al-kawnu-essaghir) con el “macrocosmos” (al-kawnu-elkabir, estas mismas letras corresponden a las distintas partes del organismo humano; y, al respecto, digamos de paso que existe una aplicación terapéutica de la “ciencia de las letras”, en la que cada letra se utiliza en determinada manera para curar las enfermedades que afectan especialmente al correspondiente órgano.
También se deduce de lo que acabamos de decir, que la “ciencia de las letras” debe ser considerada en distintos niveles que, en suma, podemos relacionar con los “tres mundos”:
     1. Entendida en su sentido superior, es el conocimiento de todas las cosas en el Principio mismo, en tanto que esencias eternas más allá de toda manifestación.
     2. En un sentido que podemos denominar medio, es la cosmogonía, es decir el conocimiento de la producción o de la formación del mundo manifestado.
     3. Finalmente, en el sentido inferior, es el conocimiento de las virtudes de los nombres y de los números, en tanto que expresan la naturaleza de cada ser, conocimiento que permite, a título de aplicación, ejercer con ellos, y en virtud de esta correspondencia, una acción de tipo “mágico” sobre los seres y sobre los acontecimientos que les conciernen. En efecto, según lo que explica Ibn Khaldûn, al estar las fórmulas escritas compuestas de los mismos elementos que constituyen la totalidad de seres, tienen por ello la facultad de actuar sobre éstos; es también por ello que el conocimiento del nombre de un ser, expresión de su naturaleza propia, puede dar un poder sobre él; es esta aplicación de la “ciencia de las letras” que se suele conocer con el nombre de “Sîmîa”. Es importante señalar aquí que esto va mucho más lejos que un simple procedimiento “adivinatorio”. De entrada, mediante un cálculo (hisâb) realizado con los números que corresponden a las letras y a los nombres, es posible llegar a prever determinados acontecimientos. Es posible también, en ciertos casos, obtener la solución a cuestiones de orden doctrinal mediante un cálculo del mismo tipo; y esta solución se presenta a veces bajo una forma simbólica de lo más notable. Pero ello no constituye en cierto modo más que un primer grado, el más elemental de todos, y es posible a continuación con los resultados de este cálculo, efectuar mutaciones que deberán tener como efecto inducir una modificación correspondiente en los propios acontecimientos.
También aquí, como en el conocimiento mismo del que esto no es más que una aplicación y una puesta en acto, hay que distinguir entre grados muy distintos: cuando esta acción se ejerce únicamente en el mundo sensible, no es más que el grado más inferior y es en estos casos en los que se puede hablar propiamente de “magia”, pero es fácil entender que estamos ante algo de un orden muy distinto cuando se trata de una acción que tiene una repercusión en los mundos superiores. En este último caso estamos evidentemente en el orden “iniciático” en el sentido más completo del término, y sólo puede operar activamente en todos los mundos aquél que ha alcanzado el grado del “azufre rojo” (el-Kebrîtulahmar), designación que apunta a una asimilación, que puede parecer sorprendente a algunos, de la “ciencia de las letras” con la alquimia. En efecto, estas dos ciencias, entendidas en su sentido profundo, no son en realidad más que la mism, y lo que una y otra expresan bajo apariencias muy diferentes, no es nada más que el proceso mismo de iniciación, que por otra parte reproduce rigurosamente el proceso cosmogónico pues, necesariamente, la realización total de las posibilidades de un ser se efectúa pasando por las mismas fases que las de la “Existencia universal”».

 En su artículo “Nota sobre la angelología del alfabeto árabe”, R. Guénon subraya las relaciones “orgánicas” entre los mundos angélicos, las 28 letras del alfabeto árabe y las 22 letras del alfabeto hebraico; y escribe: “ el paso del alfabeto de 22 letras al alfabeto de 28 ha debido conducir necesariamente a un cambio en los nombres angélicos que son cuestión, y, a los efectos, en las «entidades» que estos nombres designan; pero, por extraño que eso pueda parecer a algunos, es en realidad normal que ello sea así, puesto que todas las modificaciones de las formas Tradicionales, y en particular las que afectan a la  constitución de sus lenguas sagradas, deben tener efectivamente sus «arquetipos» en el mundo celeste”.


Ejemplo de un simbolismo de la forma gráfica de las dos primeras letras del alfabeto

  En su artículo “Er-Rûh”, R. Guénon explica este simbolismo citado a menudo por Ibn ‘Arabi:

 « Según los datos tradicionales de la «ciencia de las letras», Allah creó el mundo, no por el alif que es la primera de las letras, sino por el ba que es la segunda; y, en efecto, aunque la unidad sea necesariamente el principio primero de la manifestación, es la dualidad que ésta presupone inmediatamente, y entre los dos términos de la cual será producida, como entre los dos polos complementarios de esta manifestación, figurados por las dos extremidades del ba, toda la multiplicidad indefinida de las existencia contingentes. Es pues el ba el que es propiamente el origen de la creación, y ésta se cumple por él y en él, es decir, que es a la vez el «medio» y el «lugar» de la misma, siguiendo los dos sentidos que tiene esta letra cuando se toma como la preposición bi (29). El ba, en ese papel primordial, representa Er-Rûh, el «Espíritu», que es menester entender como el Espíritu total de la Existencia universal, y que se identifica esencialmente a la «Luz» (En-Nûr); es producido directamente por el «mandato divino» (min amri’ Llah), y, desde que es producido, es en cierto modo el instrumento por el cual este «mandato» operará todas las cosas, que serán así «ordenadas» todas en relación a él (30); antes de él, no hay pues más que el-amr, afirmación del Ser puro y formulación primera de la Voluntad suprema, como antes de la dualidad no hay más que la unidad, o como antes del ba no hay más que el alif. Ahora bien, el alif es la letra «polar» (qutbâniyah) (31), cuya forma misma es la del «eje» siguiendo el cual se cumple el «orden» divino; y la punta superior del alif, que es el «secreto de los secretos» (sirr el-asrâr), se refleja en el punto del ba, en tanto que este punto es el centro de la «circunferencia primera» (ed-dâirah el-awwaliyah) que delimita y envuelve el dominio de la Existencia universal, circunferencia que, por lo demás, vista en simultaneidad en todas las direcciones posibles, es en realidad una esfera, la forma primordial y total de la cual nacerán por diferenciación todas las formas particulares. 
Si se considera la forma vertical del alif y la forma horizontal del ba, se ve que su relación es la de un principio activo y un principio pasivo; y esto es conforme a los dones de la ciencia de los números sobre la unidad y la dualidad, no solamente en la enseñanza pitagórica, que es la más generalmente conocida a este respecto, sino también en la de todas las Tradiciones ».


Otro ejemplo: El Triángulo del Andrógino

 El fiel continuador de René Guénon, Michel Valsan, escribió, a partir de una correspondencia mantenida con este último, dos artículos sobre este tema: “Un symbole idiographique de l’Homme Universel”, seguido del “Triangle de l’Androgyne et le monosyllabe ôm” (32). Este muy interesante estudio se basa en cierto simbolismo de las seis letras que forman los nombres árabes de Adán y Eva (Hawa), situadas en los seis ángulos de dos triándulos opuestos por el vértice, estando el de Hawa inscrito dentro del de Adán; en esta configuración aparece el monosílabo sagrado del hinduísmo: “Ôm”, así como el primer Nombre Divino en el islam, “Ahad” (el Único Absoluto) y el verbo “Dama” (Perpetuo); aparecen también las cuatro letras que constituyen los nombres del Profeta, Muhammad y Ahmad, y del rey Profeta, David (33). El estudio llega a conclusiones sobre la doctrina de los estados múltiples del Ser y del Hombre Universal, y explica el encuentro de la India y su tradición salida de la Tradición primordial con el Islam, postrera y última forma de esa misma Tradición, o el encuentro del princicipio y el final del ciclo. En su artículo “Los misterios de la letra Nûn”, R. Guénon señaló la importancia de este encuentro a través del simbolismo de esta letra, que es la letra central del alfabeto árabe y de su equivalente en sánscrito.    (continúa)

(traducción: Arturo Pousa)


REFERENCIAS Y ABREVIATURAS:

 - Al Futûhâtu al-Makkiyah – edición Dar Sader, Beyrouth. – Abreviado: Fut.
 - Les Illuminatios de la Mecque, textes choisis – bajo la dirección de Michel Chodkiewicz, Sindbad; Paris 1988. – Abreviado: I.M.

NOTAS:

 1- Entre las mismas: “Kitâb al-alif / Kitâb al-ba / Kitâb al-mim wa’l-wa wa’l-nûn”  [“Le livre du Mîm, du Wâw et du Nûn”, traducido y presentado por C.A. Gilis, Beyrouth, Alburaq, 2002] & “Kitâb al-yâ / Kitâb al-jalâla” [Traducido por M. Valsan en “Etudes Traditionnelles- Juin, juillet, août, sept., dec. 1948] & “Kitâb asrâr al-hurûf / Kitâb al mabâdi wa’l-ghayât”, que tiene también como título: “Al-fath al Fâsi / Kitâb al-madkil fi’ilm al-hurûf /Kitâb al-‘azama” (concierne a las letras de la primera sura del Corán “Al-Fatiha”).
 2- Fut., capítulos 2, 5, 20, 26, 109, 198, 255, 275, 73 (respuestas a las preguntas de Tirmidhi: 41, de 130 a 142). La distinción entre las tres categorías de letras se explica en el capítulo 26 y en la respuesta a la pregunta 41 de Tirmidhi: Fut. II, cap. 73, pg. 68.
Ver la excelente introducción y la traducción parcial del capítulo 2, por Denis Gril en: I.M., pgs. 385-487. Ver también una traducción parcial de los capítulo 2, 60 y 198 en la tesis doctoral de Carmela Crescenti “La science des lettres, Métaphysique de la langue et des lettres selon la doctrine d’Ibn ‘Arabi”, Ecole pratique de hautes études, 2007. El capítulo 20 fue traducido y publicado en la publicación de M. Valsan “L’Islam et la fonction de René Guénon”, Paris, les Editions de l’Oeuvre, 1984, pgs. 73-82. Otros estudios relevantes: “La science des lettres en Islam”, Pierre Iorry, Dervy, Paris 2004, cap. VI / “Cantines, la Voie des lettres”, Ed. Albin Michel, Paris 1981 / “Phonèmes et archétypes”, Aiu, Paris 1972.
 3- Fut. I, cap. 2, pg. 77.
 4- Fut.II, cap. 73, pg. 123 / cap. 198, pg. 390-391 / III, cap. 357, pg. 257 / IV, cap. 451, pg. 65 / II, cap. 73 (respuesta a la pregunta 141 de Tirmidhi)
 5- Estos artículos están incluidos en “Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada”, excepto “Angeleogía…” y “Quirología…” que aparecen en “Esoterismo islámico y taoísmo”. Debemos indicar que el artículo “Un jeroglífico del Polo” trata del simbolismo de la letra “qaf” y de la relación entre las letras y la jerarquía iniciática. Ver también “Tetrakys y el cuadrado de cuatro” en “Símbolos fundamentales…”, en el que hay consideraciones sobre los números 4 y 6 que recuerdan las del cap. II de las Futûhat. Ver también “El simbolismo de la cruz”, 1931, pg. 137, nota 2.
6 - “Esoterismo islámico y taoísmo”, cap. V.
7 - “La Tierra del Sol”, cap. XII de “Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada”. Ver los explícitos y muy interesantes desarrollos relativos a esta “lengua siríaca” (logha suryaniyah) en el “Kitab al-Ibriz”, escrito por Ahmed ben Moubarek (m. 1156 H.), que recoge los dichos y las respuestas del santo marroquí Abdelaziz Eddabagh, El Cairo, cap. II; parcialmente traducido por Zakia Zouanat, Editions du Relié, Líbano, 2001.
8- Corán (2, 31) ; cf. Génesis, II, 19-20.
9 - Fut. II, cap. 73, pg. 71: respuesta a la pregunta 45 de Tirmidhi.
10- I.M., D. Grill, pg. 411.
11- Fut. II, cap. 109, pg. 193.
12- 1ª edición, El Bouraq, Beyrouth, 2004 / 2ª ed., Ed. Dar Alkutub Almiya, Beyrouth, 2010.
13- Fut. V, cap. 559, pg. 220.
14- Fut. II, cap. 198, sección 20, pg. 440.
15- Fut. I, cap. 22 pgs. 179-180 / Fut.II, cap. 271, pg. 577. Ver también “Kitab al-manazil al-fahwaniya”. El número 19 es también la suma de las letras de la palabra “Wujud” (Existencia).
16- Se define el número perfecto como aquel que es igual a la suma exacta de sus divisores enteros. 6=1+2+3 – 28=1+2+4+7+14.
17- Fut. I, cap. 2, pg. 75 /Fut.II, cap. 198, pg. 469 / Kitab mîm, wâw, nûn.
18- I.M., pg. 53-54.
19- Sobre tales prácticas, cf.: Ibn Khaldoun, “Al-mouqadima”, cap. “La science des lettres” // Toufic Fahd, “La divination arabe”, Strasbourg, 1996 + 2ª ed., Paris 1982, pgs. 219-234 // ver también el cap. IV de “Magie et religión en Afrique du Nord”, Edmond Doutté, Alger, 1908 +2ª ed., Paris 1984 // Jean Marqués Rivière, “Amulettes, Talismans et Pentacles Dans les traditions orientales et occidentales”, cap. V, Paris, 1950.
20- Es por ello que la encontramos en ciertos libros escritos por maestros auténticos del sufismo. Ver, por ejemplo: Mâ’al-‘Aynaayn (m. 1328H/1912), “Na’t al-bidayat wa Tawsif al-nihayat”.
21- Fut. I, cap. 26, pg. 190.
22- M.I., pg. 49.
23- Fut. I, cap. 2, pgs. 57, 65.
24- Ibid., pg. 53.
25- I.M., pg. 49.
26- I.M., D. Gril, pg. 406.
27- Jili, “Sharh mushkilat al-Futuhat” (comentarios a los primeros párrafos del capítulo 559 de las Fut.
28- “La profession de foi”, atribuida a Ibn ‘Arabi, presentada y traducida por Roger Deladriére, ed. Sindbad, Paris, 1985. A propósito de este libro, Michel Chodkiewicz dice (en “Le sceau des saints, pg. 90): “…en nuestra opinión, esta obra no puede atribuirse a Ibn ‘Arabi pero lleva la marca de la doctrina akbariana y contiene pasajes sacados de escritos del Cheikh al-Akbar. Sobre el problema de la atribución de la Tadhkira, véase la reseña de Denis Gril en el boletín crítico de Annales islamologiques, t. XX, pgs. 337-339.
29- Es también por lo que el ba o su equivalente es la letra inicial de los Libros sagrados: la Thorah comienza por Bereshith, el Qorân por Bismi’Llah y, aunque no se tenga actualmente el texto del Evangelio en una lengua sagrada, se puede al menos precisar que el primer término del Evangelio de San Juan, en hebreo, sería también Bereshith.
30- Es de la raíz amr que deriva en hebreo el verbo yâmer, empleado en el Génesis para expresar la acción creadora y representada como «palabra» divina.
31- Como lo hemos indicado ya en otra parte, alif = qutb = 111 (Un jeroglífico del Polo, nº de mayo de 1937); añadimos que el nombre de Aâlâ, «Altísimo», tiene también el mismo número.
32- “Études Traditionnelles”, de 1964 a 1966.
33- Ver el simbolismo de las letras de los nombres Adam, David y Mohammed, en: Fut. IV, cap. 515, pg. 155. Respecto del Nombre divino “Ahad”, ver: Fut.II, cap. 73, pgs. 56,57 / Fut.IV, cap. 558, pgs. 293,294. Se puede observar que el centro común de los dos triángulos corresponde a la letra “waw”, que religa los dos nombres: “Adam wa Hawa”; así la suma de los números de sus letras árabes es igual a 66 que es el número del Nombre supremo: Allah.