Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

jueves, 1 de mayo de 2014

EL PROCESO INTEGRADOR DEL SUFISMO (*), por Eric Geoffroy

A diferencia del asceta, que rechaza el mundo porque no reconoce en él a Dios, el que sigue la vía sufí se desposa con este mundo (dunyâ) para poder trascenderlo mejor. “Los devotos y los ascetas se asustan de cualquier cosa, porque las cosas les hacen olvidarse de Dios. Si Le vieran en todas las cosas, no se asustarían”. 

Al realizar este matrimonio cósmico (en árabe, el término dunyâ es de género femenino), el sufí rompe el dualismo que habitualmente existe entre el mundo y nosotros. Tiende así a la unión, es decir, a realizar interiormente la unificación.
Mediante la contemplación, comprende y atraviesa la multiplicidad de los fenómenos para remontar hasta su origen, lo que Ibn ‘Arabî llama “la Unicidad subyacente tras la multiplicidad”: De ahí la insistencia del Corán en incitarnos a percibir y descifrar los “signos”: “Les haremos ver Nuestros signos en el universo y en ellos mismos, hasta que reconozcan que es la Realidad” (Corán, 55, 29).
Este mundo de aquí abajo es, de hecho, un verdadero laboratorio alquímico donde cada signo exterior puede ser trasmutado en alusión (ishâra) interiorizante. Debemos pues permanecer constantemente en estado de vigilancia, pues “cada día Él está en algún asunto” (Corán 55, 29), y Se manifiesta bajo apariencias sin cesar renovadas.
En efecto, la principal dificultad es reconocer a Dios en todas Sus teofanías. Es ciertamente más fácil presentirle estando en compañía del shaykh, en una sesión de dhikr, ante un paisaje hermoso, etc., que si nos encontramos en un medio sórdido, en el estrés de la actividad cotidiana, en la tristeza que a menudo destila la vida moderna, o simplemente, cuando nos atrapa la tibieza y la somnolencia.
Pero sea cual sea la situación, positiva o negativa, siempre es Él quien actúa: “No maldigas al siglo, pues el siglo es Dios”, afirma un hadiz qudsî. Es esa la reacción sana, instintiva, que manifiesta todo creyente cuando exclama: “Al-hamdu li-Llâh ‘alâ kulli hâl” (Alabado sea Dios en cualquier situación), y es lo que hace la fuerza de la fe musulmana más simple. Dios cultiva la paradoja y siempre sorprende. Está allí donde a priori no se Le espera. Ante esta ambivalencia, que en ocasiones causa desorientación, el Profeta buscaba la reabsorción (desaparición) en la Unidad, diciendo: “Me refugio en Ti contra Ti”


Servidores del Viviente

Nuestra experiencia cotidiana se forja pues siguiendo los meandros de la pequeña realidad, de la realidad aparente, hasta que se toma conciencia de que todos estos indicios no son otra cosa que la Realidad, la haqîqa del sufismo. Es el ardid –o si se quiere, la pedagogía- que utiliza Dios para conducirnos desde la trampa de las apariencias hacia la sola y única Realidad.
Hay que observar esos meandros sin perderse en ellos, no confundir el signo con el Significado, vivir las tribulaciones que implica el caminar por esta vida con atención y humildad, pues es así que crece la experiencia de la Vía. ¿Es el camino espiritual un “largo y tranquilo río”?
Fundamentalmente así es, pero siendo las criaturas como son hay que tener en cuenta el movimiento de las olas en su propia superficialidad. “La llegada de tribulaciones es una fiesta para los novicios”. “A veces obtendrás de las tribulaciones un incremento de gracia que no encontrarás ni en el ayuno ni en la plegaria”.
El sufismo, corazón vivo y cálido del Islam, permite vivir lo universal en lo cotidiano y adaptarse permanentemente a la evolución del mundo.
Si somos realmente los servidores del Viviente (al-Hayy), que renueva sin cesar la creación, debemos vivificar nuestra práctica espiritual adaptándola al contexto y, de manera más general, a las condiciones cíclicas. No en vano el sufismo es la espiritualidad del Islam, la última expresión en la tierra de la Voluntad divina.
Puesto que, según un hadiz, “la tierra entera es una mezquita pura”, el hombre es su propio templo: esté donde esté, tiene siempre en sí su eje interior, el eje universal del tawhîd, tanto si está en su casa como si está en plena naturaleza, pero también en el metro, en el trabajo o en cualquier lugar aparentemente profano.
Es sabido que, históricamente, el sufismo tuvo un gran papel en la difusión del Islam en Occidente y ello, precisamente, porque sabe superar las fronteras étnicas, nacionalistas, culturales o de civilización, para ir a lo esencial. Por su universalismo, puede actuar sobre conciencias distintas. ¿Por qué limitar la Misericordia divina (rahma), que “engloba todas las cosas” (Corán 7, 156)? Es una de las múltiples aplicaciones de la sentencia de Junayd: “El color del agua depende del color de su recipiente”. (…)


Ir a lo esencial

Es evidente que vivimos un fin de ciclo cósmico, con todos los desórdenes y decadencia que esto supone. Pero debemos positivizar esta situación, en primer lugar mediante la cortesía (adab) hacia Dios. Es en este período, que algunos califican de mesiánico, cuando más a prueba se pone nuestro “confiado abandono en Dios”.
Por otra parte, Dios compensa: es en lo más profundo de las tinieblas donde surge la luz. ¿Queda alguna solución horizontal para los problemas de nuestro planeta? Desde la perspectiva metafísica, de caída y ascensión a lo largo del arco de la Manifestación, es evidente que la humanidad debe tocar fondo antes de poder remontar su curso en una manera que podemos sólo presentir pero no describir.
Es el reino de la paradoja. Dios no ha sido quizá nunca tan inmanente como en este entorno de globalización, de estandarización, de instantaneidad de la información.
Tenemos la suerte de vivir en la última fase del “último tercio de la noche” durante el cual, según un célebre hadith, Dios descenderá a nuestro mundo. Naturalmente, la noche simboliza la duración temporal del cosmos y de la humanidad. Según Ibn ‘Arabî, y también según el emir Abd el-Kader, Dios está en este período más cerca de nosotros y, en consecuencia, la ciencia espiritual de la comunidad de Muhammad se verá más realizada que lo que nunca haya estado (Kitâb al-Mawâqif, II, 919).
En efecto, para quien posea una cierta conciencia espiritual, el estado del mundo es tal que no puede más que regresar a Él: “Quiere verte insatisfecho de todo para que nada te distraiga de Él”.
El desfase entre la Realidad (al-Haqq) y la parodia del mundo actual hace cada vez más evidente a Dios: las estructuras sociales se resquebrajan y las referencias exteriores se hunden, y por lo tanto debemos reforzar nuestras referencias internas.
En Occidente, la “pobreza” no es ya exterior pues somos materialmente cada vez más ricos y no vestimos ya ropas remendadas: debemos pues interiorizar más y más nuestra pobreza. (…) Por lo que hace a la práctica espiritual, nos vemos obligados a ir a lo esencial, a desarrollar una contemplación activa, instantánea. La compresión del tiempo, de la que habló el Profeta, y la sensación de aceleramiento que provoca, hace que la duración de los ritos, como la invocación individual (wird), se vea disminuida, y que se haga más difícil entrar en retiro espiritual. Corresponde aplicar hoy, más aún que en el pasado, el viejo principio naqshbandî: “Mi retiro está en medio de la multitud”.


Eric Geoffroy es Maître de conférence en la Universidad de Strasbourg.

(*) Publicado en la revista Qalam. Sufismo de Oriente y Occidente.