Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

miércoles, 26 de febrero de 2014

REFLEXIONES SOBRE EL EVOLUCIONISMO A LA LUZ DE LA METAFÍSICA Y LA FÍSICA TRADICIONAL (y II), por Manuel Plana

La materia “prima” de los mundos es absolutamente ininteligible al no estar diferenciada y ser indistinta; es la materia “segunda”, ya cualificada de algún modo, la que se presta a este discurso, pero no gracias a ella misma sino a las cualidades que le imprime la luz o la “energía” de esa Consciencia necesaria cuya “existencia” niega la ciencia moderna, a pesar de hacerse tan evidente en todas las cosas y en el hombre especialmente. La materia “prima”, dice R. Guénon: “...es el único principio que puede llamarse propiamente <ininteligible>, no porque no seamos capaces de conocerlo, sino porque no hay efectivamente en él nada que conocer.” (El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos. C-11. pg. 13).

La ciencia empírica moderna no ha hecho sino substituir un modelo  anterior vivo, orgánico y multidimendional del universo (una verdadera Imago Mundi) por otro mecánico, como los propios artefactos que fabrica. ¿Qué Imago Mundi mental tiene el hombre moderno contemporáneo?

Para eso ha tenido primero que invertir el orden natural de las cosas, especialmente el concepto de calidad o cualidad por el de cantidad en todos los órdenes, presumiendo después de que es la cantidad de la que proceden por evolución todas las cualidades, en última instancia, la consciencia y la vida mismas, y eso es el materialismo. Sin embargo, nadie en su sano juicio podría afirmar que la cualidad sea reducible a la cantidad, bien a la inversa, la cualidad es absolutamente independiente de ésta. Del mismo modo, la naturaleza de la consciencia no es cuantitativa (ni “material”) sino puramente cualitativa; un grado “mayor” o “menor” de consciencia entre seres y especies no puede medirse por referencias cuantitativas sino por evidencias cualitativas, no materiales. Tampoco la finalidad de la inteligencia o la consciencia en el hombre es el poder fáctico de construir artefactos cada vez más sofisticados, desarrollar la tecnología, sino conocerse a ella misma en todo lo que tiene de profunda e ilimitada, en eso consiste su plenitud y su perfección.


La concepción lineal del tiempo añade a este proceso de “auto-superación” de la materia un sentido progresivo ( y “progresista”) indefinido, aunque el “ser” final se desconoce tanto como su modelo primigenio, y también sus etapas evolutivas precisas. No quedan rastros de ellas en el mundo vivo, los necesarios “eslabones perdidos”, por lo que dicha tesis, curiosamente basada, dicen, en supuestos “empíricos”, es la que menos tiene para apoyarse, viniendo a ser más bien una “filosofía” o una “confesión” en muchos casos, exigiéndo a la práctica un esfuerzo de mucha más “fe” en lo irracional que la propia religión. Es por ello que de ella se ha dicho que es la teoría científica moderna menos científica de todas. Advirtamos que la secuencia discursiva de una tésis, teoría u opinión puede ser correcta, lógica y razonable en su desarollo, pero falsa en su planteamiento, su punto de vista y en su idea original. En todo caso, los propios evolucionistas admiten, como Dobzhansky, que: “Las causas de la evolución y el modelo de los procesos que la originan distan mucho de ser comprendidos completamente.” (T. Dob. Nothing in Biology makes sese except in the light of evolution: American Biology Teacher 35. 125-129)

El tiempo en ningún caso es lineal sinó circular, y no progresa más que declina en cada revolución de cualquier ciclo dado. El movimiento cíclico es connatural al tiempo, y hablamos de él como si realmente supiéramos de qué estamos hablando, pero no es así. El tiempo es el elemento más abstracto del mundo sensible (natural), tanto que si no lo relacionáramos con el espacio sería para nosotros algo perfectamente ininteligible. En realidad nunca hablamos del tiempo sino siempre del movimiento, que es la resultante de la acción del tiempo sobre el espacio (5), de una influencia centrípeta (contractiva) sobre otra centrífuga (expansiva). Del más general al más particular todo movimiento es cíclico, consiste en una “circulación” de posibles regulada por el ritmo y la ley del número que se dan al unísono en sucesión. La visión cíclica del mundo no es más evolucionista que involucionista, sinó que se atiene a la realidad de las cosas en permanente revolución, siempre naciendo, creciendo, menguando y muriendo, sin detenerse el proceso en ningún momento. Es el Samsara védico y búdico, el Zoo-Díakos o Rueda de la Vida, o el Dunya islámico. 

Siendo el ritmo cíclico una ley universal, podemos constatarla por doquier, en lo sideral y lo atómico, en lo natural y lo fisiológico, en el comportamiento de la materia, sus cambios de estado, su organización y su desarrollo, en los múltiples sistemas “circulatorios” de que se componen los cuerpos y las indefinidas estructuras y sub-estructuras que los sostienen. Esas formas, ciclos, modelos y patrones inteligibles que animan la materia dotándola de cualidades superiores, haciéndola consciente (luminosa) y útil, son los prototipos permanentes de la dinàmica de la consciencia universal, configurando a “su imagen” a todos los seres vivos (y a los mundos), por dentro y por fuera. La forma, siendo la condición que caracteriza principalmente todo estado individual, es el límite justo, el “campo” y la cualidad diferenciada de esa estructura multidimensional que es todo ser vivo.

A nivel sensible, las formas de los seres se confunden con el cuerpo y con la materia corporal misma, pero la “forma” no son los kilogramos de carne y hueso, como la forma de una jarra no es el agua que contiene. “La forma –morphos- de los escolásticos, señala Guénon, es lo que Aristóteles llama eidos y que esta última palabra es empleada igualmente para designar la <especie>, la cual es propiamente una naturaleza o una esencia común a una multitud indefinida de individuos, pues, esta naturaleza es de orden puramente cualitativo, pues, ella es verdaderamente <innombrable> (la especie), en el sentido estricto de la palabra , es decir, independiente de la cantidad, siendo indivisible y toda entera en cada uno de los individuos que pertenecen a esta especie, de tal manera que no está de ningún modo afectada o modificada por el número de éstos, y no es susceptible de “más” o de “menos”. Además, “eidos” es etimologicamente la “idea” no en el sentido psicológico de los modernos, sinó en un sentido ontológico más próximo del de Platón de lo que se piensa de ordinario.” (El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. C.1. René Guénon. Éste define la esencia, asimilada aquí a la forma, como: “la síntesis principal de todos los atributos que pertenecen a un ser y que hacen que este ser sea lo que es, y que atributos y cualidades son en el fondo sinónimos”. También: “Mientras que la forma representa la esencia del objeto, de la sustancia, lo que hay en ella de universal, la materia representa lo que hay de particular, de distinto en la sustancia, La materia es, pues, principio de “individuación. La forma, por el contrario, representa no solamente la esencia de cada ser, sinó también su naturaleza”. Ibid)

Siendo la parte “esencial” del compost individual, la forma, a modo de molde, da también a la materia la figura y la apariencia del límite que adopta, como su constitución, aunque éstas no proceden de los propios individuos sinó de su especie, de su prototipo. “El alma, decia Aristóteles, es la “forma” del cuerpo”, diferente de su materia, el sello de identidad personal, diferenciada y singular del individuo y la especie. Como tales, las formas y las especies son las “esencias”, los “moldes” de su materia constitutiva; ella no hace sinó ajustarse al modelo de la forma misma de su especie, como la arcilla en manos del alfarero. Las formas, las “ideas” o las “almas” de los cuerpos son perennes, preexisten a los cuerpos como el diseño de la casa en la mente del arquitecto. Son prototipos los que dan la tipología propia a cada especie viviente, orgànica o inorgànica, molecular o biológica. Pero desgraciadamente: “La ciència moderna ignora lo que los antiguos designaban como <forma>.” (T. Burckhardrt. Ibid), pues, la materia, en efecto, es indefinidamente divisible (la extensa), pero la forma es indivisible.

El mundo mineral refleja una geometría casi perfecta que también contemplamos en lo sideral, una geometría que da pleno sentido a las formas (ver la geometría sagrada) y hacia la que parece tender sin lograrlo todo el mundo natural, que bien puede decirse que se despliega entre la esfera y el cubo como extremos formales. En la naturaleza no encontramos formas “puras” pero sí su momentánea corporificación aproximada. Son prototipos o aspectos eternos de una Consciencia universal que personificada convertimos en Dios, el Espíritu o el Creador (como un sujeto creador distinto de su creación u objeto) aunque en sí misma es necesariamente impersonal y no-dual, Consciencia cuyo aspecto dinámico o manifiesto está en un proceso de “auto-limitación” –o auto-creación- y “auto-liberación” perennes. El reflejo de sus luces en la “Superficie de las Aguas” (materia cósmica del universo sutil, las Aguas Superiores y las Aguas Inferiores de las antiguas cosmogonías; todo el estado corporal se gesta en las aguas) produce el espejismo de la creación, al coagular momentaneamente en prototipos cíclicos y éstos en formas vivas, reinos, especies y razas en el mundo corporal. Podríamos ejemplificar esta imagen con la de un fractal sino fuera porque éste último repite su misma forma general en todas sus partes y miembros, cosa que la consciencia no se repite a sí misma en clones sino en una variedad indefinida de formas y estados diferentes, aunque marcados todos por el número, la forma y el código, ya que de estados condicionados se trata. Si se pregunta por el principio de unidad necesaria de la especie, puede verse tanto en su prototipo formal único como en la singularidad de sus individuos, iguales todos a su especie pero únicos cada uno en sí, es decir, irrepetibles.

Todo individuo es una forma viviente, la unidad tipo de una especie dada. Es un todo en sí mismo y no una parte: es una totalidad contractada, “atomizada”. Y una de las principales funciones de la vida y de la especie es la de conservar la identidad, la forma y la integridad de los individuos y las especies dentro de un estado de cambio constante (generación-desarrollo-corrupción). Es el principio de unidad necesaria de toda forma de vida dentro de una diversidad cósmica en estado de devenir indefinido. En el hinduismo ese principio de conservación universal se lo llama Vishnu, aunque tiene muchos derivados. Y su acción se combina con la de otros dos tan necesarios como él en la manufactura del cosmos, un principio creador (paso de la potencia al acto), y otro destructor o transformador (6). Igualmente, toda forma de energía comporta estos tres elementos (positivo, negativo y neutro). Del universo puede decirse que está en permanente construcción  tanto como en constante destrucción, y del tiempo que es un comienzo perpetuo o un perpetuo final. De hecho, es por el equilibrio de ambos (coagulación-disolución) que la vida y el mundo se sostienen. Este principio de equilibrio o estabilidad en medio de la inestabilidad del cambio, se convierte en la “forma”, en una configuración estable que ha de perdurar como tal durante todo el ciclo vital de su mundo, como individuo y como especie, pues ambos son indisociables.

Eso es decir que a la realidad horizontal del cambio y el devenir de la materia y la energía (el Samsara. La energía al igual que la materia, no se crea ni se destruye, solo se transforma -1ª ley de la termodinàmica- siendo además “convertibles”) hemos de sumarle siempre la realidad vertical de lo simultáneo, la permanente acción de “presencia” de la Personalidad única y sus prototipos (nombres, luces, potencias, etc..) o energías, como la voluntad e inteligencia creadoras, inherentes a la consciencia universal misma. El abismo ontológico que separa al animal del hombre y al vegetal del animal no es horizontal ni sucesivo, sino vertical y simultáneo. Del mismo modo, de la química “inorgànica” a la “orgànica” va un salto (quizá “cuántico”) que ninguna cosmología tenía prevista... Para realizar su perfección, plenitud o finalidad los seres no pueden ni tienen que converirse unos en otros porque todos son ya formas de una misma unidad y porque “todo está en todo” (En to pan) simultaneamente pero en diferentes grados de “contractación”. En suma, el problema mayor y al parecer infranqueable de la ciència actual, y por extensión, del pensamiento moderno materialista: “resulta de su incapacidad de concebir <dimensiones> de la realidad que no sean encadenamientos puramente físicos.” (T. Burckhardt. Ibid)

La actualidad de lo “Real” es ahora y siempre, sin condiciones temporales ni espaciales, tanto como que el “origen” del tiempo es siempre “atemporal”. El Logos, Verbo o Palabra creadora, como expresión de la Consciencia o el Pensamiento divino, es eterno como Él. Es la consciencia creadora la que crea el tiempo y el espacio en un riguroso y permanente presente, y la continuidad alterna del tiempo es el testimonio de esa unidad simultánea que la sucesión parece negar sin lograrlo. El gesto o acto creador es rigurosamente actual; es “ahora” que todo se renueva, siendo pasado y futuro proyecciones ilusorias de la memoria y la imaginación respectivamente. El tiempo y el orden cíclico no son sinó la puesta en sucesión del perpetuo y simultáneo gesto creador en la forma de proyección (generación-conservación-transformación) de prototipos vivientes a “imagen suya”, revestidos de una materia que les sirve de soporte, el elemento sutil-formal y denso-material que luego habrá de nacer, crecer, menguar y morir en el mundo corporal para cumplir su ciclo y renovarse, pero sin perder la forma, es decir, la identidad en el proceso. Los evolucionistas no parecen darse cuenta de que cualquier modificación formal en la estructura viviente dentro de la cadena evolutiva de la especie, implicaría de algún modo y necesariamente la preexistencia de la nueva especie en la anterior.“Para que una especie pudiera surgir, debería esconderse en la sustancia viva de la especie existente algo que pudiera servir de <materia plàstica> a una forma específica totalmente nueva; en la práctica, una o más hembras de una especie ya existente, deberían engendrar <espontaneamente> frutos de una especie nueva.” (T. Burckhardt. Ibid) Pero esa “lógica” que invocamos aquí no la usan los científicos, no les interesa.

Para realizar la “plenitud “ y la “identidad” de sí misma, de su forma, una especie no necesita mutar en otra, al menos en “este” mundo, basta con que sus individuos desarrollen todas las posibilidades contenidas en ella, las acordes con el mundo o estado en el que se encuentran. En cuanto a la “perfección” de la forma, es lo que la escolàstica entendia por “entelequia”, cuando el sujeto se desarrolla de manera tal que alcanza el cúlmen de perfección que le es propia a su especie. 
Cumplir con la condición, la ley, el estado, la norma o el deber natural (el Dharma hindú) de cada ser o especie, es lo más contrario a tomar otros ajenos para evolucionar (en el caso de poder ser); es como si para ser plenamente tú mismo y perfectamente consciente de tí mismo, tuvieras que dejar de ser quién eres, es decir, tú mismo, para ser otro.

Transmutación o metamórfosis no es transformación; lo primero es una modificación formal dentro de un mismo esquema o prototipo (del ser embrionario al adulto: huevo, capullo, oruga, mariposa); lo segundo es una “salida” de la forma, un ir más allá de la forma, tema que aquí no podemos desarrollar ahora pero que nada tiene que ver con un “transformismo” evolucionista. Una especie, un prototipo formal, se debe a él mismo, podríamos decir, “ab-eternum”, pues, nacen y mueren los individuos pero no la especie, que se perpetua a sí misma en ese proceso. Una especie puede aparecer y desaparecer, mejorar o degradarse, algunas incluso mezclarse (empaltes vegetales), pero no cambiar en otra diferente, su propia ley de conservación, de unidad y de identidad se lo impedirían. Su estatuto ontológico forma parte de un orden universal perfectamente sincrónico cuya unidad dinámica mantiene cada posibilidad en su nivel y estado própios, como es en la naturaleza los cuatro reinos mineral, vegetal, animal y humano. Naturalmente, el orden “total” abarca lo físico y lo metafísico, lo visible y lo invisible.  ¿No se piensa que el evolucionismo da por supuesta la preexistencia, en el modo que ahora conocemos, del tiempo, el movimiento, el espacio, la energía y las leyes físicas, etc... ¿De donde surgen éstas?

Además, desde ese punto de vista, al no ser ninguna especie efectivamente un “prototipo” formal sinó un mero accidente, el híbrido transitorio de una especie a otra en formación hacia una “super-forma” o “super-especie” definitiva, la identidad y la continuidad ontológica necesaria del presente y de la propia especie, queda abolida, sólo existe el tiempo lineal, el pasado y el futuro pero sin un presente que los unifique dándoles la “realidad” actual necesaria; no hay “ser” sino solo “devenir”. (7) Así, el tiempo nunca fue “presente”, ni hubo consciencia humana de eso hasta ahora, ni era cíclico, por lo visto era una ilusión del “homínido” pre-moderno. 

Por otro lado, si la ley de la evolución fuera real y una condición cósmica fundamental, podría observarse en todo y en todas las cosas; se allarían restos por doquier de las fases mutativas, especialmente en los registros fósiles, ya que son muchas (indefinidas) las especies en juego, cada una con su diferente grado de evolución. Todas las altas civilizaciones hubieran hablado de ella. Toda la naturaleza estaría implicada desde siempre, constantemente, y todas las especies y reinos por descontado, si es que todo viene de una “sopa” precósmica y un azar químico auto-evolutivo. Sería una evidencia que no hubiera tenido que esperar al hombre moderno para ser descubierta, o como mínimo podríamos observar miles de testimonios de ella. No es casual que sea el pensamiento científico, materialista, progresista y tecno-industrial quién ha urdido la hipótesis del evolucionismo: naturalmente, con el hombre moderno como su espécimen más avanzado, más “evolucionado” (?).

El elemento vertical de la forma y el horizontal de la materia (para emplear la términología aristotélica, aquí la del Hyle-Morfismo, madre lejana del pensamiento occidental y en buena parte moderno), son ambos inseparables a la hora de concebir de la manera más aproximada e inteligible la naturaleza real y la estructura de nuestro mundo, el mundo natural. La materia recibe del prototipo formal-sutil las cualidades que la diferencian en elementos complementarios. Se opera una vibración armónica (el Fiat Lux, el Logos, Verbo o Palabra creadora, el AUM) en la homogeneidad etérica (materia prima) que al romperse produce, por polarización de sus cualidades respectivas (frío-calor, húmedo-seco), los cuatro elementos que darán cuerpo a la forma. Esta vibración le imprime a la materia no solo su sello, la forma, sinó también la vida, la “anima” (luz: consciencia, forma; calor: vida, movimiento, circulación), por lo que toma las características mismas de la energía que la informa. Y no es extraño que, ante el permanente desconcierto de nuevos aspectos desconocidos de la materia, la ciencia moderna la asimile finalmente a “formas” de energía. Los principales sistemas corporales (circulatórios) se relacionan precisamente con esas dos cualidades, luminosa y calorífica, como el nervioso, el sanguíneo, el digestivo, etc... 

Por sí misma, la materia (prima), que ejemplifica la inercia perfecta, no tiene ninguna cualidad positiva ni activa, como no sea la pura receptividad, la plasticidad indefinida, es decir, la potencialidad negativa, y por lo tanto ininteligible. Esa forma que se le imprime para producir mundos, especies e individuos, es una determinación, a un nivel dado, de la identidad, singularidad o personalidad de la Consciencia; tiene la función de molde y de sello, de prototipo, y los cuerpos son su resultado coagulado, su copia en materia sensible. Como estado general dentro del conjunto cósmico, el de la forma y la materia del mundo natural (el de la generación y la corrupción, el mundo “sublunar” de los antiguos), no representa una posibilidad superior del ser, sino de su estado psicosomático sometido a la “corriente de las formas” en tanto individuo, pero no en tanto prototipo de una identidad única, estable y real,  no mudables. 

Mutando constantemente, al desarrollarse en el devenir temporal de su ciclo vital, los cuerpos permanecen sin embargo dentro de su forma original, en la cual está delimitada su individualidad y su especie. En efecto, individuo significa no-divisible, es decir, átomo, lo que por su simplicidad y singularidad ya no puede dividirse o sub-dividirse más. Ese es el caso del individuo, de la especie y del prototipo formal. Éste contiene en sí mismo, además de toda las posibilidades de la especie, el programa completo de todo su desarrollo vital-individual, como el embrión o la semilla físicos, aunque aquí en el orden de las formaciones sutiles o prototipos corporales. Ninguna cosmología tradicional ha ignorado que lo que llamamos materia no es más que una abstracción del pensamiento, ya que únicamente la podemos concebir por sus estados ya diferenciados, sea a nivel sutil o grosero-sensible, sólo la podemos nombrar ya cualificada, es decir, siempre en relación a su forma; una materia “informal” es inconcebible. 

La “embriología” es apenas un pequeño aspecto de todo un andamiaje complejo pero invisible que se concretiza y objetiviza en el orden corporal. Nada de lo que integra éste último podría escapar nunca de las pautas inherentes a su modelo sutil y por ende cósmico, tal y como el estado corporal al completo estaba integrado en su totalidad en el diminuto embrión humano. A una morfogénesis (hylemorfismo) en el orden sutil y corporal-material precede una cosmogénesis y a esta una ontogénesis necesaria como determinación primera del ser universal mismo. La palabra griega êidos, que le sirve a Platón para desarrollar la doctrina de los arquetipos, proviene de êidon, que significa “yo vi” (en latín videre) y “obra” (de ahí éidôlon: imagen, y idónêo: lo adecuado, lo apropiado), en el sentido de principio formal (Logos) de todas las cosas, las cuales siguen todas en su constitución a su “tipo” (del griego typos: modelo, caracter grabado, imagen, huella, como el hebreo “tselem”). 

“Las <palabras> (nombres, verbos, ideas, formas) son las verdades profundas de las cosas existenciadas y sus seres esenciales.” (Addur Razzaq Al-Qachani. Comentario esotérico del Corán. La Fatiha)

No es casualidad que los principales detractores del evolucionismo transformista sean mayormente especialistas en física molecular y genetistas, pues es en este campo donde mejor se observan las contradiciones y las imposibilidades de la tésis. (8)

Suponer que no existen leyes sutiles o energías formativas que actúan sobre la materia procedentes de una voluntad consciente, que el mundo no es producto de un plan inteligente, “que no tiene fundamento espiritual ninguno”, es afirmar que un azar (algo ni siquiera infra-consciente) crea el orden universal y el particular, los géneros y las especies, pero sobretodo y lo más importante la consciencia; un azar, ignoto hasta para sí mismo, que crea, conserva y transforma todas las cosas  además de establecer una justa jerarquía entre ellas y entre órdenes diferentes de realidad. Supone un universo incongruente: animado y consciente en sus criaturas y dominios (en lo particular) pero no en su unidad de conjunto (en lo universal), un cuerpo sin cabeza o una cabeza sin cerebro (?). Supone que la consciencia individual, aquella que se cuestiona a ella misma y que es consciente de que es consciente, carece de un principio de consciencia universal sino que es fruto de una casualidad químico-material. 
Hasta un teórico del azar evolutivo como el premio Nobel Jacques Monod, ha de buscarle al azar una “compañera” para “jugar”: la “necesidad”, partiendo de ese necesario binomio para poder especular sobre los orígenes y los desarrollos, ya sean “imaginarios”, pues la lógica de la razón, dual en este caso, así lo exige. Y omitimos muchas otras inconsecuencias que genera tal suposición, planteando muchas más preguntas que respuestas y opiniones que certezas. (9)

Creer que el orden cósmico viene del azar y es un producto actual del azar, es confundir el cosmos con el caos, un caos puramente cuantitativo, material e inconsciente, es decir, perfectamente imaginario en el peor sentido. No es otra cosa la supuesta “sopa cósmica” de la que habla la física moderna, una sopa solitaria y estúpida, sin ningún “viento” del espíritu o luz alguna que aletee por encima de ella. Y si el evolucionismo transformista pretende hacer de ese caos un cosmos, será siempre un cosmos a su imagen y semejanza, una caricatura, no un verdadero cosmos. Por mucho que gire y ”evolucione”, la rueda del Samsara nunca llegará al Nirvana. Al Nirvana solo se accede saliendo de la noria, por el centro o por el “Eje de la Rueda”.

En definitiva, llamamos evolución al desarrollo expánsivo que antecede a toda madurez adulta y a su involución contractiva. Fuera de este ciclo universal, de esta rueda, no podría haber evolución indefinida ninguna, acaso en el orden vertical ascendente, no horizontal, aunque ese caso también culminaría en su Principio superior o Centro invariable. La vida no evoluciona sino que se perpetua mediante ciclos de evolución e involución.
En cuanto a la “selección natural” por adaptación, otro de los ejes del tema que no se han tocado, si una forma de vida especial no encuentra en su medio propio y natural las condiciones necesarias para su desarrollo vital, se extingue o emigra, no “muta” biologicamente para adaptarse. En cuanto al hombre, sigue las mismas pautas con mayor libertad, pues puede, no ya adaptarse al medio, sino adaptar el medio a él, como siempre se ha visto en las culturas y pueblos especialmente sedentários. Y es de un simplismo inaudito ver en la “ley del más fuerte” (la ley de la selva llamada “selección natural”) la clave del asunto. Al revés, el equilibrio entre lo fuerte y lo frágil, lo grande y lo pequeño (micro y macrocosmos), lo longevo y lo efímero, lo sutil y lo grosero, es precisamente en lo que consiste el programa de la naturaleza, la “Madre” naturaleza, vilipendiada ahora por la misma mentalidad que la ve tan solo como interacciones químicas o materias potencialmente rentables. Lamentablemente, no se ve el mundo como espejo del Arte o del Juego de la Consciencia, sino como un plan material progresivo de objetos de consumo sensible.

En resumen, para comprender un poco el programa de la vida y su finalidad última, no basta con analizar, mediante complicadas prótesis técnicas de los sentidos humanos, su componente material-sensible, que es apenas una fina película de la realidad total, sino comprender por síntesis su estructura esencial y sus pautas más universales. No puede deducirse el todo por una parte, ni lo “más” a partir de lo “menos”, ni confundir la realidad con las apariencias, ni separar al sujeto que conoce del objeto conocido, pues forman siempre una unidad indisoluble. Y en este sentido, a veces son más iluminadoras las palabras de un hombre espiritual que las de un científico moderno, cuya jerga no es realmente científica, sino puramente especulativa: “El mundo no existe sin el cuerpo, el cuerpo nunca existe sin la mente, la mente nunca existe sin la consciencia, y la consciencia nunca existe sin la Realidad (del Si mismo o Conciencia Suprema.” (Ramana Maharshi. Sea como usted es. pg. 14).  


NOTAS:

5.- El tiempo y sus fases cíclicas “cuadra” y conforma el espacio, lo construye, lo conserva y lo destruye. Es la ley de la Rueda de la Vida y sus circumbalaciones, pero él mismo no es sinó un impulso ordenador procedente de más alto, del Eje de la Rueda. Ahí, en el Centro, el tiempo no gira ni podría ser sucesivo sinó simultáneo. Todas las vueltas y todos los ciclos se ven desde ahí en perfecta sincronía.

6.- Son el Brahma-Ishvara (creador), Vishnu (conservador) y Shiva (destructor) del hinduismo.

7.- Ni física ni metafisicamente existe el pasado ni el futuro, uno porque ya fue y el otro porque aún no es...

8.- En España por ejemplo son bien conocidos los trabajos de Máximo Sandín y de Mauricio Abdallah, entre otros.

9.- Preguntas surgen tantas que es dificil resumirlas. 
¿Qué vino antes el ADN o las proteinas necesarias para el ADN, las cuales solo pueden ser producidas por el mismo ADN?
¿Fósiles y registros geológicos de especies en transición? “Las criaturas llegan al registro fósil aparentemente de ningún lado, misteriosamente, de repente, completamente formadas, de una forma no muy <darwiniana>?” (Francis Hitching)
¿Donde se ha observado la macro-evolución alguna vez?
¿Órganos tan complejos como el ojo, el oído o el cerebro, cómo pudieron aparecer por casualidad o gracias a procesos fortuitos y erráticos?
¿Cuales serían los antepasados evolutivos de los insectos?
¿Por qué si la teoría del Big Bang contradice todas las leyes de la termodinàmica se insiste en reafirmarla?
¿A donde se fue todo el hélio del Big Bang?