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miércoles, 26 de marzo de 2014

¿QUÉ ES EL SUFISMO? ENTREVISTA CON MICHEL CHODKIEWICZ (*)

Michel Chodkiewicz, Director General de editions du Seuil hasta junio de 1989, Director de Estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Su familia de origen católico polaca se estableció en Francia en 1832. En el curso de un viaje por los países árabes descubrió el sufismo y se convirtió al Islam a la edad de 17 años. Desde entonces ha realizado incansablemente una investigación de los textos de Ibn’Arabi, que constituye el objeto de su seminario en la École des Hautes Études
Investigación continuada por dos de sus hijos, como Claude Addas que publicó una obra en la que relata el itinerario espiritual y geográfico del Sheikh al Akbar: “Ibn’Arabi o la búsqueda del Azufre Rojo” (Paris, Gallimard, 1989).
 Michel Chodkiewicz está considerado uno de los mejores especialistas del pensamiento “akbariano”. Bajo su dirección, la editorial Sindbad acaba de publicar una edición crítica de Futuhat al Makkiyya – Las Iluminaciones de la Meca –. 
La entrevista concedida a Elias para la “Tribune d’Octobre” (Montreuil, nº 19, marzo de 1990) es la prolongación de una conferencia dictada en 1990 en el Institut du Monde Arabe que tenía como título “Certezas y conjeturas sobre la influencia del sufismo en el pensamiento occidental”.


¿Por qué, en su opinión, el Occidente medieval prestó tan poco interés por el sufismo al mismo tiempo que bebía sin problemas de las ciencias árabes? ¿Puede que sea debido a razones puramente técnicas?

No creo que para explicar esa aparente falta de interés se deba recurrir a razones puramente técnicas debidas, por ejemplo, a dificultades de acceso a las obras del tasawwuf. No veo por qué sería más difícil encontrar textos sufís que textos filosóficos o científicos. Por otra parte, la cuestión de la complejidad de tales textos tampoco parece ser ninguna explicación. Los de Averroes o de Avicena no eran menos difíciles. Por lo tanto, este tipo de explicaciones, en caso de tenerse en cuenta, me parecen ser extremadamente secundarias. Veo la razón principal en el siguiente hecho: en materia de filosofía y de ciencias, Occidente era deficitario. Los árabes tenían un considerable adelanto en medicina, astronomía, matemáticas, etc.
El Occidente cristiano tenía también carencias culturales en materia de pensamiento especulativo. Pero su fe, su comprensión de las verdades de la fe, su vida espiritual, eran suficientemente robustas como para impedir la aparición de un sentimiento de vacío que hiciera falta colmar. Creo significativo que el interés por el sufismo y por otras tradiciones orientales haya surgido precisamente en el momento en que la fe y los valores espirituales se habían debilitado en Occidente. El movimiento se empieza a dibujar en el siglo XVIII, se confirma en el XIX y se acelera en el XX: efectivamente, es en el siglo XX cuando, por una parte, se traducen muchos textos sufís, y por otra, asistimos a movimientos de conversión al Islam en Europa y América, determinados por esta atracción por el sufismo.

sábado, 15 de marzo de 2014

EDITORIAL PRIMAVERA DE 2014

La única explicación razonable a los desmanes del hombre moderno y al clima de zozobra que está provocando a nivel general, es que se ha vuelto un peligroso imbécil para sí mismo. Pero incluso así, hay que admitir que es un tipo de imbecilidad muy curiosa, es una imbecilidad que intenta justificarse por todos los medios posibles con grandes propagandas de enmienda, renovación y salvamento en un contexto donde son ya irreversibles las derivas de sus muchas inercias e inútiles las medidas a tomar, por lo que se trata de una imbecilidad autoconsentida por ella misma pero disfrazada de cordura ocasional; no es mera hipocresía sino una especie de esquizofrenia suicida.

La religión achaca este imbecilismo criminal no al hombre mismo sino al diablo; es Satanás y sus secuaces quién inspira al hombre ese comportamiento, el cual y debido a su propia anemia espiritual, es un títere en sus manos. Sin ser del todo falso, no podemos ver a Satán, empero, como algo ajeno al hombre, como una entidad separada con una existencia propia y con un poder que supera al humano, y a veces al “divino”. Más bien vemos una actitud, una tendencia oscura y latente en el hombre mismo que despierta y se incrementa cuando la consciencia de lo divino en él se duerme, quedando abandonado a sí mismo como mero individuo. Tampoco esa tendencia es un poder que lo supere sino sólo en la medida que es inconsciente de ella y la confunde con alguna virtud, como ahora ocurre con la ambición, la codicia, el egoísmo, la astucia, la promiscuidad, la indiferencia ante el mal ajeno, etc... tan bien considerados por la mentalidad moderna -junto a la “competitividad”- y tan detestados en cambio por la tradicional. Siendo una tendencia, una actitud latente, forma parte de sus propias posibilidades en cuanto se desvían algunas de su orientación original, pues la falta de luz aparta también a la voluntad de su meta más noble. Es la misma fuerza del bien utilizada para el mal, si así pudiera decirse, pues realmente, tanto o más trabajo exige hacer el mal que el bien. Todo su ingenio lo pone el hombre al servicio de sus instintos más primarios y egoístas –realmente infrahumanos- que anidan en él por su condición misma de “animal humano”, después de quedar exhausto por una controversia interior desgarradora. Ciertamente el hombre es espíritu, pero por su condición corporal insertado a una forma animal, por la que comparte una misma sensibilidad con la fauna planetaria, una misma voracidad e instinto de conservación y, sobretodo en su caso, de posesividad.