Sólo con leer atentamente el ritual de recepción y los manuales de instrucción del primero de los grados masónicos, el de Aprendiz (perfectamente asequibles en cualquier librería especializada) podrían disiparse gran número de confusiones que sobre muchos aspectos de la iniciación masónica afectan a gran parte no sólo de “profanos”, sino también de representantes de esta Orden. Por ejemplo, qué lectura tiene la Francmasonería del mundo moderno y qué valor otorga a sus criterios generales, pues no son pocos quienes, llamándose masones, los aceptan como algo normal, en especial los “cientificamente” probados, incurriendo en una evidente contradicción con sus ideas y su labor iniciática, la cual entonces es absolutamente inoperante, al menos en la dirección adecuada. Igualmente, en qué consiste en el fondo el perfeccionamiento iniciático del masón y qué papel tiene efectivamente la Orden en relación al hombre y la sociedad. Y esto es doblemente importante en cuanto que la doctrina masónica se define esencialmente como una cosmogonía, como una cosmovisión sagrada como sus propios elementos simbólicos y rituales, cosmovisión que difiere de la profana ordinaria y profana, por científica que sea, como cualquier otra tradicional auténtica, entendido que una verdadera cosmogonía encierra todos los principales aspectos de la realidad, y todos los conocimientos posibles accesibles al hombre, el cual dentro de ella no juega un papel accidental sino central y definitivo, al punto de considerarse un verdadero microcosmos perfectamente análogo al Cosmos.
Sobre el primer tema (cómo valora al mundo moderno) la postura de la M:. es rigurosa y explícita; en la ceremonia de iniciación, en uno de los viajes simbólicos del candidato, el hermano Venerable le dice:” La sociedad en la cual vivimos está parcialmente civilizada. Las verdades esenciales están en ella rodeadas de sombras espesas; los prejuicios y la ignorancia la dominan, la fuerza y la astucia priman sobre el derecho”. Aquí, en efecto, no se hacen juicios de valor relativos o parciales. No se entra en la discusión sobre lo “positivo” y lo negativo” de esta sociedad moderna; tomándola en su conjunto, se la niega de plano al encarnar todos los peores estigmas de lo profano. Igualmente estos prejuicios y esta ignorancia que la definen, no hacen sólo referencia a lo moral, sino también a la “cosmovisión” moderna, la “filosofía” y la “ciencia” del pensamiento profano. Con respecto a ésto y después de pasar la prueba de la tierra, al candidato se le conmina diciéndole que: le es indispensable deshacerse de toda ilusión equivocada. (...) Los obstáculos que habeis encontrado significan las dificultades que el hombre sufre y que no puede vencer ni rebasar mientras no adquiere la energía moral (la virilidad anímica) y los conocimientos que le permitan luchar contra la adversidad, gracias también a la ayuda que puede recibir de sus semejantes. (...) Estas dificultades son mayores para los que no poseen la Luz, y que, por ello, ignoran las leyes profundas del Cosmos y obran muchas veces contra esas leyes. Sobre la verdadera naturaleza de esta Luz cabría decir muchas cosas, empezando por su relación con la Logia y su etimología, y con las exhortaciones del mismo ritual: El mayor conjunto de Verdad y de luz sólo puede encontrarse en los Templos masónicos, en los cuales los hombres probos y elegidos se consagran al estudio y al trabajo. Con respecto a las “leyes profundas del cosmos”, es uno de los principales temas de estudio y meditación, especialmente entendidas en su relación primero con el Gran Arquitecto del Universo y segundo con el microcosmos, con el que aquel forma una unidad indivisible; todo el aparato mítico-simbólico de la masonería hace referencia a ellas en tanto expresiones de principios puramente espirituales.
Es claro que una organización iniciática ama y respeta al hombre porque conoce las posibilidades de su ser, pero también sus límites y vicios, los cuales encarna todo lo profano que existe en él, y socialmente por la modernidad, tomándose como referente de lo más bajo y grosero, el nivel del cual se ha de salir, como de Egipto los hebreos. Tanto es así que la Masonería incluso lo sitúa geograficamente, como algo ligado a las condiciones cósmicas mismas: El Oriente indica la dirección de donde procede la luz y el Occidente la región donde termina. El Occidente representa, pues, el mundo visible que perciben los sentidos y de una manera general, todo lo concreto. El Oriente, al contrario, representa al mundo intelectual que no se revela más que al espíritu; en otros términos, lo que es abstracto. Este discernimiento riguroso entre lo que pertenece a un orden de cosas y a otro, es sin embargo ajeno al fanatismo y al dogmatismo; nada le impediría a un masón aceptar ciertas ventajas de ese mundo profano, como por ejemplo, la ayuda de un médico o de medicinas, tomar un avión o utilizar un ordenador, etc... sería infantil otra cosa; no es una lucha exterior ni parcial contra ciertas formas, injusticias y egoismos, sino contra las ideas y los planteamientos generales, contra la entidad psíquica profana del siglo y en especial su influencia en el hombre. Igualmente y por ello mismo, no se trata de tomar postura ante algo externo, sino ante ciertas actitudes internas. El mismo ritual dice sobre esto:... nos reunimos en nuestros Templos para poner un freno saludable a nuestras pasiones, a fin de elevarnos por encima de los mezquinos intereses que atormentan al mundo profano. (...)...ordenando así las inclinaciones y costumbres es como llegaremos a dar a nuestra alma el justo equilibrio que consiste la Sabiduria, es decir, el Arte de la Vida. Esta Sabiduría y este Arte no son en modo alguno conceptos filosóficos en el sentido corriente, la alegoría de una realidad moral o ideal; bien al contrario, se sitúan en un nivel donde las formas no existen como algo diferenciado en bueno o malo, mejor o peor, sino donde las realidades son lo que son, es decir, no están separadas de sus principio común y universal.
En su doctrina la masonería, se sabe, aborda el conocimiento de los principios en clave pitagórica y a través del simbolismo numérico y geométrico. Sin dejar nunca el ritual del mismo grado se dice: ¿Que habeis aprendido por el estudio del número uno ? Que todo es uno y que nada podría existir fuera del todo: Uno es el Todo. ¿Cómo formulais los principios que os revela el estudio del número dos? A menudo el hombre asigna artificialmente límites a lo que, en realidad es uno e ilimitado. Sólo lo percibimos diferenciando el objeto observado de su entorno . Bajo este punto de vista, dos es el número de la ciencia. Pero al mismo tiempo representa un antagonismo que conviene conciliar, ¿qué concluís de todo ello?. Que hay lugar a llevar la dualidad hacia la unidad por medio del número tres. El ternario, síntesis de lo que parece opuesto, constituye para nosotros la representación inteligible de la unidad. Esta unidad, en efecto, es el principio bajo cuyos auspicios se sitúa toda la Francmasonería tradicional, el Gran Arquitecto del Universo, principio que sin dejar de ser creador, no presenta, sin embargo, rasgos antropomorfos ni personales. En este sentido, se insiste también de manera especial en el aspecto “operativo” de tal Sabiduría y Arte de la Vida, pues: No basta con estar puesto en presencia de la Verdad para entenderla. La luz sólo ilumina al espíritu humano cuando nada se opone al resplandor. Mientras la ilusión y los prejuicios nos ciegan, la oscuridad reina en nosotros y nos convierte en insensibles al resplandor de lo verdadero. (...) ...no somos realmente masones hasta el día en que nuestro espíritu se ha abierto a la inteligencia de los misterios de la masonería. Queda sobreentendido que estos misterios no son propiedad de nadie, son universales, pero es en el seno de las tradiciones verdaderas donde se encuentran explicitamente formulados.
Como cualquier otra organización de caracter iniciático, la Masonería no está para mejorar moralmente al hombre, papel que más le toca a la religión, entre otras cosas porque la afiliación masónica ya supone de antemano su condición de: hombre libre y de buenas costumbres... condición más que suficiente para ser moralmente íntegro, inspirada en la invariable ley del: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a tí y sí lo que quisieras. La talla moral del masón es algo en lo que se insiste como precepto inicial, no como meta; ésta no se corresponde con el nivel ni siquiera religioso de lo moral, cuanto menos de la “ética” laico-civil; no es una meta externa ni psicológica, no tiene forma, se abre a lo infinito. Esos planteamientos les vienen sumamente cortos a las perspectivas de la Masonería, quedándose en los confines más lejanos de la periferia del verdadero meollo. Bien al contrario, el iniciado los abandona grado a grado, en la medida que más se adentra en el Conocimiento de las vías que le han sido trazadas por el Gran Arquitecto a través de la Tradición. Estas vías no pretenden un progreso moral del individuo, ni cuantitativo de sus virtudes que pudiera llevarle a una especie de “santidad” o estado de tolerancia indefinida con respecto a todas las formas de pensamiento. Se faltaría al Honor y a la Verdad tolerando la falsedad, el crimen y el error. La tolerancia masónica no es un gesto paternalista de complicidad psicológica, al contrario, reside en su universalismo, el cual no puede entrar en conflicto con ninguna forma auténtica de la Verdad. Es un progreso espiritual de lo que se trata, puramente interior, de comprensión de la realidad -y falsedad- de las cosas en toda su amplitud, profundidad y altura, medidas que culminan la edificación del templo interno y la regeneración total del ser.
La lectura puramente moral y filantrópica de la masonería está intimamente relacionada con el caracter agnóstico que se atribuye especialmente a la llamada “moderna”, de la que abundan formas y ritos bastante alejados de sus principales “landmarks” originales; pero como tal es un contrasentido que sólo podría pasar desapercibido al que no se entera de nada. Como forma iniciática, la masonería no es ni nunca ha podido ser agnóstica, es decir, ignorante de lo que es ni de lo que es depositaria, guarda, transmite y revela. Bien al contrario, es completamente gnóstica, por cuanto es la Gnosis y no otra cosa su depósito sagrado. Ser un masón agnóstico es imposible, pues, o se ignora lo que es una cosa o se ignora la otra. No hay iniciación sin una vía de conocimiento, de asimilación de las verdades espirituales, capaz de despertar la consciencia a otros estados más universales de sí misma y de la realidad. Esta Gnosis se refiere a la verdadera Sabiduría, una de las tres luces principales de la Logia que presiden los trabajos rituales, es la Sofía de los gnósticos, aquella que dispensa el conocimiento de los principios y que se asimila a la intuición intelectual pura o inteligencia espiritual. No es la razón, ni el racionalismo, que son otras facultades, como llegó a confundir la ilustración inspirada por el pensamiento cartesiano, y que tanto ha determinado el espíritu de la masoneria propiamente moderna o mejor modernizada.
Otra confusión que se desprende de las otras, es pensar que, al no poseer una forma religiosa, los ritos y símbolos masónicos no son “sagrados”, acercándose quizá al talante de las ceremonias civiles. Este prejuicio, muy arraigado en el hombre occidental, es el mismo de creer que la religión tiene el monopolio de lo sagrado, y por ende de lo iniciático. Pero es absurdo cuando facilmente se constata la enorme cantidad de tradiciones sagradas no religiosas, con tanta o más autoridad espiritual que cualquiera de las tres con un exoterismo de estas características, judaismo, cristianismo e islam. No podría decirse que la masonería posea una metafísica, en efecto, cosa que a muchos “puristas” les basta para consignarla como algo incompleto. Pero eso ni la pone por debajo de la religión, que ignora todo lo verdaderamente metafísico de su propia doctrina, ni la hace inoperante si consideramos todas las doctrinas incluidas en sus altos grados. En sus tres principales grados es una cosmología, La Gran Obra, la construcción del templo interno, y pretende la culminación de los Pequeños Misterios, la perfección del estado humano, que bien entendidos son la virtualidad de los Grandes. Por la comprensión y la vivencia ritual de la cosmogonía, se aspira a lo metafísico, a lo que supera todo planteamiento cosmológico, dual y personal, algo que la religión actual ni siquiera se plantea, cuanto menos la ciencia laica y profana moderna.