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jueves, 28 de junio de 2018

APROXIMACIÓN AL SUFISMO (El viaje del Uno al Uno), por Manuel Plana

A menudo las tradiciones espirituales se comparan a sí mismas a una rueda, que a su vez es uno de los símbolos más universales de la manifestación cósmica. En el caso del Islam, la Shariyah o Ley religiosa ocupa la llanta, la parte que gira de la rueda. Las diferentes Tûruq o vías iniciáticas del sufismo, o mejor dicho, del Tasawuf, son los radios que conducen del exterior al interior de la rueda. En su centro se encuentra la Verdad o Realidad esencial, la Hâqiqa, idéntica al secreto espiritual (Sirr), que es el motor inmóvil que permite y sostiene la existencia de todo el conjunto.

El trayecto que va de la periferia al centro de la realidad, de la multiplicidad exterior a la verdad interior y unitaria del ser, es el de la realización espiritual, la via iniciática, la senda que conduce a Allah.  Es el “camino recto” (sirata’l-mustaqim) del que habla la sura de apertura del Corán, la Fatiha, que todo musulmán repite en todas sus oraciones del día, y que  sustancialmente se distingue del camino circular que toman aquellos que erran indefinidamente por la periferia o epidermis de la realidad. 

A diferencia de los viajes y trayectos que puedan cumplirse en el mundo exterior, éste otro viaje, en cambio, se cumple estrictamente en lo interior; uno emprende la marcha hacia dentro, hacia la unidad, del uno al Uno. Todas las referencias de un viaje exterior ordinario se transponen aquí, simbolicamente, a lo interior, dentro del cual existe toda una geografía por explorar. Bajo este aspecto el sufismo es la Tariqa, la vía, que conduce al ser del exterior al interior, de la superficie al núcleo de la realidad, permitiéndole recuperar, primero, el sentido de la orientación espiritual y después la esencia de lo que es verdadera y eternamente y de lo cual ha perdido casi por completo la memoria. Es éste el verdadero viaje iniciático, el viaje arquetipico del que hablan todas las tradiciones y mitos de la humanidad, ya que en él reposa todo el sentido de nuestra existencia, que no es otro que el que se refiere a la realización espiritual, al cumplimiento de nuestras posibilidades reales más elevadas.

La ciencia sufí comprende la de los estados y estaciones del alma, así como del conocimiento de su verdadera magnitud y de sus límites reales. Es la alquimia espiritual, la misma que se transmitió al cristianismo iniciático medieval, también llamada “Alquimia de la felicidad”. Ella transmuta nuestro ser opaco actual en un ser luminoso o cuanto menos transparente, traslúcido. Pero a propósito de esto, ha de decirse, primero, que el concepto de alma, como de espíritu, difiere profundamente en la Tradición sagrada de su concepción “científica” moderna, y segundo, que la intención de algunos de reducir el sufismo a una especie de psicología poética más o menos parecida a los sistemas de autoayuda en boga, a una psicología que pretende el “mejoramiento” del individuo a través de un reforzamiento de la “autoestima”, dicha intención, decíamos, es perfectamente opuesta a los fines del Tasawwf. Precisamente, el alma inferior u orgánica del individuo humano que estudia la psicología empírica, con el ego mental como centro, queda bastante mal parada en todos los manuales de espiritualidad sufí; habitualmente se la compara, o mejor, se la identifica, con el propio Shaytan, es decir, con el diablo.

El método sufí propone ir más allá de lo psíquico, del psiquismo individual, dominio proverbial de las aguas y los espejismos, es decir, de la dualidad; propone trascender la psicología y penetrar en el área reservada del espíritu, o sea, en la realidad más universal e impersonal del ser humano. Es ese Espíritu (Ruh), el Pneuma o Nous de los antiguos griegos, y no la Psiqué, lo que constituye su núcleo inmortal, su esencia permanente e imperecedera, así como la estación (Maqam) donde establece conexión real con las realidades superiores. 
En este tipo de viaje, quedarse en el mero nivel psicológico supone una regresión, una vuelta atrás, indica trabajar para Shaytan. Y a este respecto, un conocido hadith del Profeta dice que: quien no tiene maestro, tiene a Shaytan por maestro; vale decir, quien no dispone de un guía para el viaje, tiene a su capricho como guía, aunque él no lo sepa. Decimos esto porque hoy en día, y por complejos motivos históricos, se conoce mejor en general el Yoga, el Budismo, el Zen o el Chamanismo, por ejemplo, que el sufismo, del que se desconoce casi todo. A lo cual hay que sumar la moda de creer como válida la autoiniciación, sin más recursos que los propios del individuo y unos cuantos libros. Y esto es ocasión y oportunismo de muchos “mercaderes del templo” para disfrazar sus ilusorias ambiciones con el maquillaje de pseudo-sufismos o pseudoesoterismos, cosa que ha dado pie, a veces, a confundirlo con cualquier ocultismo de bazar al estilo new age o a invalidarlo como forma efectiva de iniciación.

De hecho, podríamos definir mucho mejor al sufismo diciendo lo que no es que lo que es, ya que lo que “es” es algo de lo que el sufismo busca ante todo tener experiencia y no una mera colección de conceptos mentales fáciles de consumir y etiquetar. 

El sufismo es esencialmente experiencia, vivencia espiritual, toda su doctrina y sus métodos están dirigidos a promover esa experiencia íntima. Parte de esa experiencia es, precisamente, saber distinguir los estados interiores de lo que son meros fenómenos psicológicos, discriminar (Furqan) la realidad de la ilusión. Del mismo modo, encararlo tan solo desde el punto de vista teórico y especulativo, equivale a no salir del mapa, a no pisar el terreno, quedándose simplemente en el nivel de las descripciones mentales, que por extensas que sean, no equivalen al más mínimo grado de realización efectiva. Es común en países islámicos encontrar importantes sheijs ejerciendo los oficios más humildes y enseñar con muy pocas palabras, cosa bien extraña de encontrar en tierras occidentales.

La realización espiritual incluye un recorrido de reconocimiento por el interior de nosotros mismos, por nuestra geografía sutil, en busca del centro. Al simbolismo de viaje se suma el de la travesía de las aguas, el paso por el laberinto, las pruebas iniciáticas, muerte y resurrección, etc.. que encontramos en otras tradiciones. Por eso se advierte de que la geografia interna del ser humano resume en su complejidad a la del propio universo. En efecto, para la tradición sagrada el hombre es un microcosmos, sintetiza la totalidad del universo a escala, con todas sus posibilidades y limitaciones, y no una parte o fragmento del mismo. Y mucho menos, un producto casual de la materia y de una extraña evolución temporal; el hecho de poseer una dimensión vertical además de otra horizontal, dilata indefinidamente las expectativas sobre nuestra identidad real, expandiéndolas hasta los mismos confines de lo concebible y cognoscible, nos trasporta a las puertas de lo infinito, lo que siempre conlleva un riesgo para el equilibrio mental ordinario y otro aún mayor para la precaria estabilidad del ego. 

En su Divina Comedia, Dante describe un mapa de la cosmogonía próximo al del sufismo sin necesidad de copiarlo, ya que es un mapa universal, presente, con pequeñas variantes formales, en la gran mayoría de las grandes tradiciones. El alma individual es una coagulación del Alma del Mundo y está vinculada a ella como el órgano a la facultad, como el calor al fuego. Purificada, ella deviene el propio hálito del Misericordioso (Nafash ar Rahman), la forma luminosa  del orden y el ritmo con los cuales Él renueva permanentemente la realidad. Y aquí es oportuno recordar el hadith del Profeta: “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor” y también: “Quien conoce su alma conoce a su Señor”. También indican lo mismo el “Conócete a ti mismo” de Sócrates y Platón.

Precisamente, una de las primeras estaciones del viaje es la de la “perplejidad”, pues, se da el caso de que con un Dios UNO no se puede dialogar, ni conocer, ni percibir fuera o a parte de Él, puesto que nada ni nadie podría existir fuera de Él, ni a parte de Él, ni al lado de Él; es una cuestión de lógica matemática que la unidad no tiene par. Su propia unicidad es su misterio y su velo impenetrable. Nadie podría conocer a Dios salvo Él Mismo. Y ese es el secreto que reside en el fondo del corazón, pues su unidad con todo es también la nuestra, la de cada cual, como un tesoro encerrado en el cofre del corazón. 
Esta estación supone un nivel de conocimiento espiritual bastante más elevado que el que corresponde a la Shariyah o Ley común religiosa, aunque tampoco entra en contradicción con ella, antes bien se superpone naturalmente. La práctica de los cinco pilares de la Shariya, además de adquirir otra lectura a la luz de una vía espiritual (ontológica, cosmológica…), supone una protección, un marco, un encuadre al trabajo esencial del Tasawf. 

Como referencia de primer orden, el Centro, en el contexto del simbolismo del viaje, es siempre el punto de llegada y el de orientación, tomando diferentes acepciones simbólicas según su grado de universalidad, pues quien dice centro dice unidad. Astronomicamente es la Estrella Polar, el Polo (Qutb) alrededor del cual giran todas las estrellas de nuestro hemisferio norte. Es el Sol u “Ojo del Cielo”, alrededor del cual giran todos los planetas. Es el punto geométrico, símbolo de la unidad, cuya irradiación produce el espacio. Un punto no existe, es virtual, es concebible pero no perceptible, en cambio todo el espacio se produce por su irradiación. También el ahora, en el tiempo, es inaprensible, no existe como algo separado dentro de la continuidad temporal, en cambio él nos determina siempre el presente y con él el pasado y el futuro. En la geografía sagrada del Islam el centro es la Meca, imagen terrestre de la ciudad celestial, como Jerusalén, Roma o Benarés en otras tradiciones. Ella es el punto hacia donde todo musulmán orienta su corazón, sus acciones y sus oraciones. También la peregrinación a la Meca (el Hajj), uno de los cinco pilares del Islam, es un símbolo evidente del recorrido iniciático, el cual es horizontal y terrestre hasta llegar a la ciudad, y después vertical y celeste, quedando reflejado en las siete circumbalaciones que dan los peregrinos alrededor de la Kaaba en señal de los siete cielos que atravesó el Profeta en su Viaje Nocturno (Miraj). Dentro de la ciudad ese centro es la Kaaba, el Sancta Sanctorum del Islam, y dentro de ella la Piedra Negra, el aerolito que depositó Abraham cuando la construyó ayudado de su hijo Ismael. En relación al país, el centro es la ciudad, y de ella el centro es el templo, la iglesia o la mezquita. Y en relación a ellos lo es el sagrario y el Mihrab. En el ser humano es el corazón, órgano vital principal y residencia del Espíritu (Ruh) que en él se diferencia como intelecto, voluntad y energía de vida. En efecto, el núcleo del ser es el espíritu que se aloja en el corazón, el radio es el alma y la periferia el cuerpo. Y un error corriente, decíamos, es la confusión entre el alma y el Espíritu, el punto y el radio.

Como elemento central del ser, el Espíritu, como el eje de la rueda, siempre permanece inmóvil e inafectado por la rotación exterior; su acción es de presencia y su efecto manifiesto, el iluminativo del Intelecto (Al aql), es precisamente la única acción que no está sujeta al movimiento circular horizontal, es vertical y súbita, como el rayo y el trueno. El alma, en cambio, rige todas las facultades de acción que se dan y desarrollan en el dominio de la sucesión temporal, como la memoria, la imaginación, la razón, la emoción, la sensibilidad, etc… 

Es importante discernir estas cosas ya que si alguna liberación posible existe para el ser sujeto a las condiciones que le impone su estado individual actual, si alguna posibilidad tiene de conectar con los estados superiores de sí mismo, es únicamente por el centro, es decir, por la toma de consciencia efectiva de su dimensión espiritual inmediata y trascendente, y no, por cierto, desarrollando progresivamente los “poderes” de su alma o mente, los cuales por extensos y sofisticados que sean, nada tienen que ver con el Espíritu ni con su realidad, la única que merece identificarse con la Libertad absoluta. 

La diferencia entre espíritu y alma es la misma que existe entre “personalidad” e “individualidad” respectivamente, las cuales de igual modo se confunden hoy en día. La primera es fija y representa la unidad y unicidad del ser, aquello que lo hace ser quien es y no otro en todo momento a pesar de sus cambios; la segunda es cambiante y está sujeta a las fases de desarrollo del individuo y a los procesos binarios que rigen la vida y sus ciclos; son lo que el hinduismo y los Vedas entienden, respec. por Âtmâ y Jivâtmâ.

Pasar del dominio lunar al solar, del alma al espíritu, es uno de los viajes más importantes de la vía sufí, ya que el Maqam del Sol es la estación divina, el Corazón del Mundo y del Hombre Universal (al Insan al Kamil), encarnado aquí por el Profeta mismo(slaws). 

Pasar del dominio frío y analítico de lo mental, al cálido y sintético de lo cordial, supone una importante transmutación de la consciencia, significa comprender las cosas por intuición directa, por reconocimiento inmediato, y no por reflexión indirecta y especulativa. El corazón, como el sol, es sede del verdadero conocimiento unitivo e infalible, es decir, de la certeza. La mente y el cerebro lo son del conocimiento relativo, binario, falible y puramente aproximativo; comporta un grado de obscuridad e ignorancia comparable a la luz lunar, la cual ni siquiera pertenece a la luna sino que refleja la del sol; es el dominio de la opinión, de la conjetura, evidentemente distintas de la verdadera certeza.

El verdadero conocimiento es fuego, es unidad de luz y calor, de inteligencia y amor. La luz mental de la razón es una luz pálida y fría, húmeda, fluida y pesada como el Mercurio. Las emociones sensibles son calores obscuros, carentes de luz. En cambio la sabiduría del corazón es una luz pura y cálida, penetrante, ordenadora, unificadora, como el amor verdadero, que no es un mero afecto egoísta, sino generosidad y autosacrificio.

El Gran viaje es también aquí la Gran Guerra Santa. La verdadera Jihad de la que habla el Islam es la que realiza el faqir (el pobre)  contra sus propios enemigos internos, como diría San Pablo; es la que emprende el viajero (salik) contra los obstáculos que encuentra en su camino interior. La pequeña Guerra Santa, en cambio, es la de las armas, pero no el terrorismo fraticida promovido por intereses demoníacos, perversos y sacrílegos cuando tratan de justificarse con el disfraz de lo religioso, tan falso como los criminales que lo promueven. La ignorancia espiritual también ha tocado directamente a las instituciones religiosas y a una gran masa de fieles. 

En todo caso, el camino espiritual, o mejor, la idea que tenemos de camino, toma un sentido muy poco literal aquí, sino mucho más ámplio y sutil, ya que convergen muchos simbolismos sin excluirse, pues, nunca debe perderse de vista que, en el fondo, el camino, el caminante y el caminar, son una sola y misma cosa en la unidad, es decir, en la realidad. Así, el conocido verso de Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, describe muy bien de lo que se trata al respecto del sufismo. 

 Lo que nos ha alejado del Centro, del Origen, como dice la canción, es el olvido, la amnesia espiritual, y es por ello que la ciencia del recuerdo viene en nuestra ayuda. El sufismo es la ciencia del recuerdo por excelencia, de la anamnesis o reminiscencia (platónica), el Arte de la Memoria. Esta ciencia se encuentra resumida en el método principal del sufismo, el Dhickr, siendo el más conocido: lah illaha illa llah, no hay más divinidad que la divinidad. 
La ciencia del Dhickr es la ciencia de la invocación e incantación de los nombres divinos, análoga a la ciencia de los mantrams del hinduismo y el budismo o al del Shema de la Cábala hebraica. Según un Hadith, dice Allah: Si mi servidor se acuerda de Mí, Yo me acordaré de él. La rememoración constante y rítmica del nombre de Dios ordena, ante todo, nuestros propios ritmos internos; establece una conexión lúcida con otros niveles del ser y actualiza en la consciencia, es decir, en el corazón, la presencia de lo nombrado, transfigurando nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos. Ésta Presencia (sakina) se manifiesta bajo dos principales aspectos de ella misma, la Belleza (Jamal) y el Rigor o Majestad (Jalal), y de ellos derivan indefinidos estados (Hal).

Este mismo sentido de recuerdo y reminiscencia está implícito  igualmente en el significado de la palabra Corán, que es el de recitación, recordatorio, es decir, el de algo que se recita para ser recordado, ya que el Corán es en el Islam el Verbo divino coagulado en la letra y tiene un papel perfectamente análogo al que tiene Cristo en el cristianismo.  Y el de Muhammad (slaws), en cambio, en su calidad de recipiente suyo, es equiparable al de la virgen María. 

El Corán se recita rítmicamente en una lengua sagrada, el árabe, ya de por sí rítmica y musical, para que su mensaje emerja de la letra, como la chispa del pedernal, y despierte el recuerdo dormido en el corazón, avivando la llama de la intuición de la unidad, de la totalidad, del no límite. El Dhickr combate el olvido, el sueño, la modorra y la ignorancia, que son los velos de oscuridad que nos separan de la luz. Otra definición de lo mismo es: el sufismo es el Dhickr. 

En su grado extremo, el olvido, el sueño y la ignorancia son la muerte espiritual. No en vano Hypnos y Tánatos, el Sueño y la Muerte, son hermanos en la mitología griega. Al sopor espiritual le ha seguido una muerte que ha petrificado el corazón, haciéndolo totalmente insensible a toda realidad sutil como no sea la que vemos y tocamos.
También, con respecto a la ciencia de los ritmos, es tradicional en el sufismo la música, el canto y la danza, aunque no todas las Turuk las utilicen indistintamente.

La nostalgia del Paraíso, de la verdadera Patria, de la verdadera Vida, de aquella Armonía o Felicidad perdidas, está diseminada en multitud de resortes sutiles que fraguan nuestros estados de ánimo y nuestro equilibrio interno, tan frágil y tan precario. La ignorancia nos hace suponer ese estado como algo lejano e inaccesible, perdido sin remedio o inexistente cuando peor; pero realmente su propia evidencia es su velo, su propia unidad su misterio; como dice el Corán: “Allah está más cerca de ti que tu propia vena yugular”. O También: “Haz y comportate como si Le vieras, y si no Le ves, Él sin embargo te ve “. 

Una falsa identificación con nuestro ego corporal, el Nafs, y la práctica asidua de unos hábitos mentales ignorantes, alimentados por multitud de prejuicios, la mayoría inconscientes, han interpuesto una ilusoria barrera entre nosotros y nuestra verdadera realidad, es decir, identidad. El ejercicio ritual del desvelamiento, del vaciamiento de todo lo inútil y contrario a la vía, forma parte del método sufí, del mismo modo que un equipaje ligero y preciso es propio de un buen viajero.

En resumen, hemos aprovechado la ocasión para hablar del sufismo y no de su historia ni de sus peculiaridades formales, porque para nosotros se trata de una realidad viva, operativa y rigurosamente actual y no de un tema de estudio antropológico, arqueológico, académico o folclórico. También, como antes apuntábamos, para definir un poco su funcionamiento interno y separar un poco el grano de la paja. Es cierto que en algunas de sus ramas y en ciertos países, se ha convertido en poco más que un espectáculo folclórico. Es cierto que otras carecen de la presencia viva y eficaz de un auténtico Sheij que ejerza una acción de orientación, de guía y de enseñanza efectiva. Pero también es cierto que muchas otras están perfectamente vivas, tal y como el Sheij que las dirige, y son perfectamente operativas y ortodoxas. La geografía del sufismo es muy amplia y en relación a España muy  cercana, ya que para la Europa meridional, el Oriente espiritual empieza en el Magreb, ese vecino tan desconocido.

Por último, una de las características del sufismo es la importancia que otorga a la Silsilah o Cadena iniciática, la cual se remonta al propio Profeta y al círculo de sus primeros discípulos. Ningún maestro espiritual puede ejercer de tal sin tener, a su vez, el Idhn o permiso de su propio maestro. Ninguna iniciativa personal o egótica podría inspirar su función espiritual ni tampoco la elección para tal responsabilidad. Por ello, no existe en el sufismo un culto personal del maestro, sino una relación directa con su función, que no es sino un aspecto de su propio estado espiritual. La vía, dice el sufismo, es el Maestro, es el Sheij. Él tiene la llave del secreto que abre nuestro corazón a la verdadera luz impersonal y universal, ya que todo verdadero maestro no es sino una imagen del verdadero y único maestro, el maestro interno, el Señor del Corazón, el único y verdadero Señor. 

Allahu Akbar


* Conferencia Librería ALTAIR. Barcelona 19-5-2005