Existe un oscuro dominio que no se puede concebir, es decir, crear un concepto de él, una abstracción, y que además ni siquiera se puede imaginar, crear una imagen, una figura. Un vértigo inexplicable nos asalta cuando focalizamos la atención en estas tinieblas fronterizas, cuando sumergimos la conciencia en la realidad de la nube primordial, en el océano informe e ilimitado de la inmanifestación, en el abismo del Absoluto que todo lo penetra, allí donde se desvanecen las miradas, se pierden las referencias y se disuelve todo vestigio temporal.
Pero, ¿cómo hablar de lo que no se puede hablar, cómo señalar lo que ni siquiera se puede apuntar, como experimentar lo que escapa a cualquier aprehensión, cómo pensar lo impensable, cómo representar lo que ni siquiera se puede simbolizar?
Qué hay más allá de la facultades de la percepción ordinaria, ya sean físicas o psíquicas, ya sean sensibles o sutiles, ya sean visibles o invisibles; en la región donde los símbolos dejan de ser huellas y se volatilizan; en el lugar donde las semillas de la existencia son posibilidades ilimitadas; en el territorio de lo insondable y de lo inefable, de lo que no puede ser afirmado si no es por negación, de lo que sólo trascendiendo la manifestación aparece manifestado con nitidez.
En definitiva, ¿qué hay más allá del ser y del vacío, de la existencia y de la ausencia, más allá de la vida y de la muerte, de la luz y de la oscuridad, e incluso más allá de la criatura y de su Creador? ¿Qué hay detrás de la distinción, de la discriminación, de la negación, de la separación, es decir de la dualidad? Esto: sólo puede haber afirmación y unión: Al-lah.
En Él todo es síntesis y núcleo, pero entonces, ¿qué sabor tiene Su esencia, el de su pre-sencia o el de su au-sencia? Lo inconcebible e inimaginable de Al-lah no podría penetrarse si no fuera por la Re-velación en su amado, en el más digno de alabanzas Muhammad (saws). Ciertamente esta es la infinita Misericordia que ofrece en sacrificio, desocultándose sin dejar de estar oculto, presentándose como no-presente, expresándose en el silencio y siendo sin ser.
El secreto (sirr) de Muhammad está en su rostro como símbolo del misterio de la Identidad Suprema: la ipseidad del Sí mismo (huwa), del sujeto ausente, de la realidad que se nos muestra cuando no hay ni yo ni tú sino Él, en su eterna soledad.
En el rostro de Muhammad (saws) está la Faz de Allah, lo oculto tras el último velo del Loto del Límite. En el Profeta confluyen los Misterios Menores del Pequeño rostro de Dios con los Misterios Mayores del Gran rostro de Dios, la forma perfecta de la creación con el éter inabarcable de la Esencia.
Detrás de lo indefinido de la imagen de Muhammad está la disolución y la extinción (fana), está la puerta al Infinito, está la salida de la Caverna cósmica por la Corona de la Majestad, está el polo axial que vertebra todos los mundos.
El Hombre es un pequeño cosmos y el Cosmos es un gran hombre, pero ambos son el mismo, no son dos sino Uno; sólo el Espejo cósmico que reflacta la Luz desde el origen crea esta magnífica ilusión óptica. El Hombre Universal es la imagen prototípica del primer Rayo, de la fuente divina descendente. Es la explosión de Dios y la implosión del Hombre en el Centro Supremo; es la simultánea expiración del Creador en la inspiración de la criatura. En definitiva el Soplo del Espíritu Universal (ruh) que como un vuelo fecundante despliega la manifestación en forma de Aliento Vital (nafs).
Pero todo esto son símbolos y como tales formas de figuración, que, aunque reveladas, sólo hablan del velo del Cosmos y dicen más en su trasfondo de vacuidad, cuando desaparecen, se levanta el telón y sólo queda oscuridad, oscuridad y silencio que reabsorbe toda luz y sonido hacia el No-Ser, hacia la Nada abismal que no es otra cosa que Plenitud total.
* Publicado en la revista Qalam nº 2, 2008
* Publicado en la revista Qalam nº 2, 2008
En recuerdo y a la memoria del Sheikh Sidi Hamza al Qadiri al Boutchichi (1922-2017).