Arquetipos alquímicos Qian y Kun
En su vertiente “tántrica”, conocida como el Arte de la Alcoba (Fángzhōngshù 房中術), la alquimia operaba una transformación del régimen ontológico de manera radical, pues la búsqueda de la integración de las fuerzas opuestas era solo posible mediante la exaltación de la energía sexual.
En concreto, se aceptaba que el magnetismo de la energía sexual era el único medio efectivo para la superación de la experiencia ordinaria, es decir la realidad sensible. La finalidad de dichas prácticas era realizar un estado de conciencia unitiva utilizando el encauzamiento magnético de la energía sexual- que los antiguos chinos llamaban “Transformar la esencia en hálito”. Dicho de otro modo, se buscaba el despertar al Yang verdadero oculto en los riñones (recordemos que en la simbología de las correspondencias de la alquimia y la medicina clásica, los riñones son el arca donde reposa el Jing, 精, la llamada Esencia, y como tal, se identifica con el elemento Agua o Kan ☵ la sede del dragón). A su vez, se reactivaba el Yin verdadero oculto en el corazón (que en la simbología de las correspondencias es la residencia del Fuego o Li ☲).De esta manera se inducía una alteración de los procesos naturales que regían la constitución del hombre ordinario, para de este modo restablecer el estatuto anterior al régimen del plano condicionado, plano caracterizado por la lucha de fuerzas opuestas.
Digamos que en un orden normal de los procesos fisiológicos, el ritmo de todo acto sexual genera una vibración que tiende a condicionar a los participantes de la unión amatoria a la embriaguez erótica, con la consiguiente provocación del clímax de la emisión seminal, lo que finalmente acaba en un síncope de la fuerza masculina. Se trata de un fenómeno que obedece a las leyes más elementales de la naturaleza, y que el mundo clásico chino se lo relacionaba con la pulsión del Jing 精, la Esencia, fuente tanto de la sangre como del semen. Ahora bien, el magisterio alquímico del Fángzhōngshù 房中術, buscaba más bien lo inverso, en otras palabras, el despertar de las fuerzas menos manifiestas, pero precisamente poseedoras ellas de una virtud capaz de trascender las leyes más externas que moldean la naturaleza fisiológica que condiciona el acto sexual. Para ello era necesario instaurar el régimen del Fuego.