Las categorías oficiales que la entelequia moderna establece entre las diversas aplicaciones artísticas son relativamente recientes (especialmente las que inspiran las vanguardias) y no concuerdan con ninguno de los modelos tradicionales de otras culturas ni con los de la suya propia anterior a la modernidad, es decir, al Renacimiento. Tampoco responden a criterios inspirados en alguna nobleza superior del gesto creativo ni de su trascendencia espiritual; tampoco, de hecho, con la lógica de un sentido cualquiera de unidad cultural o de estilo, sino en la expresión exclusiva y anárquica del universo mental-emotivo del artista. Ante eso hay que admitir que el arte moderno es algo bien singular dentro de la historia universal del arte, y habría de preguntarse si esa singularidad culmina magistralmente su propia historia o bien por el contrario, es una grotesca parodia residual, la deriva hacia una vía muerta o los detritus más arrogantes de la decadencia de la sociedad occidental moderna. (1)
El poco valor dado a oficios y artesanías tradicionales en provecho de un supuesto “Gran Arte” moderno, al que ahora toda groseria, mediocridad y estupidez le son aplaudidos además de bien remunerados, no podría ser más que el resultado de una incomprensión profunda del gesto creativo, de la función verdadera del arte y de una deriva irreversible hacia el caos de la intelectualidad, la sensibilidad y el oficio abandonados a sí mismos sin un modelo orgánico ni dirección sana.