Las categorías oficiales que la entelequia moderna establece entre las diversas aplicaciones artísticas son relativamente recientes (especialmente las que inspiran las vanguardias) y no concuerdan con ninguno de los modelos tradicionales de otras culturas ni con los de la suya propia anterior a la modernidad, es decir, al Renacimiento. Tampoco responden a criterios inspirados en alguna nobleza superior del gesto creativo ni de su trascendencia espiritual; tampoco, de hecho, con la lógica de un sentido cualquiera de unidad cultural o de estilo, sino en la expresión exclusiva y anárquica del universo mental-emotivo del artista. Ante eso hay que admitir que el arte moderno es algo bien singular dentro de la historia universal del arte, y habría de preguntarse si esa singularidad culmina magistralmente su propia historia o bien por el contrario, es una grotesca parodia residual, la deriva hacia una vía muerta o los detritus más arrogantes de la decadencia de la sociedad occidental moderna. (1)
El poco valor dado a oficios y artesanías tradicionales en provecho de un supuesto “Gran Arte” moderno, al que ahora toda groseria, mediocridad y estupidez le son aplaudidos además de bien remunerados, no podría ser más que el resultado de una incomprensión profunda del gesto creativo, de la función verdadera del arte y de una deriva irreversible hacia el caos de la intelectualidad, la sensibilidad y el oficio abandonados a sí mismos sin un modelo orgánico ni dirección sana.
El arte moderno está muy polarizado, dándose un ámplio espectro entre los extremos más opuestos: desde una obsesión fetichista por el objeto físico artístico a una representación –performance, instalación- puramente conceptual, una idea evanescente, virtual, puro humo. La mera intención creativa, ya sea un simple y confuso esbozo mental, ha desbancado las sutilezas de un trabajo palpable, inteligente, bien estructurado y bien acabado. También es cierto que las artes plásticas, las artes visuales, en un mundo de imágenes tipificadas, tecnificadas y seriadas, donde todas o casi todas las actividades de este tipo se han mecanizado, amén del impacto generalizado del uso y el consumo fotográfico, televisivo y cinematográfico, las manualidades visuales son puramente aleatorias, inútiles practicamente, por eso la pintura ha derivado en una actividad hedonista, elitista en el sentido más material de la palabra pues, además, la calidad intelectual y técnica de la obra no la certifica ninguna autoridad competente si no son los dictámenes del stablishmen económico de las modas culturales, los ámbitos de mercado y promoción del arte, las galerías y ferias internacionales más importantes que pagan la crítica, es decir, el show bussines.
El hombre moderno, sobretodo el urbano, vive inmerso en un laberinto de imágenes, bombardeado incesantemente por ellas. La reproducción seriada de imágenes por todos los medios visuales posibles, nacida de los progresos de la tecnología, ha hecho también insensible a la población en este campo. Pocas cosas impactan ya al ciudadano de a pie en materia de imágenes, ha sido torturado por ellas hasta la extenuación. Difícilmente puede apreciar las delicadezas o la fuerza de una pintura, apenas “leer” la mera imagen representada, igualmente identificable en un grabado, un poster, una fotografía, un anuncio televisivo o en el cine.
En relación al fetichismo del objeto artístico como uno de los extremos de ese espectro, todos los oficios y artesanías tradicionales es claro que son Arte indistintamente, por cuanto son actividades creativas, inteligentes y no solo mecánicas, ”la recta razón de las cosas factibles” como decía Sto. Tomás de Aquino. Pero el arte no es el objeto o la “cosa” en sí, la materia física de la obra misma, sino la perfección con la que está hecha; la obra acabada puede tener más o menos arte, gracia, belleza, enjundia, armonía, encanto, todos sinónimos aquí (2), puede ser ser una obra maestra, un arte-facto o una chapuza.
La maestria no reside en la “cosa” sino en el artista junto a un conjunto de factores y procedimientos necesarios que domina y que hacen p.e. que un pedazo de piedra, madera, tela, ruidos, sonidos o palabras, se conviertan en algo maravilloso y significativo. La maestría como perfección del gesto adecuado a la idea, es la actividad del genio, del principio ordenador interno que la obra de arte refleja o tendría que reflejar y que adquiere también por mediación de la belleza y el rito. Sin embargo, como dice un koan Zen, si tienes frío, ni toda la santidad del Buda impedirá que te calientes con la madera de su estatua si no hay otro combustible más modesto y más a mano.
Podría decirse que Arte es cualquier cosa que haga el hombre de manera no solo correcta sino inteligente, bella y útil para el alma y el cuerpo, armoniosa en cuanto a la idea, la finalidad y el soporte; encierra de por sí un aspecto espiritual y/o intelectual, una ética no sólo de la actividad sino de la actitud del rito creativo, y finalmente comporta una praxis o método de trabajo. Si solo fuera praxis o método, procedimientos, virtuosismo, el arte podría aplicarse lo mismo para fines perversos, contrarios a los propios intereses humanos, es decir, podría confundirse con la simple eficacia, la habilidad, el artificio o el tecnicismo. Si algo tiene de superior el gesto artístico, es decir, creativo, no es precisamente el técnico, sino el simbólico, entendido como una recreación o imitación del acto creador, lo cual es un oficio teúrgico.
La propia inteligencia del gesto artístico, si es consciente e iluminada por la idea, determina no solo una ética, sino una economía de medios y fines que resulta de una ciencia sagrada, la que el sufismo denomina “Ciencia de la Balanza”. Hablar de ella en el contexto del arte moderno es inútil cuando no “hechar perlas a los cerdos”, sobretodo porque, para el artista tradicional, la práctica de su arte es la oportunidad de realizar su verdadera vocación, la de instrumento “impersonal” pero eficiente, pues no es él quien “hace”, sino que algo se hace a través de él y lo transforma, que es muy distinto. Que el Arte es creativo significa que es ante todo “auto-creativo”.
El artista moderno también se hace “médium” del gesto creador, ostentosamente “automático”, mecánico e inconsciente, al modo de Pollock y su “action painting”; su obra no representa nada sino la acción misma de manchar la tela. O Miró, por ejemplo, que al pintar anulaba sistemáticamente todo impulso a concretizar, a figurar; o los surrealistas que bucean en lo irracional, lo absurdo, lo confuso y lo onírico. Pero el arte no es ni tiene que ser insignificante, ni confuso, ni subconsciente, precisamente es todo lo contrario, y por eso decimos de algo que “tiene arte” para distinguirlo de lo amorfo, lo ininteligible, lo mediocre o lo inútil. Tampoco ha de ser una ilustración del ego imaginativo del “artista” y de sus fantasías personales e individualizadas, que en el fondo no interesan en absoluto a nadie. Y vale lo mismo para las artes colectivizadas por un ego estatal que las conforma y despersonaliza como meros instrumentos pasivos de propaganda suya. El artista moderno no hace sino recrear las fantasías de su ego con todo lo de anecdótico, confuso y mezquino que eso conlleva, resultando un mero pasatiempo sin sentido, a veces ni para él mismo; no es el artífice de sí mismo, sino la caricatura de sí mismo.
Crear para él es vomitar o excretar los contenidos mentales de su ego imaginario, que nunca es neutro sino que personaliza dichos contenidos; ha de evacuar sus vivencias, sus emociones, su propio estado mental, sus pretensiones, sus conceptos, como una terapia, de ahí el desinterés general que inspira el Gran Arte, pues su mensaje no es sino las propias minucias insignificantes del individuo. El artista tradicional, en cambio, es anónimo, su obra no refleja para nada sus fantasías egóticas por geniales que sean, ni sus estados anímicos, ni su ego, ni su historia personal, sino una cosmovisión sagrada, su oficio y la idea que ha concebido en su intelecto, inspirada por la meditación en cualquier aspecto o forma de la realidad o bien en las propias fuentes simbólicas de su tradición y de su linaje artesanal, siempre iniciático en este contexto. Y esto resume la diferencia principal entre arte tradicional y el moderno; el primero es iniciático mucho antes que religioso, forma parte de un proceso de perfección espiritual consciente y voluntaria, en el que se transmiten unas influencias superiores al individuo, las cuales orientaran las suyas en la dirección adecuada, convirtiéndose él mismo en la Obra y en el artista. El artista moderno va a la deriva de su propias fuerzas, cerrado en su propio mundo y buscando en sus bajos fondos algo que no pertenece a ese ámbito, la obra pura, el acto puro, el arte verdaderamente “objetivo”.
Las últimas propuestas artísticas más premiadas, sobretodo por parte de instituciones culturales a “jóvenes creadores”, reivindicados precisamente según una ecuación comercial-literal: arte nuevo = arte joven, son proyectos puramente conceptuales pero sin ningún objetivo expresamente noble, inteligente o ilustrativo, ni siquiera bien documentado según la idea elegida. Antes bien, el artista propone, (citamos textualmente solo un par), una “confusión conceptual” para que el espectador saque sus propias conclusiones de la maraña de impresiones abordadas. No propone ni ofrece la ideación de un juego inteligente para que el espectador descubra la trama y goce inteligentemente del juego, sino que lo sumerge en una confusión de conceptos –la confusión misma del artista- para “crear” otra nueva que nace al sumarse la del espectador mismo. Se recurre sin ningún pudor al lenguaje “psicoanalítico” que el psiquiatra o psicólogo utiliza en sus pacientes, lo cual no solo no se disimula sino que se ostenta abiertamente, usando de conejillo de indias al espectador para sus “experimentos creativos” de “confusión conceptual”. Ese es el arte contemporáneo. Se fotocopían, también, en papeles bastos de desecho, obras maestras de la pintura, cuadros famosos de la historia del arte, para “desmitificar” el arte universal “convencional”, planteando al espectador un vacío, un “shock” en su código de valores estéticos… (?)
Algunas definiciones
El Arte verdadero es primero el del genio divino y después el del genio humano, pero el genio humano es divino en esencia, no es humano más que por la forma particular que toma en su expresión, porque toda expresión, creación o manifestación, ha de tomar alguna forma, y esa forma no es sino la coagulación de una idea y una voluntad siempre preexistentes. El artista no se inventa nada, maneja siempre códigos preestablecidos lo sepa o no sepa, es un mago pero no un inventor, él nace en una cultura que le presta todo el aparato ideológico, conceptual e imaginario para recrear la realidad que conoce.
Del mismo modo, la creación o manifestación total, el acto creador universal que constantemente renueva la realidad, no es en verdad un hecho cronológico que ocurrió en algún momento y que se prolonga por inercia, sino un gesto absolutamente actual y simultáneo; es ahora y no ayer o mañana que el Artífice divino realiza su Obra, ordena el caos y modera las tinieblas con la luz. Las cosas creadas son sus formas, sus líneas, sus colores, sus texturas, su música, sus letras, sus manos, sus ojos, sus oídos… Nombres suyos hay miles: Armonía, Belleza, Sabiduría, Fuerza, Inteligencia …
En cuanto a las filosofías estéticas modernas como p. e. el Informalismo, ha de decirse bien claro que el arte nunca podría ser “informal” porque precisamente el arte es la Ciencia de las Formas por excelencia en todos sus ámbitos y géneros, y estas formas son en su nivel prototipos, intermediarios entre lo informal y lo amorfo, que coagulan en códigos, ya sean sonoros, fonéticos o visuales, figurativos o abstractos, como la música, la geometría, la caligrafía o los colores, que tan unidos están entre sí. Nadie podría inventarse o crear “nuevas formas”, ya están todas inventadas, simplemente pueden recrearse y combinarse indefinidamente con más o menos fortuna, adaptándolas a las necesidades actuales, como los números para crear cantidades nuevas o las letras para escribir, lo cual está en proporción directa al nivel de inspiración y alcance intelectual del artista.
Precisemos que lo informal es la posibilidad superior de la forma, es decir, de ser sin límites todo lo que el límite de la forma simboliza; lo amorfo, en cambio, es la posibilidad inferior, lo caótico, lo larval que no ha recibido ni siquiera una forma, lo innombrado, lo insignificante, lo no real o infra-individual. A la escuela así llamada más justicia le haría la denominación “amorfismo” que informalismo. Además, la “filosofía” informalista es un error tan metafísico como teológico y en última instancia un sin sentido pretender una “trascendencia” de la materia; la materia no es trascendente en absoluto, acaso lo es la forma, que es lo que la “informa” dándole un estatuto superior a su puro papel de soporte, aunque en todo caso, sería el aspecto superior de algo que en sí no es trascendente, sino una condición de manifestación formal como es el estado individual sensible.
Armonía y ritmo
El arte divino o humano es un modo de la Armonía universal, es el Dharma o el Artha del hinduismo, el estado de gracia necesario para que las cosas sean. Es estática como forma de ordenamiento de lo simultáneo y dinámica como forma de ordenamiento de lo sucesivo. Es la proporción en el espacio y el ritmo (vibración periódica) en el tiempo. Otro nombre es Belleza, también Justicia cuando se aplica en el orden social humano, es unidad tanto de las cosas creadas como de las realidades perennes e inmutables. Es salud aplicada a lo fisiológico-orgánico. Es la armonía de lo complejo y de lo simple, la justa proporción entre el todo y la parte, la conjunción de los opuestos, aquel “toque” que hace las cosas perfectamente integradas en una organicidad polivalente, y que hace del mero cambio un ritmo creativo, nociones todas equivalentes que se aprecian y recrean tanto intuitivamente como racionalmente, son lógicas y metalógicas a la vez, y siempre están presentes en una verdadera obra de arte, como en la vida misma cuando la naturaleza fluye por sus cauces adecuados. La armonía crea y destruye para renovarlo todo sin cesar.
Hablamos de prototipos formales, no de moldes estancos, y el arte no es el resultado de la aplicación sistemática de un baremo de condiciones fijas, las aptas para evaluarlo; tal como los números, las notas, las letras, las figuras o los colores, la combinación y el diseño de estos prototipos no se cierra sobre sí mismo, al revés, recrea y actualiza indefinidamente esa armonía; se dice que después de elucubrar incesantemente sobre los misterios de la Belleza divina, a Shankara se le aparece Shiva diciéndole que abandone su pretensión de encerrar en fórmulas las leyes universales de la Belleza, y menos en su aspecto incondicionado. El drama cósmico reflejado en los grandes mitos del arte, siempre bascula entre la comedia y la tragedia, pero el transfondo siempre es la tensión de los opuestos hacia la armonía, hacia la unidad, en éste o en el otro mundo.
Arte es, pues, la acción de la Armonía, de la Unidad, ya esté ejercida por Dios en el universo, por el hombre en el mundo terrestre o por las criaturas cada una en el suyo propio. Sin embargo, Unum Artifex Est Deus, dice un antiguo adagio medieval, el único y verdadero artista es Dios, es decir, la propia Armonía a la vez creadora-conservadora-transformadora, la llamada Shakti en el Shivaismo, la Maya en los Vedas y en otro aspecto, el Gran Arquitecto del Universo de la masonería o el Visvakarma védico. En el mejor de los casos, los hombres en cuanto individuos no somos sino instrumentos de esa voluntad consciente, de buen grado o no, lo sepamos o no. Y para el que deja estas cosas a la voluntad del azar natural, sepa que el azar también es Dios, es decir, la voluntad del Cielo o la Providencia, que no entendemos porque no se limita a nuestra lógica dual.
Mitos, ritos y símbolos
El Arte más primordial es sin duda la creación de los ritos, los mitos, los símbolos y los lenguajes más importantes de la tradición y de la civilización, el Arte Sagrado, no separado en absoluto de lo cotidiano ni de las necesidades primordiales. Nace de una revelación y no tan solo de una necesidad perentoria. Los ritos principales, o mejor dicho, la codificación ritual de toda la actividad humana, es la obra de arte sin duda más importante del género humano. Junto a las doctrinas espirituales, los mitos y los símbolos, ellos crean la cultura, el pensamiento, el lenguaje y la sociedad, y con ellos la ciencia, el arte, las artesanias y los oficios, es decir, todo. La fijación de un lenguaje –siempre originalmente revelado- es ya una obra de arte inconmensurable, realmente impensable para el hombre moderno, que sólo piensa, habla y conoce lenguas vulgares; las que habla y escribe son el resultado histórico de la corrupción local de otras lenguas, las realmente vivas.
En cuanto a las artes plásticas o visuales, las más primordiales son la pictografía, que ahora llamaríamos imágenes de “diseño”, tanto como la ideografía y la caligrafía.
La caligrafía p.e. nunca ha pasado de ser un mero pasatiempo decorativo en el cristianismo europeo después del Renacimiento, y sobretodo después de la imprenta, sin más trascendencia; quizá la lengua de los romanos y su escritura encofrada, poco dada al ritmo puro, sea la culpable. En las culturas nómadas, en cambio, como el judaísmo o el islam, la caligrafia adopta un papel privilegiado al resumir la propia dinámica fluida del mundo a través de la codificación escrituraria de sus formas, es decir, al hacer visibles sus nombres; la música, la danza, la caligrafía y la pictografia ejemplifican muy bien el modo dinámico de entenderlo ellas, cultivando preferentemente las artes del tiempo, como cultivan la arquitectura, la escultura y la pintura las artes constructivas del espacio.
Arte imita Natura
Si bien es cierto que las formas artísticas y los medios de expresión, como todo lo demás, deben adaptarse a los tiempos y a la mentalidad actual, no ha de hacerlo de ningún modo el Arte como expresión de la Armonía, que es uno con la verdad de las cosas y el verdadero arte tradicional, antes bien, son los hábitos cambiantes, las tendencias irracionales y la mentalidad amorfa, siempre en peligro de amnesia, los que han de adaptarse a él. Es la substancia de las cosas que fluyen y cambian las que deben encontrar su molde original, y no al revés, dejar que la inercia de lo más inferior, del psicoplasma mental general, conduzca hacia la nada o se orine en el caudal de gracia que como un río, pasa cada día delante de nuestra puerta.
1.- Consideramos ante todo aquí las artes visuales porque con respecto al conjunto de las antiguas artes plásticas manuales, las actuales han quedado reducidas a la mínima expresión; la manualidad es ahora mínima, pues las tecnologías de la imagen han acabado con casi todos los antiguos oficios y artesanías.
2.- El término sánscrito Rasa encierra esta idea además de comportar toda una doctrina relativa a la Belleza que quizá abordaremos algún día.