En sus simplificaciones abusivas y sus dicotomías simplistas, lo mental se encuentra a menudo obstruido por ciertas paradojas de la Revelación. Dios es absolutamente trascendente y, sin embargo, dice el Corán: “está más cerca de vosotros que vuestra vena yugular”. Él está más allá de lo que se puede concebir o imaginar, pero “Él es el Primero y el Último, el Interior y el Exterior”. La turbación de lo mental viene del hecho de que ciertas realidades no pueden percibirse a su nivel sino tan solo al de una percepción interna, intuitiva, supra-lógica, donde se revelarían por sí mismas a las consciencias dispuestas a recibirlas. Pasamos aquí del dominio de la creencia al de la certeza, al de la experiencia. Aunque las realidades espirituales sean enteramente concretas y mucho más verdaderas que el mundo percibido por los sentidos, solo puede alcanzarlas el hombre comprometido en la experiencia de la vía.
Sólo esta experiencia puede llevarlo al desanudamiento victorioso, que es el de la muerte al ego y la destrucción de todas las visiones parciales e ilusorias que derivan: “Morid antes de morir”, decía el Profeta, y en otro hadith: “las gentes duermen, cuando mueren despiertan.” A los que han llegado a este estado se revelan entonces directamente en este mundo los secretos del más allá. Disfrutan aquí mismo de las alegorías del Paraíso. Franquean espiritualmente todos los grados y acaban por sobrepasarlos para ir hacia la fuente misma de toda creación, hacia la contemplación de lo que el Corán llama la Faz divina.
PROFETAS, MAESTROS Y DISCÍPULOS
Los primeros Maestros de la vía fueron al principio los Profetas y, cronologicamente, el que el Islam considera el primero de ellos, Adán. La tradición musulmana insiste sobre su arrepentimiento y el perdón divino que le siguió, permitiéndole recuperar la dignidad primordial de la que había caído. Ésta se basa en el hecho de que Adán recibió el Espiritu de Dios, en virtud del cual ordenó a los propios ángeles a prosternarse delante de él. El arquetipo humano en su nobleza esencial es entonces el representante de Dios sobre la tierra. Él es el espejo en el cual se epifaniza la Realidad divina. Todo lo que aquí se dice de Adán es valido para todo ser de su descendencia, capaz de actualizar en él este Espíritu divino. Todos los hombres, en efecto, dice el Corán, proceden de un alma única.
Pero esta identidad de esencia se depliega paralelamente en una cierta diferenciación, la de Profeta, de Maestro y de discípulo. Los dos primeros tienen por función dispensar una enseñanza de orden iniciático que conduzca al discípulo hacia una realización espiritual que le permitirá descubrir al más alto grado el sentido y el principio de la vida. Pero solo el profeta está encargado, sobre la base de una revelación divina, de aportar a los hombres la Ley sobre la cual van a establecerse las bases esotéricas de la religión. Mientra que la Ley divina permanece válida e invariable en su forma y en su expresión durante toda la duración de un ciclo profético, la enseñanza iniciàtica en tanto tal se presenta bajo formas diferentes. Las técnicas de invocación que el maestro transmite al discípulo no pueden ser válidas para todos indiferentemente. Como lo expresa el emir Abdel Qader: “No puede confiarse al combate espiritual en ausencia de un Maestro salvo en casos muy excepcionales, pues, no hay un combate único (llevado contra el alma carnal) conducido de una sola manera; las disposiciones de los seres son muy variadas, sus temperamentos muy diferentes unos de otros y una cosa que es provechosa para uno puede ser nociva para otro.
Si la función legislativa debe aparecer en una condición y un momento preciso para un periodo dado, la función del Maestro espiritual es una necesidad constante que debe prolongarse sin discontinuidad desde Adán hasta el fin de los tiempos. Cada profeta abriendo un ciclo, representa el arquetipo, el cumplimiento perfecto que puede alcanzarse por un maestro espiritual perteneciendo a este ciclo. Es a través de este arquetipo que los hombres pueden elevarse hacia el conocimiento divino. Todas las almas están ligadas de cerca o de lejos a aquel que en su época, habiendo realizado este arquetipo, ha llegado a la dignidad de representante de Dios sobre la tierra. Él es aquel del que un hadith Qudsi (donde Dios habla por intermediario del Profeta) dice que Dios es “el oído por el cual oye, la vista por la cual ve, la lengua por la cual habla, la mano por la cual coge y el pie por el cual anda”.
Todas estas cualidades derivan directamente del prototipo del hombre perfecto, que en el Islam es el Profeta Muhammad. En el plano espiritual, él es una emanación de la luz divina de donde procede toda la creación. Tal como Jesús decía: “antes que Abraham existiera, yo soy”, el profeta del Islam también decía: “Yo fui el primero de los profetas creados y el último Enviado; yo fui profeta mientras Adán estaba entre el agua y la arcilla”.
EL MEDIADOR INDISPENSABLE
EL MEDIADOR INDISPENSABLE
Los místicos del Islam han comparado al Profeta con el istmo que, según el Corán, está situado entre el mundo de la creación y el de la pura Realidad divina. En efecto, él es la mediación necesaria para toda alma que desea la unión divina. El Maestro espiritual es aquel que ha realizado en él mismo el secreto de la luz profética, y por ello ha accedido al conocimiento divino. Él asume desde entonces el papel de mediador indispensable a toda iniciación verdadera.
La enseñanza del Maestro no se hace con discursos, sino por la virtud secreta de un influjo espiritual vehiculado por las fórmulas de invocación que remite al discípulo. Aquí también es por la virtud de esa autorización espiritual de origen trascendente del Maestro que la invocación de estas fórmulas deviene eficaz. Sin ella estas invocaciones serían vanas o bien peligrosas y negativas. La recepción por el discípulo de este influjo espiritual –que en su caso juega el papel de un Fiat Lux que transforma y ordena su caos interior- es vivida como una experiencia que dicen los sufís, se “gusta”. Sólo quien la ha experimentado puede conocer su sabor.
Dios es el fin único y último de toda búsqueda espiritual, el Maestro es el compañero indispensable gracias al cual el discípulo supera todas sus ilusiones y pseudoconocimiento para acceder al conocimieno verdadero, el que se hace “por” Dios y “en” Dios. De nada sirve empeñarse en arañar los muros: no se puede entrar en la casa sino pasando por la puerta.
LA MIRADA QUE TRANSFORMA
La vida ordinaria implica para el hombre la pérdida de su naturaleza espontánea y el revestimiento de máscaras sociales, que son las expresiones de valores impuestos exteriormente. Según el Corán, en su naturaleza virgen, primordial, el hombre es conforme a la ley divina de manera espontánea, vale decir, a su norma interior. En este estado el hombre actúa en conformidad espontánea con la verdad que porta en él, actúa bajo el impulso de su ser esencial. Pero cuando el hombre pierde ese estado, su principio de ser no reside ya en él sino que depende de la opinión y las normas impuestas por otros, depende de la mirada de otro.
El compromiso del discípulo en la vía iniciàtica consiste en tomar progresivamente consciencia de esta “mirada” divina que trasciende la de los hombres. Más allá de los roles sociales, esta mirada se coloca sobre la vida interior del hombre. “Al-làh no mira vuestras formas ni vuestros actos, sino que mira lo que se encuentra en vuestros corazones”, dice un Hadith atribuido al Profeta. Es en la medida que el hombre actúa por Dios, es decir, conforme a su verdadera naturaleza y no solo en vistas a un efecto esperado por parte de los demás, que deviene interiormente monoteista y evita el “politeísmo oculto”, que consiste en asociar a la “mirada” de Dios, la de los otros hombres. Esta mirada divina (símbolo de la Presencia divina- Sakinah) es de lo que el discípulo toma consciencia de una manera siempre más grande por intermedio de la invocación. Es por la gracia de esta mirada a la que nada escapa, que el discípulo revierte hacia su propio yo y aprende a conocerse. Pues la mirada de Dios no es tan solo la que desvela, sino también la que transforma. Es por la Gracia de esta mirada posándose sobre el alma del discípulo que ésta puede ser liberada de la ilusión de las tinieblas en las cuales se encuentra, para entrar en un mundo de luz, el del Amor y el Conocimiento.
EL VINO ESPIRITUAL
“El amor es como una llama”, decía Rumi, “cuando entra en el corazón del discípulo, quema todo: solo Dios queda”. Aquel que ha gustado este Amor no puede olvidarlo y no cesa de reencontrarlo. Este fuego sagrado, este misterio, son tan profundos que nadie puede explicarlos. Nadie puede hablar más que de condiciones o efectos del amor, pero nadie puede hablar de su realidad, pues, justamente está más allá de todas las palabras. No puede ser más que una experiencia, un sabor, una vivencia.
En definitiva, el verdadero viaje se hace al interior de sí, se hace cuando uno intenta retornar a las raíces de nuestros deseos, cuando no se buscan tan solo los efectos del deseo, sino que se intenta comprender cual es la raíz, cual es la realidad de esta energía de amor que los sufíes llaman “el vino espiritual”. ¿Por qué “vino espiritual”? Porque es él quien transfigura nuestra visión, como el vino material. Él transforma nuestra visión , nuestra mirada, nuestra comprensión. Y uno descubre que el amor tiene su propio lenguaje, su propia inteligencia, su propia comprensión de lo que parece escapar a toda expresión. Este vino espiritual es como un vino escondido, encerrado, está en el interior de cada ser. En una tradición atribuïda al Profeta, un hadith qudsi, Dios dice: “Yo era un tesoro escondido y he querido conocerlo, entonces he creado el mundo a fin de ser conocido por él”. Y eso que se descubre entonces, en el fondo de este misterio, de esta energía de amor, de este vino espiritual, es que hay algo de sagrado al haber un deseo divino, el deseo divino de ser conocido. El amor deviene más y más real, sagrado, y se comprende que no somos nosotros que amamos, sino un deseo divino que nos habita. En la raíz de lo que creemos atribuirnos, hay un deseo divino. Y a causa mismo de eso, el amor, para los sufíes, deviene la vía real para caminar en este camino de conocimiento, una vía tanto más intensa y fuerte cuanto quien está habitado por esta fuego se encuentra en trance de actuar, de viajar, de partir sin incluso darse cuenta, sin tener la impresión de aportar un esfuerzo cualquiera; es llevado por este deseo de lo esencial, pues, el amor va a lo esencial.
En el proceso espiritual, la fuerza y el deseo de este amor son considerados como más importantes incluso que el conocimiento. Amar es conocer y conocer es amar más aún. El amor es como el fuego y el conocimiento como la luz que emana de él. Son las mismas cosas, pero mientras que el conocimiento sea cual sea, consiste en abrazar toda cosa, en cernirla, al amor es un deseo que va siempre más lejos. El conocimiento limita mientras que a través del amor se pasa de conocimientos en conocimientos. Conocer es restringir nuestra percepción en una cierta esfera, mientras que el amor lleva a franquear todos los límites.
El Maestro es el escanciador que aboca el vino del amor en la copa que se ha convertido el corazón del discípulo, aquel que le abre la puerta y lo invita a entrar en la casa y deviene por eso la fuente de todo verdadero conocimiento.
Artículo publicado en el nº 10 de la revista Soufisme d’Orient et d’Occident. Traducción del francés al castellano de Manuel Plana.
(*) Fauzi Skali es doctor en Antropología, Etnología y Ciencias de las Religiones por la Sorbonne de París. Director del Festival de Féz de Cultura Sufí y miembro de la Comisión Europea por el Diálogo entre Pueblos y Culturas. Es autor de “La vía sufí”, “La Futuwwa, tratado de caballería sufí”, “Jesús en la tradición sufí”. Es miembro de la Tariqa Qadiriya Butchichiya.
(*) Fauzi Skali es doctor en Antropología, Etnología y Ciencias de las Religiones por la Sorbonne de París. Director del Festival de Féz de Cultura Sufí y miembro de la Comisión Europea por el Diálogo entre Pueblos y Culturas. Es autor de “La vía sufí”, “La Futuwwa, tratado de caballería sufí”, “Jesús en la tradición sufí”. Es miembro de la Tariqa Qadiriya Butchichiya.