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jueves, 26 de mayo de 2011

POLÍTICA E “ILUSIONISMO”. ¿La suerte está echada?, por Manuel Plana

La carta de presentación de un político no es hoy en día la que acredita una gestión eficaz y honesta de la “cosa pública” (1), ni una consciencia cabal de las necesidades de una sociedad tan compleja y heterogénea como la nuestra, ni una garantía probada a la hora de resolverlas. El político se presenta ahora como el más capaz de ilusionarse él mismo y de ilusionar, es decir, de crear ilusión en los ciudadanos. Y quede constancia que esto no lo decimos nosotros, sino ellos mismos, cosa que no ha dejado de sorprendernos, pues, confirma por un lado lo que ya se sabia y por otro revela abiertamente que la clase política no siente ya el menor pudor en admitirlo, tan poco que además lo imprime como el mejor de los reclamos electorales, de mascarón de proa a sus programas de partido, pensando quizá que al “rebaño” ciudadano les complacerá sus carismas de magos de salón, de Flautistas de Hamelín, como ha podido verse, por ejemplo, en las últimas campañas a la alcaldía de Barcelona (Febrero 2011). 

 En efecto, la posibilidad de ilusionar, es decir, de sugestionar, de hipnotizar, de mentalizar a la población es, ya sin disimulo, la gestión principal de la clase política, gestión más relacionada con la “magia” que con la política en sí. Pero como las intenciones son claramente siniestras, se trata más bien de un cierto tipo de “brujería”, burdo sin duda, pero no menos eficaz, sobretodo cuando los organismos de poder cuentan con todos los medios y los medias a su favor. Habrá de creerse al ministro cuando dice: “Nada de lo que está ocurriendo en el mundo, incluidos los editoriales de periódicos extranjeros, es casual o inocente” (José Blanco, Ministro de Fomento. Declaraciones en la cadena Ser, Febrero 2010). La estrategia de echar “cortinas de humo” a todo lo que no les conviene, de dirigir la atención hacia cosas fútiles enmascarando así las importantes de más urgencia, de crear diferentes “corrientes de opinión” confusas y ajenas a la realidad, enfrentándolas entre sí al mismo tiempo que “globalizando” todo eso dentro de un supuesto “pensamiento único”, si no es brujería, como mínimo es pura “prestidigitación”. Así se explica cómo millones de personas víctimas de una “abducción” colectiva, quedan incapacitadas a la hora de reaccionar cuando, además de ver contradecirse flagrantes evidencias, todo atenta contra sus intereses más vitales y legítimos. 

 Los reclamos tan manidos de progreso, promoción de empleo, lucha contra el paro, prosperidad económica,  ayuda familiar, etc… dentro de una ilusoria “sociedad del bienestar”, siguen clamando aún en boca de los jerifaltes de la administración pública a pesar de esfumarse o fracasar uno a uno ante las sucesivas crisis que conlleva su mismo intento de consecución mediante esquemas economicistas sin ningún sentido de las proporciones (“La política es ahora una función más de la economía”, Erri de Luca. La Vanguardia. 9-5-11) y dentro de una sociedad cada vez más parasitada por los poderes mismos que la gobiernan, más desigual, más fragmentada y más dependiente de economías especulativas ajenas. Y es que la población funciona a base de eslóganes mediáticos inspirados en los publicitarios más comerciales, sumida en un estado catatónico de mediocridad mental solo atenta a trivialidades dentro de los hábitos de una inaudita ordinariez cultural generalizada que manejan los magos del “merchandising”, los medias, la publicidad, los informativos y las estadísticas; ese es el baremo de “normalidad”  de la “vida ordinaria” moderna, definida por el rasero de lo “políticamente correcto”.

 El aspirante al liderazgo político ha de superar el examen de maestro en ilusionismo, ha de convencer a las masas (solo vence quien convence), ha de sugestionar a la población a través del desparpajo más que con la claridad y sinceridad de su mensaje; ha de seducir con la puesta a punto de su imagen pública, con su fotogenia mediática y desde luego, con el carisma personal de su super-ego (véase cómo en EE.UU, por ejemplo, la propaganda electoral y el “show” mediático que despliegan las elecciones forman parte ya de su “cultura” popular, distinguiéndose apenas de un espectáculo circense). El programa político es secundario y no toma relieve si esas premisas no están satisfechas en un buen cabeza de partido. Pero atención porque en el lenguaje coloquial se confunden muchas veces conceptos diferentes dado el uso y abuso del lenguaje, por ejemplo demagogia con retórica, y retórica -u oratoria- con verborrea. Precisemos que la demagogia –según su etimología- es el discurso que va directamente a manipular literalmente al “demos”, al pueblo, para sonsacarle simpatías y votos, es decir, que lo engaña retóricamente con oportunos halagos y falsas promesas; precisamente, Aristóteles considera democracia y demagogia como sinónimos, viéndolas como una perversión de la República: “Lo que distingue la democracia de la oligarquía, es la pobreza y la riqueza; dondequiera que el poder esté en manos de los ricos, sean mayoría o minoría, es una oligarquía; y donde quiera que esté en la de los pobres, es una demagogia o democracia” (Política. Libro 3, Cap. 5). Por “pobres” aquí se entiende al “pueblo llano”, campesinos, plebeyos, vasallos, artesanos, etc… con lo cual, bien podría decirse que el sistema de gobierno real que hoy impera, con una población en su mayoría obrera, asalariada y de pequeña empresa, no es más que una oligarquía de grandes intereses, una “plutocracia” (multinacionales, corporaciones, lobbys, etc…), disfrazada de democracia. En cuanto a la  retórica -u oratoria-, aquí no es, por cierto, el noble Arte Liberal del antiguo Trivium (del que emana el no menos noble Arte de la Memoria), sino un discurso vacío de contenido, conceptualmente pobre, pero sostenido por un disfraz verbal agradable, convincente, pero mera palabrería al fin y al cabo: es el “arte” de hablar sin decir nada; la verborrea es la retórica sin oropel y puede ser no solo estúpida sino procaz e ininteligible. Sin embargo, podríamos preguntarnos si no serán todo: “Frases vacías para mentes huecas”, o bien que: “…será porque nos apuntamos al bombardeo de la retórica hueca que nos repiten que, como todo está tan enmarañado, no es fácil encontrarle el hilo a la madeja. Y nos lo sueltan como una explicación que suena a justificación ante la incapacidad de algunos de brindarles esperanzas a muchos”  (Josep Cuní. El Periódico 12-3-2011).

 Un buen candidato ilusionista habrá de ser, pues, un buen demagogo y un buen retórico, evitando en lo posible la verborrea, cosa muy a menudo difícil dado el escaso nivel intelectual de la mayoría de políticos. Y si tienen casi siempre razón al criticar la gestión ineficaz de los adversarios, dejan de convencer a la hora de defender la suya demagógica o retóricamente. En efecto, “El mayor error del gestor democrático es construir dos esferas separadas, la del discurso y el de la realidad” (Francesc-Marc Álvaro. La Vanguardia. 28-2-2011)

En el caso de las izquierdas llamadas “progresistas” (no porque hayan hecho progresar a la humanidad sino porque han monopolizado la utopía de un futuro mundo feliz altamente tecnificado), ha de reconocerse que han demostrado con creces su “progresismo”, pero no en la dirección que todos esperaban sino más bien en la contraria, acrecentado progresivamente la ruina moral y económica de la población tanto como de la familia, (institución que contemplan como “caduca” y “burguesa” ?, seguramente porque es la única institución natural que aún detenta una pequeña soberanía que este estado quiere también para sí, pues, destruida la familia, el padre y la madre pasan a ser el estado mismo) a las que torturan con sus programas socializantes absolutamente ineficaces e incluso antisociales, siguiendo líneas de acción dignas de la oposición más radical, favoreciendo a la banca, a las grandes corporaciones y a los grupos más elitistas de poder, que no al ciudadano de a pié. Son los banqueros de alcurnia quienes ahora asesoran y consignan abiertamente a los presidentes, socialistas o no, en sus estrategias de partido en el momento de presentar candidatura o de tapar los desmanes de una crisis económica que ellos mismos han provocado con su beneplácito.

 A excepción de su aparente respeto por la institución familiar, exactamente lo mismo puede decirse de las derechas llamadas “tradicionalistas”, afectas a esos mismos elitismos económicos pero de manera más descarada aún, promoviendo neoliberalismos basados en la ley del más fuerte y de los mercados y multinacionales más poderosos, coercitivos y tentaculares. En ambos casos, afecta una misma devoción a la tecnocracia economicista, masificadora, productora de artefactos y alienante, con la cual ilusionan a la población con promesas de progreso y felicidad artificial, siempre proyectada a un futuro cada vez más incierto que desmienten con rotunda evidencia todas las crisis actuales. “Me temo que cuando nos insisten en la necesidad de aprender a administrar la complejidad nos están diciendo que no tienen pajolera idea ni de qué está pasando ni hacia donde vamos” (Josep Cuní. El Periódico. 12-3-2011), cosa que igualmente sospechan la gran mayoría de ciudadanos.

Además, esta polarización simplista (izquierda-derecha) encallada en un bipartidismo de “guiñol” consolidada en EE .UU (demócratas-republicanos) e impuesto a todo el orbe, ya no se sostiene, no hace sino perpetuar un mismo estado parasitario basado en una misma y obsoleta maquinaria de gobierno de dos émbolos, que tan solo procuran su propia continuidad (“mismos perros con distintos collares”), que se muerden en el escenario pero por detrás de las bambalinas pactan entre sí todo lo que les conviene para seguir con la estrategia de “cambiar todo para que todo siga igual”.

Sin duda, es cierto que los sistemas de gobierno democráticos-parlamentarios son los “menos malos” hoy en día, pero no deja de ser una contradicción bochornosa que tengamos que debatirnos entre lo “malo” y lo “menos malo” –o entre lo malo y lo peor- dentro de una sociedad tan soberbiamente arrogante como la nuestra y con tantas pretensiones por encima de todas las demás que la han precedido y las no-modernas que coexisten con ella. Y es por ello que los tan ponderados análisis y debates sobre los defectos de las democracias modernas -por fomentar el “pluralismo” y el “diálogo”- son interminables, inútiles y la substancia omnipresente del discurso mediático, resultando un “lenguaje para sordos” cuando no un “diálogo para besugos”, pues la única finalidad no es nunca llegar a un verdadero consenso sino imponer a los demás la propia opinión  y el propio esquema de partido a través de la descalificación y el insulto como bien puede verse en las bochornosas sesiones del senado día tras día. 

Las democracias modernas de los países más industrializados se basan sobretodo en dos pilares: un progreso indefinido tecno-material por excelencia, curiosamente paralelo a un evolucionismo bio-transformista, y una supuesta igualdad de los individuos, no especialmente social o jurídica. Pero el más grande “ilusionismo” que sustenta este tipo de gobiernos y que los hace una auténtica caricatura pero con más dosis de “placebo” que otros, es convencer a la población que es ella misma quien se gobierna, que es el “demos”, el pueblo, quien se autogobierna, y no las fuerzas económicas y los intereses de poder más influyentes, más oscuros y en el fondo más alejados del sentir del pueblo (y si no que se lo pregunten a los miembros del Club Bilderberg). Y es por eso que, a pesar del total descrédito que le merece a la población la clase política, sigue acreditando en el sistema democrático, al sentirse un poco protagonista al menos de su destino, sobretodo porque a parte de él y de las dictaduras despóticas más aberrantes, no conoce otra opción posible, advirtiendo incluso que cuando un partido se perpetúa demasiado en el poder acaba siendo inexorablemente una tiranía abusiva y nepótica, aunque siempre disfrazada. Esto puede observarse sobretodo en países o incluso en municipios donde es un mismo partido el que gobierna en repetidas candidaturas, saliendo reelegido no por su eficacia y honestidad, sino por miedo a que gobierne una alternativa presumiblemente peor. 

 El cuanto al igualitarismo que predican las democracias modernas no se basa exactamente en esa ecuanimidad social necesaria, humana y saludable ante la ley, la justicia, los derechos, las obligaciones y las oportunidades de los ciudadanos, más allá de su condición de clase, sexo, raza, nacionalidad, etc… sino en un concepto bio-antropológico de la igualdad, del que indistintamente han bebido los gobiernos más perversos y antidemocráticos, concepto según el cual el ser humano, considerado como un individuo gregario (llamado “ciudadano” desde la revolución francesa y “consumidor” o “usuario” en la actual sociedad industrializada), es una mera unidad aritmética de la maquinaria social perfectamente intercambiable, un átomo material, un fragmento de la “masa” homogénea, estando todo el mundo capacitado para cualquier cosa dependiendo tan solo de su desarrollo, de su educación y de su formación adecuados. Ese concepto, inspirado sobretodo por viejas ideologías socialistas y por un materialismo miope y nivelador, no puede sino concebir una forma de igualdad literal, clónica, robotizada y uniforme, a imagen y semejanza de la robotización social del trabajo, la producción y el consumo, en última instancia, una igualdad absolutamente falsa y ajena a la realidad de la vida y del ser humano. En efecto: “Desde el momento en el que el acceso  a funciones especiales ya no es controlado por ninguna regla legítima, resulta de manera necesaria que cada uno se encontrará llevado a hacer cualquier cosa, y muchas veces a aquellas para las cuales está menos cualificado. La parte que tendrá en la sociedad estará determinada tan sólo por aquello que se denomina casualidad” (2)… cuando “mejor”, podríamos añadir, y cuando peor por una ambición incentivada muchas veces por los intereses más bajos.

 Este igualitarismo bio-antropológico emerge de una concepción chata del ser, basada en una valoración meramente horizontal, cuantitativa y pseudo-moral de las posibilidades humanas y no de consideraciones verticales, es decir, cualitativas, de inteligencia, nobleza, virtud y aptitudes. Y si estas ideas han pretendido estar en las antípodas de antiguos clasismos despóticos o de racismos criminales (que ven una supremacía de la raza blanca moderna europea sobre las otras, cosa que ha justificado los genocidios más depravados contra diferentes razas nobles), ha sido para desviar la atención, pues, muy a menudo los mismos igualitaristas en casa eran en casa ajena –o en las centros y universidades de élite- los peores clasistas, racistas o cuando no los “intocables” del partido. No es casualidad que tanto el racismo como su contrario, el igualitarismo, adolezcan por igual del mismo sentido de las proporciones. “La causa de todo este desorden, es la negación de estas mismas diferencias, la cual implica la de toda verdadera jerarquía social. (…) Antes de no tener en cuenta para nada la naturaleza de los individuos, se ha comenzado desconociéndola, y esta negación seguidamente ha sido dada por los modernos bajo la forma del pseudo-principio de “igualdad”. (3) Pero lo cierto, y lo paradójico también, es que en su afán de igualizar a la población, estos gobiernos han acabado por destruir esa pretendida “clase media” que tan orgullosamente querían consolidar, fomentando un distanciamiento cada vez mayor entre pobres y ricos y empobreciendo de manera más generalizada a todo el país.

 Junto al señuelo del igualitarismo está, decíamos, el mito de un “progreso” constante y lineal de la sociedad en dirección estrictamente tecnológica, que no por cierto ética o espiritual, progresismo que ignora los ciclos naturales más elementales de la vida e incluso de la historia de las civilizaciones. De hecho, no es sino la prolongación de un mismo mito evolucionista-bio-transformista igualmente lineal, según el cual lo superior procede siempre de lo inferior dentro de un proceso de “mejoramiento” cósmico permanente y curiosamente activado y conducido por el azar. Así, “cualquier tiempo pasado fue peor” y “ahora estamos mejor que nunca”, impostura que sirve oportunamente para justificar en exclusiva las excelencias de la modernidad, es decir, de un desarrollismo tecnológico irracional y suicida capaz de acabar con el ecosistema y la vida planetaria si es para alimentar con su avidez energética (es decir, comercial-industrial)  la enorme maquinaria que ha creado y en la que ha convertido a la sociedad y al hombre mismo, esclavizándolo en engranajes de producción y consumo verdaderamente infrahumanos, que ahora mismo están viviendo, precisamente, una crisis que marcará quizá el final de una era y el principio de otra, pues, el progreso, y menos la prosperidad, sin ser malo ni deshonesto, ha de ser ante todo consciente de la dirección que ha de tomar antes incluso de plantearse como tal. Un progreso tecnológico que incida directamente en una prosperidad global en todos los sentidos y direcciones de la vida humana, es obvio que no se ha conseguido ni nunca podrá conseguirse, no es más que un mito, una utopia oportunista completamente desmentida por los propios resultados catastróficos que ha provocado. Sin embargo, la idea de progreso intentará sin duda retroalimentarse ella misma hasta el final para perpetuar el sistema de fuertes intereses creados que dirigen, ya sin disimulo, la marcha general de las cosas, y que a pesar de verse con “el agua al cuello” continuará tildando de “agoreros”, pesimistas o “antisistema”, a los escépticos en él. Son los fanáticos “auto-ilusionados” e ilusionadores que ven al progreso salir siempre airoso de las peores circunstancias dada la ilimitada capacidad “innovadora” del individuo humano (ver El optimismo racional, de Matt Ridley o el infantilismo optimista de Eduard Punset). “Es evidente que las nuevas tecnologías han llegado para simplificarnos las cosas mientras nos abandonan a nuestra suerte para cuando llegue la factura de sus consecuencias. Y que los complejos ámbitos económicos incapaces de evitarnos una crisis pretenden aleccionarnos ahora con el descubrimiento del caos como si no hubiera existido desde el inicio del orden del universo” (Josep Cuní. El Periódico. 12-3-2011) (4)

Paralelo al mito democrático del progreso y la igualdad tenemos el de la libertad individual y la libertad de expresión, que siendo libertades respetadas no dejan de ser relativas, sobretodo cuando son críticas con el sistema y tanto más cuanto más aislado está el individuo de toda agrupación, asociación, plataforma o colectivo, pues, solo desde ellos es que recibe una mínima atención por parte del “conducto reglamentario” estatal, precisamente en un momento cuando el individuo jamás había estado tan controlado y supervisado por parte del Estado, tan fiscalizadas todas sus gestiones y tan burocratizadas e “informatizadas” todas las formas de relación entre ambos.
El materialismo dialéctico, es decir, dualista, el propio de Sancho Panza (“todo es ello y su contrario”, “si no lo veo no lo creo”, “producción-consumo”), en el que se basa toda la modernidad, ha dado paso a un materialismo no ya “filosófico” sino de facto, perfectamente coagulado en la mentalidad general y cerrado a cal y canto sobre sí mismo. De ahí que los escapes a la espiritualidad, a la utopía y a lo filosófico, revistan un tono siempre paródico cuando pretenden ir más allá de ese materialismo de facto, proyectándolo  a un esfera imaginaria, idealizada e infantil, al gusto de cada cual y proliferando tantos “dioses” como egos personales, grupales y colectivos existen. Buenos ejemplos son las muchas y diversas corrientes New-Age, pseudo-esoterismos de bazar, yoga higienista de autoayuda, misticismos sectarios, etc… que no son sino formas materializadas de pseudo-espiritualidad. Como contraparte tenemos un politeísmo ateo, un fabuloso panteón de dioses internacionales y locales, mitos de carne y hueso regentes de los “estrellatos” más famosos del glamour de las grandes fortunas, del cine, de la televisión, de la música, de la ciencia, del arte, del deporte, de la moda, etc…

La negación de todo principio superior a lo material y a las posibilidades estrictamente individuales, con la consiguiente exclusión de valores espirituales (supra-psicológicos) que marquen el verdadero norte del hombre y la sociedad humana, tanto como las condiciones de una verdadera justicia (la moderna lleva los ojos vendados) y un verdadero orden social, es el criterio común de la mentalidad moderna y por extensión de las políticas y las formas de gobierno modernas, tanto de derechas como de izquierdas; que las primeras toleren mejor –algunas- la autoridad moral del clero y la iglesia, no es garantía ninguna ni ofrecen conductos reales a un pensamiento tradicional auténtico, pues, además de su alineación economicista con su contrario, no aceptan ni conciben otra forma de espiritualidad que no sea la “oficial” que les conviene, alentando integrismos de estado que tan solo ven proyectados en los demás. ¿Qué son los fanatismos o los fundamentalismos religiosos sino puro literalismo ignorante, impotencia intelectual, materialismo espiritual?
Una sociedad mentalmente “robotizada”, guiada por un materialismo irracional y un culto idolátrico del ego y del egoísmo, explica la violencia en los hábitos de comportamiento y la brutalidad en el trato personal, la jactancia de actitudes chulescas, incluso de una falta absoluta de respeto por el prójimo, como del lenguaje zafio y grosero que se da en todos los medios y que se ha impuesto entre la población, especialmente entre los jóvenes, que han crecido sin ninguna referencia superior a eso, abandonados a sí mismos, sino guiados por un instinto animal alentado por el propio beneplácito social, escolar y familiar, que entienden el conocimiento como mera información, cada vez más vulgarizada y simplificada, y la educación como simple condescendencia, complicidad y consentimiento con el fuero fértil pero salvaje del ser humano, y no con un “hacer-salir-lo-mejor-de-dentro”, que es lo que significa la palabra educar; además, difícilmente lo lograrían los programas de enseñanza obligatoria, debidamente uniformizados, descafeinados y “homogeneizados” en vistas no al “crecimiento personal” del individuo, y menos a su perfección interior, sino a una “mentalización” (por no llamarlo “lavado de cerebro”) para integrarlo a la maquinaria social. El fenómeno de una delincuencia alarmantemente creciente, el de una deshonestidad generalizada en todas las formas de gestión (que jamás había necesitado tantos abogados para todo), sumados a una presión fiscal y una complejidad burocrática enormes, hacen que el ciudadano medio viva con un sentimiento de inseguridad cada vez mayor, pues de nada le sirven las estadísticas que confirman la vida en otros sitios como peor que la suya. 

 Como bien dice el Sr. Jean Louis Gabin (5): “En su fundamento, la democracia, no es según Guénon, intrinsecamente diferente de los regímenes totalitarios, ella gobierna por la manipulación psíquica, por el arsenal legal y la policía allí donde los totalitarismos gobiernan por la propaganda, las milicias y el terror armado. Es evidente que en el plano de las contingencias todos estos regímenes no pueden ponerse sobre un mismo nivel, siendo la democracia parlamentaria un mal menor en relación a una dictadura abierta. Pero desde el nivel de los principios que considera Guénon, todos estos regímenes tienen la absoluta necesidad de “fabricar opinión”, pues la sociedad que sostienen, marcando la clave de bóveda que constituye el elemento espiritual, es enteramente artificial: Era necesario que las fuerzas de sugestión fueran verdaderamente muy eficaces para que sus contemporáneos no vean el flagrante carácter paródico de los ritos “cíviles” y “laicos”, de las extravagancias del naturismo asimilando el estado natural a la animalidad o aún la idea contradictoria pero conforme al igualitarismo democrático de una organización del ocio. Esta mentalidad era tan artificial que no podía estar más que “fabricada”. (cita de Xavier Accart. Guénon ou le renversement des clartés. P.471) (6) 

 Bien se sabe la enorme eficacia que han tenido los mecanismos de propaganda tanto en la construcción como en el mantenimiento de ideologías políticas pseudo-filosóficas y formas de gobierno modernas bien diferentes, como el comunismo bolchevique, el nazismo (es decir el nacional-socialismo-militarista no solo alemán sino croata, rumano, serbio, afrikáner, etc…), el fascismo y también el capitalismo neoliberal, precisamente porque todas tienen algo en común, si no un elemento formal sí de fondo: la necesidad de “mentalizar” a la población, de mantenerla en un estado de sugestión permanente, distraída a conveniencia mediante una manipulación mediática de la información; un caso de actualidad es el ahora primer ministro de Italia, que también lo es de las principales cadenas de TV de la nación, periódicos y medios informativos distintos con los que controla prácticamente el país y le sirve de blindaje perfecto a sus andanzas (Mediaset, Telemilano, Canale 5, Italia 1, Rete 4; Rai-Fininrest, La Cinq, Cinema 5, Chain, TV. 5 España, Il Giornale, Grupo Mondadori, La Repubblica, L’Espresso, Epoca, Panorama.) 
En efecto, los gobiernos y estados modernos son producto de una fabricación hecha por intereses de grandes potencias mantenidos por control económico y mecanismos de propaganda mediática, que desde la época de las colonizaciones y las descolonizaciones sobretodo, se han confabulado para satisfacer, ampliar y perpetuar esos intereses (control y monopolio de las materias primas, de la producción y de los mercados internacionales). Desde un punto de vista histórico mucho más amplio, es el producto de una desviación que comienza con un acto de rebeldía y usurpación con respecto a un poder legítimamente constituido, hecho que se repite cíclicamente siguiendo unos antecedentes míticos, un poder seguramente no en su mejor esplendor en esos momentos, y sin duda afectado por una inevitable decadencia del factor humano, pero no menos legítimo según una institución sagrada inherente a la humanidad primordial misma. 

 El modelo de una sociedad tradicional es en el fondo sencillo pero nada fácil de comprender por una mentalidad tan alejada de la simplicidad de lo original como la moderna, pues no es otro que el propio modelo del universo, el orden mismo del Cosmos (etimol.- orden, adorno…) diferenciado del Caos, pero contemplado desde su centro espiritual y no desde su periferia material: “el orden social responde al orden mismo del mundo (un incesto, por ejemplo, provoca sequías); la función política es a la vez religiosa –espiritual- y cosmológica. (…) El papel de los rituales y de las religiones de estado es crucial para la unidad de la nación. (…) Las sociedades tradicionales valoran eminentemente lo que ha sido transmitido por  los Antiguos.” (7)  Según Confucio, el buen gobierno del Estado radica en el cuidado escrupuloso de la tradición, de su estudio, de su meditación y del mantenimiento de la armonía -proveniente de la Voluntad del Cielo (T’ien-Chi)- en todas las formas de relación: entre la autoridad espiritual y el poder temporal, entre el gobernador y sus ministros, entre el padre y los hijos, entre el marido y la esposa, entre hermanos, entre amigos, etc… Tambíén esa armonía aplicada es el garante de paz entre las naciones, de la justicia social del Estado y en última instancia, de la propia salud corporal del individuo. Ciertamente este escrúpulo hizo de la China de ese período una de las naciones más sabias, notables y estables de la historia.

“Nosotros recordamos las instrucciones originales de los Creadores de la Vida en este lugar que llamamos Etenoha: La Madre Tierra. Nosotros somos los guardianes espirituales de este lugar. Nosotros somos Ongwhehonwhe: el Pueblo Real. (…) Se nos enseñó a mantener amor los unos por los otros y a mostrar un gran respeto por todos los seres de esta Tierra. Se nos ha enseñado que nuestra vida existe con la vida del árbol, que nuestro bienestar depende del bienestar de la Vida Vegetal, que nosotros somos los parientes más cercanos de los seres de cuatro patas. En nuestras costumbres, la consciencia espiritual es la forma más elevada de política”  (8)

  Lo que se transmite (traditio: tradición) y la memoria que se perpetúa, es lo que ha sido “revelado” y “escuchado” desde el principio (9), en suma la Verdad esencial, que efectivamente no solo existe sino que da realidad a todas las cosas,  y que no es sino la expresión ad-extra de la naturaleza intrínseca del Ser Universal. Es la propia Ley cósmica (Sanathana Dharma, Dharma, Dîn, Lex aeterna…), es decir, la que coagula en el Equilibrio que unifica y armoniza permanentemente las tensiones de lo múltiple y permite la manifestación universal (10), expresándose él mismo en todos los niveles y condiciones de la existencia, y a través del hombre en la sociedad humana, que es uno de esos niveles, pero sin duda muy importante por el hecho mismo del papel central que el hombre tiene con respecto al Mundo o la Creación. Y si el papel de la espiritualidad (no forzosamente “religiosa”) en toda forma de gobierno tradicional es tan importante que hace sagrado el uso y administración de ese poder, es precisamente porque es la que realmente prolonga esa armonía y cohesiona todo el conjunto, no sólo en sentido horizontal sino vertical (11), dándole la finalidad verdadera que tiene toda existencia en este mundo, y en especial la humana en sociedad, la de llevarla a su máxima perfección posible y a la felicidad y estabilidad original, no mediante la uniformización democrática igualitarista, en la que lo superior y lo inferior se confunden, ni tampoco con el despotismo político de los caudillos ni el religioso de los inquisidores, sino respetando las diferentes naturalezas individuales, educándolas en la Ley de la Armonía y viviendo en concordia con la Naturaleza y el Cosmos. Si eso hoy en día se considera una “utopia” o una ingenuidad, ¿no es mucho más sensata que la que pretende lo mismo por medios puramente materialistas y privados de valores ya ni siquiera humanos? ¿Y no es mucho más razonable que la que pretende la felicidad creando un mundo artificial, mecanizado y ajeno a la naturaleza donde solo se estimula la productividad y el consumo, al precio de pervertir el alma humana, el ecosistema y la vida en el planeta?

No vamos a caer en un idealismo infantil, creyendo que las cosas pueden tomar una dirección diferente a la que llevan sin cambiar ante todo el corazón y la mentalidad humanos, que es lo que realmente podría poner las cosas en orden y fijar el rumbo adecuado. Esta posibilidad no la vamos a ver sino cuando esa Verdad primordial misma, expresada a través de las tradiciones históricas, será restituida junto a la nobleza íntegra de la humanidad y no antes, lo que no priva mientras tanto de llamar la atención sobre los desmanes de unos gobiernos perversos que en nombre de falsos ideales y de falsas verdades hemos de soportar. Precisamente, la cadena de protestas anti-políticas y manifestaciones ciudadanas anti-sistema que empezaron en Egipto para extenderse a varios países de Oriente Medio, ha llegado a Europa y concretamente a España (Mayo 2011) y quizá siga a otros países, pues el modelo social es el mismo, el mismo que ha creado una situación insostenible en todo el orbe, una inestabilidad y empobrecimiento en todos los campos y una perdida total de ética, racionalidad y coherencia en las clases políticas. El descontento general hacia los actuales gobiernos que administran la “cosa pública” no es ya descontento sino rabia, indignación y también desesperación ante una intolerable ineficacia delictiva y opresiva del poder, que no hace sino vampirizar y parasitar a la población a favor de él mismo, con quién se funde y confunden las clases privilegiadas, que viven en “paraísos” fiscales y en una abundancia ajena a toda crisis, antes bien, “a río revuelto ganancia de pescadores”. Una clase política que hace pagar a la población los desmanes económicos de una banca canivalesca (que no se conforma con quedarse el piso ante el impago de la hipoteca sino que quiere el piso y el dinero) restituyéndole del bolsillo público sus fallidas inversiones y gestiones privadas. El gobierno no podrá utilizar ahora la excusa de “fuerzas anti-sistema” incontroladas como fantasmas que enturbian la paz ciudadana y el equilibrio social: toda la población en peso es ya anti-sistema; esperemos que aquí no hagan como en Libia y Siria, abrir fuego real contra los manifestantes… La población estafada reclama “democracia real”, pero quizá no advierten que la democracia real es esa misma que conocen y no otra, pues, la aplicación efectiva de una democracia ideal al plano de lo real tiene un rosario de imponderables imposibles de evitar, es decir, “no pidas peras al olmo”, o bien, “lo que Natura no da, Salamanca no presta”, para decirlo en un tono un poco jocoso.

Somos conscientes de que el mundo moderno no tiene el monopolio de formas de gobierno perversas, sino que ha sido una constante de la historia conocida, pues, por lo visto, solo “los pueblos felices no tienen historia”, es decir, aquellos de los que no tenemos constancia. Es el factor humano sometido al factor cíclico el verdaderamente decisivo, ya que la modernidad no ha hecho sino dar libre expansión a lo que el hombre ya llevaba en sí desde mucho antes para imponerlo después a todo el orbe. Pero sí cabe retener un par de cosas muy significativas de la modernidad, primero que haya sido exclusivamente en el Occidente europeo donde se ha producido el fenómeno de la tecnocracia materialista, y segundo que haya sido la única forma de civilización en negar todo principio de orden espiritual y toda realidad superior a la material, consolidándose mentalmente como la negación misma de eso, cosa sin precedentes en toda la historia de la humanidad. Y es precisamente por esas características que, tanto para sus propias generaciones como para todas las formas de cultura con las que ha entrado en contacto, el mundo moderno ha sido eminentemente letal y opresivo, en nombre, eso sí, de una democracia “colonizadora”, “progresista”, e “igualitarista”, hecho que confirma su inspiración eminentemente satánica. En lugar de mirarnos al ombligo extasiados como ejemplares del “primer mundo”, habría que preguntarles a los pueblos tradicionales de Oriente, de Occidente, del Norte y del Sur del planeta, si ha valido la pena el expolio sistemático de sus riquezas y sus territorios, la destrucción de su economía y su modo de vida, la negación de sus creencias, la esclavitud y la masacre de sus vidas al que han estado sometidos por siglos en nombre de la “democracia, la civilización y el progreso modernos”, subsistiendo ahora como ciudadanos de tercera tanto en los países “desarrollados” como en los suyos propios.

Sin una forma de poder legítimo avalado por una verdadera autoridad espiritual que guíe y gobierne a las sociedades humanas, un poder sabio, inteligente, justo, sano y misericordioso (12), sino un poder usurpado y envilecido por las más rastreras ambiciones, manipulado por partidismos interesados y por una gestión en manos de parásitos profesionales (13), la suerte, como diría Julio César, está echada.
 “Alea jacta est”.


1.- Como se sabe, cosa pública es la traducción literal de la palabra latina res-pública, de donde república, adaptación a su vez de la griega poli-teia, liter. “cómo se administra una ciudad”, de significado parecido. Así, ambas palabras, política y república, significan originalmente lo mismo, “asunto público” relativo a la polis, a la cívitas, aquello que nos concierne a todos, y que en las antiguas sociedades sedentarias, en donde el estado fue durante mucho tiempo la ciudad misma y no el país, eran sobretodo las “cosas” de la “polis”, los asuntos de la ciudad y de los ciudadanos. (El único ejemplo contemporáneo de ciudad-estado, que sepamos, es el Vaticano). Curiosamente, si la palabra “civilización” viene de civitas, ciudad (como urbe de orbis, el orbe celeste del que la ciudad tradicional quería ser una imagen terrestre), hoy por hoy ya no es foco precisamente de valores civilizados, antes bien es una “jungla de asfalto” poblada de “tribus urbanas”. 
2.- Sugestiones sociales, democracia y “élite”. René Guénon.
3.- Ibid.
4.- Hemos creído aquí oportuno verter opiniones recientes de reporteros muy mediáticos porque sin duda es muy sintomático que los propios adictos hasta ahora a la modernidad empiecen a tomar consciencia de la estafa que suponen la mayoría de sus eslóganes y que no vacilen en criticar abiertamente sus intocables tabúes.
5.- Guénon, sigue el autor, no criticaba la democracia para promover una dictadura cualquiera, ni ciertamente de las que se ponían en juego en la época en la que redactaba La Crisis del Mundo Moderno (1927). Como hemos visto, el fascismo y el nazismo presentaban a sus ojos, además de todos los inconveniente del “Reino de la Cantidad” de la democracia, los de ser una parodia siniestra y amenazante del universo tradicional, mientras la democracia, imbuida de referencias positivistas, se contentaba en negar todo valor a lo que podía evocar de una manera u otra a la Tradición.”  René Guénon contra la “extrema derecha” y las ideologías modernas. Jean Louis Gabin.
6.- “René Guénon contra la “extrema derecha” y las ideologías modernas.” Jean Louis Gabin.
7.- Etnología y Antropología. Philippe Laburthe-Tolra. Jean Pierre Warnier. Pg. 98-99. Ese orden cósmico vertical y horizontal, es decir, cruciforme, se plasmará en el propio modelo de los campamentos nómadas, en la distribución de la geografía, en el mapa de los territorios, en el diseño de la ciudad (Cardo y Decumanus), del templo y de los actos sociales principales, en el calendario y en la organización del tiempo, en la medicina, en las ciencias y las artes, etc… es decir, en todos los ámbitos del mundo humano, que así se cosmogoniza –al sacralizarlo- del mismo modo que el cosmos se antropomorfiza.
8.-  Llamada vital a la consciencia. Manifiesto de los indios iroqueses al Mundo Occidental. Consejo de jefes de la Liga de Las Seis Naciones. John Mohawk. Ediciones Miraguano 1988.
9.-  Es la Sruti hindú sobre la que se fundamenta toda la civilización, la ley sagrada (el Dharma hindú, la Shari’a o el Dîn musulmán) y la ley civil. Este “principio”, Verdad o Unidad, no es solo histórico sino perenne, actualizándose permanentemente a través de los diferentes ritos instituidos por los antiguos sabios (los Rishis hindúes) que tienen como misión sacralizar todos los aspectos y elementos de la vida, de ahí el origen sagrado de la organización social, la fundación de las ciudades, de todas las artes y las ciencias, incluida la “res-pública”, que tienden a restituir y mantener este principio de armonía en todo y en todo tiempo.
10.- Es la Armonía Mundi de los filósofos herméticos del Renacimiento o la Voluntad del Cielo, hemos visto, del taoísmo o del confucionismo. Es Maat en la tradición egipcia, “la armonía cósmica, la belleza creacional y el orden sagrado que hay que respetar. (…) Es la diosa de la Pluma, quien da al rey su cruz ansada para que aspire a la eternidad, y es ella quien preside todo ritual y todo acto regio. Maat precede al faraón como la Verdad precede a la consciencia”. Ferran Iniesta. Algunes dades sobre el classicisme egipci. 
11.- El sentido de la religión según su etimología latina, re-ligare, expresa este hecho, un religar en dos direcciones, vertical-horizontal, es decir, a los hombres con Dios y a los hombres entre sí, y no solo esto último en lo que parecen ahora exclusivamente interesadas las religiones oficiales cuando mejor, pues cuando peor, su propio exclusivismo no hace sino incrementar los fanatismos más destructivos. Es ese poder el que durante milenios ha cohesionado a muchos diferentes pueblos, clanes y naciones bajo una misma “Confederación de Naciones”, es decir, bajo un misma jurisdicción espiritual, tal como los helenos, los celtas, los iroqueses, los sumerios, etc… En el caso de los iroqueses (en cuya organización se inspiró en parte la constitución de los EE.UU, como también en los estatutos masónicos), la confederación la gobernaba un Gran Consejo bajo una misma autoridad espiritual compuesto de tres cámaras con representantes de todas las naciones. Ver Manifiesto de los indios iroqueses al Mundo Occidental.
12.- Esa legitimidad no tendría nada que ver ni en común con algunas de las pretendidas “teocracias” actuales (o “repúblicas teocráticas” o “nacional-católicas”), formadas por meros funcionarios y/o legalistas religiosos, muchísimo más peligrosos mayormente, por su ignorancia y fanatismo, que los de un simple gobierno “laico” parlamentario. Una espiritualidad legítima es la de un hombre realizado espiritualmente hablando, lo que en algunas tradiciones es un Maestro, un Sheikh, un Pir, un Shaman, un Lama o un Gurú, no precisamente un líder religioso, por lo cual entramos en el dominio iniciático-esotérico y no “exotérico”. Y es por ello que esta posibilidad se hace hoy en día prácticamente inviable, pues normalmente dichas personas no tienen ningún interés político ni ambición de poder o mando, o bien los han apartado de esa posibilidad de buenas o malas maneras, como ha sido el caso reciente del actual Dalai Lama Tenzing Gyatso, exiliado en India desde la invasión china del Tíbet, que ha renunciado a su poder político reteniendo únicamente su autoridad espiritual.  “El orden decretado por Dios, dice Al-Farabi (872-950. Obras filosóficas y políticas), sólo prevalecerá allí donde dirijan hombres virtuosos, que unan a su profundo conocimiento de la divinidad una elevada cualidad moral y en cuyas manos está hacer que los hombres, en esta vida y en este medio (cósmico y natural), disfruten al máximo la felicidad y las delicias de la vida futura (paradisíaca) por medio de instituciones comunitarias fundadas en la justicia y la confraternidad”.
13.- Estos parásitos son los verdugos que no dudan en sacrificar la vida de miles o millones de personas en un conflicto armado muchas veces provocado por ellos mismos, sea para satisfacer intereses suyos en otros países, sea para mantener su statu quo ante una población que se rebela ante su despotismo, o los mismos que ante un desastre apocalíptico, como vive ahora el Japón, no dan ninguna información fiable del peligro nuclear real de la situación, no sea que causara una “alarma innecesaria.