La forma de corazón que presentan muchas cerraduras que decoran las puertas de los templos e iglesias antiguos, y también de muchas viviendas civiles de la época, es un modelo ya presente en la Edad Media (seguramente muy anterior) pero que prolifera especialmente a partir del siglo XVII al XIX, impulsado sin duda por el culto cristiano del Sagrado Corazón de Jesús (1). Este modelo puede variar; se presenta bien sólo, flamígero, irradiante o con diferentes emblemas añadidos, como una corona en la parte superior, una cruz, etc... Es muy interesante encontrar en una sola pieza diferentes símbolos ligados por una misma analogía: la puerta y el pasaje, el corazón y el centro, el cerrojo y las llaves, amén de otras decoraciones añadidas. En todo caso es bien conocida la importancia que tienen todos esos elementos dentro del simbolismo sagrado de la mayoría de tradiciones, que aquí se reúnen para formar una especie de síntesis o compendio del proceso iniciático mismo.
No nos extenderemos sobre el simbolismo de la puerta, solo recordar que el Verbo en el cristianismo, el Logos platónico, es el arquetipo espiritual de la puerta, por la que se accede al Reino de los Cielos y al Padre. Y dado que este Reino "está dentro de nosotros", su aplicación microcósmica coincide igualmente con el corazón, centro del ser y sede vital del organismo, el cual es también aquí la cerradura de una puerta. En el caso del templo, esta puerta comunica un espacio sagrado con otro ordinario; en el caso del microcosmos, es el centro del estado humano el que comunica con el Corazón del Cielo, así llamado en muchas tradiciones distintas al Sol como representante sensible del Principio divino, pues, efectivamente, por su papel vivificador y central su función natural es análoga a la del corazón en el organismo. Es por el centro del estado humano, por el corazón, que el ser comunica con el Eje del Mundo, es decir, con otros estados superiores del Sí mismo y la realidad universal, totalmente inaprensibles fuera de ese centro.