En un artículo del Sr. Nuredinn Gastón Gandolfi (1) se denuncia acertadamente la creciente avalancha de falsos maestros y líderes “espirituales”. “En la actualidad, dice, los maestros de las distintas tradiciones orientales abundan más que discípulos”, hecho que a mayor profusión incluso, puede apreciarse también en lo que toca a las tradiciones occidentales. Precisamente, el autor elabora una lista de “protocolos” de comportamiento por los cuales poder advertir la estafa pues, ciertamente, son bastante recurrentes, aunque dada la variedad de casos, toda lista será siempre esquemática y provisional. Señalemos un punto que podría prestarse a confusión cuando el autor dice que: “sólo un profesor en la materia, asignado por un verdadero maestro, puede impartir enseñanza espiritual”, lo cual es perfectamente cierto. En el tasawwuf, por ejemplo, nadie que no esté en posesión del “idn” (permiso o autorización) del sheikh de una tariqa regular, puede impartir enseñanza alguna sin quedar automáticamente descalificado. Sin embargo, la palabra “profesor” podría confundir la función con una enseñanza de tipo académico o escolar, es decir, profana y exterior, cuando aquí se trata de un ámbito estrictamente iniciático y los conocimientos en causa también, sin relación alguna, más bien lo contrario, con lo “académico”. Los moqaddem o delegados de un sheih pueden dar en nombre suyo el pacto a un nuevo hermano y también en muchos casos enseñanza (dhars) de din, fiq o ‘aqida islámicos pero nunca substituir la que da en presencia el propio sheikh. Lo mismo podríamos decir de otras tradiciones en las que existe una organización iniciática en presencia.
Hoy en día, pocas personas que se han adentrado en una búsqueda espiritual se han librado de toparse con algún “maestro” de esta especie y otros salir bien parados, ya mismo porque muchos con un conocimiento solo libresco y puramente mental del tema, se ven impulsados a enseñarlo a los demás antes de comprenderlo efectivamente ellos mismos, lo cual entienden como su propio medio de “realización”.
También otro autor, el Sr. Guillermo Aguilera (2), propone incluso un “test” para detectar falsificaciones de este tipo. Pensamos que es útil destacar algunos puntos que coinciden también en parte con los señalados por el Sr. Gandolfi resumiendo un poco:
1.- Declara su propia iluminación centrándose en ella, lo cual, es cierto, “no ayuda nada ni a sí mismos ni a sus estudiantes”.
2.- Es incapaz de recibir críticas; “no le gusta que los no iluminados les cuestionen”.
3.- Actúa omnipotentemente, sin responsabilidad y sin calcular prejuicios ajenos; algunas comunidades –y grupos- funcionan como un campo de concentración, gurú y responsables actúan como oficiales de la Gestapo. (…) El comportamiento atroz o injusto de los “gurús” se justifica como necesario para ayudar a los seguidores a “crecer” y desprenderse de sus egos. Estos son los peligrosos gurús quién frecuentemente dañan con severidad a sus estudiantes. Un maestro verdadero respeta su deseo, su libre albedrío, incluso si comprende que su decisión particular puede no ser beneficiosa; él o ella actuará consecuentemente con un código ético de conducta (el Adab o cortesía espiritual del tasawwuf).
4.- No practica lo que predica.
5.- Se atribuye el mérito sobre una (doctrina, método o) técnica particular de meditación o sanación (o realización). El falso gurú tratará de poseer o patentar técnicas (o métodos) particulares de modo que tenga algo único para atraer a sus seguidores, y secuestrará sus efectos de modo que parezca que proceden de la bendición del gurú (o de “su” método) en lugar de proceder del potencial natural de cada individuo.
6.- Algunos viven en la opulencia (siempre gracias a dinero ajeno directa o indirectamente relacionado con sus alumnos).
7.- Fomenta o permite la adoración de sus seguidores. A veces imparte “satsang” y demanda devoción.
8.- Organiza abundantes charlas, cursos o cursillos (más o menos “milagrosos”), a veces muy caros.
9.- Toma ventaja sexual de sus seguidores. A veces los “elegidos” pasan por una de estas “pruebas”. Muchos tienen relaciones o se casan con sus alumnas, sobretodo si son de buena posición económica.
10.- Le adula y le trata a Ud. como (un ser) muy especial. Nada puede embriagar más al ego que ser seleccionado por el maestro o líder para ser responsable o alumno “adelantado”. Esto es muy común para “enganchar” a un potencial seguidor.
11.- Es un charlatán (mezclando temas espirituales con asuntos personales).
12.- Confía demasiado en una presentación vistosa y en un elenco de actividades más o menos “culturales”.
13.- Se da a sí mismo títulos extravagantes.
16.- Del mismo modo que adula a algunos no se interesa nada personalmente por otros, incluso despreciándolos. Siempre busca culpables a los equívocos y tensiones entre los miembros del grupo provocados mayormente por él mismo, expulsándolos de manera “ejemplar” y declarándolos enemigos.
15.- Permite a sus seguidores establecer una jerarquía de acceso (con él en la cúspide). (Pero) un gurú debe ser accesible. Si bloquea ese acceso con intermediarios ya no hace de gurú sino de “rey” (es decir, “política” grupal), tomando el mando de una situación que normalmente traspasa el ámbito de la estricta enseñanza tocando directamente lo personal.
16.- Hace reclamos falsos de linaje (iniciático). En muchos casos no los cita (por que no existen o son inconfesables) pero dejando entender que ha tenido un maestro o varios.
17.- Reúne un amplio abanico de ex-seguidores enojados. Que automáticamente quedan “demonizados” en tanto enemigos o traidores suyos y del grupo.
18.- Actúa como una persona completamente loca y/o paranoide. Si su maestro actúa como un completo paranoide-esquizofrénico, entonces (muy) probablemente lo es. Recuerde que no hay tal cosa como “loca” Sabiduría, porque la sabiduría es el arte (también) de estar cuerdo y equilibrado.
19.- Minimiza abierta o disimuladamente la importancia de otras vías espirituales, que no le interesan para nada ni las recomienda.
20.- Toma a capricho como “guía” suyo a quién se le antoja, ya esté muerto y lo conozca sólo por sus escritos.
Aquí concluye la lista pero, seguramente, podríamos encontrar más “síntomas” que añadir como, por ejemplo, enmascarar una ignorancia (metafísica) de lo principal y más importante con una retórica erudita, libresca, historicista, pseudo-intelectual o puramente “literaria” de la propia iniciación, es decir, con una “alegoría” verbal de la misma.
Bastante se ha abordado el tema desde sus diferentes aspectos (3) coincidiendo siempre en el factor quizá primordial para discernir el verdadero del falso maestro: el hecho de pertenecer o no a un linaje iniciático auténtico, regular y en presencia. Es cierto que esta premisa no hace al maestro más “genial” si no lo es por gracia espiritual, pero sí infalible en la transmisión de la doctrina y el método, impidiendo desviaciones de este tipo en el discípulo, lo cual es primordial.
Este requisito presupone una cadena íninterrumpida de maestros (Parampara, Silsila, Cabala…) dentro de una forma tradicional depositaria de una revelación, es decir, de una doctrina metafísica. Y también la consiguiente triple transferencia de un pacto iniciático (con el maestro), una doctrina y un método espirituales, requisitos sin los cuales no puede hablarse de verdadera iniciación, sino acaso de “bendiciones”, pseudo-iniciación o de algo peor. En efecto, la pseudo-iniciación no solo supone un simulacro humano, antes supone también considerar operativa a una tradición iniciática extinta o con el linaje fracturado, manejándose con sus residuos. En cuanto a la bendición debida al trato con un maestro o responsables de ashrams, veremos que no es exactamente una iniciación.
La condición “en presencia” es tan importante aquí como las otras dos, pues nadie en verdad puede arrogarse la categoría de maestro (ni de “iniciado”) a sí mismo sin haberle sido confirmada por su propio maestro en presencia integrado a una organización también en presencia, y menos si no lo ha tenido. Si no existe físicamente la organización iniciática capaz de proporcionar esos elementos indispensables a la realización espiritual, no puede hablarse de iniciación ni de verdadera tradición iniciática. Y aunque es cierto que algunas personas han recibido la iniciación de un maestro ya muerto, en estado de sueño o de vigilia, ha sido siempre dentro de un linaje espiritual.
En cuanto a las tradiciones occidentales abundan ahora maestros de todo tipo, ya sea de enseñanza del Tarot, de Cábala, de Astrología, de Alquimia, de Numerología, de Magia, etc... o todo junto. Menos la Cábala, todas son disciplinas vinculadas a la tradición Hermética, la de Thot-Hermes-Mercurio, tradición cosmológica que, como se sabe, ha servido de base esotérica al cristianismo junto a la Cábala (después cristianizada) desde la época alejandrina.
La Franc-Masonería, en efecto, recoge todo este acervo simbólico solapado en su cosmovisión constructiva. Pero se da el caso que, descontando rarísimas excepciones, la mayoría de logias o talleres no dispensan una enseñanza metódica de dicho simbolismo, ni un método preciso de realización (meditación, introspección, invocación, lecturas, etc…), sino tan solo un ritual perfectamente simbólico de cada grado. En cuanto a los maestros, magos y magas “herméticos” que dispensan hoy en día dichas enseñanzas, al no existir cadena iniciática cuando mejor van por libre o bien pertenecen directa o indirectamente a agrupaciones pseudo-esotéricas (rosacrucismo, ocultismo, teosofismo, antroposofismo, etc…), existiendo un amplio “profesorado” especializado fácilmente proclive al liderazgo espiritual de sus grupos.
Se dan casos también en que son los propios alumnos de un profesor de simbología, de Cábala, Tarot, Yoga, Kundalini-yoga o “crecimiento personal” los que lo elevan al estatuto de “gurú”, al otorgarle una fidelidad incondicional sugestionados por su poderosa “personalidad” o su retórica esotérica, categoría que, por su parte, no se priva de asumir debido, normalmente, a un elevado sentido de su “valía” personal confirmada por sus efectos.
En cuanto a este tipo de hermetismo, confundidas sus ciencias con vulgares máncias y la iniciación con conseguir algún tipo de poder, está lamentablemente contaminado de pseudo-esoterismos, Nueva Era y psicología moderna, sucedáneos de iniciación. Han tenido que ser autores contemporáneos quienes advirtieran este hecho (Guénon, Evola, Burckhard…) pues hasta ahí la confusión con estos neo-espiritualismos era algo normal y aceptado por la mayoría de “hermetistas”, como sigue siendo el caso.
Y no supone siquiera una iniciación virtual como la que dispensa al menos la Masonería, sino en muchos casos verdaderas caricaturas, aunque dependiendo siempre de la honestidad y conciencia de los líderes o profesores. Para no excluir tampoco ninguna posibilidad, debe decirse también que como forma de aproximación a una cosmovisión tradicional, el estudio serio y honesto de estas doctrinas y no de sus sucedáneos, puede ser una eficaz ayuda para entender la propia tradición cristiana occidental, de las que han sido su base esotérica, dando también por sentado que “lo que no mata engorda”, pero a condición de no confundirlo con una iniciación sino como una mera preparación de orden intelectual sin más pretensiones.
Del mismo modo que el proceso iniciático no es una carrera escolar, un maestro espiritual no es un “profesor” ni un erudito ni un “iluminado”, ni alguien que se arroga ese papel por “mandato” divino según decreto propio. La guía espiritual de otros seres humanos es tarea de enorme responsabilidad ya mismo por lo que activa en ellos, y que repercutirá sin duda en todos los ámbitos y en todos los participantes. (4) Hace falta algo más que literatura esotérica, técnicas de “crecimiento personal” o artes de magia para el oficio de maestro y para la labor iniciática. Hace falta algo indispensable que no es de orden mental, psicológico ni “práctico”, una influencia sólo capaz de activar una verdadera “presencia” espiritual, avalada por un linaje iniciático y una tradición metafísica completa (a poder ser). Realmente, esta presencia no es de orden humano, aunque tome también esa forma en personas concretas.
Por eso mismo, el verdadero maestro no tiene “ego” ni ego-ismo (una psiqué muy “diferenciada”, es decir, individualizada o polarizada en actitudes extremas), o digamos que lo tiene reducido al mínimo. Ciertamente que no puede establecerse una lista de venerables actitudes que definan un verdadero maestro, pero sí afirmar que ninguna estará inspirada por un individualismo egocéntrico, un interés particular, una ambición “espiritual” de poder o promoción personal ninguno. Ni su doctrina será pura retórica esotérica. Siendo a la práctica un padre espiritual para el discípulo, también es su amigo y su “sirviente” (como se dice en el tasawwuf ) y éste de aquel, sin confusión de papeles y con el respeto sagrado e impersonal que implica este tipo de relación. Todo verdadero maestro admite una jerarquía espiritual pero no la usa para mantener “distancias” y generar algo menos noble que respeto, es decir, miedo, desconfianza e inseguridad en sus epígonos. Antes bien, la usa para que el discípulo advierta en sí mismo esa jerarquía sobretodo interna. El verdadero maestro evoca además de respeto, ante todo confianza, tanto como sabiduría, la cual nunca se hace “suya”. Precisamente, el término “parampara” que designa el linaje de la transmisión iniciática en las diferentes ramas del hinduismo, significa “de igual a igual”, pues, la “calidad” espiritual del que recibe la transmisión no puede ser muy diferente (aunque en estado inmaduro o de ignorancia) del que transmite y de lo transmitido. De ahí también las cualificaciones iniciáticas requeridas, que no son de orden únicamente intelectual.
Y aunque es verdad que un verdadero maestro no necesita poseer el grado más elevado de realización para desempeñar su labor (5), sí debe cumplir con estos requisitos, que no son precisamente “morales” sino inherentes al grado espiritual mismo que le capacita justo para poder desempeñar ese cargo. Una persona que aún está inmersa en la realidad dual de la mente, de las preferencias y pasiones, que se cree un individuo, sea humilde o soberbio, tenga carismas o no, que no ha realizado la “conjunción de los opuestos” en sí mismo, lo justo al menos para advertir la nula realidad de su ego, de su historia personal y de sus ambiciones, no está capacitado en absoluto para guiar a los demás, aunque su conocimiento teórico sea todo lo extenso que fuera.
Y es cierto que existen muchos tipos y niveles de maestros, pero el que guía espiritualmente a otros requiere, además de un don personal, de un linaje iniciático o cadena de transmisión efectiva y en presencia. No nos referimos en absoluto a ningún trámite “burocrático” de tipo ceremonial capaz de certificar la legalidad iniciática como garantía de éxito espiritual asegurado. Nos referimos simplemente a una organización iniciática regular en presencia, “real”, “física” además, por supuesto, de espiritual. Pues, aunque muchos crean que ya no existen o que “ya no son lo que eran”, podemos asegurarles que existen y además de primer orden, unas más “elitistas” que otras, cierto, juntamente con otras muy abiertas y multitudinarias. Existen algunas en Occidente (implantadas) y bastantes en Oriente, como también muchos sucedáneos exóticos para turistas esotéricos ávidos de espiritualidad fácil y rápida.
Las condiciones de la iniciación pueden ser muy variadas, de lo más formal y de lo más “informal” en ocasiones; pero la cadena, el maestro y el discípulo no pueden faltar. El carácter ritual de la iniciación es importante pero no precisamente por su aparato “ceremonial”, que puede ser mínimo o no ser, sino por su poderosa influencia sutil e invisible. Además, en materia de espiritualidad iniciática no existe más “certificado de garantía” que la presencia viva de un linaje tradicional, la infalibilidad de la doctrina, el método y su correcta asimilación.
Son los que van “por libre”, precisamente, a quienes no les interesa ver en ese pacto y en esa cadena espiritual sino un mero trámite innecesario cuando no inútil o “desfasado”, aunque algunos de ellos dispensen “diplomas” y “certificados”, y se otorguen “títulos pomposos”.
El pacto con el maestro es de corazón a corazón, invisible y sutil, ciertamente, pero invulnerable. No es un pacto entre individuos sino con el verdadero Sí Mismo y con una Verdad eterna formulada para realizarse. Y actúa como fuente iluminativa del despertar; de discriminación entre la verdad y la ilusión; de inspiración espiritual; de sustento anímico y de protección psíquica –y física- mientras sean necesarias. Y tanto como el propio proceso iniciático, desborda las posibilidades de la existencia corporal del individuo prolongándose a todos los estados, como también desborda las personalidades individuales de maestro y discípulo.
Desde luego que el verdadero maestro es interno, el único y verdadero maestro, el Sí Mismo o único Conocedor y Experimentador. Y que no es otro que Él quién revela sus luces a cada cual, orientándolo en la dirección adecuada. Pero mientras existe ego y mente, fuerte sentido de individualidad, la referencia de ese Sí-Mismo para el individuo la detenta necesariamente otro que él, un maestro humano y una tradición viva, porque “el que no tiene maestro tiene a Shaytan por maestro” (dice el tasawwuf), es decir, a su ego. Pero precisamente del ego y de la programación mental es de lo que, no el “individuo” como tal, sino la Consciencia, debe liberarse, paradoja que todo verdadero iniciado debe afrontar. Y es por ello que el Sí Mismo, dice la Tradición, el verdadero Yo espiritual, puede llegar a ser el peor y más implacable enemigo de uno mismo en tanto que ego o pequeño yo individualizado.
El propio y sincero interés por lo trascendente es un claro síntoma en el individuo del despertar de su propio maestro interno; si sigue ese impulso tarde o temprano logrará su propósito, en esta o en cualquier otra vida o estado. Pero mientras tanto y librado a sí mismo, el individuo, el ente psicosomático ignorante de su ser espiritual (confundido con su corporalidad y su mente), no es sino un “pashu”, un animal más o menos racional “atado” (nudo = pasha) a sus condiciones vitales y necesidades más elementales, incapaz por sí mismo de expandir su consciencia más allá de su nivel y, sobretodo, de advertir sus propias limitaciones. Por lo que seguir la vía del ego, confundido éste con un supuesto “maestro interno”, es seguramente el peor peligro, una iniciación “al revés”, lo cual acumula sin duda más “karma” al ya en presencia.
Dados estos casos tan generalizados de pseudo-iniciación, sumados al férreo individualismo moderno como actitud mental asumida como “normal”, muchos optan por no querer ningún maestro ni comprometerse con ninguna tradición particular, sino seguir el lema tan popularizado por la Nueva Era: “hágaselo Ud. mismo”. Toman un poco de aquí y un poco de allá, leyendo unos cuantos libros a voleo, yendo a cursillos y conferencias. Y se hacen una vía “espiritual” a medida de su gusto, prácticamente un entretenimiento, una filosofía y un modo de vida que no altere demasiado las costumbres, hábitos mentales y preferencias de su ego, más bien todo lo contrario. Sin embargo y “operativamente” hablando, además del posible peligro de confusionismo mental, el resultado no puede ser otro que añadir más ilusión a la ilusión, aunque este tipo de vida pueda tener mejores compensaciones “higiénicas” que la vulgar.
La posibilidad de iniciarse sin la presencia de un maestro (no por cierto de “auto-iniciarse”) también está contemplada en diferentes tradiciones, formando parte de las posibilidades que éstas incluyen y de las modalidades que abarcan, sólo que, precisamente ésta en particular, es extraordinaria hoy en día, tanto que prácticamente se considera de manera también extraordinaria, aunque no son pocos los que, también hoy en día, se hacen grandes ilusiones al respecto. Pero recalquemos qué, incluso en este caso, el que recibe una iniciación sin intermediarios, directamente de la Gracia divina (Saktipata, Anugraha, Baraka…), no deja por ello de pertenecer al ámbito tradicional, pues es siempre por mediación suyo que la puede recibir. Ningún caso de verdadera iluminación espontánea que se haya dado de cierta trascendencia ha sido en individuos ajenos a una tradición viva.
Decir también de paso que no existe ninguna iniciación de la “Tradición Primordial” sólo accesible a una selecta élite impartida por alguna orden secreta o invisible, como algunos por lo visto han llegado a creer, sino que cada tradición posee grados iniciáticos correspondientes a lo que ésta sería, es decir, al estado espiritual de hombre edénico, perfecto u “Hombre Verdadero” siguiendo una terminología familiar en el discurso de Guénon. Este estado o grado iniciático equivale, en efecto, al cumplimiento de los “Pequeños Misterios” grecolatinos (orden cosmológico); y el de “Hombre Universal” a los “Grandes Misterios” (orden metafísico), terminología válida en algunas tradiciones occidentales pero no extrapolable, por ejemplo, a las de Oriente, que disponen de categorías bastante diferentes, tanto más si son no-duales. Sin embargo, este grado o estado no es el principal y más importante dentro de la escala iniciática, sobretodo en las tradiciones metafísicas más importantes, no por cierto en otras cuyo alcance espiritual no va más allá.
En cuanto a las tradiciones orientales, la mayoría de importantes maestros hindúes del llamado neo-advaita, lo más conocido en occidente, no han dispensado una iniciación regular (dicho por ellos mismos) sino una “gracia” o “bendición” espiritual debida al trato y a su grado mismo de realización junto a enseñanzas poco o nada personalizadas.
Dicho esto, no se sabe por qué algunos de sus seguidores –que no “discípulos”- se ven en derecho de dar “iniciaciones”. Iniciación directa y regular la dispensan, por ejemplo, el brahmanismo, el shivaismo, el vishnuismo, ramas tántricas, el budismo y el Zen en sus diferentes modalidades. En el Islam sunní, el tasawuuf o sufismo y sus muchas ramas o turuq dirigidas por sheikhs murshids. Y dentro del Islam chiíta el irfan, cuyos maestros son los pir. También encontraríamos formas de iniciación chamánicas, algunas vinculadas a estas grandes tradiciones y otras no, autóctonas o (las llamadas) “primitivas” o arcaicas, con un denominador común de tipo mágico-cosmológico a pesar de tomar muchas formas distintas en los cinco continentes.
Creer que hoy en día la mayoría de estas tradiciones iniciáticas no son accesibles al hombre occidental o no están hechas para él es una ilusión negativa. Sería acertado si de hombre “moderno” se tratara, pero no todos los occidentales son modernos. Una verdadera vía espiritual no hace distingo de razas ni latitudes, eso no forma parte de las llamadas cualificaciones iniciáticas, como tampoco el sexo. Si hay alguna excepción es para confirmar la regla. Las vías iniciáticas hindúes o islámicas, incluso el Zen, es decir, las orientales, están bastante diversificadas, pensadas para las diferentes naturalezas humanas, sean más propensas a la acción, a la devoción o al conocimiento. No obstante, ya se sabe que son una ínfima minoría quienes se interesan seriamente por una vía espiritual, y dentro de ella, una más reducida aún que la siguen de verdad.
El problema del falso maestro no reside tanto en dispensar una doctrina y una vía espiritual falsa o heterodoxa. La mayoría de veces es auténtica pero “arreglada”, “tuneada” o “maquillada” por él. El problema radica, sobretodo, en transferir su propio psiquismo (su ego, filias, fobias y su personal criterio de las cosas) al discípulo, en mentalizarlo en la dirección que le place, en fabricar un “golem” modelado a su gusto e interés, imponiéndole sus propias limitaciones sin aquel apercibirse, antes bien, convencido y ufano de estar bajo la mejor influencia, en todo lo cual jugará un papel importante también las expectativas de su propio ego. Conscientemente o no, bueno o malo, queriendo o sin querer, el maestro siempre asume el papel de modelo para el discípulo.
A parte, pues, de alejarlo o retrasarlo de la verdadera realización, el falso maestro le añade al incauto una nueva programación mental, la suya propia, que aquel asumirá de buen grado imitando incluso idénticos y “clónicos” comportamientos, lo cual implica para él un grave prejuicio espiritual a veces irreversible. En el caso de grupos sectarios, ya sabemos hasta donde puede llegar tal sugestión colectiva o grupal y que tipo de dependencias chantajistas se establecen. Ciertamente, el factor principal del engaño es siempre la “sugestión”, el “poder” psíquico de impresionar, de “ilusionar” de algún modo a los demás, en lo cual, sin duda, existe siempre algo de histriónico, “teatral”, de “autosugestión” o grado de complicidad por ambas partes, es decir, entre la capacidad de sugestionar del falso maestro y la de dejarse sugestionar por parte del discípulo. Y por ser en el fondo la misma ignorancia la que está en juego en ambos casos, las dos son peligrosas. Pero este poder de sugestión no lo vemos tan solo en líderes pseudo-espirituales, puede advertirse en todos los que acaparan “fans” hasta en los ámbitos más modestos. Tampoco la facilidad de sugestionarse es monopolio de los fanáticos religiosos sino de la gran mayoría por múltiples cosas y modelos; será también porque vivimos en la era de la gran sugestión, pues, la “cultura” moderna no es otra cosa que una colosal sugestión colectiva, una gran ilusión mantenida por los medias que poco o nada tiene que ver con la realidad. Y el mundo tradicional y sus verdades espirituales son muy fáciles de “idealizar” o “deformar” desde una programación mental moderna de la que se quiere escapar desde dentro.
Precisamente, la principal tarea del verdadero maestro es ayudar al discípulo a erradicar de su mente todo tipo de sugestión y falsas concepciones de lo que él entiende por “realidad”, evitando toda complicidad psicológica.
Se ha dicho ya bastante sobre el tema para comprender que, en el feliz caso de desear intensamente algún tipo de conocimiento, vivencia o experiencia con una forma de espiritualidad verdadera, prevenirse de falsos maestros, escuelas y vías dependerá mucho también de las expectativas mismas del propio ego del buscador. Normalmente, ahí donde el ego pone el “listón” aparece el más adecuado “maestro” a sus expectativas. Por ello es mejor no tener ninguna, sino simplemente la de salir, por cierto, del estado de esclavitud mental del ego y de la falsa realidad dual en la que vivimos. Que lo “oculto”, el “misterio” y sus “secretos poderes” no nos encandile, ni los fenómenos psíquicos nos impresione, como tampoco descubrir “el enorme potencial interno del que tan solo disponemos de un diez por ciento.” Y mucho menos confundir la búsqueda del verdadero Sí Mismo con una progresión geométrica de “autoestima”. El grado iniciático más modesto incluye renunciar a todo eso.
Igualmente, dirigirse siempre que se pueda a una tradición viva y en presencia. Ir a la fuente y rehuir los intermediarios una vez éstos han cumplido con su labor de presentación. No tener prejuicios por formas de iniciación orientales pero ser precavido con los muchos sucedáneos que pululan por doquier. En cuanto al cristianismo y la Masonería, del primero no se conocen linajes iniciáticos en presencia y de la segunda, la única opción disponible en Occidente, se ha mencionado en la nota nº 4.
Ya para acabar y con respecto a la doble función del verdadero maestro sólo añadir que: “…por el término instrucción iniciática debe entenderse no solo la comunicación de algunos datos de orden doctrinal, sino comprendiendo igualmente en él todo lo que a título cualquiera es de naturaleza a guiar al iniciado en el trabajo que cumple para llevar a cabo una realización espiritual a cualquier grado que sea.” (C-XXI. Iniciación y realización espiritual. Verdaderos y falsos maestros espirituales.)
NOTAS:
1.- Sufismo y pseudo maestros espirituales en Occidente. Web-Islam)
2.- http://www. bioarmonía.com.ar (boletín nº 11)
3.- Quién mejor a tocado el tema en el Occidente contemporáneo, René Guénon, dedica dos libros al tema de la iniciación que resumen sus principales aspectos y requisitos, tanto como los de sus caricaturas. Pero en lo que hace énfasis, en acuerdo con los maestros de las tradiciones orientales vivas, es en el linaje iniciático. Ver: Ojeadas sobre la iniciación, e Iniciación y realización espiritual.
4.- En la Franc-Masonería no existe la figura efectiva del maestro, aunque todos los trabajos rituales los preside un Venerable Maestro que hace las funciones simbólicas de tal dirigiendo el orden de los mismos junto a un cuadro de oficiales. La influencia espiritual no viene en este caso de un maestro en presencia sino a través del “egregor” o alma grupal del taller en la medida, claro está, que trabaje bajo los auspicios de una logia regularmente constituida y, sobretodo, en nombre del Gran Arquitecto del Universo. Naturalmente, la eficacia operativa (espiritual) de los trabajos será directamente proporcional a la calidad de ese egregor y de su labor grupal. De ahí también que, en su estado actual, la Franc-Masonería sólo puede ofrecer una forma de iniciación virtual, es decir, los elementos rituales de la iniciación pero sin formación doctrinal de sus símbolos ni un método de trabajo personal ni una guía personalizada. Lo cual y dada la mentalidad tan “errática” del hombre occidental moderno es, ciertamente, una carencia importante que poco garantiza un desarrollo efectivo en la dirección adecuada aunque, a pesar de todo y dadas las circunstancias, habría que dar seguramente las gracias, pues mejor es eso que nada siendo la única orden que queda en Occidente de este tipo y de un conocimiento iniciático incluido en su rico legado simbólico.
5.- En el Shivaismo advaita Cachemir, el realizado en vida, Mukti o Jivan-Mukta, raras veces tiene discípulos a su cargo a excepción de los más preparados, pues, al no ver diferencias y vivir plenamente la no-dualidad, difícilmente podría ser útil al novicio que se nutre de ellas de manera inconsciente. Los maestros que enseñan a los iniciados o recién integrados, han de tener un grado inferior a aquel, es decir, estar en la no-dualidad sin haber dejado del todo aún la dualidad. El Jivan-Mukti más que enseñar revela e infunde con su sola presencia el Ser o Sí Mismo verdadero, lo que cada cual aprovechará de manera diferente.