Como se sabe, las etapas de la realización espiritual varían según cada vía y forma tradicional; la propia variedad de estados en que se manifiesta el Sí mismo, meta y objeto de toda realización, es en número indefinido. Sin embargo, ningún esquema iniciático tradicional sigue pautas arbitrarias, sino que responde a su propio punto de vista metafísico o al Plan creacional mismo contemplado desde alguno de sus principales aspectos, siendo la iniciación su mimesis ritual y consciente. Este Plan, aunque comporte indefinidos estados, ellos mismos se agrupan por categorías universales, del mismo modo que en el cuerpo las células, los órganos, los miembros, etc... dándose por entendido que no se trata de recorrerlos todos sino que, en tanto modalidades de una misma cosa, alcanzando el centro de cada una de estas categorías, quedan todos realizados por añadidura. Así, en cuanto tales, son distintos o diferenciados hasta cierto punto, a partir del cual ya no puede hablarse de diferencias ni tampoco darles el sentido cuantitativo ordinario.
Todas las tradiciones completas hablan de dos grandes fases en la vía, en relación directa con los principales aspectos de la deidad o del Sí mismo, el inmanifestado y el manifestado, el Impersonal y el Personal, Grandes y Pequeños Misterios en la antiguedad occidental; Bauddha-Ajñâna y Paurusha-Âjñâna del shivaismo advaita cachemir; el-Fana y el Fana al-Fanai (extinción y la extinción de la extinción) en el sufismo; grados azules y altos grados en la Francmasonería, etc... los cuales se corresponden igualmente con la propia división general de la cosmogonía en Cielo y Tierra o Aguas Superiores e Inferiores, es decir, en dos grandes órdenes de posibilidades distintas de ser y de realidad, una informal y supraindividual y otra individual y formal que el hombre incluye en sí mismo.
Los Pequeños Misterios lo son de la Tierra en el sentido más ámplio del término, es decir, de lo que suponen todas las posibilidades del plano de existencia que corresponde al humano de este ciclo o Manvántara. Por ello su culminación incluye la restauración de su perfección primordial (paradisíaca), la redención cristiana de la "caída", con la consiguiente regeneración psíquica del misto, que para ello ha tenido que pasar por una serie de transmutaciones internas y desandar todo el trecho laberíntico que lo separa del Origen. En el caso de los Grandes Misterios, del Cielo, ya no se trata de ninguna transmutación o pasaje por estados individualmente (o formalmente) diferenciados, sino al contrario de una transformación o paso más allá de las formas y las diferencias, y por tanto de la propia noción de separatividad, dualidad y cantidad. Existe entre ambas posibilidades una jerarquía ontológica que hace de los primeras un reflejo sucesivo y condicionado de las segundas, la corriente psico-somática de las formas y el mundo espiritual de los principios inmutables en términos platónicos. Unos se recorren horizontalmente, en modo sucesivo y distinto, como una metamórfosis hacia la forma verdadera, y otros verticalmente y fuera de toda idea de sucesión, de cambio y de forma. A este respecto puede hablarse, como hace el sufismo, de estados (Ahwal) y estaciones (Maqam); los primeros van y vienen, los segundos suponen algo estable y adquirido de una vez por todas. Y es patente que el paso de una a otra de estas categorías o estados, supone siempre una muerte y un nacimiento simultáneo, precisamente porque no existe otro modo de pasaje; se impone un paso al límite, una ruptura de nivel, que no puede provocar ningún recorrido sucesivo y cuantitativo de estados.