A propósito del pensamiento dualista religioso, un autor cristiano (1) comentaba: “El dualismo es un problema que nos ha molestado durante muchos años, aproximadamente 1900, aunque suene simpático este problema ha significado un inconveniente mayúsculo en las áreas filosófica y teológica de nuestro pensar, por casi toda nuestra existencia como iglesia cristiana” (…) “Nuestro origen argumental es la palabra de Dios antes y después de la venida de Cristo, pensaba, es un hecho comprobado que la forma de ser de los judíos vetero-testamentarios y neo-testamentarios (en los que están todos los apóstoles) el que todo su ser fuera una sola realidad, ellos no observaban divisiones como las observamos nosotros, (2) esto principalmente porque su forma de desarrollar el pensamiento no estaba dividida como en el caso de los griegos helenistas. Gordon J. Spykman define uno de sus puntos iniciales en su prolegómena como el rechazo a ver filosofías helenistas en el trasfondo del nuevo testamento y por ende observar su trasfondo hebreo como punto de interpretación.” (3) (…) “Pensar en dos reinos ha significado el más grande obstáculo que nuestra filosofía y teología ha tenido hasta el día de hoy, incluso podríamos definir que todos nuestros problemas básicos son originados en esta forma de pensar dual que hasta el día de hoy nos alcanza.” (…) “Desde el comienzo de la ética cristiana, después de los términos del nuevo testamento, el principal concepto subyacente al pensamiento ético, y el que consciente o inconscientemente ha determinado la totalidad del curso, ha sido el concepto de la yuxtaposición y el conflicto de dos esferas, una divina, santa, sobrenatural y cristiana, y la otra, mundana, profana, natural y no cristiana.” (4)
Este fenómeno no solo afecta al cristianismo sino a las religiones en general e incluso, como demuestra el autor, a todo el modo de pensar especialmente occidental (5). El enfoque dual de las religiones también es propio de la perspectiva cosmológica tradicional, sino el punto de vista cosmológico mismo. Esencia y substancia, cosmos y microcosmos, Cielo y Tierra, Espíritu y Materia, Solve et Coágula, son los pilares de toda la dialéctica cósmica y sirven, efectivamente, para explicar las causas del devenir y la estructura del mundo, del ciclo y del hombre, pero siempre como un proceso orgánico, unitario y orientado a la unidad o no-dualidad, pues es de ahí de donde surgen y en ella en quien se resuelven perpetuamente todas las tensiones que esa dualidad genera o parece generar en su mutua interacción. Si no es así, las cosmogonías pronto degeneran en animismos dualistas, politeístas o formas de magia y pequeños poderes. Siendo originalmente reveladas junto a todas las ciencias sagradas, inseparables del carácter unitario de la totalidad manifiesta, sirven provisionalmente de modelo para la realización espiritual del ser humano, pues explican su constitución interna y externa. Y en su aplicación social, para el ordenamiento espacio-temporal de lo humano, que así queda “sacralizado” a imagen del orden cósmico. No obstante y mientras el enfoque queda circunscrito al ámbito de la cosmogonía, la dualidad permanece.
En efecto, ninguna manifestación de la Unidad o No-dualidad divina podría ocultarla, romperla o dividirla, y es por ello que Ibn Att'Allah de Alejandria dice que “Nada ni nadie podría velarlo, sino al contrario manifestarlo, y en última instancia Él es su propio velo”, porque no existe discontinuidad ninguna entre Sí Mismo y sus expresiones, existen grados de condicionamiento, auto-limitación o “contractación” de su Consciencia (Shakti o Energía creativa) aunque, dada su no-dualidad, sin quedar afectada por ellas; no hay ruptura, yuxtaposición, división ni separación realmente entre lo que Él es y sus manifestaciones.
En principio, veíamos, trascendencia e inmanencia son una sola cosa; Él no está “apartado” o separado de su creación o manifestación, sino que ella misma es Él en estado condicionado, inmanente, jugando con Sí mismo, revelándose a Sí mismo en todas sus formas, que son reales en la medida que son Él en estado contractado. Pero siempre, repetimos, sin perder su naturaleza no-dual, es decir, su plenitud divina, su naturaleza divina ni su Consciencia Suprema con la cual no hace sino una sola cosa. (6)
Todos los conceptos separativos y duales nacen al suponer o dar por supuesta a la realidad como algo diferente de su Principio, como el universo y nosotros, y nuestra individualidad, y la propia noción de “nuestro” y “mio”, es decir, de fragmentar la realidad, de tener y ser a parte o parte de algo. Cada ser físico es uno, pero distinto del otro y separado del otro, y algo cerrado sobre sí mismo, como el cuerpo. Y tomamos esas fronteras o límites que nos impone la percepción sensorial como absolutos, como reales por inexorables, pues precisamente son ellos que nos limitan, nos separan individual y corporalmente. Pero se trata de una información fragmentaria de los sentidos, pues, todo está en la consciencia, que es una e indivisible. Además, las conexiones sutiles y la simultaneidad del todo se nos escapan, lo principal, pues son ellas las que nos darían, en todo caso, la imagen más aproximada de la realidad formal que vivimos de manera ilusoriamente compartimentada, discontinua y sucesiva, quedando aún fuera del alcance la realidad informal y permanente. Y es con esos baremos que yuxtaponemos divisiones a la realidad, suponiéndola como un juego dual donde los extremos y sus tensiones son más importantes que aquello que los une, los conjuga y unifica constantemente, pues la propia dualidad no es sino, en todo caso, una unidad bipolar, una sola cosa con dos expresiones.
La no-dualidad no niega la dualidad sino la falsa dicotomía que se establece entre sus polos. La unidad de lo par es el tres, que es la conciencia misma del reflejo objetivo de ella misma y el principio de toda creación o manifestación, que no es más, decíamos, que su conciencia contractada a diferentes niveles.
Es cierto que la no-dualidad no se acomoda fácilmente a los hábitos duales de la mente común, a los que está asida con brazos y piernas, pues responde en parte a su propio proceder binario natural.
También es cierto que al romperse la muralla ilusoria entre lo trascendente y lo inmanente, lo infinito y lo finito, lo evidente y lo misterioso, el “más allá” y el “más acá”, la mente queda confusa, y debe replantearse sus propias categorías a la luz de una perspectiva nueva, pero eso precisamente la purifica de sus, quizá, últimas escorias. Y también lo es que un imperfecto conocimiento de la no-dualidad puede llevar a una apatía mística o a un prometeísmo ridículo e infantil; seguramente no es doctrina para todos, pero a su favor puede esgrimirse que, además de acomodarse a la verdadera realidad, no entra en conflicto con nada, ni con la dualidad ni con ningún otro número, antes bien, la explica y culmina, pues es la propia naturaleza de la Conciencia Real o lo Divino, es decir, de la Verdad el ser no-dual, y por ello plenamente consciente de que por medios duales nunca podría llegarse -o captarse- lo no-dual.
Es un hecho curioso que las religiones hablen, no directamente, pero sí de un Dios único e infinito, al mismo tiempo que prediquen actitudes y gestos perfectamente duales y dualistas, que siempre suponen una alteridad nociva contra la que hay que reaccionar y no una ignorancia inevitablemente supina. Pero hasta qué punto ese dualismo ha invadido todo el universo conceptual del individuo, es algo que solo puede atisbarse desde un planteamiento no-dual, es decir, desde otra forma de pensamiento muy distinta. La religión no admite que “todo” sea Dios, (y menos el “mal”, el bien viene de Él, los males del demonio o del hombre; y éstos ¿de donde vienen?), como si algo pudiera existir fuera de la realidad divina o ser “otro” que Él. Eso sería panteísmo, inmanentísmo o locura, y atribuirse el hombre la divinidad herejía, sacrilegio; la religión quizá no entiende que “todo es Dios” no significa aquí que Dios deje de ser Todo y Él mismo (Uno-no-dual) por el hecho de estar en todo.
En las tradiciones del libro, por ejemplo, el fondo metafísico es no-dual, al menos en su vertiente “esotérica”, es decir. iniciática; la verdadera idea de“monoteísmo,”de Dios Uno y sin par o sin segundo, es eso, pues su absoluta singularidad no lo hace menos universal e infinito. No obstante, sus respectivas leyes formales y religiosas son duales y bien duales. Eso es decir que observan la trascendencia como no-dual o una, pero la inmanencia como dual, como el Mundo, que es una “creación”divina y salida de Dios pero no es Él, no es Dios mismo manifestado (en esencia y substancia) sino algo diferente y separado de Dios, pues entienden que lo infinito trascendente no puede hacerse (o ser a la vez) también inmanente sin perder su trascendencia, es decir, imponen una limitación a su Omnipotencia, la cual ha de incluir forzosamente la posibilidad de auto-limitarse si lo desea, pues, siendo infinita, no podría estar privada de ella, eso sí sería una verdadera imposibilidad. Pero, en todo caso, la versión religiosa no advierte o no admite esa contradicción, empero, lo suficientemente poderosa como para desmantelar algunos de sus postulados.
Del mismo modo, Él es el Sujeto y el Objeto absolutos sin quedar limitado por esa reflexión, no hay en verdad otro sujeto ni otro objeto que Él siendo absolutamente “sin par”. A veces esas expresiones parecen un juego de palabras pero, sin dejar de serlo, reside en ellas el misterio de los misterios, aunque desde la óptica no-dual, decíamos, lo más misterioso y lo más evidente no son cosas distintas.
La ignorancia misma, desde la no-dualidad, es el alimento necesario del conocimiento, como la no-consciencia es consciencia de ausencia de consciencia, por eso ha de trascenderse hasta el conocimiento, por ser uno pero dual al mismo tiempo. Siendo todo Su consciencia, la ignorancia realmente no existe, existe conocimiento imperfecto -según el grado de contractación-, pero de todos modos ni eso puede atribuirse el ego individual, ya que como tal es una limitación voluntariamente asumida por Dios mismo a fin de ignorarse a Sí mismo para reconocerse eternamente como Él mismo, en un juego en el que Él es todos los personajes y también el espectador; ese es su juego y su divertimento, y en eso consiste precisamente la existencia humana, en un drama tragicómico que no dudamos en reproducir incesantemente cada día con nuestras vidas, y en novelas, teatros, películas y series televisivas para nuestro divertimento.
“El no-conocimiento de la verdadera naturaleza de uno como plenitud es ilusión” (Comentario de Yogaraja al verso 28 del Paramarthasara, de Abhinavagupta). La gran ilusión, en efecto, no es el mundo ni la existencia en sí, que son reales, decíamos, en la medida que es Él contractado, sino verlos separados o distintos de Él. La ilusión, el error, el pecado es, exactamente, la ignorancia (dualista) de tomarnos como entes autónomos separados, incompletos y limitados (asociar al Señor otro u otros “señores”), como una realidad a parte y diferente de la Realidad, y sobre eso forjar una falsa identidad a la que aferrarse; y lo “otro” como algo que ha de adquirirse, conquistarse o vencerse. La ignorancia consiste en tomarnos exclusivamente como entidades limitadas y en no reconocer en nosotros, si no una perfecta plenitud, la verdadera estructura manifestada del Ser único y eterno que somos.
En efecto, las doctrinas no-duales orientan directamente al individuo más allá de planteamientos duales, es decir, teológico-religiosos, cosmológicos, psicológicos, filosóficos, morales, sociales, temporales y “beato-comerciales”, para concentrar su atención en los hábitos inmediatos de su consciencia; lo hace consciente de su propia ignorancia inconsciente, y así de sus limitaciones ilusorias, pues su identidad real no son los hábitos de su ignorancia ni las facultades que constituyen su esfera psicosomática. Se entra, efectivamente, en la comprensión de un modelo o doctrina metafísica pero no se especula sobre el simbolismo sino que se reconoce directamente el ser mismo por sí mismo.
Desde la óptica no-dual muchas religiones en su estado actual aparecen como sistemas más o menos elaborados de “placebos” morales sobre una difuminada base espiritual que velan, como cortinas más o menos tupidas, las verdades más esenciales y la realidad última a cambio de suministrar una versión consoladora y accesible a todos de lo metafísico, para que el común de los mortales “viendo no vea y oyendo no oiga”, es decir, no se tope directamente con la verdad pura y desnuda, es decir, con la Realidad, y quede demasiado trastornado y confuso, colocando en su lugar para empezar una versión provisional, una metáfora igualmente dual como la profana, pero transferida a lo invisible y sagrado, facilitándole el liberarse de conceptos y hábitos groseros y así ir haciéndose ideas-conceptos sucesivos más cercanos a la Verdad, amén de perfeccionarse moralmente.
Sin embargo, el resultado pocas veces es ese, los dogmas religiosos petrifican muchas veces conceptos muy ámplios y universales, pretenden, como el niño Jesús de San Agustín, atrapar el mar en un balde o extralimitar la individualidad psicosomática más allá de su papel. Elaborar doctrinas sobre la base de una confusión entre teología y metafísica, igualmente, mutila las propias posibilidades del ser, que no se detienen en el perfeccionamiento moral ni en el humano; poco poder tendría el Espíritu y la espiritualidad si se detuviera en lo humano y en en lo individual.
Es cierto que tampoco está en el programa de las religiones que el hombre trascienda su individualidad, al contrario, se trata de conservarla purificada, sublimada y perfumada, pero individualidad separada y distinta al fin y al cabo, algo a parte o al lado de la Única Realidad, lo que entra directamente en contradicción con el primero y más importante de sus dogmas, el de una Realidad Única, un sólo Dios verdadero.
Para la religión, decíamos, Dios es uno o no-dual, pero el mundo es dual y no es Dios precisamente, sobretodo después de la “Caída” o “Expulsión”. Las doctrinas no-duales son conscientes del tiempo cósmico y del calendario sagrado, pero también de la caída de los tiempos. Saben que estamos en la edad de la ignorancia y que versiones duales de la realidad -divina y humana- se hacen necesarias para dar a comprender a la mayoría las sutilezas de lo sagrado, pero nunca a condición de derivar al error y la falsedad, y menos en una “santa” inquisición que condena no solo al infiel sino a la doctrina unitaria misma de su patrón; tampoco la era de la ignorancia (el Kali-Yuga) tiene un sentido de maldición para ellas, sino por incluirlo el propio programa divino de auto-limitación y auto-ocultamiento, pues es Él y ningún otro quien asume la ignorancia voluntariamente, al manifestarse como individuo o mónada individual; ciertamente se contracta, se limita, pero no se “separa” de Él mismo. Además, al no tener par, no podría “crear” nada distinto de Él mismo ni de ninguna materia extraña a Él mismo, y por eso en algunas tradiciones se lo invoca como Padre y también como Madre. En el cristianismo, lógicamente, el dilema sobre la doble naturaleza de Cristo (divina y humana) queda perfectamente saldado desde la óptica no-dual, a condición de hacerla extensible a todos los seres, que no podrían ser otra cosa que Él asumiendo ese papel, aunque esa condición disloca también el edificio teológico cristiano que ve en Jesús al único y exclusivo ser humano en el que Dios se ha encarnado, el único Hombre-Dios de la historia que viene poco antes del final del ciclo para redimirla a ella y a la humanidad caída.
En el caso del Islam, el orden de las relaciones parece que no es reversible; Allàh no es nada de lo que es creado, ni nada de lo creado podría parecerse a Él, pero en cambio en la Shahadah (Testimonio de fe última del Islam) se afirma y reafirma que “No hay mas divinidad que la Divinidad”, “No hay otra realidad que la Realidad”, es decir, que todo lo que aparece ilusoriamente como un “otro” que Él, no es sino Él. Se afirma la no-dualidad divina negando lo que no es, en este caso, una realidad separada, distinta y ajena a su manifestación; se afirma la trascendencia negando lo que no es la inmanencia, repetimos, algo separado, distinto y ajeno a la trascendencia.
Es cierto que todo esto parece un retruécano, cuando no un galimatías, pues parecería que la expresión misma conlleva una complicación expresa y profesa, y es que, amén de las limitaciones del idioma, las tradiciones espirituales y los diferentes lenguajes sagrados, se dice, son las formas de expresión preferidas de la Consciencia Suprema, y juega con ellas no sin paradojas e ironía muchas veces. Las no-duales no son historicistas ni exclusivistas, ni nunca se han convertido en religiones de estado, son eternas como eterna es la no-dualidad, y puestas a situarse en la historia lo hacen en la Edad de Oro, de la que dicen ser precisamente tradiciones directas, transmisiones sin discontinuidad. Incluso el término vulgar de metafísica tambalea desde una visión no-dual; no todo lo que no es físico es espiritual, existe todo un extenso mundo metafísico que no es ni corporal o físico ni puramente espiritual, además, ¿cómo establecer una separación exacta entre espíritu y materia cuando todo en realidad son formas y modos de la Consciencia Suprema, sin solución de continuidad?
El único rigor que asumen las doctrinas no-duales, a pesar de no entrar en contradicción con nada es, decíamos, su consciencia de que por medios duales no puede accederse a lo no-dual (7), entre otras cosas porque es ese planteamiento dual mismo el que divide de antemano algo que nunca se ha dividido ni podría, algo indivisible en verdad, para después tener que volverlo a juntar o reunir de algún modo. Es un peregrinaje conceptual no quizá inútil del todo pero sí cuanto menos complicado el plantearse las cosas así, especialmente porque no son así ni la realidad es dual y excluyente en verdad, si no es ilusoriamente, es decir, aparentemente. Vale decir, pues, que no “todos los caminos conducen directamente a Roma”.
En la conclusión final de la concepción dual siempre ha de haber un “paso al límite” (8), una discontinuidad o un “abismo” que debe salvarse porque se trata de dos cosas distintas o separadas, y de ahí surgen también muchos “finales” distintos según cada planteamiento. Se habla de unión, de “Bodas Químicas” (en la Alquimia), de Hieros-gamos, de teosis, de fusión, de transformación, de extinción, de Juicio Final, de salvación, de manera impropia en el fondo, pues siempre se acaba reconociendo aquello que siempre fue, inmutable, único y lo mismo pero que suponíamos “otro” y distinto, es decir, un juego de la mente.
El peligro de estos planteamientos duales ya los vemos, y el de los no-duales reside, es cierto, en entender esta no-dualidad de manera egótica e individualizada, lo cual puede llevar, decíamos, a resultados patéticos aunque quizá no tan deplorables como los otros, hecho muy apreciable entre los seguidores de la New Age y el llamado “neo-advaita”, después de apañar las doctrinas orientales al gusto occidental moderno practicamente “hyppie”. Y el peligro contrario es negarla o verla igualmente dual en el fondo, es decir, como la otra cara de las duales.
Sin embargo, las cosas son como son y la verdad no puede ocultarse indefinidamente, incluso en los tiempos que corren; las doctrinas llamadas metafísicas se auto-protegen ellas mismas haciéndose ininteligibles no solo a los incapaces de comprenderla, sino sobretodo, a aquellos que solo ven y comprenden de la espiritualidad tradicional lo que les interesa y (creen que...) les conviene, amoldando las cosas a su gusto e imponiéndolo como verdad absoluta a los demás. Aunque todo y así, sigue siendo el divino entretenimiento de Dios, el Juego divino de siempre. No hay buenos ni malos sino grados de Misericordia divina. No hay estúpidos y sabios sino grados de conocimiento e ignorancia. No hay condenación ni salvación sino grados de consciencia del Sí mismo.
NOTAS:
1.- Carlos Oschilewski Azagra. El dualismo en el pensamiento cristiano. Http://www.reformacional.cl/index.php?=com_content&view=art...
2.- La propia forma que toma la revelación mosáica en la lengua hebrea y cómo se transcribe, es un reflejo de esa no-divisibilidad (ver la Cábala); las palabras del texto de la Thorá no estaban separadas originalmente, ni señalados los puntos masoréticos vocales, no es sino hasta el S-V que los rabinos lo aplican, guardando para sí las claves de la lectura y los modos de separación de las palabras, prestándose así el texto a diferentes lecturas no excluyentes.
3.- En efecto, será más tarde y por influencia de la escuela paulina, que la iglesia católica y ortodoxa hará un interpretación helenística de la teología y cosmología de los textos hebreos y arameos. La Sra. Rosa Fernandez Gómez desarrolla estas influencias comparándolas con el Shivaismo Cachemir (ver su tesis doctoral en internet: El juego dramático de la energía en el shivaísmo de Cachemira. Un estudio de estética comparada. Pgs. 192, 193. Universidad de Málaga. 2000. Dra. de tésis Chantal Maillard), citamos in extenso: “El planteamiento dinámico y no-dual de la energía como principio transgresor de las polaridades (en especial aquí la de materia/forma), la concepción de la materia y el placer como concentración de energía, como apreciamos en el tantrismo, se revela fundamental para superar los planteamientos ascéticos y soteriológicos tipicamente conceptuales que tienden a rechazar este mundo y, en consecuencia, a anular la experiencia estética del mundo como experiencia total en sí misma. En síntesis, aunque el sistema plotiniano tiene puntos en común con presupuestos del pensamiento indio, tales como el monismo espiritualista, la concepción del Uno en términos impersonales e indeterminados, su carácter emanativo, (a este respecto el “Demiurgo artista” plotiniano se acercaría más que el platónico al Absoluto-artista indio por cuanto que crea espontaneamente), el movimiento de retorno del alma al origen, la anámnesis, etc..., sin embargo, la gran influencia de sus predecesores griegos en los que estos rasgos están mayormente ausentes, hace que su filosofía no sea realmente equiparable al tipo de no-dualismo y al Absoluto impersonal, indeterminado y emanativo que se da en sistemas indios como el del shivaísmo de Cachemira. El dualismo ontológico platónico entre materia-forma y la consideración de la materia como lo informe e indeterminado es ampliamente aceptado por Plotino a pesar de su consideración de lo Uno como principio no-dual e informe. Es más, estos dos pares de opuestos, al igual que en la tradición griega precedente, subyacen a la noción de belleza; una noción de belleza que en Plotino, aunque reviste el carácter de la simplicidad, como hemos visto, se trata de una simplicidad definida, limitada, formada (procedente de la primera hipóstasis, que es ya Eidos.
También en el shivaismo de Cachemira el Absoluto trascendente, Paramashiva, es la total ausencia de determinación que alberga como germen la pluralidad de formas de la realidad y en ese sentido resulta comparable al Uno plotiniano. Pero donde más se alejan ambos sistemas es en el modelo de proceso manifestador, en el cual, mientras que Plotino permanece fiel al modelo platónico-aristotélico, en el shivaísmo de Cachemira, las formas fenoménicas (âbhâsa) que emergen de la Consciencia Universal, son reflejo dinámico, proceso de aparecer, que no pierden su carácter procesual y afinalista. En Plotino la inmanencia divina en el mundo sensible, la teofanía, no acaba de consumarse y, por ello, no es en este mundo donde el alma alcanza la felicidad. No hay total superación de la no-dualidad en la muntiplicidad (a diferencia del Triká y de los principios totalmente impersonales e inmanentes en el mundo del pensamiento indio como lo es Shakti). Existe una infinita distancia entre el Uno trascendente y su degradación progresiva en la forma de mundo, no se consiguen superar los opuestos”.
4.- El autor resigue este pensamiento dualista en las diferentes áreas religiosas, sociales y políticas en el que interfiere y concluye: “Este concepto dual de pensamiento hace que siempre estemos pensando en “las cosas de arriba” o “las de abajo”, consecuentemente con ello nuestra forma de interpretar nuestra vida se separa de manera que es difícil, complicado y muchas veces inútil tratar de entender que es lo que Dios quiere para nuestras vidas.” Vale decir que su lectura es recomendada.
5.- El concepto mismo de trascendencia e inmanencia, tan importante en teología, se ha trastocado debido a este mismo pensamiento. Es obvio ante todo que tal concepto es puramente provisional y especulativo, y que solo existe para una mente dual, es decir, limitada, incapaz de captar la unidad de lo real. El Principio Supremo no es ni trascendente ni inmanente en Sí mismo ya que no hay nada fuera de Él o a parte de Él con respecto a quien tendría que serlo. Él es la única y absoluta realidad, sin partes y sin par. Pero nuestra concepción dual y separativa de las cosas (debido a la condición individual-corporal) nos informa de que existe una realidad interna que nos habita y sostiene y una realidad externa que nos envuelve y condiciona. La primera es inherente o inmanente a nosotros, la segunda parece superarnos y no la podemos abarcar. Al no poder observar una continuidad lógica y real entre lo pequeño y lo grande, entre la parte y el todo, tomamos la discontinuidad aparente como real y separamos la unidad de ella misma. Con respecto al Principio, afirmamos que Dios es trascendente a todas las cosas y también inmanente, pero sobretodo trascendente, pues, la inmanencia, escondida en el alma y el cuerpo de las cosas, está más cerca de nosotros que Él. Así, poco a poco hacemos de la inmanencia algo independiente de la trascendencia, algo diferente, pues Dios está ocupado en cosas más importantes que las que nos ocupan a nosotros en lo inmediato y cotidiano, en suma, dividimos al todo-uno en dos partes y hacemos de una algo sublime y de la otra algo fatal, “mundo, demonio y carne”, proyectando en la primera todo el idealismo y la fantasía de que es capaz la imaginación humana desorientada.
6.- Lo no-dual no puede perder nada porque no existe en él ningún sentido de propiedad, de posesión o pérdida, no hay nada que no sea suyo y todo lo que posee es él exclusivamente.
7.- Hay posturas intermedias que son aceptadas pero no como perfectas por las no-duales, como son por ejemplo las duales mismas o las no-duales-duales, es decir, las que ven la dualidad como oposición o las que la ven como un complementarísmo armónico en el que acaban unificándose y fundiéndose en lo no-dual; y se admiten no como perfectas o verdaderas sino como puntos de vista provisionales que se justifican en relación a los diferentes horizontes de inteligencia de la variada especie humana siempre que sean conscientes de ello, es decir, de su provisionalidad.
8.- Como bien lo explicó René Guénon en su libro Los principios del cálculo infinitesimal.