Toda celebración religiosa conlleva, más allá de la confirmación de ciertas creencias, una serie de vivencias muy profundas, siendo pues la actualización en lo concreto de los principios fundamentales de una cosmovisión sagrada dada. En otras palabras, toda praxis cultual religiosa implica la realización efectiva de la conciencia en la vida concreta del ser humano, por lo menos hasta un cierto grado afectivo, lo que se traduce en una luminosidad que se hace presente en la vida cotidiana del creyente. Desde otro punto de vista, podríamos decir que son la realización práctica de las creencias que permiten al fiel creyente “vivenciar” los relatos sagrados que conforman el corpus de su tradición.
Las festividades de Ramadán tienen, en este sentido estricto, ese profundo alcance en la práctica espiritual de los musulmanes, particularmente de aquellos que ven la realidad divina como una presencia eterna y continua en su proceso creador (nos referimos al magisterio del Tasawwuf a través de sus organizaciones iniciáticas, a los maestros y santos que han mantenido la tradición sufí viva, sin descartar otras vías esotéricas presentes en otras tradiciones islámicas). En otras palabras, al interpretar el sentido de la revelación coránica más allá de su significado religioso –tan válido como otros- y contemplemos su valor espiritual podemos percibir en su manifestación la imagen del obrar divino en la renovación del ciclo humano, evento fundamental para entender la ley de la revelaciones proféticas en la tradición abrahámica.
La interpretación común de este evento celebra el descenso del ángel Gabriel quien por mandato divino “revela” al profeta Muhammad el Corán, el Logos divino que inaugurara una nueva era religiosa en la humanidad. En esta irrupción del poder divino en el plano humano, el profeta Muhammad cumple el papel de receptáculo de dicha revelación, receptáculo humano ideal en virtud a su naturaleza virginal (recordemos aquí de pasada que el profeta Muhammad era iletrado, y por lo tanto carente de las impurezas del conocimiento humano), naturaleza que guarda una profunda semejanza con la figura de la virgen María en el cristianismo, pues ella es el receptáculo inmaculado en el cual la simiente divina florecerá. Esta comparación no es gratuita pues incide, desde la perspectiva esotérica, en que la función del profeta Muhammad no es del todo comparable a la de Jesucristo en la tradición cristiana, sino más bien a la de la Virgen. En el cristianismo, el Logos se hace carne, de ahí el misterio de la encarnación, mientras que en el islam, el Logos vuelve a ser palabra sagrada (1).
Las festividades de Ramadán tienen, en este sentido estricto, ese profundo alcance en la práctica espiritual de los musulmanes, particularmente de aquellos que ven la realidad divina como una presencia eterna y continua en su proceso creador (nos referimos al magisterio del Tasawwuf a través de sus organizaciones iniciáticas, a los maestros y santos que han mantenido la tradición sufí viva, sin descartar otras vías esotéricas presentes en otras tradiciones islámicas). En otras palabras, al interpretar el sentido de la revelación coránica más allá de su significado religioso –tan válido como otros- y contemplemos su valor espiritual podemos percibir en su manifestación la imagen del obrar divino en la renovación del ciclo humano, evento fundamental para entender la ley de la revelaciones proféticas en la tradición abrahámica.
La interpretación común de este evento celebra el descenso del ángel Gabriel quien por mandato divino “revela” al profeta Muhammad el Corán, el Logos divino que inaugurara una nueva era religiosa en la humanidad. En esta irrupción del poder divino en el plano humano, el profeta Muhammad cumple el papel de receptáculo de dicha revelación, receptáculo humano ideal en virtud a su naturaleza virginal (recordemos aquí de pasada que el profeta Muhammad era iletrado, y por lo tanto carente de las impurezas del conocimiento humano), naturaleza que guarda una profunda semejanza con la figura de la virgen María en el cristianismo, pues ella es el receptáculo inmaculado en el cual la simiente divina florecerá. Esta comparación no es gratuita pues incide, desde la perspectiva esotérica, en que la función del profeta Muhammad no es del todo comparable a la de Jesucristo en la tradición cristiana, sino más bien a la de la Virgen. En el cristianismo, el Logos se hace carne, de ahí el misterio de la encarnación, mientras que en el islam, el Logos vuelve a ser palabra sagrada (1).
El Logos divino, el kalima Allah, es el insuflo primordial que activa la creación eterna del universo en un flujo constante, tema que los gnósticos islámicos desarrollaron en sus tratados sobre la naturaleza de la creación. Este insuflo primordial, que los sufíes denominaron al-nafas al-rahmani –el hálito de la compasividad- marca el primer movimiento de lo divino hacia una expansión creadora. Es este mismo proceso cósmico el que irrumpe en el plano del horizonte humano con el descenso de la revelación coránica otorgado a Muhammad. Dicho mensaje se instaurara en el corazón de Muhammad, quien a partir de entonces por decreto divino y como siervo de las fuerzas divinas, recitará las sentencias divinas a la humanidad de su tiempo. La revelación coránica anuncia pues la necesidad de transformación de la humanidad a partir de los principios revelados a Muhammad pero integrando la tradición primordial instaurada por los profetas anteriores. Esto significa que si bien es cierto que el aspecto exterior de la revelación coránico hace posible la instauración de una nueva religión, también lo es el hecho que es una renovación de la tradición abrahámica.
Muchos gnósticos sufís han interpretado que la creación del mundo se da a través del verbo –el kalima Allah- y que toda la creación está contenida en el Corán, no solamente como alegoría religiosa sino como renovación eterna de su creación. Vemos pues como este misterio de la revelación coránica encierra una serie de enseñanzas que solamente los maestros de la tradición islámica han sabido comentar.
Ahora bien este descenso de la manifestación divina no podría ser solo un movimiento unidimensional desde lo superior hacia lo inferior, pues el poder divino obra de manera circular. Lo cual exige que a su vez haya un movimiento de ascenso de lo terrenal a lo celestial. Esto es una ley fundamental en toda Cosmología sagrada y de las ciencias esotéricas por excelencia, movimiento que realiza una especie de hierogamía entre el Cielo y la Tierra.
En el contexto de la revelación coránica, esto significa que simultáneamente el mismo poder divino manifiesto en la revelación hace posible que el mundo humano trascienda el plano espacio-temporal, y de este modo se eleve por encima de la realidad sublunar, hecho que esta simbolizado por el retiro de Muhammad a la cueva de Hira, en el monte Jabal al-nur. Ya sabemos que en muchas tradiciones iniciáticas el retiro a una cueva es visto como el retorno a la creación primera, al origen de todo, que es homologable al simbolismo de la matriz universal. Una mirada más profunda nos indicaría que la naturaleza primordial de Muhammad habría hecho que este intuyese el llamado divino, e iniciase un retiro en busca de su naturaleza real. De ahí que al subir a la cueva Hira, en cierta medida Muhammad ascendía por encima del plano humano (la vida profana de Meca) hacia los planos divinos que conforman el Cosmos. Esta naturaleza del profeta Muhammad no es otra cosa que su humanidad arquetípica como Hombre Universal, una noción en el que lo humano engloba el Cosmos entero, a la manera del Purusha de las tradiciones hindúes (2).
Pero la revelación coránica no es solo una renovación cíclica en el sentido de las cosmologías naturalistas, sino que por sobre todo es un llamado a la realidad divina del hombre, lo que la tradición islámica denomina haqiqa muhamadiyya. Tal llamado es pues un recordatorio del pacto de la humanidad para con Dios, tal y como está sentenciado en el Corán. El problema aquí planteado supone la pregunta de si ese ascenso de Muhammad al plano arquetípico –ascenso en el tiempo primordial- es extensible a la humanidad entera. Desde la perspectiva de la tradición islámica solo los grandes místicos –entre ellos grandes santos sufís- han podido participar de esa haqiqa muhamadiyya y ser testigos de ese secreto velado en el Corán, y que la humanidad en su conjunto solo podrá ser partícipe de este secreto en la conclusión escatológica de la creación.
LA NOCHE DEL PODER COMO TIEMPO PRIMORDIAL
Según la tradición islámica, fue durante una noche de los últimos días del mes de Ramadán cuando el profeta Muhammad recibió la revelación coránica. En el lenguaje religioso islámico a esta noche se le conoce como “Layla al-qadr”, que muchos han traducido como “La noche del Destino” debido a que “qadr” (pronunciar qadir) tiene raíz en la palabra “qadar” que efectivamente quiere decir destino. No obstante “qdir” también puede significar poder como la cualidad que da todo en su justa medida (3). Precisamente nosotros pensamos que la traducción más adecuada sería la “La noche del Poder” debido a que es el poder divino el que se manifiesta irrumpiendo en el plano humano -plano subyugado por las fuerzas astrales que hacen de este modo posible la rueda del destino- iluminando de este modo el camino del hombre para la superación del destino, sobreponiéndose a las influencias del mismo, a saber; el olvido de su naturaleza divina y en última instancia la muerte (4).
Este poder no es otra cosa que aquello que los escolásticos cristianos llamaban la Divina Providencia. La revelación coránica -como otras revelaciones de profetas anteriores- mediante la fuerza de la Divina Providencia decreta que la realidad humana más profunda –arquetípica diríamos y que el Corán denomina la fitrah - está precisamente por encima de la rueda del tiempo y del destino, o sea el qadar.
Aquí nos referimos a esa naturaleza del alma humana más elevada, la fitrah, en cuya substancia reside el espíritu otorgado por la Divina Providencia y a la que se le hace el llamado a través del mensaje coránico a recordar los nombres de Dios (5). La palabra divina tiene pues el fin de despertar al alma humana de su estado de inercia, de sus tropismos kármicos por así decirlo, e irradiar la luminosidad de lo eterno en su corazón –su centro ontológico- y de este modo recuperar el estado anterior a la caída adánica. Esa realidad, aquel tesoro oculto como lo ha denominado la tradición islámica –kanz majfi- se hace pues manifiesta en Muhammad.
En síntesis, la revelación coránica es pues un llamado a la instauración del reino universal del espíritu divino en el plano humano, plano que será trascendido en virtud del mensaje que Muhammad decretara en forma de texto a partir de un determinado momento histórico. La instauración de esa naturaleza primordial en su encuentro con el ángel Gabriel –el mensajero divino por excelencia- significara un cambio ontológico de consecuencias mayores en la historia de las religiones, del cual el islam forma parte.
En síntesis, la revelación coránica es pues un llamado a la instauración del reino universal del espíritu divino en el plano humano, plano que será trascendido en virtud del mensaje que Muhammad decretara en forma de texto a partir de un determinado momento histórico. La instauración de esa naturaleza primordial en su encuentro con el ángel Gabriel –el mensajero divino por excelencia- significara un cambio ontológico de consecuencias mayores en la historia de las religiones, del cual el islam forma parte.
Finalmente a modo de conclusión añadiremos que esa ruptura del “tiempo” marcara el modelo a seguir de toda la espiritualidad musulmana en sus prácticas contemplativas y exegéticas, particularmente en sus vertientes gnósticas. Dicha vivencia espiritual revela pues el profundo y misterioso evento que marcara a la religión islámica desde entonces, como sello de la tradición abrahámica y corona de la sabiduría primordial de la que son herederos.
NOTAS:
1-“El verbo de Dios en el islam es el Corán; en el cristianismo es Jesucristo. El vehículo del mensaje divino en el cristianismo es la Virgen María: en el islam es el alma del profeta Muhammad. El profeta Muhammad era necesariamente iletrado tanto como la Virgen María era necesariamente virgen. El vehículo humano del mensaje divino ha de ser necesariamente inmaculado y puro, pues el verbo divino solo puede ser escrito en tablillas que no han sido mancilladas por el hombre” Seyyed Hossein Nsser, en “Ideals and Realities of Islam” pagina 43, George Allen & Unwin LTd, 1966.
2-“la naturaleza del hombre en el seno de la creación consiste pues en ser la revelación visible (tayalli) de los Nombres divinos. En la medida que actualiza todas sus potencias humanas, mas se aproxima a Dios, tornándose en una manifestación de los Atributos divinos cuyo último paradigma es el Profeta Muhammad como “Hombre Universal” (al-insan al-kamil), expresión humana del Logos”. Carlos Varona Narvión, “El esplendor de los frutos del viaje de Iban Arabi”, pagina 39. Ediciones Siruela 2008.
3-De ahí que la palabra al-qadi sea el titulo otorgado a la autoridad en la ciudad árabe-musulmana. La palabra “alcalde” tiene precisamente raíz en esta expresión árabe.
4-Aquí nos referimos a la muerte en sentido espiritual, tema ampliamente desarrollado por los sabios de todas las tradiciones antiguas.
5-“Por este motive el Corán hace alusión a sí mismo en varios pasajes del texto como un “recordatorio”: “En verdad, este es un recordatorio, y de este modo todos puedan recordar” (Corán 74: 54-55)”. Reza Shah-Kazemi, The Metaphysics of interfaith dialogue: Sufi perspectives on the universality of the Quranic Message”, en “Path to the heart: Sufism and the Christian East, Boomington World Wisdom Books, 2002.