Dicen los paleontólogos que los dinosaurios vivieron en la tierra hace unos 65 millones de años. La tradición hindú, entre otras, habla de la era primordial situándola de nosotros a unos 65 mil años aproximadamente. Dado que el cómputo moderno del tiempo se hace partiendo de su preconcepción lineal y uniforme, como algo siempre homogéneo en su ritmo e idéntico en su sucesión (mecánico), al compararlo con los datos de su forma cíclica tradicional habría de considerar si existe alguna concordancia entre ambos y entre estas cifras que, aun siendo las mismas, donde una son millones en la otra son milenios.
Siempre según datos tradicionales, en su desarrollo cíclico el tiempo se acelera exponencialmente desde sus comienzos, y más se acelera conforme más avanza el ciclo, ya que el ritmo de su transcurso no es uniforme ni homogéneo. Eso es decir que la duración de un mismo día de hace 60 mil años tenía que ser más lenta, o sea, más larga su extensión que un día de hoy, siendo idéntica y la misma la rotación de la tierra alrededor de sí y del sol. Según esos datos, la cronología lineal ordinaria pierde toda fiabilidad ya que la misma proporción “geométrica” (espacial) del movimiento nos da duraciones muy distintas conforme retrocedemos al pasado; los millones pasan a ser milenios, los milenios pasan a ser siglos, los siglos años, los años meses, etc… El tiempo y la duración se dilatan al lentificarse (y se contraen al acelerarse), espacíandose la sístole y la diástole cósmicas.
Esa lentificación tanto como la aceleración del movimiento temporal afecta directamente a la naturaleza del espacio; la acción compresiva que sobre él ejerce aquel es muchísimo menor y es mínima o perfectamente equilibrada cuanto más cerca está de los orígenes del ciclo. Por lo que los límites espaciales son menos “materiales” o materializados, es decir, solidificados. En efecto, el devenir cíclico impone una solidificación gradual al ámbito espacial, una densificación general de la materia resultante de la propia aceleración del tiempo y su creciente acción compresiva sobre el espacio. Así, en las épocas primigenias o cercanas al origen, el tiempo era mucho más lento y el espacio estaba mucho más dilatado que en las épocas posteriores, siendo de algún modo menos “sólido”, más leve, sutil y poroso. Necesariamente también, los seres disfrutaban de una existencia más prolongada y de un ritmo vital mucho más relajado. Las formas vivas en su conjunto estaban más “expandidas”, eran de mayor tamaño y habían muchas más al propiciarse unas condiciones generales menos restrictivas para todas. El Huevo del Mundo apenas tenía cáscara aún. El Génesis bíblico bien lo indica al confirmar la larga duración de la vida de los hombres en esa época primordial, bastante anterior incluso a la “antediluviana”. En muchas fuentes tradicionales, tachadas ahora de “legendarias”, se habla de hombres de 40 metros de alto, como también de una flora y una fauna maravillosas, uvas grandes como puños, a decir de Hesíodo, de ríos de miel y aromas inefables, de árboles grandes como una ciudad y de un medio ambiente dulce, exquisito y maternal.
Ese fenómeno de compresión, anquilosamiento, endurecimiento y solidificación, puede observarse en el ciclo vital de cualquier ser vivo; los síntomas de la vejez lo resumen. “Al nacer (dice el Tao-Te-King) somos tiernos y flexibles, nuestro aliento es tranquilo, fresco y suave; de viejos la rigidez alcanza todos los miembros”. Con el mundo y el ámbito natural ocurre lo mismo. A toda expansión le sucede una contracción y viceversa, es una ley universal y constatable por doquier ¿por qué habría de ser diferente el comportamiento del macrocosmos, la naturaleza y el ciclo temporal en el que estamos inmersos?
Siguiendo todas esas referencias y suponiendo que a esos 65 millones de años “lineales” le correspondan 65 mil cíclicos (1), pues la cronología moderna no considera para nada esa aceleración del movimiento temporal, bien podría ser que la verdadera historia sea otra historia, que los dinosaurios de entonces no fueran sino lagartijas de un periodo remoto, localizados quizá en algunos puntos de una geografía entonces diferente, mientras en otros coexistían razas de hombres desconocidas para nosotros, junto a una fauna y una flora igualmente desconocidos, de todo lo cual no queda rastro alguno debido a los diferentes cataclismos que se han sucedido en la tierra cambiando totalmente su antigua faz, empezando por la inclinación del eje terrestre, y debido también a esa solidificación cíclica que quizá ha convertido en montañas y piedras a seres vivos anteriores.
“Después de muerto, breve será tu sueño: renacerás en el césped que todos hollan o en la flor que el sol marchita”.
Antaño, este jarrón era un pobre enamorado que sufría ante la indiferencia de una mujer. El asa del borde era el brazo que ceñía el cuello de su bienamada”.
Omar Khayyam. Rubayyat
Es muy posible que estas cuartetas del gran Khayyam pudieran entenderse también en el sentido más literal.
No son algunas sino todas las tradiciones que hablan de un origen fabuloso de las cosas, del Paraíso, en cambio ninguna en absoluto habla de una “evolución” y menos de la de un simio. Y es que seguramente todo, y la historia sobretodo, es seguramente otra historia.
1.- Gaston Georgel, en su libro Las cuatro edades de la Humanidad (Arché Milano), propone de manera muy brillante una solución con respecto a las equivalencias entre el tiempo lineal (de la ciencia moderna) y el tiempo cíclico según computo tradicional.