Los poemas épicos han constituido siempre un denominador común dentro de las diversas civilizaciones, y todos han sido objeto de una tradición más o menos amplia, que los ha ido rememorando hasta su dilución en el tiempo. Un ejemplo de tradición favorecida en este aspecto, ha sido la griega, pues algunos de sus poemas ya llevan más de treinta siglos sin pasar al olvido, “Iliada” y “Odisea” son un ejemplo de ello, y sobre el primero es sobre el que queremos tratar concretamente en este trabajo. Así de pronto, sabemos que su autoría le es atribuida a Homero, de quien, en una biografía de urgencia, podríamos decir que se trataba de un aedas ciego, considerado como un poeta errante que utilizó para la composición de sus magnas obras, “Iliada” y “Odisea”, antiguas tradiciones y cantos de otros aedas. Se supone que debió vivir entre los siglos XII y VII a. de J.C., y cuyo nacimiento se le atribuye en Esmirna o en Chíos, aunque han aparecido otras muchas ciudades que pretenden haber sido su cuna.
Su nombre, en realidad, no era Homero, pues Homero quiere decir “que no ve”, es decir, “ciego”; por lo que, según ciertos historiadores, pudo ser Meónidas, Melesígeno o, más bien, Melesígenes, es decir nacido el día de “las Melesias”, fiestas celebradas en Esmirna en honor a su río, el “Meles”. Pero la posteridad lo ha conocido por su apodo, a causa de haber perdido la vista a mediados de su vida, lo que le incitó más a dedicarse a la escritura de sus obras. No han faltado quienes nieguen la existencia de Homero como autor de los poemas “Iliada” y “Odisea, atribuyéndoselas a una compilación de la poesía popular griega, elaborada en el transcurso de los siglos. Hecho, que no debe considerarse imposible, cuanto más que, el mismo Homero, las extrajo de antiguas tradiciones y cantos de otros aedas. Federico Augusto Wolf, autor de “Prolegomena ad Homerum sive de opera Homericorum prisca et genuina forma veriisque mutationibus”, afirma que “Iliada” y “Odisea” no podían ser obra de un solo hombre, sino de numerosos poetas, apoyándose en las contradicciones que se observan en algunos cantos de la “Iliada”. Wolf considera, sin embargo, “viva y existente” la personalidad de Homero, aunque como recopilador de todo un caudal épico-poético de siglos anteriores.