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sábado, 15 de junio de 2013

OUSPENSKY, GURDJIEFF Y LOS "FRAGMENTOS DE UNA ENSEÑANZA DESCONOCIDA" (I) *, por Boris Mouravieff

Boris Mouravieff  (8 de Marzo 1890, Kronstadt, Rusia. 2 de Septiembre 1966, Suiza).Ver biografía completa en : http://es.wikipedia.org/wiki/Bor%C3%ADs_Muraviev. Durante 17 años Boris Muraviev mantiene una relación de amistad con P. D. Ouspensky. A través suyo conoce a G. I. Gurdjieff, con quién mantendrá independientemente contactos durante su estancia en Francia para después desvincularse de él y sus grupos.  
El concepto que tiene Muraviev de Gurdjieff no es alagador como podría serlo en parte el de J. Evola, que admira no tanto la doctrina pero sí al personaje aún reconociendo algunas de sus brutalidades (quizá porque nunca llegó a conocerlo personalmente). Al igual que Guénon, Muraviev lo considera un auténtico peligro; lo conoce bien y a diferencia de lo que ocurre con el resto de personas afines a él y del propio Ouspensky, no está tan “sugestionado” como para no darse cuenta de lo irregular de su sistema y de la estafa de su “carismática” persona. De esa relación surge este texto, pues el autor estuvo también intensamente interesado toda su vida en la doctrina del Hombre Nuevo que predicaba también Gurdjieff desde otra perspectiva, aunque Muraviev lo hiciera exclusivamente desde la tradición cristiana oriental. Muraviev tiene del cristianismo una idea bastante afectada por el ocultismo desiminónico, como también una gran confianza en el positivisto científico, tanto que está convencido de que al final se sumará a la tradición esotérica ancestral para formar una única y misma cosa.
En cuanto a Gurdjieff y a parte de las ”originalidades” del personaje, de las que sólo podrían salvarse aquellas que colocan en su lugar las pretensiones del hombre ordinario y vulgar, su “doctrina” es una amalgama de retales extraídos de las más variadas despensas: positivismo, cristianismo oriental, sufismo, magia de salón e invenciones de cosecha propia. Solo cabe observar su personal “cosmología” (sus prolijas categorías de mundos y niveles) y su teoría de los “hidrógenos” para comprobar hasta donde puede llegar la fantasía de un personaje cuyas pretensiones rebasan toda medida y cuyos intereses nada tienen de espiritual. Es por este motivo que este tipo de personajes de “por libre” no pueden citar nunca sus fuentes ni maestros sin mentir, ni la inexistente cadena iniciática en la que están integrados.
Quedan claros en la obra los estudiados mecanismos de sugestión y manipulación empleados por la mayoria de impostores que ven compensada su nula o mediocre espiritualidad (véase intelectualidad) con ciertos recursos psíquicos de prestidigitador de bazar, los propios de cualquier lider de grupo sectario, siempre articulados alrededor de alguien tocado por los “hados” de sus propias y únicas pretensiones de ambición personal y de usufructo de los medios de vida de sus víctimas. 
Estos mecanismos parecen seguir en todos los casos un mismo “protocolo” que vemos emplear a los más variados timadores de la pseudo-espiritualidad actual, personajillos que han creado una “marca personal” de esoterismo extraído directamente a veces de medios ocultistas pero apañado y amañado con nociones de más nivel sacadas, entre otros, de René Guénon, del que se apropian su liderazgo intelectual para avalar sus “programas”. Con respecto estos personajes nunca se podría estar demasiado prevenido.




I

Hablar de Ouspensky es hablar de Gurdjieff. Y hablar de Gurdjieff y de Ouspensky es hablar de la Tradición esotérica que, de manera fragmentaria, fue divulgada por uno con la ayuda sustancial del otro (1). La gran dificultad para hablar de los problemas esotéricos consiste en que nuestra civilización, analítica por excelencia, con su especialización llevada al infinito, ha llegado a crear una élite muy culta pero con la particularidad de que, en general, el intelectual no posee más que una ínfima parcela de nuestro Saber. Especialista en su rama, no tiene del resto más que nociones sumarias. Y como este resto implica al conjunto de una vida cada vez más compleja y febril, y a la que hay que hacer frente en todo momento, paralelamente a la fragmentación del Conocimiento se ha creado todo un sistema de “botones”, para que tocándolos el individuo obtenga los efectos deseados sin pasar por el estudio y el trabajo. Pagando lo que haga falta, naturalmente.

Así, el arte de vivir se resume actualmente en la adquisición de conocimientos profundos en un estrecho sector del Conjunto, lo que da ya acceso a la fortuna y a los honores, y para el resto la utilización del sistema de “botones” que responden a todas nuestras necesidades. Ciertamente, también era así en la época de los Griegos y de los Romanos, pero como el mundo antiguo no conocía la especialización a ultranza, el sector de los “botones” era mínimo mientras que el de los conocimientos profundos abrazaba la casi totalidad del Saber de la época.

El sistema de la especialización que, tanto en los estudios como en la realización no es de hecho más que una juiciosa distribución del trabajo, ha permitido las maravillas del progreso. Pero, en contrapartida, ha desacostumbrado al hombre a pensar en profundidad, si no es en un campo específico.

A su vez, esto condujo a la formación desequilibrada del hombre de élite contemporáneo: junto a un espíritu crítico muy acusado, se desarrolló en su subconsciente una insospechada credulidad en lo que quedaba fuera de su especialidad y materias afines.


No obstante, el estudio de la Tradición esotérica –y la conquista de los objetivos que persigue- exige, por su naturaleza, una prudente circunspección y, sobre todo, un pensamiento en profundidad. Nada puede lograrse apretando “botones”. Muy al contrario, esta credulidad con la que por ejemplo marcamos un número de teléfono seguros de tener enseguida a nuestro interlocutor al otro lado del hilo, aplicada a los estudios esotéricos está preñada de los peores peligros.


El espíritu crítico, el discernimiento y el sano juicio del sentido común se exigen aquí todavía más que en los estudios de las ciencias positivas. Porque, en suma, en estas últimas el riesgo no es grande. No va más allá del simple fracaso, al ser siempre el objeto del estudio algo exterior al estudiante. Por el contrario, en los estudios esotéricos el estudiante y el objeto de sus estudios son una misma cosa. Mientras que la filosofía positiva estudia el hombre bajo su aspecto abstracto, la filosofía esotérica estudia al hombre concreto, especialmente al mismo que aborda los estudios. El método de la introspección practicado en todas las escuelas esotéricas, así como los ejercicios relacionados con el mismo significan indefectiblemente, y desde el principio, un atentado a la Personalidad del estudiante. Pues es sobre su propia personalidad, y no sobre las de los otros o sobre nociones teóricas, hacia donde debe dirigir sus esfuerzos, con el objetivo, precisamente, de su transformación. Un hombre perverso o cruel puede hacer, digamos, un descubrimiento científico. En materia esotérica eso es imposible. Porque antes de abordar el trabajo constructivo, el estudiante debe obligatoriamente disciplinar primero y luego equilibrar su psiquismo, es decir su propia personalidad.

Esto no presenta ningún peligro si el trabajo se hace correctamente y se lleva hasta el final. Pero abandonado a medio camino o conducido por un profesor incompetente o, aún peor, interesado, puede llevar a la catástrofe. El resultado habitual es una disolución de la Personalidad. Malestar, depresión moral, pesimismo, manía persecutoria, son los síntomas de esta progresiva disolución. En los casos más graves puede conducir a un desequilibrio total, llegando hasta la negación del yo, lo que abre la puerta hacia el suicidio.

***

El análisis crítico que constituye el método básico de la ciencia positiva es también el de los estudios esotéricos. De manera que el valor científico de ambas ramas es totalmente igual. Sin embargo, hay una diferencia de aplicación que debemos señalar.

En la ciencia positiva, un postulado puede ser expuesto y demostrado públicamente porque el objeto del estudio del sabio es algo distinto a él mismo. Sometido a un severo análisis por otros sabios, su tesis no es admitida por la ciencia más que cuando ha superado la prueba y no ha podido ser refutada. En los estudios esotéricos, la parte esencial del trabajo se realiza introspectivamente en el mundo interior del buscador. Y como éste y el objeto de su investigación no son más que  uno, es materialmente imposible someter sus experiencias interiores a una demostración académica.

No obstante, cuando se proponen a los estudiantes postulados en materia esotérica, no se les exige de ninguna manera aceptarlos sin más. Al contrario, se les anima a huir de la tendencia a la credulidad. Pero dado que el objeto de sus estudios pertenece a su mundo interior –y como, por otra parte, la naturaleza de estos estudios les conduce en gran parte hacia lo nuevo, es decir hacia lo desconocido-, se les recomienda que no quieran de entrada desmontar los postulados propuestos para aceptarlos después, sino que se apoyen en ellos y que traten de confirmarlos por su propia experiencia, siguiendo los métodos indicados. Y si aplicándolos conscientemente y con asiduidad no logran los resultados enunciados, tendrán entonces el derecho a rechazarlos.

El espíritu crítico es pues tan exigible en los estudios esotéricos como en los estudios positivos. Pero mientras que éstos parten de un centro y por los radios de la especialización intentan alcanzar la circunferencia, aquellos parten de la periferia y tienden a llegar al centro.

Hemos creído útil exponer estas elementales nociones para facilitar al lector no familiarizado con esta materia la comprensión del presente estudio que tiene como objeto: Ouspensky, Gurdjieff y los Fragmentos de una enseñanza desconocida. 

Cuando, en 1951, recibí el volumen de Fragmentos de una enseñanza desconocida (2), sentí una mezcla de sensaciones. Antaño yo era íntimo de Ouspensky. Nuestra amistad se basaba en el espíritu de búsqueda que a ambos nos animaba. En 1920-21, asistí en Constantinopla a sus conferencias públicas, y fue allí donde me puso en relación con G. I. Gurdjieff. También allí tuve conocimiento del sistema del que éste era el portavoz; con Ouspensky, lo discutimos tanto en Constantinopla como, más tarde, en París y en Londres.

Instalado desde 1921 en Inglaterra, Ouspensky redactó sus Fragmentos. Los escribió en ruso. Luego, confió su traducción a la baronesa O.A. Rausch de Traubenberg, residente en París, y me pidió que la controlara. El trabajo avanzaba lentamente a lo largo de los años 1924 y siguientes, hasta el fallecimiento de Mme. Rausch, muerta de tisis el verano de 1928. Además de controlar la traducción, Ouspensky me pidió que le comunicara mis objeciones críticas en lo referente al fondo. Así tuve el placer de hacerlo, en parte en mis cartas pero, sobre todo durante largos intercambios de opinión cuando venía de Londres a París.

Si me ocupaba de su manuscrito era, por una parte, por hacerle favor, pues no sabía bien el francés; por otra parte, ello me daba la ocasión de discutir con él todos los elementos del sistema. Pero no siempre estábamos de acuerdo en la interpretación de ciertos aspectos, a veces sobre su sentido profundo. Sin embargo, esto no afectaba a nuestra amistad, al estar nuestras discusiones bajo la égida del principio: Amicus Plato, sed magis arnica veritas.

***
Mi último encuentro con Ouspensky tuvo lugar en mayo de 1937, cuando le visité en Londres, en concreto en el castillo de Lyne, no lejos de la capital, donde se había instalado con sus discípulos. Naturalmente, hablamos de los Fragmentos.
Yo me oponía a su publicación. Me parecía que por su propia naturaleza la doctrina esotérica desborda una detallada exposición por escrito. Sin duda, por esta razón San Juan decía: …Si se escribiera con detalle, creo que el mundo entero no bastaría para contener los libros que se escribirían (3).
Hay que decir que Ouspensky se daba cuenta. Y terminó por compartir mi punto de vista. La prueba es que no publicó los Fragmentos pese a que terminó el texto unos veinte años antes de su muerte.
Habían aun otras razones de mi actitud negativa. Ouspensky, y con mayor razón su entorno, no hacía una distinción neta entre el mensaje y el mensajero. Esto no significa que no tuviera la idea. Habla de ello en sus Fragmentos, aunque en términos que delatan su debilidad (4). Si en 1924, tras ocho años de trabajo con Gurdjieff, se había separado de él, no fue más que una “separación de cuerpos”, no un divorcio en regla. Ouspensky situaba al mensajero, es decir a Gurdjieff, en el centro de acontecimientos cuyo torbellino le arrastraba. Tanto que todavía en Constantinopla, en 1921, lo comparaba a Sócrates, dejando entender que su papel era el de Platón. Pero, Sócrates fue un héroe; y Gurdjieff era un vividor.
No hay sin embargo que minimizar su mérito. No olvidemos que Gurdjieff trajo su mensaje no siendo más que un primario, pero sin caer en contradicciones importantes consigo mismo. Se apreciará la amplitud de su esfuerzo, recordando que Ouspensky, filósofo y escritor de talento, tardó al menos diez años en redactarlo y otros diez en las correcciones y rectificaciones necesarias.
No obstante, siendo periodista de oficio, y el primer oficio deja un sello para toda la vida, imprimió sin darse cuenta a los Fragmentos el carácter de un reportaje concebido a la manera del siglo XX, es decir con un fuerte matiz personal. En resumen, los Fragmentos no son otra cosa que “Gurdjieff visto por Ouspensky”.
Pero, lo esencial era trasplantar el mensaje al suelo que le era propio, para que pudiera extender sus raíces y dar frutos.
Pronto tuve claro que para ello habría sido necesario situar el mensaje en su contexto histórico, y me di cuenta que sin esta condición estaba condenado a ser letra muerta. Peor aún, a engendrar peligrosas desviaciones.
Lo que impedía a Ouspensky tomar una postura clara respecto a Gurdjieff, es decir ocuparse del mensaje dejando el mensajero a su aventura, con sus cualidades y defectos, es que se encontraba bajo una fuerte influencia personal de éste.
No pudo resistirse a esta influencia por diversas razones. Primero, a causa de su carácter. Encantador, aunque impulsivo a veces, amable, muy hábil en la dialéctica, no era un hombre fuerte. Además, era un autodidacta. Ni siquiera había completado la instrucción secundaria. Lleno de ideas, corazón tierno, escritor de talento, no estaba interiormente protegido por esta preciosa armadura que es el método científico. Todo en él flotaba, abierto pues a las influencias externas. Estuvo muy solo en la vida que no le ahorró desengaños (5). Gurdjieff, al contrario, aunque de horizontes limitados, fue un hombre de firme carácter. Se impuso a Ouspensky.
Éste aspiraba a lo maravilloso (6), y en su credulidad un poco ingenua, siempre pensaba que detrás de las ideas, los postulados y los esquemas que constituían el mensaje, había además una inagotable reserva de toda clase de maravillas que, sin embargo, como decía, había que “saber extraer” de Gurdjieff. Pero como veremos, no había más que vacio. Y “magia”.
Ouspensky aspiraba a los “hechos” (7). Y pese a algunos cambios de humor, esperaba de Gurdjieff estos hechos con una fe pura, muy ingenua. Estaba así preparado para sugestiones hipnóticas, lo que precisamente permitió a Gurdjieff proporcionarle los “hechos buscados”. Y con ello, ligar durante años Ouspensky a su persona, y servirse de él. Le era muy útil, sobre todo para encontrar los fondos necesarios para sus “Institutos” (8). Podemos decir sin exagerar que sin Ouspensky la carrera de Gurdjieff en Occidente no hubiera probablemente pasado de la fase de interminables charlas de café.
El dominio de Gurdjieff sobre Ouspensky fue desde el principio calculado y sabiamente establecido. Ouspensky cuenta en los Fragmentos como le había atraído y consolidado luego esta relación.
Sabemos que un individuo normal y sano, si no quiere ser hipnotizado puede fácilmente resistirse a los esfuerzos del hipnotizador. Es por ello que los hipnotizadores profesionales empiezan por crear una “atmósfera”. En el caso de Ouspensky, para Gurdjieff era tanto más fácil puesto que, como sabemos, aquél aspiraba a los “hechos” y buscaba lo “maravilloso” con toda la fuerza virginal de su credulidad ingenua, aunque se consideraba a sí mismo muy realista.
El dominio sobre él se estableció ya en Moscú, luego en Finlandia, y con tal fuerza que varios años después, cuando redactaba los Fragmentos (9), contaba sin ambages como Gurdjieff le decía a él, autor de un notable tratado de Tertium Organum (10), “que no comprendía lo que había escrito” (11).
Sabemos que cuando la voluntad del hipnotizador está, por así decirlo, “besada” por la voluntad del paciente, es casi imposible que una tercera persona lo deshipnotice. Tanto que era inútil tratar de demostrar a Ouspensky lo ridículo de tal afirmación, sin hablar de su insolencia. La hipnosis ejercía sus temibles efectos. Los argumentos del sentido común no tenían en este caso para él ningún valor. Se irritaba y decía que era yo el que no entendía nada… No sabía, paradójicamente, que ningún conocimiento superior va nunca en contra del sentido común.
Un día estábamos comiendo Ouspensky y yo en casa de Mme. O. A. Rausch. Al terminar la comida, el hijo de la baronesa, un muchacho de doce años, nos acercó su álbum pidiéndonos que escribiéramos algo en él. Me tendió a mi primero el álbum. Escribí lo siguiente: Suceda lo que suceda en tu vida, no olvides nunca que dos veces dos hacen cuatro. Pasé el álbum a Ouspensky. Debajo de mi frase escribió: Suceda lo que suceda en tu vida, no olvides nunca que dos veces dos nunca hacen cuatro…
¿Una broma?... ¡Ciertamente! Pero en el aspecto que ahora nos ocupa, es Ouspensky en estado puro.
Me sonrió y me dirigió una mirada maliciosa. Alek leyó que la habíamos escrito y mostró el álbum a su madre, luego lo cerró y se retiró a su habitación tras desearnos buena noche. Su madre, que conocía bien a Ouspensky, encogió los hombros, nos miró a uno y a otro, y dijo:
¡Vaya! En sus frases les reconozco perfectamente a los dos.



II

Para Gurdjieff, Ouspensky, como por otra parte el sistema, era un medio para atraer gente sobre los que ejercía luego su influencia directa. Ouspensky no era el único; otras personas jugaban también el papel de batidores. Pero en la época en la que hacía mis observaciones, Ouspensky fue sin discusión la figura principal.

Gurdjieff ejercía su influencia sobre los que caían en su órbita de una manera muy simple, véase brutal. Dejando aparte el contenido del mensaje, fue lo que él llamaba el Trabajo. Este “trabajo”, abstracción hecha de las “conversaciones” y de los “ejercicios”, consistía en persuadir a sus discípulos que eran literalmente cero. Les decía a todos sin ambages, y a la cara, que no eran ni más ni menos que basura. Y la gente lo aceptaba. Me contaron que en el primer período, cuando ya había dejado Fontainebleau-Avon por París, endureció aun más sus expresiones, diciendo a la gente que se le acercaba esperando encontrar en él una revelación, que de hecho no eran más que una “mierdecita”.

No hay que sorprenderse demasiado, sin embargo, de cosas así. Sin hablar de Cagliostro, la historia de “Maestro Philippe” y la de Rasputín en la corte de Rusia son ejemplos todavía más chocantes. Y no hay tampoco que creer que eran fenómenos específicamente rusos, propios de la supuesta “alma eslava”. De hecho, el “Maestro Philippe” era un francés; y si Rasputín era ruso, no hay que olvidar que la familia imperial rusa era de pura sangre alemana. Los duques de Hostein Gottorp, a lo largo de un siglo y medio de reinado, tomaban a princesas alemanas como emperatrices; también la corte rusa, su entorno, acabó siendo muy germanizada. Sin embargo Rasputín, campesino de pocas letras, ejerció sobre la emperatriz, nacida como Alicia de Darmstadt, y sobre Nicolás II, una influencia decisiva. Esta influencia se ejercía no sólo sobre los cortesanos, sino también sobre varios ministros, hombres de Estado, los diputados que hacían antecámara…

¿Cuál era el fin perseguido por Gurdjieff ? Nadie lo supo. Deducirlo de sus actos  es tan difícil como con el de Rasputín. Ouspensky contaba, lo dice en sus Fragments, que al principio le había hecho la pregunta, a lo que Gurdjieff respondió:
- Es verdad que tengo un objetivo, pero me permitirá no hablar de ello. Pues mi objetivo no puede todavía significar nada para usted. Para usted, lo que ahora importa es que usted pueda definir su propio objetivo. Por lo que hace a la propia enseñanza, no puede tener un objetivo. No hace más que indicar a los hombres la mejor manera de conseguir su objetivo, sea el que sea (12).

***

Otra cuestión surge espontáneamente: de dónde sacó el contenido del mensaje, este sistema como lo llamábamos, que lleva en él indudables trazas de una antigua sabiduría. Ouspensky, atormentado por la idea de las escuelas esotéricas, de las que se hacía una imagen muy personal y que buscaba en “Oriente”, naturalmente sin éxito, pensaba que Gurdjieff lo sabía casi todo, y un día le pidió que le ilustrara al respecto. Esto es lo que obtuvo:
- Hoy en día, le dijo Gurdjieff, no encontrará en Oriente más que escuelas especializadas; no hay escuelas generales. Cada maestro o guru es un especialista en alguna materia. Uno es astrónomo, otro escultor, el tercero músico, y los estudiantes deben estudiar en primer lugar la materia especialidad de su maestro, tras lo cual pasa a otra materia, y así sucesivamente. Se necesitarían mil años para estudiarlo todo.
- Pero, ¿usted cómo estudió?
- Yo no estaba solo. Había entre nosotros toda clase de especialistas. Cada uno estudiaba según los métodos de su ciencia particular. Tras ello, cuando nos reuníamos, nos dábamos parte de los resultados obtenidos.
- ¿Y dónde están ahora sus compañeros?
Gurdjieff, prosigue el relato de Ouspensky, se quedó en silencio y luego, mirando a lo lejos, dijo despacio:
- Algunos han muerto, otros prosiguen sus trabajos, otros se han enclaustrado.

Esta expresión propia del lenguaje monástico, continua Ouspensky, en un momento en que no esperaba oírla, me hizo sentir un extraño sentimiento de malestar. Y de repente, me di cuenta de que Gurdjieff se traía conmigo un cierto juego, como tratando deliberadamente de dejar ir de vez en cuando alguna palabra que pudiera interesarme y orientar mis pensamientos en una determinada dirección (13). Cuando intentaba preguntarle más directamente dónde había encontrado lo que sabía, de que fuente había sacado sus conocimientos, y hasta qué punto llegaban éstos, no me daba nunca una respuesta precisa (14).

***

En materia esotérica, la mentira no puede cubrir y, de hecho, no cubre las totalidad de las posibles relaciones humanas. Hay cuestiones sobre los cuales nadie puede mentir. O, al menos, mentir integralmente. La última pregunta planteada por Ouspensky era una de estas cuestiones. Pero él no conocía esta ley, y seguramente por esto no supo tampoco hacer la pregunta como hubiera debido.

Sentado un día con Gurdjieff en el Café de la Paix en los Grands Boulevards de París, le dije a quemarropa:

- Encuentro el sistema en la base de la doctrina cristiana. ¿Qué opina usted al respecto?
- Es el abc, me contestó. ¡Pero ellos no lo comprenden en absoluto!
- Este sistema, ¿es obra suya?
- No…
- ¿Dónde lo encontró? ¿De dónde lo tomó?
- Quizás lo he robado… (15)

Hay que decir, para comprender bien mis relaciones con Gurdjieff, que yo estaba con él en una situación algo especial. Estuve en contacto con él en Constantinopla, en Fontainebleau y en París, pero nunca formé parte de sus “Instituts”; en otras palabras, nunca estuve bajo su dependencia, de ninguna clase. Estaba pues fuera de la zona de su influencia personal que dominaba a su entorno inmediato. Y, es preciso que el lector lo sepa, la influencia hipnótica, como toda influencia de la naturaleza, es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Distancia física y psíquica o la una o la otra. Ahora bien, los efectos de esta influencia de Gurdjieff sobre su entorno eran visibles. Podía proponer a sus discípulos cualquier absurdo, incluso cualquier monstruosidad, en la seguridad que sería aceptada con entusiasmo como una revelación. En el estado psicológico así creado, la gente ya no razonaba. Todo estaba bien, puesto que así hablaba Zaratrusta (16).

Lo que ignoraban es que se trataba de un método. Método bien conocido en Oriente, en el que a veces se busca envolver la enseñanza de la verdad con una funda de escándalos y las contradicciones más sorprendentes. Esto con el objetivo final de generar una resistencia; y con el objetivo inmediato de situar al discípulo entre dos fuerzas: de atracción y de repulsión; provocar así en él una inquietud y, con ello, la lucha interna más intensa posible de afirmaciones y negaciones, este rozamiento del lenguaje técnico destinado a engendrar calor para terminar por encender el fuego (17). Pues, dice la doctrina cristiana, el camino de la verdad pasa por las dudas. Multiplicando así las dudas en el espíritu y el corazón del estudiante, se le ofrece la ocasión de franquear más rápidamente la etapa preliminar.

Este eficaz método, del que encontramos trazas y alusiones tanto en los evangelios como en los apóstoles y los doctores de la iglesia ecuménica, tiene sin embargo el inconveniente que aplicado con excesos, descentra totalmente a la gente. En Oriente no tienen muchos escrúpulos; en general consideran a los desequilibrados como una especie de defecto de fabricación. Pues, dicen, nuestra vida no somos nosotros y no nos pertenece; nos es prestada, precisamente para esta experiencia mayor, y si no lo logra, pues mala suerte. ¿No lo dice así de forma explícita la parábola de los talentos?(18).

Hay que decir también que, al mismo tiempo que con mucho tacto creaba esta atmósfera en su entorno, el propio Gurdjieff avisaba. Repetía burlonamente que la gente aspira a ser engañada, y que les gusta creer en leyendas que se fabrican ellos mismos. Pero estos avisos no tenían efecto; unos los tomaban por bromas del maestro; otros, aunque los tomaban en serio, los aplicaban a su vecino; unos terceros decían que había que entenderlos en un sentido superior…

Se comprenderá fácilmente que cuando alguien externo, como yo, trataba de alzar la voz contra la idolatría que acababa convirtiendo a Gurdjieff en una especie de Cagliostro o de Rasputín, me miraban con condescendencia, es decir con compasión.

***

Desde el principio me pareció evidente que antes de llegar a Moscú y a Petrogrado, este sistema debía haber hecho un largo recorrido histórico, por centros laicos y religiosos de Egipto, de la Grecia antigua y del Asia menor, para acabar refugiándose en la ortodoxia oriental en suelo ruso, último sobreviviente del desaparecido mundo antiguo.  Por otra parte, así lo indicaban las investigaciones hechas al respecto en el segundo y tercer cuarto del siglo XIX por André Mouravieff (padre del autor), que consagró parte de su vida a viajar por el Próximo Oriente. Frecuentó Egipto, los Santos Lugares, el Asia Menor, llegó hasta Armenia, Kurdistan, en busca de antiguos manuscritos y antiguas tradiciones. Chambelán en la Corte imperial, Miembro de Santo Sínodo, fundó el convento de San Andrés en el Monte Athos con un albergue en Constantinopla para los peregrinos. Muerto en Kiev en 1874, dejó a sus mejores discípulos la misión de continuar las investigaciones en la región de Kars, de los lagos Ourmiah y Van, para continuar por el Azerbayan persa y luego en Asia Central (19).

Teniendo esto en cuenta, y siguiendo con mis propias investigaciones y con estudios comparativos de los elementos originales de la cultura rusa con la fuentes de la Ortodoxia oriental, acabé situando el mensaje que aportaba Gurdjieff en su contexto histórico. Pero para ello, estaba obligado a remontarme a las antiguas creencias eslavas, precristianas, establecer su relación con las de los Escitas, de los antiguos Indios y Egipcios; estudiar monumentos tales como la Philocalia, retomar el estudio del texto de los evangelios con las claves así obtenidas, y finalmente, el Salmo 118 del Rey David que, en forma condensada, encierra este mismo sistema.

Como resultado de estos trabajos, el mensaje no se me aparecía como un montón de “fragmentos”, ni como una “enseñanza desconocida”. Situado en su cuadro histórico y sobre el suelo que le es propio, perdió su carácter sensacional y su sabor “exótico”, para aparecer como un conjunto de símbolos, parábolas y alusiones diversas extendidas por todas partes y de todos conocidas. Y, por otra parte, como base de las antiguas creencias de los Eslavos y de los Escitas que se encuentran en las tradiciones de la Ortodoxia ruso-bizantina.

Pude igualmente establecer que, en la alta Edad Media, los “fragmentos” habían sido conocidos también en Occidente, heredados probablemente , como en Oriente, de enseñanzas esotéricas del mundo antiguo a través del cristianismo primitivo.


(traducción: Arturo Pousa)



*.- Publicado en francés en la revista SYNTHÈSES nº 138. Bruselas 1957.
1 -Fragments d’un Enseignement inconnu, por P.D, Ouspensky, Ed. Stock, 1950. En la Nota de los Editores se lee lo siguiente: Un vasto sistema cosmogónico…, una fisiología y una psicología totalmente desconocidas (en Occidente B.M.), un conjunto de técnicas que permiten al hombre adquirir, mediante un trabajo sobre sí mismo, una verdadera libertad, es lo que el lector encontrará en esta obra.
2- P.D. Ouspensky, Fragments d’un Enseignement inconnu, Ed. Stock, Paris 1950.
3  - Juan, XXI, 25.
4- Fragments, pags. 519 y siguientes.
5- La Cinémodrame de Ouspensky no es más que su propia biografía relativa a la primera parte de su vida. Muestra cómo y porqué no recibió formación superior, y ni siquiera la secundaria.
6- Cf. Fragments, pgs. 45, 369, 370.
7- Ibid., pgs. 45, 369.
8- Ouspensky lo afirma él mismo. Tuvo esta idea desde el inicio de su encuentro con Gurdjieff (Ibid., pg. 31). ¿Fue éste quien se la sugirió?
9- Op. Cit., pg. 31 y passim.
10- Op. cit., pag. 41. Título pretencioso. Ouspensky lo eligió para situar este trabajo en línea sucesoria del Organon, de Aristóteles, y del Novum Organum, de Bacon.
11- Ibid.

12Fragments, pag. 149. La cursiva es nuestra.

13 - Es de esta manera que se ejerce la influencia hipnótica sin sumergir en trance al sujeto.
14- Fragments, pags. 35-36
15 - Comparar con la pag. 83 de Fragments, segundo párrafo, líneas 6 y 7.
16  - Fenómeno comparable al descrito por Dostoievsky en Village de Stepantchikovo.
17- Este fuego interior es necesario para conseguir la aleación, tras la cual el Yo del hombre deviene entero y permanente.
18- Mateo, XXV, 24-30.
19 - En una obra actualmente en preparación, incidimos de nuevo sobre esto. B.M.