La astrología, lejos de la deformación actual como mera superstición o consulta personal interesada, ha sido desde antaño una “ciencia sagrada”. En tanto que Sabiduría unida al hombre desde sus orígenes, milenio tras milenio y cultura tras cultura, la ciencia de los ritmos y los ciclos universales ha estado presente en todas grandes civilizaciones (babilonia, egipcia, china, hindú, persa, maya, griega, árabe).
Para todo espíritu tradicional, la concordancia o correspondencia de Micro-cosmos (el hombre) y Macro-cosmos (el universo) era un hecho evidente que vertebraba la Realidad garantizando su unicidad. El hermetismo, base de la astrología occidental, nos ha transmitido claramente estas enseñanzas, ligando dicha ciencia celeste con una ciencia terrestre (la alquimia), por aplicación de analogía inversa de unos mismos principios cosmológicos.
Sin entrar en las tendenciosas e ignorantes críticas del estamento científico actual, con su estrechez de miras y su ceguera total en determinados asuntos, hay que señalar que la Astrología es tanto una Ciencia, por tener un método y unas técnicas, como un Arte, por requerir de una interpretación intuitiva. En resumen consiste en un saber tradicional que, mediante un lenguaje simbólico, ayuda al hombre en la contemplación de lo divino en él mismo. Ahora bien, incluso en su uso y generalización contemporánea, la astrología, que ha perdido en su larga historia no pocos elementos claves, ha pasado a identificarse plenamente con una de sus varias aplicaciones: la horoscópica, vulgarización de la antigua astrología genetlíaca o natalicia. Se olvida entonces que este único sentido, muy apropiado para el ego individualista posmoderno, puede resultar el más estéril y dañino si no se enmarca en la comprensión cosmológica y metafísica que requiere toda ciencia sagrada.
Para todo espíritu tradicional, la concordancia o correspondencia de Micro-cosmos (el hombre) y Macro-cosmos (el universo) era un hecho evidente que vertebraba la Realidad garantizando su unicidad. El hermetismo, base de la astrología occidental, nos ha transmitido claramente estas enseñanzas, ligando dicha ciencia celeste con una ciencia terrestre (la alquimia), por aplicación de analogía inversa de unos mismos principios cosmológicos.
Sin entrar en las tendenciosas e ignorantes críticas del estamento científico actual, con su estrechez de miras y su ceguera total en determinados asuntos, hay que señalar que la Astrología es tanto una Ciencia, por tener un método y unas técnicas, como un Arte, por requerir de una interpretación intuitiva. En resumen consiste en un saber tradicional que, mediante un lenguaje simbólico, ayuda al hombre en la contemplación de lo divino en él mismo. Ahora bien, incluso en su uso y generalización contemporánea, la astrología, que ha perdido en su larga historia no pocos elementos claves, ha pasado a identificarse plenamente con una de sus varias aplicaciones: la horoscópica, vulgarización de la antigua astrología genetlíaca o natalicia. Se olvida entonces que este único sentido, muy apropiado para el ego individualista posmoderno, puede resultar el más estéril y dañino si no se enmarca en la comprensión cosmológica y metafísica que requiere toda ciencia sagrada.
Si dejamos en paréntesis esta astrología natal, con todos los excesos psicologistas por un lado o los ocultistas por otro, nos encontramos con otros campos no tan divulgados, entre los que está la Astrología Mundial. Esta ha sido practicada incluso antes que la anterior, principalmente para la determinación de la duración, crisis y apogeos de imperios y reinados. Cabría también diferenciar esta astrología mundial de otras ciencias cosmológicas en muy estrecha comunión, fundamentalmente de la ciclología tradicional, que abarcaría no tanto la historia sino la metahistoria o historia sagrada, en tanto que aplicación de claves esotéricas en los ciclos cósmicos del despliegue temporal de la manifestación.
Pero antes de entrar a analizar brevemente algunas configuraciones significativas del momento presente y sus posibles tendencias desde la óptica histórica de la Astrología Mundial, hay que advertir de un asunto controvertido, como es el uso de los planetas modernos, los llamados cuerpos transaturninos: principalmente Urano, Neptuno y Plutón. Estos tres planetas descubiertos en Occidente, debido al desarrollo tecnológico que ha permitido captarlos, causan una ruptura difícil de integrar simbólicamente con el cosmos tradicional de los siete planetas. Pero el hecho es que son fuerzas poderosas y muy definidas en su acción que, por lo menos nosotros, que queramos o no estamos inmersos en la corriente cultural de occidente, no podemos obviar. Como cuerpos orbitales más o menos regulares del sistema solar, tienen una función y operatividad simbólica, conjugada con el hecho de que sean invisibles a la vista humana. Otra cosa será su consideración valorativa, en la que no se entrará aquí, respecto a si representan hitos de una cierta evolución de la conciencia humana como piensan la mayoría de astrólogos actuales, o si por contra suponen fuerzas disolventes y subversivas con un efecto en las masas claramente decadente como exponen otros enfoques esotéricos.
Existe un total consenso astrológico (además de empírico) en cuanto a los cambios colectivos que produjeron cuando su existencia física emergió a la consciencia del hombre, en los tiempos recientes: Urano a finales del siglo XVIII trajo una oleada de movimientos liberadores y revolucionarios (como la revolución industrial, americana o francesa), el liberalismo político y económico, la electricidad, el vuelo, el individualismo social. Neptuno a mediados del XIX las doctrinas utópicas del socialismo, la conciencia de masa de la clase oprimida, sociedades pseudoespirituales o espiritistas, fenómenos mediúmnicos, el romanticismo, la fotografía, la psicología naciente. Plutón en 1930 las crisis en suma políticas y económicas, en el entorno del poder, que ascendieron al fascismo y nazismo, la física cuántica y la energía nuclear (las fuerzas que se despiertan cuando se rompe la materia y se abre el subsuelo), así como el desvelo de lo tabú, de todo lo sexual o prohibido, la idea del subconsciente, y el resurgir de ciertos ocultismos contrainiciáticos.
Pues bien, la Astrología Mundial trabaja fundamentalmente con los ciclos de estos y otros planetas lentos. Tradicionalmente se ha usado el ciclo de 20 años de Júpiter-Saturno y sus derivados, pero en el siglo XX éste se ha combinado a su vez con los ciclos de los planetas modernos, que abarcan periodos culturales más amplios. En relación a esto es interesante recordar como ejemplo la asociación del ciclo Saturno-Neptuno con el socialismo y la providencial predicción que realizaron autores como el astrólogo André Barbault o el esoterista Raymond Abellio con bastantes años de antelación, y contra todo pronóstico y absoluta precisión, sobre la caída del comunismo a finales de 1989.
Sin entrar en el espinoso asunto de la supuesta Era de Acuario (relativo a la dificultad de determinar puntos fijos celestes en el ciclo real astronómico de la precesión de los equinoccios), a continuación se van a analizar brevemente los últimos grandes ciclos que los planetas transaturninos forman entre sí, y en los que todavía nos encontramos actualmente. Toda conjunción es el comienzo de algo nuevo, una nueva semilla que se desarrollará cíclicamente (sucesivamente en las posteriores cuadraturas, trígonos, oposiciones, etc.) y por tanto es decisivo estudiar las más recientes para comprender el presente:
Neptuno-Plutón en Géminis en torno a 1891
Disolución de la tradición en todos los campos intelectuales (Géminis) apareciendo nuevas formas “espiritualizantes”: teosofía, psicoanálisis, fenomenología, teoría de la relatividad, física cuántica. Durante varios años esta conjunción también fue matizada por la oposición de Urano, produciendo la última y vigente revolución científico-técnica o surgimiento de una era prototecnológica: electrificación de la luz, radio, cine, automóviles, aviones. En resumen, se siembran las semillas de lo que será el siglo XX: la mayor revolución conocida en telecomunicaciones a nivel mundial (eje Géminis-Sagitario). Todas estas radicales tendencias serán capitaneadas por un nuevo agente imperial y cultural, vigente hasta nuestros días: EEUU.
Urano-Plutón en Virgo en torno a 1965
Combinación muy innovadora y revolucionaria: Guerra de Vietnam y movimientos populares antiguerra, neomarxismos, ecologismo, feminismo, tendencias antisistema y hippies, revolución sexual, medicinas holísticas, Nueva Era. Masificación y estandarización cultural por la extensión del americanismo: música pop, rock, drogas, industria del cine, TV y todo tipo de formas de frivolidad. Trabajo mecanizado, rutinario y atomizado (Virgo), la máquina y la tecnología sustituyen al trabajo tradicional. Numerosos avances científicos y tecnológicos, especialmente en la carrera espacial (sondas, satélites, tripulaciones, etc). Implantación de la energía nuclear. Comienza un individualismo atroz, intensificado y radicalizado en todas sus formas de poder.
Urano-Neptuno en Capricornio en torno a 1993
El signo de Capricornio nos habla de un tipo de culmen: neoliberalismo, economía de mercado absoluta, pensamiento único, materialismo, fin de la historia, postmodernidad, Nuevo Orden Mundial, gran proceso de mundialización y globalización. En otro orden, también desarrollo del genoma y la clonación, importantes descubrimientos astronómicos (galaxias lejanas, exoplanetas, agujeros negros, materia oscura), cosmovisiones científicas unificadoras (universos paralelos, teoría de cuerdas), y sobre todo, nuevas tecnologías revolucionarias socialmente: redes satelitales, TV digital, telefonía móvil, ordenadores personales, correos electrónicos y la “revelación” de Internet. Emerge la actual cultura del impacto de la imagen tecnológica y la acelerada manipulación de masas a través de los medios de comunicación. El individualismo (Urano) es ahora encerrado en un mundo virtual, el ciberespacio, de falsa realidad (Neptuno).
Ateniéndonos a los últimos encuentros de los planetas transaturninos, es decir, a sus últimas conjunciones que abren nuevos ciclos y períodos, se podría establecer la siguiente secuencia cultural relativa a las sociedades modernas: si por un lado la todavía anterior conjunción Neptuno-Plutón de 1399 marcó el Renacimiento y el comienzo de la Era Moderna, con la siguiente de fines del siglo XIX ya analizada tenemos la simbólica proclama nietzscheana de la “muerte de Dios (o de Occidente)”. Ciclo que a su vez ha sido ahondado en dos momentos precisos de su despliegue: la conjunción Urano-Plutón de los sesenta como triunfo del individualismo radical, y la conjunción Urano-Neptuno de los noventa como disolución posmoderna.
Dejando a parte el pasado reciente, si nos vamos al momento actual nos encontramos con que (según algunos astrólogos y basándonos en las configuraciones inarmónicas de Saturno-Urano-Plutón) esta segunda década del siglo XXI en la que estamos sería una mezcla de los años treinta y los años sesenta del siglo XX, lo cual indica períodos turbulentos, revolucionarios y transformadores en los que caen viejas estructuras y patrones culturales, no exentos de grandes desafíos, riesgos y peligros.
Si bien desde 1950 se da un aspecto armónico de sextil entre Neptuno y Plutón que ha potenciado enormemente el desarrollo de lo sembrado en la conjunción de 1892, fundamentalmente a nivel tecnológico, el aspecto principal de estos años es la inármónica cuadratura de Urano en Aries a Plutón en Capricornio, lo cual indica una fuerte crisis de todo lo gestado durante los años sesenta, cuando se dio la conjunción anterior del respectivo ciclo. Su formación abarcaría aproximadamente de 2008 a 2017 (segmento de la crisis actual), siendo especialmente exacta en 2012-2014. Debido a la presencia de signos cardinales mucha energía es liberada pero disarmónicamente por aspecto, lo cual habla de un punto crítico para la humanidad. No sólo movimientos revolucionarios, antisistema y violencia sino también guerras, destrucción, conmociones súbitas, catástrofes naturales, desastres tecnológicos, etc. Baste decir que Urano y Plutón rigen la radiactividad y la energía atómica respectivamente.
Además de lo anterior se pueden matizar otras configuraciones por signo, como la entrada de Plutón en Capricornio desde 2008 (permaneciendo hasta 2023) que precipitó la crisis económica, la transformación de jerarquías, el afloramiento de la corrupción institucional y sobre todo la conciencia generalizada de un poder en la sombra. Y también la entrada de Neptuno en Piscis desde el 2011 (hasta el 2025) que indica un momento no sólo de resurgir espiritual sino también de confusión, utopías y deseos de trascendencia, donde no se sabe qué es real y qué es ficción, además de una nebulosa narcótica generalizada o una paranoia colectiva.
En caso de que los mayas se equivocaran (o las famosas dataciones del 2012 sean erróneas) el siguiente momento importante será la gran conjunción de 2020 de Júpiter-Saturno-Plutón en Capricornio-Acuario. En general simboliza un nuevo comienzo en la instauración de grandes estructuras de poder o un fuerte impulso al Nuevo Orden Mundial, no necesariamente positivo, pues puede indicar la manifestación clara del Poder en la sombra o que las fuerzas contrainiciáticas posiblemente se concentren en torno a un simulacro de gobierno mundial. Todo ello a no ser que el rápido paso a Acuario simbolice un cambio hacia un tipo de “liberación”, que si no es real metafísicamente hablando, bien pueda transformarse en una “científico-cracia” muy sofisticada.
http://www.astrologiasimbolica.blogspot.com
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