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jueves, 5 de mayo de 2011

LEIBNIZ Y LA TRADICIÓN HERMÉTICA

El pensamiento de Leibniz, contemporáneo del apogeo de la ciencia moderna y del racionalismo filosófico, se presenta como una singular perspectiva de lo Real por su fuerza y originalidad, aislada de su contexto histórico pero sin desdeñarlo, en una síntesis creativa nada frecuente entre los filósofos modernos. 

Niño precoz y superdotado, desde su infancia no cesó de cultivar una gran erudición bibliotecaria, así como su genio de escritor compulsivo. Reconocido matemáticamente como padre del “cálculo infinitesimal”, en curiosa y agria sincronía con Newton, su filosofía podría resumirse en un intento de salvar la unidad de los fenómenos, lo universal en lo particular, lo trascendente de lo inmanente, desde su noción central de Mónada. Desde ella pretende no sólo afirmar la Unidad principial y axiomática sino sobre todo la singularidad de cada ser o criatura, según un principio de continuidad y uniformidad que supere todo dualismo (platónico o cartesiano). Todo ello en intuitiva y rigurosa concordancia con sus descubrimientos matemáticos y la novedosa idea de lo infinitamente pequeño, reduciendo todo fenómeno (extenso o sutil) a su inmaterialidad, en la medida en que no es más que pura energía o conatus, potencia y fuerza vital de cada ser. 


Pero para salvar esta unidad e integridad monádica substancial, llevada a sus más estrictas consecuencias, se vio forzado a afirmar que cada mónada es cerrada sobre sí misma, sin ventanas, y que si bien existe una necesaria unidad de fondo o Mónada Suprema, ésta deber ser “reflejada” por cada una de las infinitas mónadas individuales, a modo de autoexpresión universal en que “cada todo refleja al Todo”.  A su vez, todo este cosmos monádico debía estar, con precisión de relojero, establecido desde la eternidad en una armonía preestablecida por un Dios absolutamente bondadoso que, en su pura potencialidad, daría existencia al “mejor de los mundos posibles”. 

En Leibniz confluyen, como se ve, no sólo ideas claramente racionalistas sino también ideas gnósticas que llegó a conocer y claramente le influyeron, produciendo una incomparable síntesis. No hay que olvidar que su racionalista búsqueda de un lenguaje universal, la mathesis universalis, debe mucho seguramente a su privilegiado conocimiento no sólo de la cábala hebraica sino también del I Ching, a través de misioneros de la época.  

En el siguiente trabajo se exploran las poco conocidas relaciones del pensamiento leibniziano y la tradición hermética, su visión organicista, la analogía universal y la ontología de lo singular del que aquí se considera el último autor hermético o el “hermetista ilustrado”.      
  (La redacción)



Amablemente nos cede el permiso de publicación el autor Bernardino Orio de Miguel y la dirección de la Revista Thémata de la Universidad de Sevilla, en la que apareció en el número 42 de 2009: