“Muhammad no es el padre de ninguno de vosotros, sino el enviado de Dios y el Sello de los Profetas. Dios es omnisciente” (Corán 33:40)
“La semejanza de los profetas que me han precedido conmigo es parecida a la de un grupo de obreros que han participado en la construcción de un edificio y lo han acabado dejándole un hueco vacío para una sola piedra o un sólo ladrillo. Los transeúntes dirán con asombro si solamente falta este ladrillo. Ese soy yo, quien llena ese espacio, y yo soy el último y el Sello de los profetas!” (Dicho del Profeta)
“La semejanza de los profetas que me han precedido conmigo es parecida a la de un grupo de obreros que han participado en la construcción de un edificio y lo han acabado dejándole un hueco vacío para una sola piedra o un sólo ladrillo. Los transeúntes dirán con asombro si solamente falta este ladrillo. Ese soy yo, quien llena ese espacio, y yo soy el último y el Sello de los profetas!” (Dicho del Profeta)
El soporte y vehículo de toda Revelación es lo que se entiende comúnmente como religión, pero de una forma más precisa Tradición sagrada, que en ocasiones presenta un entramado legal y moral de cariz exterior (manifestada en distintas formas según el momento histórico) pero que siempre es caracterizada por una dimensión trascendente, una doctrina metafísica, de esencia única y atemporal, en su núcleo más esotérico. Los profetas de las distintas tradiciones son así símbolos que cristalizan y actualizan aspectos metafísicos de lo divino, o mejor dicho, canales puros de una misma Verdad Eterna. Según el dicho de Muhammad : “Los Profetas son hermanos en su origen, nacidos de madres distintas, pero de una misma Religión” (Muslim, Sahîh, II, 224).
La Religión en su sentido profundo es Re-velación de la misma manera que la Naturaleza constantemente está velandose y desvelandose en un devenir de formas. Es así como permite “religarnos” a Dios, como Principio Absoluto, mediante el Libro Sagrado que es la creación: toda revelación profética es una nueva llave para descifrar simbólicamente el sentido interior que permite leer este gran libro divino que llamamos Cosmos. Es de este modo como la Forma en la que se coagula la Revelación se constituye como el espejo perfecto de la manifestación, el punto de unión de todos los mundos en el Hombre.
La Revelación es siempre un descenso (tanzil), desde el Principio mismo, de lo más a lo menos, y no puede confundirse con la “inspiración” indirecta, que se encontraría en un segundo orden espiritualmente hablando, ni por supuesto con las aspiraciones o proyecciones de la individualidad (el ego) hacia la sublimación desde sí misma. Esto es lo que distingue la auténtica realización espiritual de la aparente, el hecho de sumergirse o no en el océano de la Revelación, donde el ego se aniquila para subsistir en la Libertad incondicionada del Espíritu.
Si la Revelación en el cristianismo es la figura misma del Cristo, insuflado en el vientre virginal de María por el Espíritu, en el Islam esta Revelación se identifica con el Corán, depositado por el mismo Espíritu en el corazón puro de Muhammad.
La Revelación en el Islam es la palabra misma de Allah (kalima) que es transmitida mediante el arcángel Gabriel (epifanía del Espíritu) al Profeta y no tiene nada que ver con la inspiración poética o mística, con cualquier resquicio de su individualidad. Es un acontecimiento que sorprendió a Muhammad súbitamente y que fue desarrollado con el trascurso del tiempo: se sabe que primero comenzó a tener sueños muy claros que se cumplían; más tarde el Espíritu soplaba palabras en su corazón retumbando todo su interior, provocándole fuertes crisis de fiebre y contracciones; a veces el Arcángel adquiría forma de hombre con el que conversaba, o su propia forma recubriendo todo el horizonte; finalmente Allah le habló tras un velo en el “viaje nocturno” más allá de los siete cielos.
El Corán comenzó a ser revelado en Meca con las palabras: “Lee en el Nombre de tu Señor, que ha creado al ser humano a partir de un coágulo de sangre…!"(96,1), y de aquí viene el nombre de “qur’an” haciendo referencia “lectura, recitación”. Durante los veintitrés años de la revelación los diversos versículos iban escribiéndose meticulosamente en todos los materiales disponibles por los compañeros del Profeta hasta que los primeros califas los editaron en forma de Libro. Esto garantizó la completa autenticidad e integridad del libro, además había cantidad de musulmanes que los habían memorizado. El caso de Muhammad es bastante significativo ya que se sabe que era iletrado, es decir, no sabía leer ni escribir, y que la pureza original de su alma le permitió fecundar el Corán por intervención divina, encontrándose así en perfecta unión los planos divino y humano.
Pero el rasgo distintivo respecto de los anteriores profetas es que es considerado el último, el sello de los profetas (játim al-anbiya'), y consiguientemente el culmen de la Revelación, que integra y sintetiza en sí misma todas las demás teofanías, desde el primer Hombre-Profeta (el Adam de las tradiciones semíticas; el Manu del hinduísmo). Además su mensaje no sólo se dirige a un pueblo sino que apela a toda la humanidad en su conjunto.
En el Islam se habla del “ciclo de la profecía”, de la sucesión de enviados a lo largo de la historia sagrada. El sentido de la Revelación, como manifestación divina en el orden humano que se va actualizando según las condiciones del momento a través de diversos profetas, sólo se comprende en una concepción temporal de progresivo alejamiento y olvido del Origen, en contra de las concepciones modernas del progreso lineal. El hecho es que esta es la auténtica visión que nos han legado todas las tradiciones sagradas, el punto esencial para comprender la Revelación.
El Islam se refiere, como todas tradiciones, a este estado primordial de la humanidad, cuando “los hombres formaban una sola comunidad (umma)” (2:213), como la Religión Inmutable (Din al Qayyim) o Religión Original (Din al Fitrah). Esta no es nada exterior sino que responde a una disposición natural, innata, de pureza y luminosidad total, que reconoce que todo está sometido a un mismo Principio (Allah) en su absoluta Unicidad existencial. Tampoco es algo del pasado que no pueda ser recuperado sino que todo hombre contiene en el centro de su ser esta chispa originaria, que puede despertar a través de la Revelación y su herramienta espiritual: el dhikr Allah, el recuerdo de Allah. El Corán lo recuerda así, además de señalar que en esta fase actual el olvido es generalizado: “Profesa la Religión como hanif (unitario), según la naturaleza primigenia (fitrah) que Allah ha puesto en los hombres! No cabe alteración en la creación de Allah. Ésa es la religión verdadera. Pero la mayoría de los hombres no saben.” (30:30).
En este contexto, la tradición musulmana establece unos grados de profecía, una jerarquía entre los mensajeros, según su función decretada. Una primera categoría, y usada en términos generales, es la del nabi, el profeta propiamente dicho que trae un mensaje de inspiración divina, pero que no necesariamente tiene que ser universal, ni si quiera tiene por qué ser divulgado o bien centrarse sólo en unos pocos.
Dentro de la categoría de estos anbiya’, se encuentra el rasul, el mensajero, con una función y grado superior, pues le corresponde una misión divina más trascendente y destinada a un pueblo entero. Su Revelación es entregada a los hombres y se les invita a aceptarla, muchas veces acompaña de una Ley sagrada.
Pese a que todo rasul es a la vez nabi, no todo nabi es rasul. En la mayoría de los casos, el mensaje consiste en una exhortación a volver a una Revelación mayor ya establecida anteriormente y que ha sido deformada, como los numerosos profetas que aparecen en la Biblia advirtiendo al pueblo judío de volver a la Ley de Moisés.
Según la tradición el primer grupo lo componen 124.000 profetas (nabi), dentro de los cuales 313 serían enviados (rasul). Estos “advertidores providenciales” que expresan una misma y única Profecía bajo distintas formas, lugares y épocas, han sido enviados a todo pueblo, como dice el Corán en varios pasajes: "Y para cada comunidad hay un mensajero" (Corán, 10:47), "Y nunca hemos enviado a un mensajero sino con la lengua de su pueblo" (Corán, 14:4).
Pero de entre los rusul destacan los ulû l-‘azm, los "poseedores de firmeza y determinación", última y más elevada categoría de profetas por generar una nueva forma religiosa, una nueva Revelación divina para los hombres de un momento determinado. En el Corán parece hacerse mención a 5 de estos enviados, aunque referidos siempre al tronco semita: Noé, Abraham, Moisés, Jesús y Muhammad.
Pese a que en el Corán se llegan a mencionar solamente hasta 25 profetas distintos, se advierte claramente: “Y hay profetas de los que te hemos contado la historia, y profetas de los que no te la hemos contado” (4:164). Además de repetir y confirmar que es siempre una misma Revelación eterna, manifestada en una continuidad espiritual por diferentes profetas, como cuando se dice: "Nosotros creemos en Dios y en lo que se nos ha revelado, y en lo que se reveló a Abrahám, a Ismael, a Isaac, a Jacob y a las (doce) tribus, y en lo que se dijo a Moisés y a Jesús, y en lo que el Señor dijo a los profetas; no hacemos distinción entre ninguno de ellos y estamos sometidos a Él" (2,136).
En relación al ciclo de la profecía mencionado, Muhmmad integra en sí los tres grados de la profecía: es nabi, rasul y uno de los ulu l-'azm. Pero a su vez su función es la de Sello de la Profecía, es decir, que cierra y concluye todo el ciclo de profetas de la presente humanidad. Se finaliza así la renovación de la Teofanía (el descenso del flujo espiritual en la síntesis perfecta de una forma revelada) que se ha ido sucediendo a medida que los hombres se alejaban del Principio.
El hecho de que no vaya a haber otra Revelación hasta el fin de los tiempos no significa que las posibilidades de realización espiritual vayan menguando. En este caso el Libro, el Corán, está vivo e íntegro hasta el final (además de englobar toda profecía anterior de forma directa y esencial), y la Ley plasmada en él (la shari’a) representa así la más apta y completa para los últimos tiempos, en la práctica tanto espiritual como meramente religiosa. Pero lo importante a resaltar es que el cierre del ciclo de la profecía significa la apertura del “ciclo de la santidad” (da’irat al-wilaya), es decir, la transmisión del influjo espiritual del Profeta (Baraka) mediante la iniciación que operan los llamados santos (walis) o maestros (sheikhs, murshid), los “conocedores” de la Faz de Allah, los que saborean su proximidad, y que a pesar de la “extinción de su ego” (fana) consiguen permanecer en este mundo como centros de irradiación de las luces espirituales.
Al igual que la distinción entre nabi y rasul, no todo wali es sheikh, pero todo sheikh es necesariamente wali. Este último no tiene por qué transmitir su conocimiento o simplemente a unos pocos, incluso puede pasar completamente desapercibido, pero en cambio el sheikh es un wali que además ha recibido la orden divina de transmitir su estado espiritual a los discípulos a través de los secretos de la purificación esotérica del alma.
Sin entrar a profundizar en el complejo ámbito de las jerarquías espirituales de la santidad, simplemente decir que a la cabeza de los sheikhs existen uno o unos pocos aqtab (polos espirituales) en cada época, lo que serían los Imams (los que están por delante) de los sheikhs, en analogía con los Ulul 'azm, que serían los más excelsos de los rasul.
Ciclo de la profecía Ciclo de la santidad
(dâ’irat an-nubuwwa) (da’irat al-wilaya)
Nabis Walis
Rusul Sheikhs
Ulul 'azm Aqtab
(dâ’irat an-nubuwwa) (da’irat al-wilaya)
Nabis Walis
Rusul Sheikhs
Ulul 'azm Aqtab
El profeta Muhammad es el sello de los profetas, el último y el que rememora de forma más nítida al primer hombre Adam, al que precede e incluso trasciende en su esencia, pues como dice la tradición la emanación primordial de Allah es Nur muhammadi (la Luz del más digno de alabanzas), el primero y último de todos los seres, el espejo de los atributos divinos, prototipo del Hombre Perfecto (al insan al-kamil), la norma y modelo a seguir por todo aspirante en la senda de retorno al Origen.
Él es el Polo de los polos (qutb al- gawz), el Auxilio Supremo de las criaturas, que giran en torno suyo como las estrellas en la bóveda celeste y los peregrinos en la Kaaba, el representante de Allah (khalifa) en este y los otros mundos, y está vivo en aquel que ha entrado en su Secreto (Sirr), en quien se ha hecho Uno con la Realidad Muhammadiana (al-haqîqa al-muhammadiyya).
En el Profeta convergen tanto la naturaleza humana como la esencia divina en grado sumo, la función legisladora junto con la función sacerdotal, la dimensión providencial de origen celeste con la dimensión reguladora a nivel terrestre. Como él mismo dijo: “Las dos Misiones, legisladora y profética, han llegado a su fin y no habrá ni Enviado ni Profeta después de mí”. El final de la profecía, plasmado en la última Revelación, que por esto mismo cierra el ciclo, vuelve en sí misma a la Revelación adámica como misericordia divina y clausura cósmica de la presente humanidad.