La realidad presente exige cada vez con mayor pericia desenmascarar ciertas tendencias y prejuicios que enturbian día a día nuestra mentalidad. En especial debido al sensacionalismo e inmediatez de los medios de comunicación, que como relámpagos modulan hipnóticamente la opinión de las masas. Una gran víctima de esta falta de criterio, desconocimiento y uso abusivo del lenguaje fruto de la rapidez informativa ha sido el Islam, ayudada a su vez por la ya dispar y conflictiva situación interna.
Definir qué es y qué no es el Islam resulta imperativo en unos tiempos en que se extiende una conciencia generalizada de la problemática y dialéctica entre Oriente y Occidente. Cualquier persona con una cultura media reconoce la valía y esplendor de aquella civilización islámica de antaño que tanto aportó a Occidente, ya sea con la arquitectura, la filosofía, la medicina, el arte ornamental, la astronomía o la matemática. De hecho constituyó la puerta por la que entró la ciencia griega tantos siglos olvidada: ciudades como Damasco, Bagdad o Córdoba sirvieron como puente donde los sabios musulmanes estudiaban y traducían al árabe tanto obras persas y de la India como diversos trabajos clásicos, desde Aristóteles a Euclides. Sin ir más lejos no se puede minimizar la importante labor integradora que representó la Escuela de traductores de Toledo que vertería al latín progresivamente todo este legado alejandrí y posibilitaría tanto la Escolástica medieval como el futuro Renacimiento.
Definir qué es y qué no es el Islam resulta imperativo en unos tiempos en que se extiende una conciencia generalizada de la problemática y dialéctica entre Oriente y Occidente. Cualquier persona con una cultura media reconoce la valía y esplendor de aquella civilización islámica de antaño que tanto aportó a Occidente, ya sea con la arquitectura, la filosofía, la medicina, el arte ornamental, la astronomía o la matemática. De hecho constituyó la puerta por la que entró la ciencia griega tantos siglos olvidada: ciudades como Damasco, Bagdad o Córdoba sirvieron como puente donde los sabios musulmanes estudiaban y traducían al árabe tanto obras persas y de la India como diversos trabajos clásicos, desde Aristóteles a Euclides. Sin ir más lejos no se puede minimizar la importante labor integradora que representó la Escuela de traductores de Toledo que vertería al latín progresivamente todo este legado alejandrí y posibilitaría tanto la Escolástica medieval como el futuro Renacimiento.
Hoy en día en cambio, la situación parece haberse invertido: para los occidentales el Islam está ligado a conceptos como fanatismo, terrorismo, retrógrado, odio, represión. Una visión positiva, o mejor dicho sustanciosa, de la realidad del Islam exigirá pues amplitud y profundidad de miras, entrando directamente en su mensaje existencial y humano, en su trasfondo metafísico, y no perdiéndonos en las pugnas de poder religioso, político o civil, ya sea actual o históricamente.
Para definir con rigor el Islam la primera consideración que debe hacerse es la de entender lo que significa “religión”, pero este es un asunto bastante polémico y difícil de plantear sin malentendidos. Sólo decir que la etimología parece apuntar a la noción de “religare”, esto es, de volver a unir, en este caso la naturaleza humana con la esencia divina. Sería así el istmo necesario para conectar al hombre impuro, es decir caído u olvidado de su origen, con la trascendencia misma, con el verdadero conocimiento de su ser. Todas religiones se fundamentan en el concepto de Revelación y su consiguiente transmisión en forma de una Tradición. Los principios que las sostienen pues responden a un acto de fe última hacia sus verdades reveladas. Pero el sentido de esta fe sólo es moral y externo en apariencia, ya que posibilita al ser humano profundizar en la comprensión de los misterios de la creación con una Ciencia Sagrada de naturaleza interior, no discursiva sino simbólica.
Frecuentemente se habla del Islam como religión del “sometimiento” con sentido peyorativo, y es cierto que su significado es ése, pero se olvida que la misma raíz también expresa la noción de “Paz” (salam). Su simbolismo no es otro que la necesidad de someter el ego, es decir aquellos hábitos y tendencias del hombre que lo ciegan y encarcelan en sí mismo, a la realidad del vuelo liberador del Espíritu, para así estar pacificado, en conformidad con la esencia única y eterna del Cosmos.
Otro vocablo que ocupa diariamente los distintos medios informativos con gran confusión es el de shari’a, que no es otra cosa que la Ley, pero la ley revelada, es decir, la que ha descendido mediante la palabra divina en forma del Corán, a diferencia del fiqh o ley con minúsculas que se dan los hombres entre sí social e históricamente (jurisprudencia). Esta distinción es crucial, pues comúnmente se entremezclan, sin ver que la Ley que Dios da a los hombres es distinta a la ley humana, pues aunque ésta deriva de aquélla lamentablemente acaba corrompiéndose por la diversidad y disparidad de interpretaciones. El propio Muhammad (saws) ya advirtió en vida que su comunidad acabaría “disgregándose hasta en setenta y tres grupos distintos”, todos extraviados salvo el que siguiera su propio ejemplo y conducta respecto a sus compañeros. Las costumbres y virtudes del Profeta, la sunna, que siguen la gran mayoría de musulmanes del mundo, es recogida en una tradición de innumerables dichos atribuidos a él (ahadith) que rigen el comportamiento excelente, y que constituyen una ciencia en sí, fundamento del derecho islámico después del Corán.
Hoy en día sólo son noticia las pugnas sociopolíticas entre sunnís y chiís, que responden únicamente a intereses de poder y a pasiones de las masas, o las provocativas y literalistas visiones de la shari’a del wahabbismo árabe o de los mal llamados taliban. La letra sin el espíritu que la vivifica es muerta y muchos de los imames, jeques, ‘ulemas, mutakalimin, del Islam actual están sometidos, consciente o inconscientemente, más a principios temporales y mundanos que a principios absolutos y trascendentes. Claro está sin mencionar el fenómeno del terrorismo o el “choque de civilizaciones”, que son fruto más bien de obsesiones y fobias del hombre occidental postmoderno enraizadas a intereses políticos de todo tipo, ideológicos o geoestratégicos.
La religión que es el Islam se compone así de una Ley, al igual que en el judaísmo se revela la Torah a Moisés para el pueblo de Israel. Y es que el Islam se encuentra enmarcado en la gran Tradición semítica del linaje abrahámico, en una continuidad generacional ismaelí, cosa que a veces se olvida o no se resalta suficientemente. De hecho el Corán no niega para nada ni el judaísmo ni el cristianismo sino que los completa y confirma. En el Islam se considera a Muhammad (saws) el último enviado, la última actualización de la Revelación divina en la tierra, y se aceptan como sus precursores a los demás enviados desde Adán: Noé, Abrahám, Moisés y Jesucristo. Éste último es presentado como el hijo de María y se confirma su futura misión salvífica el día del Juicio Final, además de clarificar el error de los cristianos al haberle asociado sin distinción a Dios padre y de confundir el simbolismo del misterio de la Trinidad.
Para los musulmanes existe una jerarquía espiritual muy definida que ayuda a comprender el sentido de la teofanía sobre la Tierra: los Enviados (rasul) serían los que aportan un mensaje nuevo a la humanidad, forman una comunidad con una escritura o ley, y representan un arquetipo o función divina descendida en este mundo; los Profetas (nabi) son hombres santos que también reciben una revelación pero no aportan un mensaje universal sino que confirman el anterior, como es el caso de los aparecidos en la Biblia que exhortaban al pueblo judío a volver a la Ley de Moisés; por último nos encontramos los Santos (wali), hombres llegados a la realización espiritual de la proximidad de Dios, al sabor de su intimidad, que aparecen en gran número en toda la historia con el fin de revivificar la doctrina tradicional en la que se integran; son los depositarios del aliento inicial de la Revelación. Aunque los Mensajeros traen una religión aparentemente nueva, esto es así sólo en la forma de la lengua en que es expresada su Ley, adaptada a la comprensión del tiempo histórico y a las exigencias del momento, dado que el sentido último del mensaje es siempre el mismo: el retorno a la sola verdad del Dios Uno y Eterno, del que todo procede.
Se suele definir al Islam edificado en cinco pilares, que son los siguientes: la profesión de fe (shahada), que afirma que “no hay más dios que Dios, y Muhammad es su Enviado” (La ilaha ila Allah, wa Muhammad rasul Allah); realizar las cinco oraciones (salat) obligatorias al día después de las abluciones o purificación ritual con agua; el peregrinaje a la Meca (haÿÿ) una vez en la vida si se está en condiciones; realizar ayuno durante el día el mes sagrado de ramadan; y la obligación de la limosna a los más desfavorecidos o causas justas (zakat). Estas son las prescripciones reveladas para todo musulmán, además de la prohibición de comer carne de cerdo, las bebidas alcohólicas y las relaciones sexuales fuera del matrimonio.
Pero la esencia del mensaje islámico queda sintetizada en la expresión de la Unicidad divina del primer pilar o testimonio de fe en que se resalta que no hay divinidad fuera de Dios. Hoy en día el monoteísmo no está de moda, y es muy significativo y sintomático de los tiempos en que vivimos. Los llamados valores democráticos del hombre occidental como el pluralismo, el laicismo, la libertad y el progreso, conducen a un pensamiento débil, a una cultura cada vez más individualista y consumista que busca soluciones rápidas a los problemas. No se da unidad de criterio en nada y todas las ciencias, o saberes, están muy tecnificados, muy especializados, sofisticados y profesionalizados pero completamente estancos, sin conexiones, condenados a reduccionismos que sólo son capaces de llegar a paradójicos principios relativistas. Esto no es más que un reflejo de la ruptura de la Modernidad con la Tradición metafísica occidental, que cada vez nos lleva a una dispersión y confusión mayor en el conocimiento, y a la evidente imposibilidad de una realización espiritual auténtica.
De ahí la necesidad actual de una religión que resume y aboca todo a Allah, a la única Realidad, a la Unidad, al Creador si se quiere, desde donde se derivan los principios pragmáticos que deben regir la existencia humana; el mismo mensaje de toda ley revelada pero expresado con mayor nitidez y contundencia. La condena a todo culto que no sea Allah en el Islam, y su conocida iconoclastia o prohibición tajante de ciertas figuraciones, sobre todo del Profeta, tan actual y escandalosa (o irrisoria) para los occidentales, choca frontalmente con nuestra realidad envolvente, siempre llena de estímulos visuales consumistas, y de un sinfín de idolatrías a la frivolidad, a saciar los egos hedonistas sometidos al más atroz de los politeísmos. El asociar a Allah (shirk) imágenes figurativas es la mayor prohibición del Islam ya que pervierte al hombre, le distrae de la concentración y focalización en el centro de su ser, en el Principio Universal que sostiene toda la manifestación, en la recuperación de su integridad humana desde la Trascendencia, en el salto al misterio del Absoluto.
El regreso a Allah lo opera el musulmán, es decir el sometido y pacificado en su Ser, a través del Recuerdo (dhikr) de su origen primordial revelado en la profesión de fe, mediante la rememoración del estado de conciencia olvidado que va más allá de la creación, sin por ello abandonarla, por eso el Islam no es una vía monacal, de retiro, sino que exige verle a Él en la cotidianidad del mundo, hasta “entre los pucheros”, como decía Santa Teresa de Jesús.
Respecto al libro sagrado, el Corán, se considera, como se ha dicho, la última palabra de Dios en la Tierra, y por eso su importancia es trascendental para toda la humanidad sin distinción. Se sabe que el Profeta era iletrado, y en el Corán no se para de advertir que su mensaje no es el de un poeta, ni mucho menos fruto de una inspiración, pues es la Revelación misma del Altísimo y “hay signos para los que realmente entienden”. Su tónica es bastante difícil de digerir ya que resulta muy amonestadora, siempre advirtiendo a los hipócritas y extraviados de la Vía recta, pero, ¿no es menos cierto que estos últimos tiempos son los de mayor confusión del género humano, desorientación y nihilismo? Si no hay Rigor no hay Misericordia, y viceversa, y el hombre actual como náufrago en un mundo sin sentido nada contracorriente si quiere recuperar la conciencia del estado de Unidad original.
El Corán etimológicamente es la “recitación” de la palabra divina increada transmitida por el arcángel Gabriel, y se dice que descendió íntegro en el Corazón de Muhammad (saws) la vigesimoséptima noche del mes de Ramadan, conocida como Noche del Destino, para manifestarse después en la palabra paulatinamente. El Profeta es así el canal puro por el que desciende la Misericordia divina y se coagula en forma de libro, al igual que la Inmaculada Concepción de la Virgen María da a luz al Cristo, al Verbo divino. Y el Profeta, en su Viaje Nocturno, va de la Meca a Jerusalén y de Jerusalén asciende hasta el Loto del Límite de la faz de Allah, símbolo del ejemplo iniciático de ascensión espiritual (de hecho al comienzo las oraciones se realizaban en orientación a Jerusalén en lugar de la Meca).
El simbolismo de los misterios es el que permite la Unión de la naturaleza humana con la realidad divina en el Corazón iluminado del creyente, y es el que permite profundizar en el mensaje de toda ley religiosa, en su sentido esotérico central. Igual que el Sol aporta la luz (la visión) y el calor (el amor), la comprensión interior de la Intuición espiritual vivifica y da sentido a la letra y al rito. El significado moral sólo es periférico y aunque necesario como medio no es el fin ni mucho menos, pues todo es Allah y no hay nada fuera de Él.
Una religión sin espiritualidad es una ley castradora en lugar de liberadora, una lámpara sin luz, una fruta sin sabor, un cuerpo sin espíritu, una corteza sin núcleo; en el Islam una shari’a sin haqiqa (realidad esencial). Todas las grandes religiones han aportado el mismo mensaje a la humanidad pero sólo unos pocos han logrado vislumbrarlo con claridad, pues su misma simpleza ciega a la gente. Hoy en día, cuando el intercambio cultural y de civilizaciones es creciente, urge comprender la médula interior que vertebra toda Ley; el Espíritu es universal y no entiende de razas ni idiomas aunque así se exprese necesariamente en la historia humana, pues si no permanecería siempre oculto e inaccesible. El famoso diálogo y entendimiento nunca podrá llegar desde las formas, lo que se pretende, sino desde la Unidad que trasciende a todas las religiones. El Sufismo se considera el corazón del Islam, su espiritualidad viviente, y es desde el Amor (mahabba) y el Conocimiento (ma’rifa) que predica desde el único sitio que el Islam cobra sentido y realidad.